ANATOMÍA DE UN CRIMEN

EL SAQUEO DE CASTILLA

Felipe ha llegado a Castilla con sus famosos lansquenetes alemanes. Siempre están de bronca, como si hubiesen conquistado Castilla. Estos tipos se dejan crecer el pelo que nace entre la nariz y el labio superior, algo que nunca se ha visto en Castilla. Juran echándose la mano a la punta del mostacho y diciendo Bey Gott, algo así como «¡Vive Dios!». De aquí viene la palabra «bigote».

Además, Felipe ha llegado con sus amigotes flamencos. Son los que le han pagado el viaje, los barcos y los tipos con bigote. En cuanto las Cortes le juran como rey, Felipe se pasa por el forro todos los acuerdos que ha firmado y empieza a repartir cargos entre sus amigos para pagar los favores debidos.

Los flamencos se reparten los mejores cargos. Casi todo el consejo privado del rey lo forman extranjeros. Comen y beben como una plaga de langostas, no pagan lo que consumen, campan a sus anchas, se meten en líos, exigen que todo el mundo les trate con un respeto que no se merecen. La situación es insostenible.

Felipe lo está cambiando todo, expropia castillos, cargos, mercedes y prebendas para repartirlos entre sus flamencos. Eso es un follón de papeleo y de ese papeleo se encarga Cisneros, el mayor experto en derecho castellano. El abogado del reino. Cisneros, ya se ha visto, juega a todas las bandas posibles y siempre sale bien parado. El condenado lo hace de maravilla.

Los nobles castellanos, mientras tanto, hacen cola a la puerta donde se reparten los cargos. Ellos son los que de verdad han puesto la corona en la cabeza de Felipe, los que se han enfrentado a Fernando, los que le apoyan en el asunto de Juana, y ahora les está dejando a dos velas. Felipe les ha mentido. Algunos pierden la paciencia. Les están tomando el pelo. Los más cabreados abandonan la corte de malas maneras. Felipe se está creando enemigos muy chungos. Esta gente no olvida las afrentas. Que se lo digan a Fernando.

Pero si hay alguien a quien no soportan los nobles castellanos es a Juan Manuel. Es un advenedizo. El único castellano en la corte de Felipe. Y se está quedando con puestos reservados a los grandes de Castilla. Ahora es camarero del rey, que es el que controla lo que come y lo que bebe Felipe. Además, es contador mayor del reino, que es algo así como ministro de Hacienda. Como no tiene ni idea de qué es lo que hace un contador mayor, ficha un asesor. Como vemos, las cosas han cambiado poco. El asesor hace el trabajo, y Juan Manuel cobra el salario. Y, sobre todo, Juan Manuel enseguida encuentra la mejor manera de sacar tajada de los impuestos y de las rentas.

Juan Manuel no ha cumplido sus promesas, trata fatal a los nobles, los humilla, los mira por encima del hombro. Los grandes de Castilla se lo toman por lo personal. Mientras Juan Manuel y los flamencos se hacen de oro, ellos se lamen las heridas. Pronto aprenderán que Castilla no solo es oro, también es sangre, honor, venganza, y muy mala leche.

Se están ganando un ajuste de cuentas al estilo castellano.

LA SOMBRA DE CISNEROS ES ALARGADA

Si cualquiera de estos nobles quisiera, de verdad, ajustar cuentas con Felipe, tendría que sacarle de Valladolid. Es territorio del marqués de Villena, un amigo, muy leal y muy antifernandino. Felipe se siente muy seguro aquí.

Si cualquiera de estos nobles quisiera quitárselo de encima, tendrían que llevarle a territorio enemigo. Esto quiere decir Toro, una ciudad que sigue siendo leal a Fernando, o Burgos. Burgos pertenece al condestable de Castilla, que está casado con una hija bastarda de Fernando, una hermanastra de Juana.

Si cualquiera de estos nobles quisiera dar matarile a Míster Flandes, tendría que neutralizar a Juan Manuel, separarle de Felipe. Si no lo neutralizaran, podría contarle a Felipe que Burgos es zona hostil, Felipe le creería y nunca podrían llevarle hasta allí.

Quizá no tenga nada que ver con un complot urdido por los nobles para vengarse de Felipe, de Juan Manuel y de los flamencos, pero lo cierto es que Cisneros encuentra una manera estupenda de neutralizar a Juan Manuel. Si los caminos de Dios son inescrutables, Cisneros acaba de encontrar una brújula, un instrumento divino que le ayude a caminar por ellos.

