Capítulo 22

 

 

 

Romer tenía el rostro compungido. Un olor a aceite quemado con una mezcla de incienso socavaba su cordura. Eran dos olores muy diferentes, pero no por la diferencia de esencias. Uno de ellos parecía más real que el otro. Miró sus pies, los cuales estaban descalzos y sucios, buscó cerca las botas que siempre cargaba sin encontrarlas por ningún lado. Suspiró con frustración y miró al frente. Una gran pared de concreto gris limitaba su espacio, pero al adelantarse unos metros, observó que a su izquierda el camino seguía. No entendía muy bien donde se encontraba, pero por alguna razón, debía seguir por allí.

Caminó varias horas, parecían días caminando sin llegar a ningún lado. Cruzaba por las esquinas con la esperanza de salir, pero nada le indicaba que aquello ocurriría. De repente, escuchó una risa. Sabía quién era y significó música para sus oídos. Sonrió de forma tierna y siguió la ligera carcajada. Con los ojos bien abiertos, divisó a lo lejos una figura de mujer. Canela. Gritó varias veces su nombre pero ella huía con cada paso que él daba.

"Esta vez, no te escaparás" decía él, riendo con las locuras de su novia. Corrió un poco, ralentizó el paso después. Ella se dejaba ver, llamándolo detrás de algún muro, pero parecía difícil alcanzarla. Se detuvo cansado. Jamás pensó que lo estaría, así que se recostó en la pared para tomar aire cuando intempestivamente, sintió una caricia subir por su pierna izquierda. Miró hacia sus pies y saltó del susto al ver una serpiente negra de piel brillante, enroscarse en su rodilla. La serpiente presionaba con fuerza y el dolor en la rodilla era contundente. Gritó para alejarla, quería quedarse quieto por temor a una mordida pero el dolor se intensificaba. Batuqueó con fuerza toda la pierna hasta despegarla de su cuerpo y corrió a toda velocidad en dirección contraria. De repente, chocó con alguien...

"¿Te hizo daño?" preguntó ella. Él, sin poder emitir palabras, miró para darse cuenta que la serpiente ya no se encontraba. Al mirar de nuevo al frente, Dina se había alejado sin dejar de mirarlo, pero la escena le provocó un desagradable escalofrío. Ella, con una seriedad inigualable, sostenía la serpiente negra y brillante en sus manos. Romer negó con la cabeza con nerviosismo. Dio unos lentos pasos en retroceso mientras Dina muy quieta, dejaba que el animal se enroscara en sus brazos.

"¡Ten cuidado, Dina! ¡Ella puede morderte!". Pero la mujer se limitó a sonreír. Aragón sintió de nuevo el escalofrío anterior y decidió que pronto, ya mismo, debía salir de aquel laberinto. Se regresó por donde venía. Pensaba en Canela perdida en algún lugar de todo aquel concreto y sintió miedo porque Dina pudiera hacerle daño con su nueva mascota. Juró que al llegar a Maracaibo, hablaría con ella para que sacara de inmediato esa serpiente del apartamento.

Aragón maldecía. Se preguntaba dónde estaba la salida…

"Por acá", le dijo alguien. Era un hombre; un hombre joven a quien conocía muy bien. "Por acá, ¿no me escuchas? Nunca me escuchas" decía la voz en cuestión, muy serena y paciente. Aragón logró ver al dueño de esa voz:

"Carlos, por favor. Dime dónde encuentro la salida".

Su amigo se encontraba sentado, recostado en la pared leyendo un libro. Lo miró antes de señalarle una esquina. Romer adelantó unos pasos cuando sintió de nuevo el olor a aceite e incienso. Éste último más fuerte. Mucho más fuerte que la primera vez. El olor estaba allí; comenzó a ver el fino humo, un hilo que brotaba de algún lugar tras las paredes…

— Romer…

El olor era real. Él juraba que era real.

— Romer… ¡Hey!

Él escuchó el divino susurro. Ella nuevamente. ¡Ella lo sacaría de ese odioso laberinto!

— Despierta…

Lentamente, abrió los ojos y la miró:

— ¿Canela?

Ella sonrió mordiéndose la comisura de sus labios:

— Creo que estabas soñando.

Él no se sentía bien. Por alguna razón, quiso devolverse al laberinto para encontrar la salida. Estaba insatisfecho y sin esperarlo, tuvo ganas de llorar. Pero obviamente, no dejaría ver ninguno de aquellos sentimientos.

— Sí. Pero ya no lo recuerdo bien— dijo él.

— Tranquilo. Esas cosas pasan.

Él arrastró las manos por la cara, suspirando profundamente. Alivio. Había soñado algo que no quiso interpretar. Él no era un hombre preocupado por menesteres astrales, pero la curiosidad por saber dónde estaba la salida, era imperiosa. No importaba, la verdad. ¿Para qué volver a sentirse perdido entre paredes de cemento?

