LA MALDICIÓN DE LOS REYES CATÓLICOS
DEMASIADO AMOR PUEDE MATARTE
Mientras Juana se desespera en Flandes, su hermano Juan se lo está pasando en grande. Es feliz como una perdiz. Está más a gusto que un arbusto. Le han casado con una holandesita que es un bellezón. Y los dos saben muy bien qué es lo que se espera de ellos. Así que se ponen manos a la obra sin vacilar.
Y ahí están, dándole que te pego a sus obligaciones, a jornada completa, con entusiasmo. Juan se toma muy en serio lo de ser príncipe heredero. Y, encima, los dos protagonistas son capaces de conciliar trabajo, placer y vida familiar. Dicen que ni siquiera salen para comer; les tienen que dejar la comida a la puerta de la alcoba. Lo que pasa es que Juan no está acostumbrado a tanto trajín, y, a veces, tiene alguna que otra recaída.
Margarita es una joven fuerte y de buena salud que ha descubierto los placeres de la carne y se entrega con entusiasmo. Juan es un enclenque que siempre quiere estar a la altura. Ella está literalmente acabando con él. Los cronistas dicen que tres meses después de la boda, Juanito está demasiado pálido. Aunque se está consumiendo, mantiene «la actividad sexual sin decaimiento de ánimo y de deseo». Otro lo dice claramente: «La cópula tan frecuente constituye un peligro para él». Los médicos aconsejan que se tome las obligaciones con el reino con más calma. Le piden a la católica Isabel que separe a la parejita. Que les dé una tregua. Pero ella no considera oportuno intervenir. «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», dicen que dice. Juan, que ya no puede más, intenta dejarlo. Hasta que aparece su holandesita. Y vuelta al trabajo.
Como todos los trabajos, el de los príncipes también da sus frutos. Margarita está embarazada. Margarita es feliz. Ha descubierto los placeres de la carne. Está embarazada, que es la única obligación de una princesa de Asturias. Y después de los tumbos que ha dado toda su vida, ahora puede disfrutar de una verdadera familia. La vida le sonríe.
A primeros de septiembre, sus católicas altezas parten hacia la frontera de Portugal para hacer entrega de Chabelita, la infanta monjil, a Manuel el Afortunado. Juanito está fatal de lo suyo y tiene que quedarse reposando en Salamanca. Tiene el chivato de la energía en la zona roja. El embarazo podría ser la excusa para darse la tregua que piden los médicos. Pero, ni por esas. Margarita se queda con él. Chungo.
Un buen día, Juanito tiene una recaída malísima. Aun sabiendo que los reyes están ocupados en sus negocios casariegos, les escriben pidiendo que, al menos uno, se presente en Salamanca. Fernando lo pilla a la primera. Juanito está punto de palmar. La católica Isabel, qué mala suerte, tiene que quedarse en Portugal por lo de la boda de Chabelita. No podrá despedirse de «su ángel».
Fernando vuela a Salamanca. Toda prisa es inútil. Llega justo a tiempo para ver a su hijo. Es el 4 de octubre de 1497. Apenas seis meses después de su bodorrio. Juanito, el único hijo varón y heredero del Tanto Monta, muere en Salamanca.
Sus católicas altezas acaban de quedarse sin primogénito. Menos mal que Margarita está embarazada.
FELIPE SE PASA TRES PUEBLOS
Isabel y Fernando no se lo pueden creer. No solo es que hayan perdido un hijo. A su único hijo varón. Es que las Coronas de Castilla y de Aragón se han quedado sin heredero. Juanito era su mejor baza. La garantía de la unión de los dos reinos bajo una sola corona.
