Una cama cómoda era lo que más amaba Lucía. Ella había pasado por mucho. Y sabía que lo invaluable para el ser humano, es poder estar feliz bajo un techo y tener donde dormir. Por eso, consideraba su habitación un paraíso y también, su espacio más íntimo, donde podía pensarlo todo, sin barreras.
Lu tenía una vida tranquila. Pero ella sabía que la tranquilidad llama a los recuerdos. Porque a través de las horas quietas, hay tiempo de sobra para recordar. Su sobrina canela era tan parecida a ella, que se estremecía de solo pensarlo. Nadie lo decía, nadie se percataba de eso. Pero los genes de ese lado de la familia, eran femeninos. Y ahora luego del suceso de la toalla, el parecido traspasaba las barreras de lo invisible: hechos que se repetían a través de los años. «Mañana habrá tiempo para seguir recordando» pensó, moviéndose de un lado al otro en la cama. Pero claro, no todas las noches eran tan solitarias. Lo supo al exaltarse con el repique del teléfono:
— Aló.
— Mmm. Quisiera hablar con mi hija, por favor.
Lucía se sentó y encendió la luz de una lámpara. Miró la hora y eran las 11:00 de la noche.
— ¡¿Josué?!
— ¿Lu?
— Ay Josué... No me asustes con estas llamadas tuyas a estas horas. Dime que todo está bien.
— Hola querida Lu. Solo quiero hablar con Canela.
Lucía puso cara de circunstancias y se rascó la cabeza:
— Estemm... No creo que puedas hablar con ella en este momento.
Se escuchó un silencio muy corto. Parecía que Josué se movía:
— No había visto la hora— dijo él, suspirando.
— Es algo tarde, Josué. Y tu hija trabaja mucho…— expandió los ojos por decir aquello. —Sí, trabaja mucho y creo que deberías llamarla mañana.
— ¿Le va bien allí? Bueno, obvio que le va bien allí. Está en Luna de Margarita. A cualquiera le va bien en Luna de Margarita.
Lucía analizó sus palabras:
— Mmmm, ¿estás bebiendo?
Josué carraspeó su garganta y luego, se echó a reír un poco:
— Sí.
Ella suspiró y se puso una mano en la frente:
— ¿Te sientes bien, Josué?
— Seee.
— Pero, estás bebiendo y quieres hablar con tu hija a estas horas de la noche. Y supuestamente no pasa nada malo.
— La verdad es que... tienes razón. Creo que llamaré en otro momento.
Lucía no quiso decir mucho más y esperó que su cuñado se despidiera. Pero no lo hizo:
— ¿Josué?
— ¿Por qué te quedaste en Margarita?
La normalizada respiración de Lucía, se detuvo. ¡Qué de años! Años que no escuchaba esa pregunta:
— ¿Por qué me preguntas eso hora?
— Porque todos se van, Lu. Mi hija, mi mujer... Hasta mis empleados. Todos se van.
— Tu hija se va porque... — chasqueó con la lengua. —No quiero ser cruel pero, tu hija se empezó a ir de casa cuando tú mismo la enviaste fuera.
— A Nereida no le dije que se fuera.
— La delincuencia en muy dura en Venezuela, Josué. Y no todos la viven de la misma manera.
— ¿Por qué crees que saqué a Canela de mi casa?
Los poros de Lucía se erizaron. La voz de Josué sonó demasiado sombría.
— Estoy jodido, Lu. Pero a mi mujer, no la boté.
— No hables así, Josué. Tú no has botado a nadie. Tampoco lo hiciste con Canela.
— ¿Y a ti, sí?
Se hizo un silencio corto.
— Jm… a ti sí— aseguró, riendo un poco.
— Yo...
— Lucía… Tú no has hecho nada malo. No tienes por qué pagar todas mis mierdas— interrumpió el hombre. —Los que menos hacen, se van; te abandonan. Eso siempre pasa. Por lo menos, a mí siempre me pasa.
Hizo una pausa…
— Los que están vulnerables, los alejamos para protegerlos, ¿verdad? — continuó. —Y cuando eso pasa, la maldad llena ese espacio. Y oh, querida Lu. La maldad viene con garras.