Vio como ella se levantó de la cama. Canela se encontraba vestida con unos jeans rotos y una camiseta con un grupo de rock estampado.

— Me tomé la libertad de lavar tu ropa. La puse junto a la mía en la lavadora; es que olían demasiado a humo y alcohol.

Él asintió con la información pero de repente, sus ojos se abrieron como platos.

«¡¡¡Mierda!!!» pensó.

— ¿Qué pasa? — preguntó ella.

Él jamás lo diría:

— Me acordé de algo. Este…— se sentó. —Debo hacer una llamada.

— Ok— dio un saltito. Al parecer, ella se encontraba de buen humor. —Acomodaré el closet y buscaré ropa que ponerme…

Aragón no escuchó nada más. Tomó la sábana para cubrir su desnudez. Se la enrolló en la cintura y tentando el terreno, salió corriendo del cuarto de Canela. Ella lo miró con cara extraña, pero no le dio mayor importancia. Se encogió de hombros e inició la tarea que había anunciado.

— Mierda, mierda, mierda, mierda… ¿Por qué coño me quedé dormido anoche?

Romer arrojó la sábana en el piso justo al entrar en su habitación. Se colocó un pantalón corto y una franela, y salió disparado a la lavandería. En el camino, se encontró con unos huéspedes. Dio los buenos días con una sonrisa falsa, y se apartó del camino. Al bajar las escaleras, se topó con Macario.

— Muchacho, pareces fantasma.

— ¿Dónde está la lavandería? — preguntó Aragón.

— Ven mijo. Yo lo llevo.

— No se preocupe, Macario. Tiene mucho lío aquí, no quiero molestar.

— No es problema.

— Está bien.

Aragón resignado y nervioso, no pudo sacarse de encima al viejo ayudante. Lo siguió. Atravesaron el área de piscina hasta llegar a unas puertas de metal pintadas de blanco.

— Aquí es…

¡Macario! Por favor, ven para que ayudes con las maletas de los señores.

— Lo llama la señora Lu, Macario— informó Romer al escuchar la voz de la mujer.

— Sí, sí. Ya voy, Dios mío. Estos huéspedes no se terminan de ir.

Romer sonrió de nuevo falsamente, y entró en el rincón de lavado.

Miró las lavadoras. Eran dos. Una grande y otra más pequeña. Ambas estaban encendidas. Buscó en las cestas de ropa pero éstas, solo tenían fundas de cama, cortinas, toallas y fundas de almohadas. Maldijo bajito, su ropa no estaba por ningún lado. Se agachó hasta la puerta de vidrio de una de las lavadoras:

— Maldita sea.

Su pantalón estaba dando vueltas en la secadora. Se tocó la cabeza con ambas manos y luego las puso sobre el vidrio, intentando divisar mejor lo que había. Se levantó hasta dar con los botones del aparato, toqueteándolos todos al mismo tiempo. Juraría que la dichosa lavadora no era tan complicada como la suya. «¿Por qué tiene que pasarme esto?» pensó.

— Por cabrón— se respondió en voz alta.

Tocó los botones. Aplastó otros y dio en el clavo. La secadora se detuvo, bajó hasta la portezuela pero no abría.

— Mierda, ¡¿Por qué no abre?! Abre, abre, ¡abre!

Romer sacudía la puerta repetidas veces con obstinación y desespero. Necesitaba sacar su ropa de allí. Cuando logró abrir la redonda puerta, se hundió en la máquina, tomó el jean que usó el día anterior y revisó los bolsillos.

Una de sus manos pudo tocar un papel de plástico y al sacarlo, estaba roto. Sus ojos se expandieron de par en par. Metió las manos y los bolsillos tenían un poco de polvo regado por las esquinas. Limpio cómo pudo. Volvió a hundirse en la secadora y sacó otras prendas de ropa. El vestido de Canela y su propia franela, se encontraban entre las demás. Las observó bien, no estaban manchadas ni con evidencias de nada. Revisó de nuevo los bolsillos. ¿Cómo era que Canela no los había revisado antes de meterlos a lavar?

— Romer…

Él pegó un brinco por el susto, cayéndose espatarrado contra una pared.

— ¿Buscas esto?

Los ojos de plato se dirigieron hacia Canela. Pero luego, se transformaron en duda. Canela cargaba un celular en las manos. ¡Ah!

— ¡Lo tienes tú! Mi celular… Menos mal.

— ¿Pensabas que lo había metido a la lavadora? Lo dejaste anoche sobre la mesita de mi habitación— Romer no escondió su cara de alivio.

