Apéndice I. Algunos textos para la historia de la masonería

DOCUMENTO 1. Juramento de iniciación en la masonería

Juro por Dios y por San Juan, por la Escuadra y el compás, someterme al juicio de todos, trabajar al servicio de mi Maestro en la honorable Logia, del lunes por la mañana al sábado, y guardar las llaves, bajo la pena de que me sea arrancada la lengua a través del mentón, y de ser enterrado bajo las olas, allá donde ningún hombre lo sabrá.

DOCUMENTO 2. Catecismo suizo de la Francmasonería de Berna, del año 1740

Prometo bajo mi palabra de honor no revelar jamás los secretos de los masones y de la Masonería que me van a ser comunicados bajo el sello del arte. Prometo no esculpirlos, ni grabarlos, ni pintarlos o escribirlos sobre ningún objeto. Además prometo jamás hablar nada contra la Religión, ni contra el Estado, ayudar a socorrer a mis hermanos en sus necesidades y según todo mi poder. Si faltare a mi promesa, consiento en que me sea arrancada la lengua, cortada la garganta, atravesado el corazón de parte a parte, quemado mi cuerpo y mis cenizas arrojadas al viento para que no quede ya nada mío sobre la tierra, y el horror de mi crimen para intimidar a los traidores que fueren tentados de imitarme. Que Dios sea en mi ayuda.

DOCUMENTO 3. Fórmula de secreto masónico

Yo F. de T. De mi propia y libre voluntad, en presencia de Dios y de esta venerable Logia dedicada a San Juan, del modo más solemne y sincero Juro: Que guardaré y jamás revelaré parte, punto, seña, ni palabra de la M. Que me será de ahora en adelante confiada, no siendo aún M. Conocido como tal, previo un examen. Que no hurtaré, ni permitiré hurtar ni dañar a ningún H. M.; al contrario, le daré aviso de todo mal de que pueda ser amenazado; además juro que siempre seré un fiel súbdito del Rey, y de la Constitución establecida en mi país, nunca permitiendo ni moviendo controversias, disputas ni cuestiones sobre asuntos políticos ni religiosos dentro de la Logia, pues desde ahora conozco que son muy ajenas y contra el espíritu y esencia de la verdadera M. Siendo su único fin establecer la sana moral, cultivar las ciencias, ser justo y benéfico y caritativo en cuanto permitan mis circunstancias y sobre todo ser obediente a los mandatos del Gobierno y preceptos de mi Religión y sostener los sagrados derechos del Rey. Además juro que atenderé a toda citación de cualquiera L. De A. Establecida bajo de este O. Siendo dentro de los límites de mi calabrote, que son tres millas; y permitiéndolo mis ocupaciones. Todo esto juro cumplir bajo la pena de ser cortada mi garganta, mi lengua arrancada de raíz y enterrada en la playa de la mar, en donde hay flujo y reflujo dos veces cada veinticuatro horas. Así Dios me ayude a guardar este solemne juramento de M. A. (A. G. P., Papeles reservados de Fernando VII, t. 67, fol. 279.)

DOCUMENTO 4. Petición de permiso a la Gran Logia de Inglaterra para constituir logias en España

Muy respetable señor,

Nosotros, los abajo firmantes, masones libres y aceptados, que actualmente residimos en Madrid y en otras ciudades del reino de España, nos tomamos la libertad de escribir esta carta, como nuestro deber nos obliga, para comunicar a nuestro respetable Gran Maestre, a su digno diputado, a los grandes guardianes y a todas las logias de masones, ahora constituidas en Inglaterra, que habiendo estado siempre muy deseosos de ver nuestra antigua sociedad propagada, sus verdaderos y virtuosos designios fomentados, y que el Arte floreciera en cada ciudad a donde nuestros negocios nos han llamado, resolvimos por lo tanto difundirlo en este reino, dondequiera que pudiera hacerse de una manera legal. Y como tuvimos algún tiempo la oportunidad de la presencia de Su Gracia el Duque de Wharton, le pedimos constituir una logia en esta ciudad. El cual atendiendo nuestros ruegos accedió y realizó. Después de que nuestra logia estuvo formada aceptamos e hicimos masones a tres personas que al pie citamos; y justamente después se resolvió por unanimidad comunicar nuestras Actas a nuestro Gran Maestre y a los Oficiales Generales de Inglaterra, a todo lo cual Su Gracia se somete él mismo enteramente, habiendo actuado en esta ocasión como Segundo Diputado.