Cisneros está en su despacho. Está hasta arriba de papelajos. Un secretario entra con un documento, el secretario lo ha firmado para pasárselo a Felipe y que lo sancione. Todo el mundo sabe que Felipe nunca se lee lo que firma, ni siquiera sabe castellano. Por eso, Cisneros ha pedido que se extremen las precauciones. Después de firmarlo, al secretario le ha dado mala espina. Por eso quiere que lo vea Cisneros.

Cisneros se lo lee, despacito y concentrado, como siempre. Entonces lo ve: una anotación sencilla, un cambio de titularidad, como los cientos que llevan tramitados. Pero este es especial. Se trata del impuesto de las sedas de Granada. Uf. Un impuesto que pertenece al católico Fernando, a perpetuidad. Uno de los privilegios que ha obtenido en las negociaciones con Felipe. El documento es una cédula real en que se arriendan las sedas de Granada a Fernando durante diez años. Es decir, el documento pretende que Fernando, sabiéndolo o sin saberlo, pague un alquiler para poder cobrar un impuesto que le pertenece.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que, pasados estos diez años, el impuesto de las sedas pasarán a titularidad de, chachachán… ¡Juan Manuel! Menudo ladrón.

Cisneros rompe en dos el documento y le dice al secretario: «Agradeced a Dios que sois mi amigo, que, si no, yo mismo haría que el rey os mandara cortar la cabeza por firmar esto». Después de romperlo, una vez que el secretario ha salido de su despacho, Cisneros, prudentemente, guarda el documento.

Acaba de pillar a Juan Manuel. Le tiene cogido por las gónadas.

Si quisiera tenerle fuera de juego para participar en un complot nobiliario contra Felipe, ahora podría hacerlo.

JUAN MANUEL PIERDE POSICIONES

Sabemos que, nada más descubrir el punto débil de Juan Manuel, Cisneros se va a hablar con Felipe, en plan: «Mira, chico, no sé quién te ha aconsejado que firmes esto de las sedas de Granada, pero no sabes el lío en que te está metiendo». Haya sido quien haya sido, está jugando con fuego. Privar a Fernando de parte de sus rentas supone una ruptura del acuerdo de Villafáfila. Y eso es una insensatez.

Felipe le escucha atentamente. A lo tonto, a lo tonto, Cisneros, con su fama de hombre santo, se lo está camelando.

El arzobispo sigue con su discurso. Le pide que se ande con ojo. Castilla es una tierra difícil de gobernar. Si no maneja la situación con cuidado, los daños podrían ser irremediables. Cualquiera podría intentar levantar el reino contra Felipe. Fernando, sin ir más lejos. No deberían correr ese riesgo.

Felipe se disculpa. No tenía ni idea de lo que estaba firmando. Todavía conoce poco a su pueblo, no ha tenido tiempo de tomar contacto. Y sus consejeros, a lo mejor, tampoco conocen a la gente de Castilla, al menos, no como deberían. Pero tiene una idea. Ya sabe cómo solucionarlo.

Felipe se reúne con el consejo y con Juan Manuel. Cisneros está sentado a la derecha del rey. Felipe no se anda con rodeos. Sin dar mayores explicaciones, comunica que, a partir de ahora, no va a firmar ni un solo papel que no lleve estampada la firma de Cisneros.

Juan Manuel se queda de piedra. Ese era su trabajo, hasta ahora. Le acaban de destituir y ni siquiera se lo ha olido. ¿Cómo lo ha conseguido Cisneros? Se le ha acabado el chollo, y lo que es peor: Felipe ya no confía en él. ¿De qué va todo esto? Cisneros no suelta prenda y Felipe, tampoco. Solo le repite lo que ya ha dicho en la reunión. El arzobispo es un hombre santo. Y va a supervisar personalmente todo lo que firme.

Juan Manuel siente la espada de Damocles suspendida sobre su cabeza. No tiene amigos. Ni entre los castellanos ni entre los borgoñones. Nadie va a pelearse por él. Solo tiene a Felipe y, ahora, Felipe no confía ciegamente en él, ahora confía más en Cisneros.

Al menos, se va dando cuenta, poco a poco, de que la cosa no va a más. Felipe le sigue tratando igual que siempre, todavía le necesita, sigue en el consejo del reino. Mantiene el cargo de camarero real y sigue siendo contador mayor del reino.