— Me hubieses preguntado, cariño. ¿No tenías que hacer una llamada? — preguntó ella.

Él asintió casi sin aire. Alzó la mano para recibir el teléfono.

— Estaré acomodando el closet. Y hey…— ella rio. —Pareces un fantasma, estás pálido. ¿Y no te pusiste zapatos?

Él emitió una risa quebrada, mirando sus pies descalzos; como en el sueño. Cerró los ojos, todo era demasiado extraño y abrumador. No respondió nada y esperó que Canela saliera del lavadero para dejarse caer por completo tras un suspiro. Miró el pantalón y lo puso en su regazo. Arrugó la nariz al sentir el dolor de su rodilla izquierda. Suspiró:

— Fantasma. Así quedaría si hubieses revisado los bolsillos, Canela.

 

 

 

***

 

 

   

Pasaron los días. Entre trabajo y tranquilidad, Romer evitó volver a encontrarse con Juan o a aceptar cualquier invitación de él. Con el único que conversaba era con Pedro. Por alguna razón, el estudiante militar y sobrino de uno de los contratistas, le generaba confianza. Y nunca, en ningún momento, Suárez le había indicado la menor sospecha de tener algún vicio. Todo lo contrario a Juan.

Este último "adulto prometedor", se trataba de uno de los dueños de la empresa que comenzaría a distribuir los productos Lácteos del Lago a partir de enero. Juan era un hombre agradable para los negocios, pero demasiado agradable en los momentos de relajación. Tampoco era tonto. Sabía que Canela no entraba en aquellos menesteres y que Romer le ocultaba a su propia novia, todo lo referente.   

 Después de lo sucedido en el bar, Romer vivía en un estrés constante. Sentía culpa por haberse drogado estando con ella. Estuvo varias veces tentado a contárselo; contarle sus secretos, todas las cosas que había hecho en su vida con respecto a ello. La forma en cómo se inició en ese mundo decadente, aprendiendo a mostrar una fachada increíblemente diferente a lo que hacía, y disuasoria de quien era. Le había prometido contarle cosas, responder preguntas. Pero se aferró a la idea de que, mientras no llegara la oportunidad, no soltaría palabra. El ahogo no era tan gigante como para dejarse caer...

Sin embargo, todo ese sentimiento cruel se mezclaba con el hecho de querer llevarse a Canela consigo, a pesar de los problemas que podían surgir en Maracaibo. También, su madre, Fedra, había llamado para avisarle que llegaría después de navidad a su apartamento. Aragón anhelaba presentarlas y pasar estas fechas importantes con las dos.

Romer debía reconocer que aquella era una idea novedosa. Y tan novedosa como las otras ideas que quiso hacer realidad. Así que, solo tuvo que marcar unos números y usar recursos de convencimiento para lograr su cometido. Las personas con sentimientos de culpa, suelen protagonizar escenarios impensables.

El joven administrador invitó a Pedro y a su novia Ana Luisa61, a pasar una tarde junto a Canela, en Playa Varadero. Colocaron unas toallas, sombrillas y sillas para pasar una tarde amena. La primera acción de interés de Aragón: estar cerca de la posada y a la vez, disfrutar de una tranquila y posible manera de sentirse mejor con él mismo. Y junto a Canela; para él no existía nada mejor que eso. A demás, ella estaba preocupada por su tía a pesar de que Lu se mostraba como si nada le afectase. Romer quería darle a Canela cosas buenas. Y gracias a la terrible falla que tuvo días antes, necesitaba mostrar su parte más benevolente. Él tampoco era tonto.

A las cuatro en punto, Aragón se encontraba junto a los demás en la playa. Sentado sobre una gran toalla y con Canela entre las piernas, sobaba el cabello de su novia.

— ¿Qué tanto miras el teléfono? — preguntó Canela, notando la impaciencia de Romer.

Él arrugó los labios y negó con la cabeza. La abrazó más fuerte enterrando su cara en el cuello:

— Trabajo, nena. Estoy esperando una llamada de Mercedes.

Ella asintió:

— Mercedes…— suspiró.

— ¿Qué? — Preguntó Aragón al ser consciente de su suspiro.

— Nada.

Romer arrugó las cejas y sonrió:

— ¿Qué pasa con Mercedes?

Ella curveó sus labios hacia abajo, batuqueando ligeramente la cabeza:

— Nada. Que ella es…muy bella.

Romer hizo un corto silencio y movió un poco su cuello, para poder mirarla:

— Dime, Canela.

— ¿Qué cosa?

— Habla— dijo colocando una expresión de obviedad.

Ella resopló una risa:

— Nada. Que ella es hermosa, nada más. Fue un comentario.

— Mmm...— Aragón se divertía. — ¿Algo te preocupa?