Cuando Juana se entera de que Juanito está criando malvas, le guarda luto riguroso. Distribuye talas negras entre su séquito. Forra de negro las paredes de su casa. En este momento, Felipe demuestra un tacto personal, político y diplomático que nos sobrecoge. Sin tener en cuenta el dolor de Juana, busca el apoyo de Carlos VIII de Francia para reivindicar sus supuestos derechos a la herencia de sus católicas altezas. Ni corto ni perezoso, tiene el descaro de escribir al Tanto Monta para decirles que, de ahora en adelante, en virtud de la herencia de su señora, va a firmar todos los documentos legales como Príncipe de Asturias.
La noticia sienta en Castilla como una patada en la entrepierna. ¡Cómo se atreve! Pero, ¿de qué va este cretino? ¡Qué falta de respeto! ¡Pactar con el francés! ¡Autoproclamarse príncipe de Asturias! ¡Pero si no tiene ningún derecho! Vamos a ver, Felipe, hermoso, alma de cántaro: el hijo póstumo de Juanito es, por ahora, el único heredero de los reinos de sus católicas altezas. Y, si le pasara algo, Dios no lo quiera, Chabelita es la siguiente en la línea de sucesión. Si quieres ser el príncipe de Asturias, tienes que esperar sentado. ¡Copón!
La católica Isabel está rota por el dolor. Y al mismo tiempo está que trina. La paradoja de las emociones. Se toma este asunto como algo personal. Los que la conocen saben que la última vez que la vieron de esa guisa fue cuando la legítima Juana escribió la famosa carta en que la llamaba asesina, traidora y usurpadora. El asunto acabó en guerra.
Felipe les ha salido rana. Definitivamente. Acaba de hacer el primer movimiento en su propia partida de ajedrez. Esta vez no tiene el apoyo de su padre. Va a jugar solito. Y es una partida a vida o muerte. A ver cómo termina.
En Castilla, Margarita, la hermana de Felipe, sigue esperando un hijo. Durante meses, todas las miradas se dirigen a su barriga. El reino reza para que nazca un heredero. Margarita lo está pasando fatal. Echa de menos las noches que le daba su difunto esposo. Se siente culpable. Siente que todo el mundo la mira como si ella fuera la responsable de la muerte de Juanito. Y el destino de dos reinos está en su vientre. ¡Qué presión! ¡Qué depresión!
Poco después, Margarita tiene un parto prematuro. Unos autores dicen que es una niña. Otros, que es un niño. Da igual. El bebé no sobrevive al parto.
Margarita acabará siendo una de las mejores gobernadoras de la Historia en los Países Bajos. Dicen que es una de las mujeres más inteligentes de su época. Qué gran reina ha perdido Castilla.
Sus católicas altezas acaban de quedarse sin heredero varón. Menos mal que les queda Portugal.
EL EMBARAZO DE CHABELITA
Sin Juanito y sin su hijo póstumo, la siguiente en la línea de sucesión es Chabelita, la mayor del Tanto Monta. Ya la hemos casado con Manuel I el Afortunado de Portugal. Para evitar líos, la llaman a toda prisa. Salen a toda pastilla desde Lisboa.
Chabelita está embarazada de cinco meses. Ha cumplido a la perfección su misión en Portugal. A juzgar por las fechas, se ha embarazado en la noche de bodas. O casi. Ha cumplido con su marido. Lleva en sus entrañas un heredero que asegure su corona. Manuel también ha cumplido. Ha expulsado a los judíos de Portugal.
En la catedral de Toledo se jura a Chabelita como princesa de Asturias, por segunda vez, y como sucesora legítima de los reinos de Castilla, León, Granada y el Nuevo Mundo. Sin problemas. Un cronista ruega porque «la suerte ponga término a su truculencia».
Sus católicas altezas saben que en Aragón no va a ser tan fácil. Allí les espera una pelea para que reconozcan a Chabelita como sucesora. Es una mujer. Y está casada con un portugués. Dos razones mejor que una. Sin tiempo que perder, Fernando convoca las Cortes. Y salen para Zaragoza.