La mujer comenzó a ponerse nerviosa. Tenía años que no escuchaba a hablar así a su cuñado:
— ¿Qué estás queriendo decir, Josué?
— Que estoy jodido Lu.
— ¿Podrías contarme, por favor?
— Mmmm, no. No vale la pena. Después de toda la mierda que cargo encima, sobre todo esta, que es muy cara…— se escuchó el choque de unos hielos en lo que parecía ser un vaso. — ¿Voy a preocuparte a ti, también?
— Pues, ya estoy preocupada.
— Estoy rodeado de escoltas, Lu. Porque unos jodidos hijos de puta quieren joderme. ¡Pero es culpa mía! Me dejé joder, y ahora se les metió entre ceja y ceja que soy multimillonario— dijo riendo.
— ¡¿Estás en peligro?! — el corazón de la mujer se aceleró.
— Desde hace años, Lu— susurró en confidencia — ¿Y sabes qué es lo peor? Que estoy seguro que dentro de mi propio negocio, hubo alguien o existe alguien implicado dando información a diestra y siniestra...
Se escuchó un vaso de vidrio romperse y una risa carrasposa.
— ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué pasó?!
Josué seguía riendo:
— Se me cayó el vaso— él reía. —Se me botó todo el maldito whisky.
Lucía cerraba los ojos y deseó poder llamar a Canela para que hablara con él:
— Cálmate Josué. No vayas a tocar esos vidrios. Vete a acostar y yo mañana te llamo y hablamos mejor.
— No... ¡No! No me da la gana, Lucía…— suspiró largo y tendido. —Lucía, Lucía, Lucía. La más hermosa de las dos— reía a carcajadas llorosas. —Tú también me abandonaste.
Ella mantuvo los ojos cerrados con un viejo nudo en la garganta:
— Debes irte a la cama— demandó con la voz algo quebrada. —Date una ducha y vete a dormir. Canela se pondrá furiosa si se entera de cómo estás ahora. Tú no sueles beber así. Eso te puede hacer daño.
Se hizo otro silencio.
— ¿Sigues ahí? — preguntó la mujer.
— Sí…— susurró. —Cuida bien a Canela. No dejes que le pase nada malo.
— Sabes que ella es como si fuese hija mía. La cuidaré.
— Ah... Dile a Romer que no se enamore de ella— Josué comenzó a reír a carcajadas más fuertes. — ¿Sabes qué me dijo hoy Carlucho?
— ¿Qué te dijo? — preguntó ella como queriendo decir, ¿Ahora qué?
— Que Romer gusta de Canelita— seguía y seguía riendo. —Se puso bravo conmigo, MÍ sobrino cuando le dije: ¿Y yo que sé? Eso es asunto de Aragón— volvió a reír. —Creo que quien está enamorado de Canela, es él.
Lucía negó con la cabeza:
— No les prestes atención. Más bien, cuídate. Date una ducha y vete a descansar.
— Aja. Sí... Eso haré, sí.
Lucía respiró de alivio. Aunque no podía confiar demasiado:
— ¿Me prometes que te acostarás y te irás a dormir?
— Ja… ¿A ti? Te prometo la vida.
Ella frunció los labios, negando…
— Como hice una vez hace tiempo alláaaaaa en Luna de Margarita— dijo de forma cantarina, sin abandonar las risas.
— Buenas noches, Josué.
Él suspiró. Su voz salió con la boca torcida:
— Buenas noches, cuñada.
Y él colgó la llamada.
***
«Es preciso, señor inspector, ser justo. Yo comprendo que vos sois justo, señor inspector. De hecho, todo es muy sencillo; un hombre que juega a echar un poco de nieve en la espalda de una mujer, esto hace reír a los oficiales, que tienen ganas de broma, y allí estamos nosotras que solo servimos para que estos señores se diviertan…»
"Los Miserables de Víctor Hugo".