Ella estiró las cejas y removió de nuevo su cabeza:

— No hay ningún problema.

— ¿Qué estás pensando, Canela?

Ella se mordió la comisura de los labios de forma muy exagerada. Aragón fijó su mirada en esa parte de su rostro.

— Es que, pienso que ella podría no sé... Digo yo, que alguna vez... Es decir. Yo puedo imaginar que tú y ella...

— Sí. Una vez.

Canela detuvo todas sus muecas:

— ¿Te acostaste con Mercedes?

— Ya te dije que sí.

Canela abrió la boca en una media sonrisa:

— ¿Cuándo?

— Hace tiempo. Pasó una sola vez. ¿Contenta? — dijo evitando reírse.

Ella rio falsamente, y volvió a colocarse sobre el pecho de su pareja. Pero la tensión era evidente.

— Fue hace mucho tiempo, Canela. Y no llegó a nada más. Imposible que llegara a algo serio.

— ¿Por qué lo dices?

Él se acomodó nuevamente para que lo mirara:

— Porque ella está enamorada de Carlos.

Canela abrió la boca:

— ¿Qué me estás contando?

— Lo que oyes.

Ella sonrió sorprendida:

— ¿Y a él le gusta?

— Él es hombre Canela. Y ella es hermosa... Tú misma lo dijiste.

La joven se echó a reír.

— ¿Qué crees tú? — continuó él. —De igual forma, creo que él está concentrado en… otras cosas.

Al escucharle decir aquello, Canela se sorprendió por la forma un tanto despectiva con la que hablaba de su primo. Pero aun así, en sus ojos había un brillo que no pegaba con sus palabras.

— ¿Carlos tiene novia? — preguntó ella.

En ese momento sonó el celular de Romer. Éste se disculpó y fue a atender la llamada.

Canela tampoco era tonta. Sabía que las confesiones referentes a Carlos y ella, habían molestado de alguna forma a Aragón. Que los celos pululaban en su cabeza a la par de la amistad y el nivel de profesionalismo que debía conservar ante él. Entre todas esas cosas, por un momento llegó a preguntarse si a Romer le afectaba el hecho de pertenecer a medias, dentro de aquel círculo familiar. En cualquier momento trataría ese tema con él.

— Wow…

Canela arrugó las cejas en desconcierto al escuchar el susurro de Ana Luisa. La chica se había acercado en confidencia y le había manifestado que algo cercano a ellas, era digno de admirar.

— ¿Qué… qué es?

Ana Luisa señaló con los labios hacia la posada. Canela dio la vuelta y lo que vio, hizo que el corazón diera un salto. Sin palabras… solo podía mirar el punto exacto, mientras la novia de Pedro se daba cuenta de aquella reacción:

— ¿Lo conoces? — preguntó Ana.

Ambas mujeres observaron a un hombre alto, moreno y de facciones muy atractivas, acercarse a ellas. Canela no lo podía creer. Miró a Aragón, quien tenía la vista clavada en él con un rostro cuidadosamente serio. Ella asintió:

— Sí. Ese que viene allí es mi primo Carlos.

La chica emitió una mueca de entendimiento, miró un poco más al Mendoza que se acercaba. Movió las cejas antes de regresar a los brazos de su novio, quien se encontraba bañándose.

Al cabo de unos segundos, Carlos se posicionó frente a Canela con una sonrisa cerrada:

— ¿No vas a intentar tumbarme de la alegría?

Ella se rio y le brindó un abrazo afectuoso, apretándolo ligeramente:

— ¿Qué haces aquí?

Carlos estuvo a punto de hablar, pero suspiró. La miró intensamente por dos segundos, para luego dirigir la mirada hacia Romer:

— ¡Hey! — saludó Carlos, ofreciéndole la mano.

Aragón la tomó y sin pensarlo mucho, le dio un abrazo acompañado de unas fuertes palmas en la espalda. Anclado en ese abrazo, acercó su boca a la oreja:

— ¿Viniste solo? — Carlos negó. — Entonces, dale tú la sorpresa.

Carlos se separó de su amigo, y se aclaró la garganta:

— Cani, no vine solo. Vine con tío.

Por un segundo la chica no procesó la información. Pero al tenerlo claro, su boca se abrió de par en par:

— ¿Qué dijiste?

— Él está adentro, supongo que conversando con tía Lu…— dijo Carlos, señalando a la posada.

Canela no lo podía creer. Miró a Aragón:

— ¿Fuiste tú?

Romer se encogió de hombros, apenas. No dijo nada, pero fijó sus ojos oscuros en ella, contemplando con  una incómoda ansiedad, el brillo acuoso de sus ojos.

— ¿Fuiste tú, Romer? ¿Trajiste a mi padre… para que yo pasara las navidades con él? — en las últimas palabras, su voz se quebró.

