FELIPE, EL NIÑO TRISTE

LA JAULA DE GRILLOS DEL SACRO IMPERIO

Ahora damos un salto hasta el Sacro Imperio Germánico y nos ponemos en plan gafapasta para contar alguna cosita. El territorio del Sacro Imperio es un sindiós. Una confederación de cientos de Estados que se llevan fatal. Ducados, condados, principados, obispados, ciudades libres, reinos… Los propietarios de estos territorios son los príncipes electores. Los que ponen al emperador. Los que tienen voz y voto. Porque resulta que el Sacro Imperio es una monarquía electiva, esto es, un imperio que elige a su máximo dirigente. Cada vez que queda libre el cargo porque su antiguo titular ha muerto, en toda Europa se cuelga el cartel de «se busca emperador». Empieza un proceso electoral. Los interesados, básicamente, tienen que rascarse los bolsillos para comprar las voluntades y los votos de los electores, y claro, como te descuides, te sale por un riñón.

El de emperador es un puesto peligroso. Después de que te elijan, tienes que defenderlo con uñas y dientes. Cuando un candidato se despista o se pasa de listo, puede perder la corona junto con la cabeza. El último peaje pasa por Roma. El papa es el único que puede firmar el título. Eso significa seguir aflojando. Una ruina.

En este plan, los protagonistas del Imperio llevan cinco siglos de matrimonios, asesinatos, envenenamientos, invasiones, anexiones, implosiones, explosiones, secuestros, chanchullos, antipapas, excomuniones y penitencias. Lo milagroso es que aún queden valientes o inconscientes que aspiren a la Corona Imperial.

Ahora, a mediados del siglo XV, la familia más aventajada en esta macabra oposición es la de los Habsburgo. Los Austrias. Federico III, el emperador, tiene en su casa los mismos problemas que Enrique. Los mismos problemas que tienen los reyes en toda Europa. Un gobierno nominal, un montón de nobles levantiscos con sus propios marqueses de Villena y mucha gente a la que dar explicaciones. Esto es una jaula de grillos en la que los poderosos tienen ejércitos privados, intereses encontrados y mucha ambición.

El hijo de Federico, Maximiliano, cae desde muy joven en la tentación de heredar la corona de su padre. Tiene espíritu romántico, modales encantadores y exquisita educación. Es muy ambicioso. Y pobre de solemnidad. Maximiliano es testigo y víctima de la manera en que su padre se funde la fortuna familiar para conservar el apoyo de los príncipes electores. La corona de emperador sale por un pico. Dar, lo que se dice dar, no da nada más que nombre y dolores de cabeza. Pero el nombre puede abrir muchas puertas que de otra manera permanecerían cerradas. Y Maximiliano quiere abrirlas todas. Todas.

Antes de que a su padre le dé por morirse, Maximiliano quiere dejar las cosas atadas y bien atadas en el imperio. Quiere que el papa le nombre Rey de Romanos antes del relevo, una especie de título de heredero, y evitarse, en la medida de lo posible, el trago de pasar por la elección.

Ahora solo necesita dinero. Y la manera más rápida es un buen matrimonio. Solo tiene que encontrar a la novia adecuada. Un buen partido.

Un braguetazo que le llega desde Borgoña envuelto en seda de Flandes.

BIENVENIDOS A FLANDES

El Ducado de Borgoña es inmensamente rico. Una tierra próspera donde se cruzan mil caminos entre Francia y el Sacro Imperio Germánico. Uno de los territorios más importantes de la Europa medieval, formado por un montón de ducados, condados y señoríos, repartidos por la región francesa de Borgoña y por lo que viene a ser Flandes, ese lugar extraño en el que pondremos una pica y que se encuentra, más o menos, en lo que hoy serían Bélgica, Holanda y Luxemburgo.

No hay que ser un lince para darse cuenta de que el propietario de un territorio así, el duque de Borgoña, está forrado. Lo que pasa es que tanta propiedad le da muchos quebraderos de cabeza. Los territorios de Borgoña están separados de los territorios de Flandes. Y a esto se le suma una dificultad: cada ducado, cada condado y cada señorío es tan autónomo que es prácticamente independiente.

Y luego están las diferencias lingüísticas. Están los que hablan francés y los que hablan algo parecido al alemán. Sin perder su independencia, cada uno de los territorios se siente más vinculado a Francia o al Imperio Germánico.