Dina rondaba la silla donde se encontraba Carlos, prácticamente acostado con un gordo libro entre las manos. Manteniendo el ceño fruncido, observaba celosa la concentración de su amigo en aquel tomo. Dina nunca leía. Eran las pocas veces que recordaba, haber acariciado tan siquiera las páginas de un manuscrito. Siempre quiso desarrollar un hábito artístico, entre sus debilidades; las cuales eran muchas. Pero sin lograrlo, se concentraba en observar la ejecución de ocios por otras personas. Recordó cuando alguien hace unos años le dijo que parecía más artista, que ejecutiva…
— ¿Podrías dejar de mirarme como una gata hambrienta?
Ella se echó a reír por las palabras de su acompañante:
— El único que está devorando algo aquí, eres tú.
Carlos bajó el libro. Suspiró mirándola:
— Deberías salir, Dina. Ver el cielo, caminar…
— Lo hago.
— ¿Cuándo? ¿En qué momento sales? Porque yo nunca puedo ver ese… espectáculo.
— Cuando voy a comprar tus vicios, mi querido.
Él frunció el ceño:
— Si ponerte frente a la verja de entrada lo llamas "salir", ya comprendo muchas cosas, Dina.
Ella seguía caminando de un lado al otro:
— Ustedes no son las únicas personas que conozco en esta ciudad. Tengo otros amigos a los que visitar.
— Sí, claro— dijo Carlos, acomodándose para seguir leyendo. —Los que te vende la mercancía.
— Esa que después de saborear tú, colocas bajo mi lengua.
Carlos ignoró aquello, intentando continuar su lectura sin éxito alguno:
— ¿Qué quieres Dina?
Lentamente, se colocó entre las piernas de Carlos y entró en aquel triángulo:
— Quiero que dejes de leer por un momento— procedió a retirarle el libro. —Cuando lo haces, me pones nerviosa— levantó su barbilla con un dedo. —Sé que algo te sucede. ¿Qué es?
Carlos resopló:
— Estoy tranquilo en mi apartamento, descansando del trabajo, leyendo un buen libro…
Dina se sentó a horcajadas sobre Carlos, callándolo con aquella forma parsimoniosa de moverse:
— No me mientas— arrastró su nariz sobre una oreja. —Te preocupas por Aragón. Lo extrañas, y deseas estar donde él está. ¿Es o no es eso cierto?
Carlos apretó la mandíbula queriendo huir un poco de aquella mujer.
— Lo cierto es comprender, qué coño haces tú aquí— dijo él.
Dina se echó para atrás:
— Este es mi lugar, querido.
— No. No lo es. Tu lugar está allá abajo.
— ¿A sí? — movió sus caderas. —Tu entrepierna me lo confirma, entonces.
Carlos atrapó con ambas manos, los antebrazos de Dina:
— Quédate quieta. No hablaba de eso.
Ella lo miró con el ceño fruncido:
— ¿Me vas a rechazar? Últimamente, ustedes… se la mantienen rechazándome.
— Si dejaras de ser tan entrometida, vaga y desastrosa… quizás el rechazo disminuiría.
— ¡Qué galante! ¡Qué palabras tan rebuscadas! Siempre me ha encantado cómo hablas.
— Cállate ya, Dina— dijo él, soltándola y empujándola fuera de la silla.
— No sé qué está pasando. Pero desde que te la mantienes en casa de tu tío, tanto tú como Romer no me paran bola, no me prestan atención y me rechazan como si yo fuese…
— ¡Habla bien, Dina! Quizás seas de un pueblo, pero recibiste educación. Si quieres te recuerdo quien te las pagó.
La mujer abrió los ojos y arrugó la boca con desprecio:
— Ya…— dijo ella. —Es obvio lo que pasa. Todo esto se trata de una mujer, ¿verdad? ¿A caso se trata de alguien a quien no te has podido tirar?
Carlos la miró fijamente, sin decir una sola palabra.
— ¡No puede ser! — dijo ella dando una palmada con una sonrisa de asombro. — ¿Es eso? ¿Una mujer que Romer tiene y tú quieres tener? — Dina comenzaba a reírse en desconcierto. — ¡Es fabuloso! Los dos amigos celosos por una tipa…
— ¡Silencio, Dina! — Carlos intentó no prestarle mucha atención, yendo a la cocina por agua.