— Sí.

Ella se rio dejando salir sus lágrimas y se abalanzó sobre Aragón. Él la rodeó con sus brazos mientras ella lo besaba con gran fervor. Carlos se mordió los labios y arrugó ligeramente las cejas al ver la escena, apartando un poco el rostro. Miró la playa dándose cuenta de que tenían compañía.

Canela despegó sus labios y lo miró. Aragón sonreía de lado sin quitarle la mirada de encima, sin soltarla, sin liberarla de su agarre. Ella sobó con sus dedos, la parte superior de las mejillas; justo debajo de sus ojos, haciendo que Romer bajara sus párpados y suspirara.

— No tengo palabras…— ella susurró.

— No digas nada— volvió a besarla, enroscando sus manos en los cabellos femeninos.

Inmediatamente, Canela se separó del todo y corrió hacia la posada, dejando a un Aragón con el corazón acelerado y a Carlos, saludando a Pedro y Ana Luisa. Y mientras lo hacía, no apartaba la mirada de su prima, viendo cómo Aragón la siguió luego de que ella se echara a correr.

— No lo puedo creer… ¡No lo puedo creer! — Canela gritó aquellas palabras y corrió a abrazar a su padre.

Lu y Macario sonreían al verlos unidos de esa forma.

— Hija... Estás bellísima.

Ella sonrió:

— Nunca pensé que te vería aquí de nuevo, papá. Desde que yo era una niña. ¿Recuerdas, tía Lu?

Ella tragó grueso y asintió con una sonrisa.

— Bien que eres terca, niña. Tuve que atravesar el país para verte— decía Josué, echando unas risas. —Todo fue gracias a Romer.

— ¿Tú lo sabías, tía?

Ella lo sabía, pero se hizo la desentendida.

— Te extrañé— le dijo Josué a Canela.

Ella asintió con lágrimas en los ojos:

— Papá por favor... Perdóname.

Su padre la miró unos segundos:

— Shhh no— la abrazó. —No llores. Ya estoy aquí. Y no me iré hasta el año que viene— informó riendo.

— ¡Ay, pero si el año que viene es en unos días…! — decía Macario pero Lucía lo interrumpió dándole un golpe con su codo.

En ese momento, Aragón llegó a la estancia. Josué se separó de Canela y se dirigió hasta él. Lo miró serio, luego cambió su mirada hacia ella. Alzó las cejas, negó con la cabeza y sonrió:

— ¿Qué te parece, Lucía? Mi hija ya se ha echado novio.

Todos rieron.

— Me alegra mucho verte acá, Josué— dijo Romer tendiéndole la mano, siendo esta recibida por su jefe. Quien además, se la apretó con fuerza y le dio unas palmadas en el hombro:

— No sé qué sería de mí si ti, muchacho.

Luego de aquellas palabras, Carlos entró al pequeño lobby. Su rostro demostraba su opinión con respecto a la escena.

— ¡Sobrino! — Josué se dirigió hasta él y le regaló las mismas palmadas de afecto. — ¿Ha crecido, no Lu? Ya todos son unos hombres y yo ni me di cuenta de cuándo pasó eso.

— Ay, no digas tonterías…— dijo Lu. —Que ya Carlucho tiene años trabajando para ti.

— Bueno, es cierto. No soy partidario de la explotación de menores— dijo el padre de Canela.

— ¿Y tú? — dijo la hija dirigiéndose a su primo. — ¿Cuándo me ibas a contar que te venías con papi?

— Sí, cuéntanos— dijo Aragón. —Porque yo no sabía que también venías en camino.

Carlos le sonrió falsamente:

— Todo es parte de la sorpresa ¿no es así?

— Sí… Sorpresa para Canela, sorpresa para mí también— dijo Romer con los dientes apretados.

— Bueno, todos a comer— anunció Lucía. —Macario, llama a los amigos de Romer para que se unan a nosotros.

— Cómo usted mande, señora.

El viejo salió casi corriendo hacia la playa. Luego de aquello, Romer se acercó a Carlos mientras los demás se distraían en sus propias conversaciones:

— Tú y yo tenemos que hablar.

— ¿Ah sí? — dijo Carlos. —Eso debo decírtelo yo a ti.

Aragón asintió:

— Después de comer— aseguró el administrador.

— Cómo tú quieras.

Ambos fueron llamados nuevamente, y decidieron cambiar sus expresiones delatoras.

 

 

 

***

 

 

 

La noche cayó sobre el cielo de Pampatar, haciendo que los presentes se reunieran en la terraza para contemplarla. Un par de horas antes, Canela y su padre habían tenido una incómoda conversación acerca de Nereida, de quién tenían muy pocas noticias. Conversaron sobre la bebida y los excesos, con sus debidos regaños por parte de la joven. Cansados de la bruma que aquellos temas suponían para ambos, decidieron dejarlo a un lado para disfrutar del encuentro, incluyendo a todos los demás.