Cisneros ha roto el equipo. Es posible que no lo haya hecho conscientemente. También es posible que sepa perfectamente lo que se está cociendo en Burgos.

Acaba de dar carpetazo al único escollo que quedaba, a la única persona que podía prevenir a Felipe de que no saliera de la ciudad.

Ahora solo falta un empujoncito para llevar a Felipe hasta Burgos.

EL CAMINO DE LA REINA

A día de hoy, nadie ha explicado cómo es posible que Felipe salga de Valladolid, con la que está cayendo, y acabe en Burgos, territorio comanche, tierra hostil. Un lugar donde Juana se siente segura. Agradecemos a los historiadores que hayan puesto tanto celo en arrojar luz sobre uno de los grandes misterios de nuestra Historia.

Solo hemos encontrado dos anécdotas que hablan de este traslado. La primera dice que, al llegar a las puertas de una pequeña villa llamada Cogeces o Cójeces, Juana se niega a entrar. Ha visto que el castillo tiene pinta de ser bastante seguro. No quiere que Felipe la deje aquí encerrada. Prefiere pasar la noche a la intemperie y a caballo. No se deja convencer por los ruegos ni por las amenazas.

Esta anécdota parece construida para ahondar en la locura de Juana. Pero está más loco el que ha diseñado su viaje. Hay dos Cogeces, de Íscar y del Monte. Mapa en mano, podemos comprobar que es bastante extraño pasar por cualquiera de los dos para ir de Valladolid a Burgos. En cualquier caso, la anécdota no aclara mucho los motivos que llevan a los reyes hasta allí.

En la segunda anécdota, Juana cabalga junto a Cisneros. En algunas versiones, junto al condestable de Castilla. En otras, entre los dos. Van un poco retrasados. Al llegar a un cruce, la comitiva sigue su ruta sin detenerse. Juana se para y pregunta dónde van estos caminos. Cisneros (o el condestable) le dice que el que ha tomado la corte se dirige a Simancas, el otro, a Burgos.

Juana enfila hacia Burgos. Cisneros (y/o el condestable) la sigue. Alguien se acerca corriendo pare avisarles de que han equivocado el rumbo. Juana, sin detenerse, contesta con firmeza que ella es la propietaria del reino y va donde le place. Felipe, muy cabreado, ordena a gritos que vuelvan con la comitiva. Juana y Cisneros (y/o el condestable) siguen su camino como quien oye llover. Felipe ordena a su séquito que dé media vuelta para seguir a la reina. Se acerca hasta ella con ganas de bronca. Juana ni le mira. Cisneros, entonces, pregunta: «¿No es acaso la reina?».

Esta historia tampoco cuadra. Si te diriges a Simancas desde Valladolid, Burgos queda a la espalda. No hay cruces; hay cambios de sentido. Simancas está a unos doce kilómetros de Valladolid. Burgos, a unos ciento treinta. Este «pequeño» desvío de más de cien kilómetros sí que es una locura.

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A pesar de la incongruencia espacial, parece que la anécdota nos cuenta algo. Es posible que Felipe quiera hacer la tradicional «alegre entrada» en las ciudades que hizo con Juana en Flandes. Lo que pasa es que Burgos es un hueso duro para él, una zona donde Juana se siente protegida, un territorio que controla el condestable de Castilla, el que, en algunas versiones, acompaña a Juana.

A lo mejor, al pasar por Cogeces, Felipe intentaba ir a Segovia. O, al dirigirse hacia Simancas, Felipe pretendía ir a Salamanca. Pero, por alguna extraña razón, Juana, Cisneros y/o el condestable le arrastran hasta Burgos. Felipe no quiere ir. En el pulso, gana Juana. Como dice Cisneros, ella es la reina.

Es posible que Juana, Cisneros y el condestable sepan algo que nosotros desconocemos. Si quisieran formar parte de un complot para acabar con Felipe, están dando los pasos adecuados.

Sea como sea, Felipe y su comitiva se dirigen a Burgos por un capricho de Juana.

Un gesto que cambiará la Historia de Castilla.