Ya hemos dicho que el Renacimiento se abre paso a codazos por toda Europa. La imprenta lo revuelve todo, y el conocimiento y las ideas ya no saben de fronteras. Pero el ducado de Borgoña se resiste al cambio y permanece aislado, metido en la Edad Media, así, en bruto y sin tirita. Aquí, como en todas partes, la pelea por el control y la forma del Estado es a cuchillo y a cara de perro. Solo una parte puede salir victoriosa en este macabro juego de tronos entre la nobleza y la corona. O los viejos señores de la guerra, o la monarquía.

Cada vez que Francia o el Imperio quieren sembrar cizaña en Borgoña, solo tienen que azuzar a sus simpatizantes, que responden a la provocación sublevándose o rechazando la autoridad de los Duques. Flandes tiene fama de liarla a todas horas.

Un fleco de todos estos jaleos lo encontramos, todavía hoy, en las diferencias que separan a flamencos y valones en Bélgica. Si es que la historia es tozuda de narices.

En la época en que Castilla se mete en la batalla de Toro, el duque de Borgoña, conocido como Carlos el Temerario, está metido a pleitear con Francia por un quítame allá estas tierras. El Temerario está intentando unir todos sus territorios conquistando la zona que los separa. Luis XI de Francia, al que ya conocemos por sus rifirrafes con Aragón, dice que tararí que te vi, y le está dando caña al Temerario hasta en el carné de identidad.

El duque de Borgoña intenta ganar posiciones aliándose con el Imperio. Como a Federico III, el emperador, le viene muy bien su dinero, se deja querer. Los Austrias no son conocidos, precisamente, por disponer de mucho efectivo. Ellos son más de ir debiendo pasta por toda Europa. El Temerario y el emperador tienen hijos en edad de merecer. El emperador tiene a Maximiliano, de quince años. El duque, a María, de diecisiete. Los dos son monísimos. Maximiliano y María. Los M&Ms.

Aquí huele a bodorrio.

LOS DRAMATIS PERSONAE DE ESTA TRAMA

Ahora toca presentar un poco a los personajes de esta trama, porque es fácil perderse en este embrollo y no queremos que nadie se líe.

Carlos el Temerario. Duque de Borgoña. Es el dueño del Franco Condado y de Flandes. Como son territorios separados, se mete en pleitos con Francia para ganar un corredor que una sus posesiones. Es el padre de María.

Federico III. El emperador. Anda siempre sin un duro, porque la corona del Imperio sale por un pico. Siempre anda buscando financiación para lo suyo. Es el padre de Maximiliano.

Luis XI de Francia. De este ya hemos hablado. Es el gran enemigo de Aragón. A su hermano, el duque de Guyena, le casaron con la desdichada Juana. Se alió con Portugal durante la guerra civil castellana. También tiene líos con el Imperio y con el duque de Borgoña. Está en todas las salsas.

Maximiliano de Austria. Es el hijo de Federico III, el emperador. Es monísimo, majísimo, muy ambicioso y pobre como las ratas por parte de padre. Ahora estamos a punto de casarle con María de Borgoña.

María de Borgoña. Es la hija de Carlos el Temerario, duque de Borgoña. Es una princesa de cuento y uno de los mejores partidos de Europa. La vamos a casar con Maximiliano en la página siguiente.

Felipe de Austria. Este es Felipe el Hermoso. El hijo de Maximiliano y María. Lo que pasa es que, como todavía no hemos casado a sus padres, él ni siquiera está en camino. Tardará un par de páginas en venir al mundo, pero es bueno ir ubicándole en esta trama, que, al fin y al cabo, es la suya.

Margarita de Austria. La hermana de Felipe el Hermoso. Su padre juega todo el rato con ella para casarla según los intereses de la familia. Su primer compromiso será con Carlos VIII de Francia. Luego con Juan, el heredero de sus católicas altezas. Luego lo vemos.

Carlos VIII. Es el hijo de Luis XI, delfín de Francia, y heredero de la corona. Será rey cuando su padre muera. Hablaremos mucho de él, porque no podemos entender todos los líos que se montarán en Nápoles sin saber de qué pie cojea.

Busleyden. Es el obispo de Besançon. Es el tutor de Felipe y, con el tiempo, se convertirá en su mano derecha. Un tipo influyente.

UN MATRIMONIO FELIZ

El matrimonio concertado de los M&Ms es perfecto para dar a la casa de Borgoña el prestigio que perdió hace años y, de paso, reforzar su posición internacional y su maltrecho ejército. Los Austrias ponen el nombre con pompa imperial. El duque de Borgoña pone el dinero, los territorios, las rentas y los títulos. Y todos tan contentos.