Aragón no estaba relajado. En cuanto podía miraba fijamente a Carlos, molesto por el comportamiento casi burlón que éste adoptaba. Al parecer, el primo de Canela no tenía pensado conversar con Romer sobre ningún asunto; o por lo menos, no estaba demasiado apurado para hacerlo aquella noche. Aragón no lo soportaba. Le agradó la reacción de Canela por la sorpresa que organizó. Estaba satisfecho en parte con el resultado. Los quería a ambos demasiado, y sentía que parte de sus malas acciones serían olvidadas. Aunque sólo él las supiera.

Pero aquella noche fresca no calmaba sobre sus inseguridades. No surtía efecto sobre la grave ansiedad que se cernía sobre él. Las cervezas frías y el temita con Carlos lo estaban volviendo loco. Con una excusa que nadie prestó mucha atención, Aragón invitó a Carlos a que lo siguiera escaleras abajo, directo a la playa. Canela logró verlos pero no quería despegarse de su padre. Sin embargo, rogó a Dios porque no sucediera nada malo entre ellos.

— Creo que aquí estamos bien— Aragón echó un vistazo a la terraza, percatándose de que estuviesen lo suficientemente lejos.

El aire se tornaba frío, pero no para ellos. Entre aquellos dos hombres, la tensión podía ser cortada con una fina hojilla.

— Habla. ¿Qué quieres? — dijo Carlos con las manos en los bolsillos de su pantalón.

Aragón estudió aquel gesto. Se mordió y sobó enérgicamente con la lengua, su labio inferior y suspiró batuqueando la cabeza:

— Me sorprende que no te hayas vuelto loco con la idea de Canela y yo juntos.

Carlos clavó su mirada en los ojos del otro:

— ¿Eso es lo que vas a decir?

— No… más bien quiero aclarar algunas cosas.

— ¿Qué quieres aclararme? ¿Qué te estás follando a mi prima?

Romer se mordió más fuerte el labio:

— Es normal que te molestes. Lo que no es normal es el por qué hiciste tanto silencio.

Carlos arrugó la cara:

— ¿Qué quieres decir?

— ¿Por qué te callaste lo de Nueva York?

Carlos se irguió un poco más, apretando la mandíbula:

— ¿Qué sabes de Nueva York?

Aragón se rio para luego ponerse serio:

— Todo.

Carlos tragó grueso.

— ¿Y entonces? — continuó Romer. — ¿Qué se siente haberse aprovechado de una menor de edad?

Carlos empuñó sus manos:

— ¿Qué sabes tú de nada?

— Te conozco demasiado bien, Carlos. Te aprovechaste de Canela. ¿Y hablas de que yo me la estoy tirando? — se señaló a sí mismo. — ¿Te fuiste a los Estados Unidos para ayudarla… o para seducirla?

— Ten cuidado, Aragón. Estas hablando de mi prima.

— Estamos hablando de mí novia— dijo Romer con voz gruesa.

— Exactamente… Tu novia— remarcó la frase, señalándolo. — ¿Quién carrizo te dio permiso para empatarte con ella?

Romero se rio. Bastante había tardado Carlos en decir algo al respecto:

— ¿Permiso? ¿Debo pedir permiso? Te recuerdo, que fuiste tú quien la sedujo cuando apenas era una niña.  

Carlos se echó a reír. Negó con la cabeza:

— No sabes absolutamente nada. Ella estaba perdida, necesitaba ayuda…

— ¿Te atreves a tener una excusa? — hizo una pausa. — Canela necesitaba ayuda… ¿Ayuda para qué? ¡¿Ayuda para qué?! — espetó. — ¿Dónde mierda estuviste cuando ella estuvo trabajando en un bar de mala muerte, siendo acosada por un maldito asqueroso?

Carlos abrió los ojos como platos:

— ¿Qué mierda dices?

— Ella me dijo que tú no sabías nada. ¡Pero yo sé que sí! ¿No es que siempre lo sabes todo, Carlucho? — dijo con rabia. —Me reclamas ahora porque somos novios, pero antes de que siquiera alguien te lo mencionara, ya me lo estabas echando en cara…

— ¡Porque sabía que te la ibas a follar! Hijo de put…

Aragón clavó un duro golpe en la mandíbula de Carlos, girándolo casi al completo. Carlos no pensó en sorprenderse.

— Maldito— susurró Carlos arrugando la cara para aplacar el dolor, percatándose de un pequeño rastro de sangre en la comisura de sus labios. Se echó a reír: — ¿Ya te desquitaste?

— ¡No!