BURGOS ES UN SINDIÓS

Es bastante probable que, durante el camino, Juan Manuel, que sigue siendo consejero de Felipe, le cuente todos los peligros que le esperan en Burgos. Juana podría estar tendiéndole una emboscada. Burgos es territorio del condestable de Castilla, que, ya se ha dicho, está casado con una hija bastarda del católico Fernando, una hermanastra de Juana. Es probable que Juan Manuel lo pinte todo muy negro. También es probable que Felipe no termine de creerle. Al fin y al cabo, acaba de relegarle del puesto de máxima confianza. Sabe que está en el filo de la navaja y tiene que hacer méritos, aunque sea haciendo saltar las alarmas.

Lo que sí es cierto es que, por si las moscas, Felipe le quita la tenencia del alcázar al almirante y coloca al frente a Juan Manuel. La seguridad de la ciudad, a partir de este momento, depende de él. Se está jugando mucho. Juan Manuel se adelanta para organizar la llegada de los reyes. Le da muy mala espina todo este asunto de Burgos pero quizá sea su oportunidad para recuperar la confianza ciega de Felipe.

La comitiva real hace su entrada en Burgos. Les recibe el condestable. Por supuesto, ofrece su palacio a los reyes, la Casa del Cordón. Felipe acepta encantado. Lo primero que hace es ordenar que la mujer del condestable, la hermanastra de Juana, abandone el palacio. La echa de su propia casa. No quiere que Juana tenga contacto con ella. Ni con ella, ni con nadie.

En el alcázar, Juan Manuel no acaba de sentirse tranquilo. El condestable puede levantar la ciudad en cualquier momento. Felipe va a dormir en la cama de uno de sus enemigos. Por eso, dicen, se muestra autoritario. A veces, llega a ser despiadado. Bajo sus órdenes, la guardia real toma posiciones en el castillo y en toda la ciudad. No duda en usar la fuerza para tenerlo todo bajo control. La casa y el servicio. Nadie se atreve a mover un dedo sin contar con él. Tienen miedo a despertar sus iras. En el alcázar no pasa nada sin que se entere Juan Manuel.

Felipe manda un mensaje rotundo a sus enemigos. No duda en ejercer la represión contra cualquier sospechoso. Obliga a algunos nobles a entregar sus fortalezas. La ciudad está sometida. El que manda en Burgos es él.

Burgos es un sindiós. Los flamencos se despliegan por toda la ciudad como una plaga. Igual que en Valladolid. No pagan lo que comen ni lo que beben. Se instalan en las mejores casas. No dejan de provocar a los castellanos. Y, encima, corre el rumor de que el rey tiene presa a la reina. El desprestigio de Felipe y de los flamencos aumenta por segundos.

Los nobles que apoyaron a Fernando han perdido tierras, rentas, fortalezas, pero conservan mucho poder, y el orgullo, y tienen muchas ganas de ajustar cuentas.

Los primeros roces ya se han producido. Castellanos contra flamencos; felipistas contra juanistas y fernandinos; lansquenetes contra burgaleses. La tensión aumenta en Burgos. Saltan todos los indicadores de violencia. En las crónicas dicen que si Dios no hace nada por evitarlo, esto va a acabar muy malamente.

A falta de Dios, bienvenido sea el arzobispo Cisneros.

LOS HILOS INVISIBLES DE CISNEROS

Felipe quiere organizar un sarao. Quiere tranquilizar los ánimos y ganarse al distinguido público. Quiere a su gente tranquila y entretenida y a los de Burgos controlados. Quiere algo especial. Algo grande para autoridades y nobles. Una gala para fumar la pipa de la paz entre castellanos y flamencos.

Para eso hace falta un lugar seguro. Y todo el mundo sabe que no hay lugar más seguro para celebrar esta fiesta que el alcázar. Juan Manuel se encargará de todo. Está para eso. Siempre se le han dado bien estas cosas. Es el mejor proveedor de vino y de mujeres.

Cisneros ya se ha cansado de estos jueguecitos. No se sabe cuál es el detonante, podría ser cualquier cosa, el trato que le está dando a Juana, la orden de echar a su anfitriona, el despliegue militar en la ciudad, las provocaciones del ejército invasor, el castigo del almirante, la entrega de fortalezas o la dichosa fiesta, podría ser cualquiera de estas cosas o ninguna de ellas.

Lo único que sabemos es que Cisneros se harta de la situación de desgobierno de la ciudad y vuelve a hablar con Felipe. Quiere estrechar un poco más el cerco contra Juan Manuel. Es probable que le señale directamente como responsable del estado prebélico que se ha apoderado de la ciudad. Es probable que le diga que Juan Manuel va a ser la ruina de Felipe. O por el contrario, es probable que felicite al rey por haber elegido a Juan Manuel como consejero.

