Entraron aparatosamente, entre besos y caricias, si encender las luces. La claridad de las finas cortinas regalaba la suficiente luz que necesitaban. Él la giró nuevamente hasta cerrar la puerta y colocarla en contra de ella, para seguir saboreándola:
— ¿Estás segura, Canela?
Ella bajó los brazos y los cruzó detrás de su espalda. Como pudo, desató el nudo de la parte superior del bañador, respondiéndole. Procedió a sacárselo por la cabeza, contemplando la mirada alerta de Aragón. Y aquellos pechos hermosos y ligeros, emergieron como la luna cuando no la miras. De esa manera, Aragón se volvió loco, impaciente; colocando sus labios sobre aquellos pezones tan delicados, pero dispuestos a recibir placer. Ohhh, qué placer. Placer, placer, placer. Eso sentía él succionando como experto aquellos senos y eso sentía ella dejándose llevar. La dureza de la erección se restregaba queriendo mover el bikini por sí sola. De un salto, Romer la levantó haciendo que ella rodeara la cintura con sus piernas, llevándola a la cama.
¡Por fin!, una cama para descansar, para dormir, para hacer el amor....