Aragón tomó a Carlos de la camisa y le propinó un nuevo golpe, mucho más fuerte que el anterior. Esta vez el primo de Canela se defendió, empujando a Romer hasta caer sobre él en la arena. Luego, le golpeó la cara casi tan fuerte como él mismo lo había sentido. Con la rabia acrecentada, Romer giró a ambos hasta ponerse encima y con ambas manos, sostuvo a Carlos de la camiseta:

— ¡Jamás la palabra Follar saldrá de tu boca cuando hables de Canela! ¡Jamás! —Carlos lo miraba con ojos desorbitados. —Te aprovechaste de ella, ¡admítelo! Era demasiado coñita y te acostaste con ella. ¡Te acostaste con tu prima!

Carlucho tenía el rostro desfigurado por la rabiosa sorpresa de encontrarse en aquella situación. Su respiración era tan fuerte como el sostén de las manos de Aragón.

— ¡Canela se merece que la cuiden, no que la jodan! — exclamó Romer dando otro golpe, el cual falló terminando su puño en la arena. Lo que le permitió a Carlos girarse y alejarse del administrador.

— ¡Ya está bien! — gritó Carlos, levantándose. Aragón lo siguió con los puños formados y aún en total alerta. — ¡No hace falta que nos matemos! ¡Y menos hoy! — dijo señalando la lejana posada, tratando de mejorar su respiración. Ambos se miraban como dos panteras desafiantes.

— Admítelo— exigió Romer. — ¡Admítelo!

Carlos con sus ojos bien abiertos, sintió la sangre bullir. Sus poros se despertaron como si una ola de frío lo cubriera. Sus ojos se humedecieron y tragó el nudo que se le formó en la garganta. No pensaba encontrarse con aquel enfrentamiento:

— Yo la ayudé. Yo la hice mujer…

Aragón apretó los ojos y se puso las manos en la cabeza. La verdad de aquellas palabras y el tono en que Carlos las soltó, caló muy profundo en él. El primo de Canela notó aquello y sintió malestar…

— Tenías que verla, Romer. Era una chica desesperada por… vivir experiencias nuevas— tragó nuevamente el nudo. —Sabía que estuvo metida en algo serio. Mi prima estaba dolida por algo, y ella quería…

Aragón negaba con la cabeza, exhalando por la nariz como fiera.

— ¡Odiaba verla así! — continuó. —Me crié con ella, la vi crecer… ¡Claro que me siento mal por lo que hice! Pero yo nunca la obligué…

Romer giró su cuerpo hacia Carlos, alertado por las palabras.

— Cometí un error, lo sé— continuó Carlos. —Pero ¿qué querías que hiciera? ¿Qué saliera corriendo a los brazos de cualquiera? ¿No has notado lo decidida y terca que es? ¡Lo haría! Fácilmente se hubiese acostado con cualquiera…

— Lo admites…

Carlos tragó grueso. Una lágrima penosa resbaló por su cara. Él la quitó inmediatamente:

— Sí— cerró los ojos. —Aproveché las circunstancias para que fuese yo, y no otro… quien se acostara con ella.

Aragón no quitaba la mirada. Un sentimiento agónico, mezcla de lástima y rabia lo cubrían por completo:

— Era su virginidad...

— Lo sé… ¡Lo sé! Y sé que voy a ir al infierno por eso, ¿y qué? Tú no te salvarás tampoco.

Aragón podría muy bien refutar aquellas palabras, pero sintió que no valía la pena. Sabía que Carlos estaba a punto de soltar otra verdad aún más poderosa. Sin embargo y para sorpresa de Romer, Carlos no siguió hablando. De ese modo, el novio de Canela se dio la vuelta y caminó hacia la playa, con toda la intensión de alejarse de allí lo más pronto posible.

— ¡Hey! Ahora no te irás— Carlos salió corriendo tras él.

— ¡Devuélvete a la reunión, Carlos! Quiero estar solo.

— Claro que me voy a regresar. Pero te vas conmigo. Me van a preguntar por ti…

— Di la verdad— le interrumpió Aragón, deteniéndose para mirarlo. —No quieres irte solo porque no sabrás cómo explicar el golpe en tu cara.

— ¿Y tú sabrás explicar el tuyo? — Carlos tenía ambas palmas hacia arriba explicando la obviedad del asunto.

Aragón pasó la lengua por sus dientes antes de hablar:

— ¿Vas a decirme algo?

— Ya lo sabes… Mucho más que yo, sabes lo que te voy a decir.

— ¡Entonces dilo, coño!

— ¿Le hablaste a Canela sobre Dina?

Aragón se irguió y lo miró seriamente, respirando por la nariz:

— No.

— Ni se te ocurra decirle.

— Lo sé.