En cuanto se cierra el trato, el duque vuelve a la guerra. Para darnos cuenta de cómo es el personaje, ahí va una anécdota. Se cuenta que siempre va cargado con un tesoro. Durante una batalla, le atacan por sorpresa y logra escapar gracias a su ingenio; mientras huye, va lanzando joyas y monedas de oro. Ahora se entiende por qué carga con el tesoro; sabe que sus perseguidores prefieren entretenerse matándose por las riquezas que dándole caza.

Eso sí, el tesoro no le salva de la muerte, que le visita durante el asedio de la ciudad de Nancy (aviso a los de nuestra generación: no confundir con la ciudad de Barbie, que no ha existido nunca). María tiene diecinueve añitos. Queda huérfana, prometida y duquesa. Es la heredera de un vasto imperio. Lo malo es que Borgoña está metido en un montón de guerras y que tiene unas leyes tan machistas que las mujeres no pintan absolutamente nada. Sí, María es la nueva propietaria del ducado, pero legalmente no puede gobernar.

Luis XI pide enseguida la mano de la duquesa para su hijo Carlos, de seis años. De esta manera, Borgoña quedaría definitivamente incorporada a Francia. María demuestra que los tiene cuadrados y le dice que nanay. Ya está comprometida con Maximiliano. Y los franceses han asesinado a su padre, así que da calabazas al rey de Francia, el tipo más poderoso del momento. Luis XI se lo toma fatal y ocupa Borgoña. Hala. Acaba de quitarle a María el territorio que da nombre a su Ducado.

El pueblo borgoñón tira de raza y se levanta en armas contra el francés. La guerra se recrudece. María necesita apoyos. Parte a Flandes, al norte del ducado, para pedir ayuda a sus vasallos. Hay que defenderse como sea contra los franceses. El Parlamento de los Países Bajos accede a colaborar a cambio de los privilegios que han ido perdiendo con Carlos el Temerario. María se ve obligada a ceder en todo, firma lo que le ponen por delante y concede fueros a tutiplén. Acaba de aprobar el Gran Privilegio. A partir de ahora, Flandes es dueña de su gobierno.

Sin perder más tiempo, antes de que venga otro buitre a llevarse lo que le queda, María manda tropas a defender el ducado y se casa con su prometido. Maximiliano es tan pobre que, según se cuenta, María tiene que mandarle dinero para que pueda pagarse el viaje a Flandes a tiempo para casarse.

Maximiliano describe a María como una princesa de cuento de hadas: bajita, blanca como la nieve, los cabellos negros, los ojos tristes y el semblante dulce. Es tradición que la novia esconda en su pecho una flor para que el novio la busque. Maximiliano no la encuentra, hasta que le piden a la duquesa que se afloje el corpiño para que Maximiliano la desflore y puedan seguir con la ceremonia. Son un matrimonio feliz.

A ver cuánto tiempo les dura la alegría.

EL FUERTE BRAZO DE NUESTRAS QUERELLAS

El flamante duque consorte está deseando empezar a vivir de las rentas de su braguetazo. Y se encuentra con un ducado a punto de desmoronarse. Si se descuida, lo primero que le toca como consorte es poner dinero de su bolsillo. De esa se libra. Luego le toca dirigir la resistencia borgoñona contra el francés para echarle de los territorios ocupados. Sin éxito. Por último, intenta recuperar la autoridad de su señora esposa. Sin ton ni son.

Con este currículum, Maximiliano no consigue hacer amigos en Borgoña. Es un Austria. Y los Austrias no son bienvenidos en Borgoña. A la nobleza borgoñona le gustan los franceses. Francia y el Imperio son enemigos mortales. Ergo Borgoña nunca verá con buenos ojos a Maximiliano.

Por lo que se cuenta, los flamencos le tienen tantas ganas que pasear a su lado está considerado deporte de alto riego. Maximiliano da la puntilla a esta maltrecha relación cuando tiene la desvergüenza de pedir dinero para sus campañas imperiales. El ducado de Borgoña la da definitivamente la espalda.

Solo tiene un éxito como duque consorte. Durante tres años, Maximiliano va de la guerra a la alcoba de María y de la alcoba a la guerra con Francia. Con esta pasión que pone en todo lo que hace con su señora, enseguida nace Felipe, el heredero varón que Borgoña estaba esperando.

El nacimiento se recibe con gran alegría por todo el reino. Incluso hay cronistas que comparan la llegada de Felipe con la del mismísimo Señor Nuestro Jesucristo: «él será el bastón de nuestra vejez, la gloria de nuestro país, el fuerte brazo de nuestras querellas, la espada de nuestros enemigos y el puerto de nuestra salud».