Haga lo que haga, lo que sí se sabe es que Cisneros le sugiere que, cuando acabe su estancia en Burgos, lo mejor que puede hacer es enviarle de embajador a Roma, para quitárselo de encima o para premiarle por sus servicios.

Felipe se lo piensa, no mucho. La idea le parece bien y comete un error, se lo comunica a Juan Manuel. Durante la preparación de las fiestas, le dice a su camarero real, al tipo que le sirve la comida y la bebida, que le va a mandar una larga temporada de vacaciones a Roma.

Juan Manuel no se lo puede creer. Se lo haya vendido como se lo haya vendido, como un premio o como un castigo, Felipe quiere quitárselo de encima. Roma es el exilio, Roma significa perderlo todo. Roma significa empezar de nuevo. En cuanto salga de Castilla, los flamencos y los castellanos van a saltar sobre sus propiedades como buitres hambrientos. Le van a dejar sin nada.

Juan Manuel es un hombre desesperado. Desesperado y ambicioso. En este momento, puede hacer cualquier cosa. No tiene aliados, ni castellanos ni flamencos. Felipe le ha dado la espalda. Al final, su traición a Castilla no le ha servido para nada, aunque es posible que pueda volver al redil.

No le queda otra salida. Tiene que encontrar la manera de pactar con Cisneros. Acercarse a él es acercarse a Castilla. Cisneros es el único que puede evitar que le manden a Roma. Menuda paradoja.

Su peor enemigo es su tabla de salvación.

HAZ LO QUE TENGAS QUE HACER

Nadie deja pruebas escritas sobre un crimen. Rara vez, de una conspiración. Así que es probable que esto que vamos a contar no haya ocurrido nunca. O, tal vez, sí.

Desde que Cisneros es el hombre que firma los papeles, Juan Manuel se ha visto con él más de una vez para hablar de los asuntos importantes del reino. Sabe dónde encontrarle. Esto es un hecho.

Otro hecho. Felipe tiene un montón de puñales afilados apuntándole a la espalda. Hay mucha gente que le quiere ver muerto: Juana, los nobles despechados y mal pagados, el católico Fernando… Es posible que, en algún momento, Cisneros se dé cuenta de que muerto el perro, se acabó la rabia. Los caminos del Señor, ya se sabe.

Otro hecho más. Cisneros juega a todas las bandas, en todos los campos. Es consejero de Felipe, ha sido consejero de Fernando, es confesor de Juana, está muy cerca de los nobles castellanos y es un servidor de Dios. Maneja los hilos.

Y otro. Cisneros se tiró siete años de asceta en un bosque. Es un gran experto en plantas. En hierbajos. Y, probablemente, en venenos.

Ahora vamos a proponer un juego. Vamos a suponer que, antes de la fiesta de autos, Juan Manuel va a ver a Cisneros. Vamos a jugar a que Juan Manuel le pide ayuda. Recuerda que está con la soga al cuello, a punto de perderlo todo. Supongamos que Cisneros tensa un poco más la cuerda y le culpa de todos los males del reino. Vamos a suponer que Juan Manuel le dice que se arrepiente profundamente de todo, de haber traicionado a Fernando, de haber traicionado a Castilla, de haber servido a un niñato como Felipe, de haber colaborado con el maltrato a Juana. Hasta ahora, el razonamiento nos parece lógico. Vamos a ir un poco más lejos y a jugar con las posibilidades. A ver qué tal esta: recuerda que Cisneros ha intentado comprarle más de una vez. Ahora, Juan Manuel le pregunta qué puede hacer por Castilla. Está dispuesto a hacer lo que sea para ganarse de nuevo la confianza. Desde su posición, todavía puede ser muy útil al reino. ¿Qué tal? A lo mejor es un ofrecimiento descabellado. Pero hay que recordar que Juan Manuel no tiene escrúpulos. Esto es un hecho.

Ahora nos ponemos en plan melodramático. Como narradores, somos nosotros los que tensamos la cuerda. Cisneros se levanta, deja a Juan Manuel con la palabra en la boca y se marcha, dejando sobre la mesa un saquito con un poderoso veneno. Para rizar el rizo, le dice, antes de salir: «Haz lo que tengas que hacer». Ya hemos contado, varias veces, para que quede claro, que Juan Manuel es el camarero del rey y la fiesta de marras va a ser bajo su techo. Nada se mueve en el alcázar sin que él se entere, ¿recuerdas?

