EPÍLOGO
Toda historia es una historia interminable.
La historia interminable. Michael Ende
JUANA, LA TRÁGICA
Pues no. Juana no está loca. Aunque suene «conspiranoico», ha sido víctima de un complot que empezó su marido, que continúa su padre, que culminará su hijo y que, inocente, torpemente, repetimos todos como papagayos. Juana es la más inteligente, la más culta y la más guapa de sus hermanos. El mejor capítulo de su mitología, el del cortejo fúnebre de Felipe, es, sencillamente, mentira.
Vayamos por partes. Juana, ya se ha dicho, expulsa de Castilla a los flamencos y a los lansquenetes de Felipe. Antes de marcharse, reclaman los pagos atrasados de su salario. Ni siquiera pueden pagarse el viaje de vuelta. Juana les dice que nones. Que se busquen la vida, como tuvieron que hacer los castellanos muertos en Flandes. Ojo por ojo. Donde las dan las toman. Justicia. Llámalo como quieras.
Lo que pasa es que los flamencos que vinieron a saquear Castilla no son los castellanos que fueron a Flandes para traerse a una reina. Estos no esperan pacientemente. Estos roban todo lo que pillan para poder venderlo, saquean Castilla, aunque ya no tengan rey que se lo permita. Están tan cabreados que Juana tiene miedo de que vayan a la cartuja a robar las joyas del difunto o que se lleven el muerto. Para asegurarse de que el difunto sigue en su sitio, pide que le abran el ataúd. Juana mira los restos de Felipe. Está, misión cumplida. Y sin llorar.
Hay una segunda vez. Se declara la peste en Burgos. Ante el peligro de contagio, la corte tiene que trasladarse. Juana quiere llevarse al muerto. Ha dejado dicho que lo entierren en Granada. Los clérigos de la cartuja no quieren que se lo lleven. Les da mucho juego tener otro rey aquí enterrado. Juana les dice que el interfecto es suyo y que se lo lleva. Como teme que se la jueguen sacando el cadáver a sus espaldas, vuelve a pedir que se abra el féretro. Comprueba ante la corte que, en efecto, el muerto que se llevan es Felipe. Misión cumplida. Y sin llorar.
Y, ahora, nada de procesiones nocturnas, truculentas, bizarras y fantasmagóricas a la luz de las antorchas cargando con el féretro de Felipe. Juana huye de la peste, y carga con el muerto para cumplir con sus últimas voluntades. Andando, andando, llegan a Torquemada. Se quedan una temporadita. Juana da a luz a Catalina, la hija póstuma de Felipe, con su facilidad habitual.
Aquí viene otro «síntoma» de su locura. Juana, qué barbaridad, desafía las convenciones maternales y se atreve, oh, dios mío, a darle el pecho a su hija, en vez de dejar que lo haga la nodriza. Si es que está como una cabra.
Cuando la peste amenaza Torquemada, la corte vuelve a ponerse en marcha. La ciudad de Palencia invita a la reina. Tal como le aconseja Cisneros, Juana declina la invitación. La ciudad está amurallada y puede caer presa. Por eso se traslada a Hornillos. Y, cuando llega la epidemia, a Arcos. Siempre huyendo de la peste.
Peste. Supervivencia. Testamento. Locura. Mito. Juana no está loca. Se acabó lo que se daba. Rebauticemos a Juana. Juana la Maltratada. Juana la Generosa. Juana la Encerrada. La Víctima. La Discreta. La Desventurada. Juana la Trágica.
Conozcamos nuestra Historia. Conozcamos de una vez el origen de su leyenda.
LA HISTORIA INTERMINABLE
Mientras Juana huye de la peste, reina en Castilla. Además de echar a los flamencos y obligarles a devolver lo que han robado, toma decisiones. Sanciona leyes y ordenanzas. Gobierna. En Hornillos convoca a los consejeros de la católica Isabel y les dice que quiere que todo siga como antes. Todo vuelve a la normalidad.
Lo que pasa es que, de repente, a Fernando le entran las prisas por volver. Mira tú, qué oportuno. El embajador aragonés le pide a Juana que firme una carta en la que pide a su padre que vuelva. Juana le dice que tururú. El embajador le pide que, al menos, pague unas misas por el viaje de su padre. Juana no es tonta. Ya sabe que si paga las misas, podría interpretarse que le parece bien que venga su padre. Pero no, no quiere que vuelva. Y no paga las misas. Juana, claro, no se fía ni un pelo de él. Ya la ha dejado tirada una vez. Ha pactado con su difunto marido para hacerla pasar por loca. Está buscando un heredero para quitarla el trono aragonés. Está sangrando Castilla. Y la reina, ahora, es ella. Que le den.
Da igual. Sin hacer caso de lo que quiere su hija, Fernando se planta en Castilla. En cuanto llega, los dos se entrevistan en Tórtoles. Juana llega sola. Y desarmada. Fernando se presenta con un ejército que haría palidecer al de Felipe de hace unas páginas. Viene con los nobles que siempre han apoyado a Juana, el almirante y el condestable de Castilla. Padre e hija charlan durante un rato bastante largo. No hay testigos. No hay documentos escritos. No se levanta acta de la conversación.
Es probable que Fernando tire del Villenazo que hizo mientras negociaba con Felipe, que saque el documento que decía que le habían obligado a firmar bajo coacción los acuerdos con su difunto marido. No dice nada de devolver las rentas de Castilla. No es listo ni nada. Juana se deja convencer.
No se sabe muy bien qué pasa en esta entrevista. Lo que se sabe es que, al final, ella entrega a su padre el gobierno de sus reinos. No hay un pacto. No hay un documento. No hay un papel con el traspaso de poderes. Esta es otra de las grandes incógnitas de la Historia de España. Nunca sabremos si Juana se rinde, si lo hace porque está harta de la política, si quiere evitar una guerra, si cede el gobierno durante una temporada o si lo hace para siempre. No sabemos nada. Nunca lo sabremos. Una reina sola entrega el reino a un rey extranjero, frente a un ejército armado hasta los dientes, y aquí nadie pregunta nada.
Después de la entrevista, Fernando agradece a Cisneros los servicios prestados y le nombra cardenal. Luego, pacifica el reino, reprime a los nobles levantiscos y se vuelve a sus cosas. Parece que Fernando recupera el amor incondicional de su hija. Parece que Juana, extrañamente, vuelve a confiar en él. Mal hecho.
Los enemigos de Fernando se organizan. Reivindican los derechos legítimos de Juana. En cuanto asoman la cabeza, Fernando se la quita de en medio. La encierra en Tordesillas, definitivamente. Para siempre. Si estuviera libre, podría recuperar el trono. O podrían utilizarla. Por eso, es mejor que todo el mundo piense que está loca.
Pero, como dijo un maestro, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.