Fernando pide a los aragoneses que, «en defecto de varón», reconozcan a Chabelita como heredera. Pero las Cortes se niegan. Con un par. Como el Tanto Monta se esperaba la negativa, han preparado un discurso. Fernando les habla con elocuencia y les promete que, si la juran, se lo agradecerá toda la vida. Ni por esas. Aragón no quiere mujeres en el trono.
Isabel se cabrea. Acostumbrada a hacer lo que le da la gana en Castilla, no entiende las reglas del juego aragonés. Dicen que llega a decir que el mejor remedio sería «conquistar este reino que aguardar sus Cortes y sufrir sus desacatos». La amenaza se queda en nada. Se ve que los palos que le está dando la vida le están pasando factura. Y, encima, tiene que aguantar al listillo de turno que le dice que los aragoneses miran mucho lo que juran, «porque suelen muy bien cumplir lo que juraban». Eso es una pulla en plena línea de flotación para quien no ha cumplido ni un solo juramento en su vida.
Las discusiones son farragosas. Nadie se baja de la burra. Hasta que a alguien se le ocurre una solución de compromiso. Como Chabelita espera un hijo, las Cortes están de acuerdo en jurar como heredero al ser humano que nazca, en caso de que sea niño. De momento, se levanta la sesión hasta ver qué le nace a la princesa.
De vuelta a Portugal, al pasar por Zaragoza, la princesa Chabelita se pone de parto. Por fin, nace el ansiado varón, Miguel de la Paz, heredero de Castilla, Aragón y Portugal. Y parece sano. El problema de la sucesión está resuelto. Todo el mundo debería estar contento, lo que pasa es que el parto se ha complicado. Chabelita ha perdido muchísima sangre. Y muere apenas una hora después de dar a luz. Esto empieza a oler a fatalidad.
Sus católicas altezas acaban de quedarse sin primogénita. Menos mal que les queda el nieto.
UNA BODA Y DOS NACIMIENTOS
Manuel el Afortunado ha dejado de serlo. Porque mira que es mala suerte. Ha salido de Portugal con una mujer y un embarazo para convertirse en príncipe consorte de Castilla y Aragón. Y ahora le toca volverse con las manos vacías, viudo y sin heredero. Ya le vale.
Ahora que Castilla, Aragón y Portugal comparten heredero, necesitan llevarse bien. El Tanto Monta quiere tener las espaldas cubiertas. A Manuel le viene de perlas el apoyo de Castilla y Aragón para tener a raya a sus nobles levantiscos.
Ahora va y resulta que Manuel quiere llevarse a su hijo, aunque sea una faena para sus suegros. Porque si ellos necesitan un heredero, él lo necesita tanto como ellos. O más. La católica Isabel no está para bobadas y lo deja claro a la voz de ya: Miguelito se queda en Castilla. No hay más que hablar. Manuel agacha la cabeza. No puede volverse a Portugal con una mano delante y otra detrás. Dada su delicada situación en el trono portugués, necesita algo que echarse al saco.
El Tanto Monta, mientras el cadáver de Chabelita sigue caliente, le ofrece de nuevo, allí mismo, la mano de María. La tercera hija. La que no quiso Manuel porque prefería a Chabelita. Manuel dice que vale, que por qué no, que algo es algo. María no tiene derecho a opinar. Firman las capitulaciones en Sevilla y tardan dos años en casarse por un problema, cómo no, con el Vaticano. Estos sí serán felices y comerán perdices. Como eso no da titulares en los libros de Historia, María es una gran desconocida. La parejita tendrá diez hijos. Dos de ellos serán reyes de Portugal. Y una hija pasará a la Historia como Isabel de Portugal, se casará con su primo, Carlos V, y será emperatriz. Aunque esta es otra historia.
En Bruselas, tres meses después del nacimiento de Miguel de la Paz, Juana se pone de parto por primera vez. Felipe quiere un niño. Mala suerte. Su primogénita es una niña monísima y muy rolliza que se llama Leonor. El padre está tan decepcionado que casi ni la mira. Maximiliano se ha acercado hasta allí por si nace un varón. Como es una niña, se marcha sin entrar a conocerla. Mal rollito.