Dina lo siguió:
— ¿Dónde está Aragón ahora?
— ¿Te puedes callar ya?
— ¿De quién se trata? ¿Dónde la conocieron?
— Dina… Deja quieto lo que está quieto. Te lo he dicho muchas veces. ¡Obedece!
Ella estalló en carcajadas y luego, se recostó en la encimera de la cocina, lanzándole una mirada suspicaz. Tras un silencio mientras Carlos bebía agua, decidió hablar nuevamente:
— ¿Se trata de tu prima?
Carlos se detuvo en seco y giró todo su cuerpo hacia la mujer:
— ¿Cómo sabes tú eso?
Dina alzó las cejas y cantó Bingo, mentalmente. Ella negó con el dedo índice:
— No importa. Pero, Carlos… ¿Es en serio? ¿Tú te la quieres…?
— Cállate…— Carlos arrastró el paso y le sostuvo la barbilla, haciendo que esta diera un respingo.
— ¡Suéltame! — lo empujó sonriendo. —No lo puedo creer. ¿No se supone que se trata de tu prima? ¿Cuál es el grave problema? Deja que Aragón la zarandee un poco…
— No se trata de eso.
— ¿Ah no? No me vas a decir que estás celosito de una prima tuya, Carlos Mendoza.
— ¿Sabes qué? ¡Me obstinas! — dijo muy cerca de su rostro.
— Eso no es nuevo— susurró, irguiendo su postura y saliendo de la cocina.
Carlos la siguió:
— ¿Te vas ya?
— No.
Carlos resopló:
— ¿Qué quieres saber?
— Es tu prima…— ella alzó las cejas y arrugó los labios hacia abajo. — ¡Eso sí que es nuevo!
Carlos colocó sus manos en la cintura y en un suspiro, relajó los hombros:
— Es la hija de tío Josué— dijo rendido.
Dina lo instó a que siguiera…
— Y a Romer le gusta— continuó él.
Dina cambió su expresión de interrogante, a una de fastidio y seriedad.
— Es… es solo una niña. Ese es mi problema— agregó.
La mujer se quedó mirándolo y muy lentamente, entrecerró los ojos:
— ¿Qué tan niña?
— Es mayor de edad. Pero cumplió los dieciocho este año.
Para Dina significaba satisfacción plena ver como Carlos soltaba todo lo que ella quería. Pero muy en el fondo sintió estupor al saber más sobre aquella chica. Tragó grueso evitando delatarse con el más mínimo cambio de humor.
— Mmm, no creo que Aragón esté detrás de una niña.
Carlos la miró:
— ¿Por qué lo dices?
Dina se acercó sigilosamente, meneando sus caderas al compás de su ruta y de la misma manera, encerró el cuello del hombre entre sus brazos, haciendo que sus cuerpos se pegaran todo lo necesario. Entonces, susurró en su oído:
— Romer Aragón es demasiada mala junta, y eso es lo que más claro tiene en la vida. ¿Tú crees que él será capaz de malograr la tranquila adolescencia de una chica, y más aun siendo la hija de su jefe? Él no es tan idiota. Y si todo esto no fuese una idiotez… Romer no se dejaría llevar por una falda tan nueva.
Ahora quien tragaba grueso era Carlos. Luego, se removió al sentir los labios de la fémina sobre los suyos. Cerró los ojos con la tensión a flor de piel.
— Quédate tranquilo— dijo Dina en un susurro muy bajo. —Romer no hará nada con ella. Cuando regrese a Maracaibo, le enseñaré lo que más le gusta. Y verás que nunca será un peligro para tu querida prima.
Carlos asintió para no discutir y tampoco, seguir dando más información. Entonces, decidió dejarse llevar por un beso que se convirtió en salvaje; para luego transformarse en desesperación.
***
Lo que había sido el comienzo de una despedida, con aquellas frases futuristas que contaban un pronto regreso a la rutina, se convirtió en el inicio de viajes. Y los viajes en ocasiones, son trascendentes.