Bueno, en realidad, Juan Manuel no necesita a Cisneros para conseguir un veneno. Pero no nos negarás que la situación es muy interesante. Y, puestos a contar la versión en que Juana está locamente enamorada de Felipe, nos quedamos con esta.

Juan Manuel se queda solo, en el despacho de Cisneros, con un veneno sobre la mesa. Solo tiene que hacer lo que tiene que hacer.

UN JARRO DE AGUA FRÍA

Con veneno o sin veneno, Juan Manuel organiza la fiesta. Con veneno o sin veneno, él será quien sirva, personalmente, a Felipe la comida, la bebida y las mujeres. Con veneno o sin veneno, en el alcázar de Burgos se está cocinando a fuego lento la muerte de un rey.

Cisneros se acerca al palacio del Cordón. Cuando se entera de que Felipe quiere llevar a la reina al baile, le dice que no es buena idea. Juana puede montar el pollo en cualquier momento, así que es mejor que la deje en casita. Él se quedará con ella, rezando toda la noche, hasta que vuelva Felipe. O como dice el cronista, la reina no quiere ir al baile, «a causa de ciertas sospechas que tenía». Sorprende que el cronista no explique cuáles son esas sospechas.

En la fiesta, Felipe se lo pasa en grande. Se deja llevar por la versión de sexo, drogas y rock’n’roll del siglo XVI. Le va cogiendo el tranquillo a esto de gobernar Castilla. Y eso que solo lleva aquí nueve meses.

Además de emborracharse, a Felipe le gusta jugar a pelota. Es una especie de tenis, pero sin raqueta. Algo así como la pelota valenciana. En Castilla ni se conoce, pero está de moda en la corte francesa. Se monta una timba entre flamencos, un toma y daca de los buenos. «Con un capitán vizcaíno de la su guardia que era mucho jugador». Gana Felipe, como siempre.

Después del partido, Felipe está sediento y sudoroso. Quiere agua. Bien fría. Sin saberlo, está forjando una leyenda. Y ahí está Juan Manuel, dócil y servicial, como de costumbre. Es el propietario del alcázar, donde se celebra la fiesta. Es el organizador. Nada se mueve sin que él lo sepa. Es el camarero del rey, ¿recuerdas? Le ofrece a su señor un vaso de agua bien fría. Hay quien señala que es de unos ventisqueros de la sierra de la Demanda. Felipe se la bebe de un trago. Según los testigos, bebe «sin tasa». Desde este momento, las abuelas de media España se santiguan y dicen: «Niño, no bebas agua fría, que te va a pasar lo que a Felipe el Hermoso». Hay cosas que se quedan grabadas a fuego en la cultura popular.

Lo que pasa es que Felipe no se muere inmediatamente. En eso, el mito se columpia. Después de beber el agua fría, Felipe come, bebe y disfruta de alguna de las jóvenes de la ciudad que ha traído Juan Manuel. Pero, eso sí, todo el mundo sabe que ha sido el agua fría.

Al día siguiente, se reúne el consejo. Felipe aparece, con muy mala cara. Pero aparece. Todos piensan que es la resaca. Hay quien asegura que viene de caza. Juan Manuel tampoco tiene buena cara. Se ve que no ha dormido mucho. Cisneros es una roca imperturbable.

Ahora podemos imaginar que Juan Manuel se acerca a Cisneros y le susurra al oído que ya está. Cisneros se hace el loco. ¿El qué? Juan Manuel le dice: «El veneno», mientras señala a Felipe. Cisneros se le queda mirando fríamente. Y solo responde con otro susurro: «Pero, ¿qué has hecho, so desgraciao?».

Con veneno o sin veneno, la Historia de Castilla ya no será la misma.

ALGO ESTÁ PODRIDO EN BURGOS

Al día siguiente, Felipe no puede ni levantarse. Dicen que, desde ese momento, Juana ya no se separa de él. Y que Felipe solo quiere que le cuide ella. Como cuando las almorranas. A veces, la historia se plagia a sí misma.

El médico de Felipe ve que la cosa pinta muy mal. Y pide el comodín de la segunda opinión. El siguiente en llegar es un lumbreras: el doctor Parra, catedrático de Salamanca, que no falte de nada. Mientras llega, por aquí desfilan todos los matasanos de Burgos, y todos se van lavándose las manos, como Pilatos.