Luego de responder, Aragón suspiró cansado y se alejó de Carlos para sentarse en la arena, lejos. Lo necesitaba. Pero Carlos lo siguió y se sentó a su lado.

— ¿Qué haces?

— Sentarme— respondió el primo de Canela.

— Vete a la posada.

Carlos apoyó los codos en las rodillas. Hizo un breve silencio mirando al frente, antes de hablar:

— ¿Y sobre lo otro?

Romer exhaló y en la misma posición de Carlos, apoyó la frente en las yemas de sus dedos. Las cosas se habían profundizado. Solo quedaba espacio para las aclaratorias:

— La verdad es que no quiero contarle.

Carlos asintió al escucharlo:

— Lo descubrirá de todos modos. Antes de que eso suceda…

— Lo sé. Debo hacerlo. Pero no tengo idea de cómo lo vaya a tomar.

Carlos apretó la mandíbula. Respiró profundo para calmarse:

— Debo confesarte que… me impresiona lo cambiado que estás.

Aragón lo miró:

— Y lo cambiada que está ella… en tan solo un año— Continuó. —Se nota que la quieres… ¿Cómo pasó eso? ¿En qué momento? — Romer sonrió tristemente al escucharlo. — Sé que la vas a cuidar. Pero debes contarle todo lo que has hecho. Todo lo que has estado haciendo durante estos años. Porque odiará que le mientas.  

— No voy a contarle que me acostaba con Dina.

— Quizás eso no. Pero en cuanto a lo otro, tienes dos opciones: No contarle absolutamente nada y alejarte para siempre de esa vida sin que ella se entere nunca… o contarle y definitivamente alejarte de esa vida.

Romer cubrió su cara con una mano apoyada en su rodilla. Carlos lo miró y pudo entender que aquello se trataba de un tema mucho más delicado.

— Yo…— Carlos debía ser muy cuidadoso con las palabras. —te he acompañado por varios años en ese estilo de vida. Sobre todo en el que has tenido con Dina. Pero soy un observador muy bueno, modestia aparte. Por lo que sé exactamente cómo hace ella para envolver a la gente.

La mandíbula de Aragón entró en tensión.

— La gente comete errores. Pero con ella… Con Dina debes tener cuidado, Romer. Si lo de mi prima y tú es serio, es obvio que se conocerán. No arrastres a Canela en su terreno. Aléjala de mi prima. Cuéntale a Canela lo que quieras. Cuéntale lo de la cocaína, dile que has tenido un vicio por muchos años. Asegúrale que lo dejarás y cambia— hizo una pausa. —Quizás mi sentimiento protector no deja que me alegre por esa unión, pero… eres mi amigo— Romer prestó atención. —Nunca te había visto defender a nadie cómo lo has hecho con Canela. ¡A nadie! Pienso que es el momento de cambiar las cosas, de ser sincero, pero…

— No quieres que le cuente detalles sobre Dina.

Carlos negó:

— Mantén a mi prima alejada de esa loca.

Aragón tragó un pequeño nudo. Miró el mar pensando en todo, el cada frase y en su medio hermana:

— ¿Cómo está ella?

Carlos respondió mirando al frente:

— ¿Qué te puedo decir? Cada vez más loca.

Ambos, sentados frente al mar de aquella solitaria playa, bajo el cielo nocturno de Pampatar y alejados de la posada, sintieron la necesidad de contarse muchas más cosas. Olvidaron los golpes y aquella engorrosa discusión (y por algún plan del destino), tuvieron el tiempo suficiente para actualizarse. De esa forma, Aragón pudo contarle todo. Desde sus sentimientos hacia Canela hasta sus problemas de ansiedad. Romer le confesó a su amigo el error en la discoteca y el incidente en el cuarto de lavado, cuando Canela tomó su ropa para lavarla. Romer contó su sueño en el laberinto, con todos los detalles que recordaba. Soltó en aquella playa todo lo que sentía por su hermana de crianza. Se abrió de par en par aclarando el cansancio que le suponía mantenerla, y mantener sus desvaríos a raya de todo entorno. Carlos pudo escuchar por fin, lo que él mismo observó a través de los años.

Sin que las palabras correctas fueran dichas, Carlos sabía que la influencia de Dina en Aragón, resultaba peligrosa. Alejarla del entorno laboral había sido fácil, pero nadie debía confiar demasiado. De igual forma, el primo de Canela constató que los terrenos se ampliaban. Ya no era el trabajo lo que Aragón debía cuidar. Ahora existían intereses mucho más fuertes e importantes. Ahora existía Canela.

Y con celos de familia, Carlos admitió otra cosa más: efectivamente, Aragón estaba completamente enamorado de ella. No había más nada que hacer al respecto. Con celos o no, él dejaría el agua correr.