Quince meses más tarde, el 24 de febrero de 1500, para más datos, se celebra una fiesta en un palacio de Gante. Felipe es el invitado de honor. Juana está embarazadísima. Los médicos le han recomendado que guarde reposo. Pero ella no quiere dejar a su marido ni a sol ni a sombra, no vaya a ser que a punto de parir le dé por ponerle los cuernos. A medianoche, en medio del baile, Juana tiene un retortijón. Es un fuerte dolor en el vientre. Como no tiene muy claro de qué se trata, sus camareras se la llevan corriendo a las letrinas. Allí, en mitad del apretón, mientras intenta dar salida al tránsito intestinal, nace su segundo hijo. Esta vez sí que es un varón. Se puede decir que la criatura ha nacido cubierto de mierda. En casa le llamamos Carlitos, pero ha pasado a la Historia como Carlos V. Bueno, los muy nacionalistas le siguen llamando Carlos I, como si hubiera sido rey de España, pero fuera de nuestras fronteras solo le conocen con el ordinal alemán. Qué se le va a hacer. Por cierto, le ponen el nombre por su bisabuelo, Carlos el Temerario, duque de Borgoña.
Felipe, por fin, parece contento. Ya tiene un heredero como Dios manda.
EL EFÍMERO IMPERIO IBÉRICO
La vida del pequeño Miguel transcurre a toda velocidad. Cuando todavía no ha cumplido un mes, y aprovechando que están en Zaragoza, las Cortes de Aragón le juran como heredero de la Corona. Lo normal hasta ahora ha sido que no se jure a ningún príncipe antes de alcanzar la mayoría de edad, que viene siendo al cumplir los catorce años. Pero es que estamos hablando del nieto de sus católicas altezas. Cuidado ahí.
De Zaragoza, a Ocaña, y tiro porque voy a toda caña. Las Cortes de Castilla le juran como príncipe de Asturias cuando apenas tiene cinco meses. Tres meses después, en Lisboa, se le declara heredero al trono de Portugal. Y, un poco más tarde, se instala en Granada. Se le educará en Castilla.
Sus católicas altezas están más tranquilos. Miguel está controlado en Castilla. Bajo los piececitos de menos de un año de Miguel de la Paz se está forjando un Imperio. El más grande conocido hasta la fecha. Su trono fraguará la unidad ibérica. La verdadera Hispania unificada de los romanos. De Castilla heredará las tierras de América. De Portugal, las colonias africanas y la vía hacia las Indias. De Aragón, el Mediterráneo. Miguel es el futuro emperador de tres coronas y dos mundos. El mundo entero se estremece al ritmo en que se mece la cuna de este niño. Da vértigo.
Aunque todo depende de un niño, el destino de las dos potencias más importantes del momento está a salvo. Ahora, por fin, sus católicas altezas pueden llorar a sus herederos perdidos.
Dicen que el Tanto Monta se encarga personalmente de cuidar al nieto. El 15 de julio, cinco meses después del nacimiento de Carlitos, sus católicas altezas entran en Granada. En qué hora.
Un par de días después, Miguel de La Paz se pone malito. Unas fiebres, dicen. Siempre son unas fiebres. Y entonces sucede. Así, sin más y sin avisar. Apenas resiste cuarenta y ocho horas. Las fiebres se llevan a la pobre criatura. Dicen que muere en brazos de la católica Isabel. Tenía solo 23 meses. Estamos a 20 de agosto de 1500. Así comienza en Castilla el siglo XVI.
La tragedia se deja oír por todo el palacio. Carreras, llantos, preguntas. La muerte de Miguel ha cambiado sin querer el destino de Europa, de occidente y del mundo entero.