Cuando llega el doctor Parra, Felipe lleva tres días en cama. En una carta que ha pasado a la posteridad, el doctor explica que Felipe tiene fiebre, le duele en el costado y escupe sangre. Está muy malamente. El doctor Parra le pide a Juana que se separe del marido, no vaya a ser que la cosa sea contagiosa. Juana está embarazada, pero le importa un bledo. Ni se separa, ni se contagia. Lo cual hace que podamos ir descartando lo de la peste.

Enseguida llega el tercer médico, el de Cisneros. Sangra al rey, sabiendo que ya no se puede hacer nada. Al quinto día, Felipe agoniza.

En la Casa del Cordón se respira desconfianza. Los flamencos hacen piña. Han sacado las armas de los baúles. Los castellanos también van cargados de hierros. Nadie se fía de nadie. Los rumores de envenenamiento ya circulan por todas partes, pero nadie se atreve a decirlo en voz alta.

Al otro lado de la ciudad, Cisneros convoca una reunión del consejo. Una reunión casi clandestina. Un consejo de castellanos. Solo castellanos. Solo en castellano. Va a reunir a los dos bandos en conflicto. Felipistas y fernandinos.

Nada más entrar empiezan los problemas. A los felipistas no les gusta la encerrona. Sospechan que los otros han envenenado a Felipe. Los nervios están a flor de piel. Cisneros va al grano. En cuanto muera Felipe, Castilla necesita un nuevo gobierno.

Los felipistas no quieren ni oír hablar de otra reina Trastámara. Antes, la guerra. Un fernandino propone llamar de vuelta a Fernando. Un felipista se levanta con la mano en la empuñadura. Los fernandinos responden de igual modo. Los felipistas no se piensan quedar atrás. La situación se descontrola.

Cisneros pega un puñetazo en la mesa. Esto no va de Fernando, ni de Juana, ni de ellos. Va de Castilla. De los flamencos. De los extranjeros que han desvalijado el reino. Hay que devolver Castilla a los castellanos.

Después de discutir toda la tarde y parte de la noche, llegan a un acuerdo. Los nobles aquí reunidos nombran regente de Castilla, por un plazo de tres meses, al arzobispo Cisneros, el único neutral, el único que no se ha casado con nadie. La decisión es unánime. Cisneros solo tiene que controlar a Juana o encontrar una solución. Si no, la guerra. Y el fin de Castilla.

Mientras tanto, Felipe agoniza al otro lado de la ciudad.

SÁLVESE QUIEN PUEDA

Cisneros escribe a Fernando mientras Felipe aún sigue vivo. Le pide que «no desampare estos reinos, que tan bien le han servido». Le ruega que vuelva. Le devuelve la corona que Felipe le ha robado. Fernando conoce Castilla, su nobleza, sus contradicciones, sus debilidades, su grandeza.

La decisión no es fácil. Castilla está dividida, rota, partida en dos. Juana es un riesgo que Castilla no puede asumir. Los nobles no van a dejar que reine. Se la van a merendar. Juana es incapaz de meterles en cintura, como hizo su madre. Los Grandes que han apoyado a Felipe lo han hecho solo para quitarse de encima a los Trastámara. Fernando ha dejado a Castilla en la estacada durante las negociaciones con Felipe. Cisneros está casi seguro de que Fernando no tiene ninguna gana de volver a reinar en Castilla. Pero tiene que intentarlo.

Al día siguiente, Felipe muere. 25 de septiembre. 1506. Deja viuda y seis hijos, uno de ellos en camino, dos futuros emperadores y cuatro reinas. Tiene veintiocho años. Juana no se ha movido de su lado durante su agonía y ahora no derrama ni una sola lágrima. En el palacio de la Casa del Cordón los nervios han dado paso al pánico. Los médicos no se atreven a pronunciar la palabra veneno. Aquí el rey ha muerto de causas naturales. Mala suerte. No hay más preguntas.

Le visten con sus mejores galas. Le plantan un gorro a la flamenca. Le sientan en un trono para que presida la misa por la salvación de su alma. Le embalsaman. Su corazón se envía a Bruselas en una caja de oro. Sus vísceras se guardan en una urna de barro. Su cuerpo, en un doble féretro de plomo y madera aromática. Le dejan expuesto durante varios días en la Casa del Cordón. Luego le entierran, junto a sus vísceras, en la real sepultura de la Cartuja de Miraflores. Aquí permanece tres meses, hasta su traslado, el 20 de diciembre. Las vísceras se quedan para siempre en la cartuja. Descanse en paz.