Al parecer, desde aquella noche en esa cama, se trazó un plan consecuente para Canela y Aragón. Él sentía la imperiosa necesidad de estar con Canela de una forma tan fantástica, que sus ansias rutinarias fueron sustituidas casi sin él darse cuenta. Y ella deseaba cada día, sobre todo en las fechas que Romer regresaba a Maracaibo… tenerlo cerca, percibir su quietud, inteligencia, sencillez, su excelente humor de las mañanas y hasta sus buenos modales.
Canela logró matricularse en Hotelería y Turismo, apoyada económicamente con la paga que recibía del trabajo en la posada Luna de Margarita. Los contactos de la tía Lu funcionaron y a mediados de enero del año siguiente, comenzaría sus estudios. Sin embargo, tuvo que prepararse para un examen de ingreso, el cual aprobó sin dificultad, a pesar de sus nervios. Los cuales fueron calmados por la visita de Romer esa mañana a la facultad.
Los inconvenientes en la empresa de su padre, habían disminuido. Aragón le informaba a Canela todo lo concerniente a la empresa. Podría decirse que de alguna forma, ambos disfrutaban conversando sobre Lácteos del Lago, como un patrimonio que compartían. Y Canela agradecía cada día por él y su puesto de trabajo. Sin embargo, ella seguía recibiendo llamadas de Carlos constantemente, y en su mayoría, intentaba no contarle demasiado a su novio sobre el contenido de esas llamadas.
El mes de diciembre llegó y abrió sus puertas junto a un alterado clima. Y no meteorológicamente hablando; los cambios políticos aterrizaron con fuerza. Josué fue convidado por la Red de Empresarios del Zulia y la Cámara de Comercio, a unirse a proyectos ligados con el nuevo gobierno a punto de ser juramentado. Proyectos económicos los cuales, Manuel Mendoza e hijo intentaron cuestionar. De igual forma, varios contratistas zulianos se aliaron con la empresa familiar para crear un grupo corporativo que sirviera de sindicato ante cualquier decisión que el gobierno tomara. Quizás podría tratarse de desconfianza. Pero tanto Josué como otros dueños de empresas, tenían la idea de cumplir con las obligaciones gubernamentales de distribución. Sin embargo, la idea no era ceder el mayor porcentaje de la producción a los intereses del estado. A esas alturas políticas, a pesar de ser tempranas para los cambios, LDL ya era apuntada y fichada a voz y canto, como empresa pública cuando no lo era. Y aquello llegaba con fuerza en vista del crecimiento que había tenido en los últimos meses, recuperando las pocas pérdidas que causó la delincuencia en aquel fatídico incidente en el mes de noviembre, al otro lado del puente. Por lo tanto, era muy fácil extrañar. Sobre todo para una pareja nueva y joven. Quienes no admitían que la distancia era un problema. Así que Aragón viajó en varias ocasiones a la isla. Cuando el último mes del año llegó, el trabajo se había intensificado haciendo imposible que pudiera salir del estado Zulia. Por eso, esperaba que para las fechas navideñas, fuese Canela quien volara de regreso.
Y ese era el plan original. Ella quería ver a su padre. A pesar de no querer corroborar la idea de que Nereida posiblemente no pasara las navidades en Venezuela, Canela no podía dejar a su padre solo en estas fechas. Y menos sabiendo lo que Carlos le había contado. Algo que Aragón omitió y de lo que no había tenido oportunidad de conversar con este último.
La mañana siguiente a la llamada de su primo, Canela se enfrascó en la decoración decembrina de la posada junto a Macario, para no tener que pensar demasiado. Lucía se encontraba desde hace días con un ligero malestar, así que las tareas se intensificaban. Durante la colocación de las luces externas, ambos escuchan el teléfono fijo:
— Yo voy— anunció Canela antes de que Macario fuese a contestar. —Posada Luna de Margarita, le habla Canela Mendoza. ¿En qué puedo servirle? — Al otro lado de la línea, Canela escuchó un resoplido muy corto. Parecido a la contención de una risa. —Aló— repitió.
— Buenos días. Quisiera poder comunicarme con el señor Romer Aragón, si es tan amable, por favor.