Fernando blasfema, menta madres y jura en arameo. Isabel, dicen, no puede llorar. Durante casi dos años se ha vivido un sueño. Es hora de despertar. Muerto el principito de Asturias, sus católicas altezas no tienen más herederos que las hijas. Hay que llamar a Juana. Que venga a tomar posesión de la herencia de sus reinos. Que venga con su esposo. Que venga con el enemigo.
Sus católicas altezas acaban de quedarse sin heredero. La casa Trastámara ha desaparecido. Ha dejado su herencia en manos de los Austrias. Dios nos pille confesados.
LA MALDICIÓN DE ISABEL
La católica Isabel está envejeciendo muy de prisa. No parece la misma. Después de la muerte de Miguel, tiene que guardar cama sin que nadie sepa qué extraño mal la está consumiendo. Le lleva pasando desde lo de Juanito. Un cronista dice que Isabel vive «sin placer». Hay quien dice que son los reveses de la fortuna, los sinsabores del gobierno y las desgracias dinásticas. «Se declaran impotentes para soportar con serenidad de ánimo tantos golpes de la fortuna». Otros dicen que es un cáncer de útero. Nosotros somos más de pensar que es la mala conciencia.
Siendo justos, hoy sabemos que esta desdichada racha, como cualquier otra, es fruto de la mala suerte. El azar. Ese motor invisible que escribe la Historia. Pero, claro, estamos perdiendo la perspectiva histórica. En el siglo XXI somos muy de creer en el azar. Pero en la época de Isabel, todo se atribuye a la Divina Providencia, a las arteras maniobras del Diablo o a los castigos de Dios.
Ahí va una historia. Apenas unos meses antes de la muerte de Juanito, el papa Borgia perdió a un hijo de veinticuatro años, el duque de Gandía. Le asesinaron y le tiraron al río. Al conocer la noticia, dicen que se encerró en su alcoba y estuvo tres días llorando, sin comer ni beber. Cuando se le pasó el disgusto, reunió a sus cardenales y les dijo que se había dado cuenta de que esta muerte era un castigo divino: «Dios, por nuestros pecados, ha querido castigarnos». Dicen que quiso dimitir. Y que el católico Fernando en persona le dijo que se dejara de chorradas.
Isabel es católica fanática. Ya se ha visto. Cuando rezaba, las cosas se arreglaban a su alrededor. Dios ha estado con ella toda la vida. Dios le ha dado una misión. Dios le ha dado un reino. Dios le ha dado cinco hijos. Ahora, Dios le ha dado la espalda.
Cuando murió Juanito, «su ángel», dicen que dijo: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea su santo nombre». A los seis meses, se malogró el hijo póstumo que esperaba Margarita. Menos de un año después, sin tiempo de superar la pena, murió Chabelita. Y, ahora, Miguel. La política matrimonial de Aragón ha sido un desastre, sobre todo para Castilla. Su reino va a caer en manos del enemigo. Todos sus planes se han venido abajo. Y, por si todo esto no fuera suficiente para pensar que Dios la está castigando, ahora sufre una extraña enfermedad.
La idea le empieza a torturar. Demasiados crímenes a sus espaldas. Demasiados pecados. Y ella lo sabe. Se ha dejado llevar por «la codicia de reinar», como le dijo la legítima Juana. Ha mentido, ha robado, ha asesinado. Se ha casado a traición con un enemigo de Castilla. Ha usurpado el trono de su hermano. Ha montado una guerra civil. Ha matado en nombre de Dios a sus enemigos. Es responsable de la tragedia de los judíos. La expulsión ha acabado con la mayoría de los médicos de Castilla. Siempre le quedará la duda de si alguno de estos médicos que se fueron habría dado con el mal que aquejaba a Juanito o a Miguel, si habría atendido mejor el embarazo de Margarita o el parto de Chabelita. Nunca lo sabrá.
En la corte se comenta que la tragedia se ha cebado con los reyes. Isabel sabe que es una maldición divina.
Y, con esta carga, se dispone a afrontar la última etapa de su vida.