Los flamencos tienen pocas dudas. A Felipe le han envenenado, pero no se atreven a decirlo. Están en Castilla, en Burgos, territorio comanche, una zona controlada por los enemigos de Felipe. Lo importante es salvar el pellejo. Saben que lo tienen muy chungo. Nadie se olvida de lo que le han hecho a Juana. La tortilla se ha dado la vuelta. Felipe está muerto. Larga vida a la reina. No pueden esperar comprensión o clemencia. Lo más prudente es dar por buena la versión oficial, callarse como ratas, ir al velatorio, dar el pésame a la viuda, rezar una oración por el alma del difunto y abandonar Castilla cuanto antes. Poco más.

Juan Manuel desaparece. Se ha escondido en el alcázar. El lugar más seguro de Burgos. Sálvese quien pueda.

Cisneros se siente en la obligación de proteger a Juana de los nobles más radicales, de los flamencos. Paga de su bolsillo una guardia personal para Juana, cien soldados con orden de obedecer a la reina. Cisneros la necesita y no va a dejar que caiga en manos de sus enemigos. Castilla está llena de peligros.

El rey ha muerto envenenado.

ENVENENADO

En Alemania siempre lo han tenido clarísimo. Poco después de la muerte, cuando los flamencos empiezan a volver a su tierra, circula una canción que se podría traducir tal que así: «Apareció una llaga fea en el cuello del soberano. / Nobles y doctores dijeron que estaba envenenado».

Burgos es un hervidero de rumores. Todo el mundo tiene una versión y, en casi todas las versiones, al rey le han dado ponzoña. Los rumores son tan claros que el pueblo, por temor, prefiere guardar silencio.

Su muerte no despierta demasiada pena entre los castellanos. Aquí nunca se le ha querido. Era un tirano, un abusón, un extranjero que estaba repartiendo el reino entre los amigotes, un enemigo de Castilla. Muchos piensan que merecía morir.

Algunos cronistas citan la peste como causa. «Adoleció el Rey Don Felipe de una fiebre pestilencial». Lo que pasa es que Juana no se separa de su lado y no se contagia. La misma fuente trata de neutralizar los rumores: «Considerando las cosas que habían precedido, y la naturaleza de la dolencia que le acabó la vida tan arrebatadamente, no se dejó de tener alguna sospecha de que le hubiesen dado ponzoña». Para, enseguida, decir que los propios flamencos entendieron que, en efecto, la causa de la muerte de Felipe era natural. Ya hemos visto que no es así, que si los flamencos niegan la evidencia es para salvar el trasero.

La historia del vaso de agua fría es tirando a bastante débil. Felipe no muere en el acto, muere una semana después de la fiesta y, según parece, en el alcázar se bebe y se come en abundancia. Si muere por algo que le sienta mal, puede ser cualquier cosa. ¿Por qué, entonces, las crónicas ponen tanto empeño en hacernos comulgar con lo del enfriamiento por agua helada?

Es posible que lo que se trata de ocultar con la historia del agua fría es que Felipe haya muerto de sífilis, la enfermedad de moda en Europa. Uno de los deportes favoritos de Felipe era visitar prostíbulos, el mejor lugar para contraer todo tipo de enfermedades venéreas. La sífilis era demasiado vergonzosa para un rey, y había que esconderlo a toda costa.

Es cierto que no hay pruebas concluyentes que apoyen cualquiera de las teorías. Siempre que un rey muere de repente y en extrañas circunstancias, se habla de envenenamiento. Hay demasiados intereses en juego y el veneno es un arma habitual en las luchas por el trono.

La prueba definitiva pasa por hacerle un CSI al cadáver, conseguir los permisos necesarios para desenterrar el cuerpo y hacerle una autopsia. Si fue envenenado, el veneno debería haber dejado algún tipo de huella en los restos.

Felipe es el primer rey de la dinastía de los Austrias en España. Sin embargo, casi no ha dejado rastro. La Historia le ha dado la espalda. Su muerte sigue siendo incómoda. Un crimen perfecto, que sigue sin resolverse cinco siglos después.

Hasta hoy.