Canela movió las cejas y arrugó los labios en una especie de sonrisa amarga. Era una mujer:
— Déjeme revisar la ficha de hospedaje. Espere un momento, por favor…— Canela colocó música de espera y rio silenciosamente. Al cabo de unos segundos, regresó y carraspeó la garganta: —El señor Aragón ya no se encuentra hospedado con nosotros, pero es un huésped frecuente. ¿Quiere que le deje un recado?
— No. No es necesario. Dígale que llamó Dina.
A Canela se le congeló la sonrisa:
— ¿Es usted su hermana?
Para la mencionada, aquello surtió el mismo efecto:
— ¿Si?
Canela suspiró:
— No lo puedo creer. ¡Él me ha hablado de ti! Claro, sé que no eres su hermana de sangre, que solo se han criado juntos…
— Disculpa. No escuché tu nombre al principio. ¿Cómo es que dices llamarte?
— Canela. Mucho gusto.
Una sonrisa de satisfacción se formó en la cara de la chica emisora:
— ¡Ah! Claro. Canelita. La hija del señor Josué Mendoza. El jefe de Romer. ¿Cómo estás, chiquilla?
Canela arrugó la cara en total desconcierto mirando la bocina y luego, regresándola a su oreja:
— Eh… bien. Estoy bien. Mira, creo que estás un poco confundida…
— ¿Ah sí? ¿Por qué? — Dina interrumpió.
Canela apretó ligeramente la mandíbula. Ella no tenía autorizado informar sobre su noviazgo a nadie de la familia de Romer, sin que éste lo supiera. Pero por alguna razón, quizás por sentirse un poco ofendida gracias a la forma tan ridícula en la que Dina le estaba hablando, sintió la necesidad rugosa, molesta e imperiosa de contarle. Con los labios un poco apretados pero intentando sonreír, explicó:
— Pues, no sé qué sabes de mí. Pero sé que Aragón y yo tenemos una relación y... No sé por qué pero creo que pensaste que yo era una niña o algo así. ¿Quizás te confundiste con mi prima? ¿Faustina, la hermana de Carlos? Ella también es una Mendoza...
— No. No me confundí— interrumpió Dina. —Sé quién eres. ¿Qué edad tienes?
— Dieciocho— respondió chocando los dientes.
Dina emitió una ligera risa:
— ¿Y estás segura de que Romer es tu... pareja o algo así? — siguió riendo. —Es que... disculpa. De verdad, disculpa. Pero es que a él no le gustan las niñas...
— ¡¿Qué deseas Dina?! ¿Lo llamaste a él o me llamaste a mí?
— Calma, no pasa nada. ¡Te estoy jugando una broma, chica! Ya me conocerás; siempre estoy bromeando. Para que te tranquilices, me alegra mucho que por fin mi hermanito consiguiera una novia. Y tú pareces ser muy linda— dijo con voz tierna. —Me gustaría que nos conociéramos.
Canela sintió un profundo escalofrío y no entendió exactamente por qué.
— ¿Sigues allí? — preguntó Dina.
— Sí— suspiró para relajarse. Apretó los párpados para evadir toda piel de gallina. —Mucho gusto, Dina. Disculpa todo lo malo. Quizás… viaje a Maracaibo y antes del 31 podamos conocernos.
La otra mujer sonrió mordiéndose los labios:
— ¡Excelente! Ya cuadraremos. Y ¡hey!, a ver si llegas a invitarme a Margarita, nena. Me hace falta una playa... Bueno, tengo que despedirme. ¡Hasta luego, Canela!
Canela arrugó la cara y jugó con su lengua de forma exagerada. Quería colgarle de inmediato pero no hizo falta. La llamada dio su tono final.
De vuelta a su labor, inmediatamente después de que Canela pisara la cerámica de la terraza, Macario y ella escucharon un fuerte ruido proveniente de la planta de arriba. Ambos se miraron unos segundos antes de echar a correr.
— ¿Tía Lu? — dijo Canela casi gritando. — ¡Tía Lu, ¿pasó algo?!
Cuando llegaron al tope de las escaleras, Canela vio lo que posiblemente ya venía pensando. Y pudo sentir como la sangre bullía en su interior:
— ¡¡¡Tía Lu!!!