El día de su bautizo levanta mucha expectación. Las malas lenguas han estado calentando el ambiente diciendo que les han dado gato por liebre y la criaturita es una niña. La abuela materna lleva días mosqueada y preparando su respuesta a los quisquillosos. Para callar bocas, en mitad de la ceremonia, desnuda al pequeño, lo levanta en brazos y muestra a la concurrencia sus atributos masculinos.

Año y medio después llega una niña que recibe el nombre de Margarita, como su abuela. Es una niña listísima que apunta maneras de reina. Y, un año más tarde, viene al mundo otro varón, que muere poco después del parto. Tras el drama de la pérdida del niño, otra buena noticia. María vuelve a estar embarazada. El médico le dice que no quiere correr riesgos y le prohíbe montar a caballo. María va a su bola. Le encanta salir de cacería con su marido. Es una mujer independiente, incorregible y respondona que se pasa las prohibiciones por el arco del triunfo. Un buen día sale de caza, el caballo se encabrita y la lanza contra un árbol. A consecuencia de la caída, pierde al niño que estaba esperando. Luego pilla una infección galopante y, tres días más tarde, se acabó lo que se daba. Tenía 25 años.

Al menos ha tenido tiempo de hacer testamento. Aunque igual habría sido mejor que no lo hubiera hecho.

EL TESTAMENTO DE UNA MUJER

De golpe y porrazo, valga el humor negro, Maximiliano se ha quedado viudo. En su testamento, María le deja a cargo del ducado hasta que su hijo Felipe tenga edad de gobernar. Lo que pasa es que María es una mujer. Y una mujer, ya se ha dicho, no pinta nada en Borgoña. Tampoco su testamento. Los nobles no aceptan a Maximiliano como regente. Aquí el único propietario es el muchacho.

Felipe tiene solo cuatro añitos. No se da cuenta del alcance histórico del momento. Las cosas a su alrededor están cambiando muy deprisa. Unos señores muy serios, muy enfadados y muy gritones acaban de nombrarle duque de Borgoña, conde de Flandes y un montón de títulos más que no sabe ni siquiera cómo se pronuncian.

Coronar al niño es la mejor manera de seguir haciendo lo que les da la gana. Borgoña es ingobernable. Es la Edad Media pura y dura. Un ducado con cientos de feudos en los que cada señor es dueño de su territorio y de su destino. Un montón de hombres fuertes, indómitos, dispuestos a pisotear sin miramientos a quien se atreva a decirles lo que tienen que hacer.

Maximiliano no tiene más remedio que aceptar lo que hay: una herencia tramposa, un título vacío y una guerra interminable. Empieza a pensar que esa guerra con Francia es una buena oportunidad de darle la vuelta a la tortilla y ganarse el afecto de los borgoñones.

En este pulso entre Maximiliano y los nobles, los que salen perdiendo son los niños. Felipe y Margarita se quedan en Flandes, solos, dejados de la mano de Dios. Su madre ha muerto. Su padre se pasa dos años yendo de batalla en batalla. Hay que alimentar, cuidar, atender, calentar, vestir y educar a los niños. Y eso cuesta dinero. Ellos solos, pobrecitos míos, no pueden cobrar las rentas que les corresponden. Y ahora son más pobres que las ratas.

Al principio, algún noble espabilado dice que ya, si eso, se encarga él de cobrar las rentas de los peques. Los otros, claro, enseguida ponen el grito en el cielo y no lo permiten. Pero tampoco mueven ni un dedo por arreglar el asunto.

Llega un momento en que los niños ya ni pueden presentarse en público. La ropa se les ha quedado pequeña y está hecha jirones. La corte se escandaliza y todo el mundo se queja de que nadie se haga cargo de los niños. Todos se acercan a verles al palacio. Algunos, los menos, se cachondean. Otros, los más, les ponen cara de pena. Pero nadie está dispuesto a poner un florín de su bolsillo. Así se las gastan los borgoñones y su mentalidad mercantilista.

Más sorprendente es el talante de la abuela Margarita. Es viuda, vive en la Corte y disfruta de sus propias rentas. Pero no les da ni un duro a sus nietos. Alguien le dice que estas cosas mancillan el recuerdo de la Duquesa; la abuela dice que los niños ya tienen sus rentas y un padre como una casa; con eso tienen que apañarse. Los niños, ya lo vemos, crecen en un entorno muy familiar.

En este ambiente hostil, Felipe va forjando un carácter insensible y lleno de rabia y una sed inagotable de venganza. Algún día, se las pagarán.