Por lo tanto tenga Vd. la amabilidad de notificar a nuestro Gran Maestre, y a todas las logias en general, en la próxima Comunicación Trimestral, el contenido de esta carta, y esperamos el favor de ser inscritos en el Libro con el nombre de Logia de Madrid. Las reuniones están fijadas al presente para el primer domingo de cada mes, y esperamos enviar para la próxima Comunicación Trimestral, que tendrá lugar alrededor del día de San Juan Bautista del presente año, una lista más larga de miembros de nuestra logia, y una copia de los estatutos, tal y como los redactemos, de forma que sean más apropiados al país donde al presente nos encontramos, para la Unión entre todos nosotros, y la Caridad hacia el pobre, como muy recomendada y ejercitada en nuestra Antigua Sociedad, sobre la cual, en general, rogamos a Dios Todopoderoso derrame su preciosísimo favor y bendiciones. Quedamos, señor y muy Venerable Maestre, vuestros fidelísimos siervos.

Fechada en nuestra logia de Madrid, el 15 de febrero de 1728. Por orden de Su Gracia, Felipe, Duque de Wharton, 2nd Deputy Grand Master (sic subscribitur), Charles Labridge, Master, Thomas Hatton, Junior Warden, Richards, Senior Warden, Eldridge Dinsdale, Andrew Galloway.

DOCUMENTO 5. Juramento de iniciación del compañero en la masonería inglesa

Yo, etc., juro que no revelaré esta parte de C. a ningún A., ni aquel de A. a ningún viviente no siendo M. conocido después.

DOCUMENTO 6. Discurso Inaugural de la Gran Logia Nacional de España, Madrid, 27 de noviembre de 1809, en el que se pone de manifiesto la sumisión de la masonería española a Bonaparte

El espíritu del grande Arquitecto ha dicho: «El hombre no vive con sólo pan, sino con todo lo que procede de la palabra». Las buenas obras son el nutrimiento de todos los Masones; pero han menester además la doctrina; aquella doctrina sublime, a cuya profesión se han obligado para ilustrar a sus hermanos: deben propagarla dondequiera que consideren con fundamento que puede hacer prosélitos.

Luego que vislumbré que el suelo español podía venturosamente fecundarse con la simiente de esta doctrina, no vacilé un punto en sembrarla en su capital, como paraje el más a propósito para dar razonados frutos, bajo la protección de un gobierno ilustrado. Por lo cual he reunido conmigo un corto número de obreros celosos, quienes se asociaron con anhelo a mi empresa, y de común acuerdo elevamos este Templo modesto sin otro designio por entonces más que el de sostenerse con el favor de un título recomendable, pero que luego se ha engrandecido de una manera tan satisfactoria.

El grande Arquitecto del universo ha bendecido nuestras intenciones, porque a las puertas de nuestro taller se han abocado muchísimos neófitos ansiosos de participar de nuestra gloria. De todos ellos habemos escogido a los que nos han parecido más animados del espíritu de la verdad; los habemos alentado en sus primeros ensayos, y muy en breve han venido a parar en unas fuertes columnas, capaces de sostener las bóvedas del edificio. Desde entonces acá varios ilustres maestros, empleados en lo más sublime, no han tenido a menos el venir a adornar los estrados de nuestro oriente, y con sus miradas ilustrar nuestros trabajos.

No puedo menos de manifestar aquí mi reconocimiento a esos caballeros distinguidos que con sus luces han contribuido a dar tanto esplendor a este taller, que ya va caminando al más alto grado posible de actividad. Y ¿lo diré? Apenas hay tres meses cumplidos desde el momento de nuestra reunión, y ya contamos un número de hermanos mayor del que se necesitaría para componer diez Logias regulares de maestro. Permítaseme por tanto citar los carísimos SS. PP. Turcan y Le Baillif, miembros del gran consistorio de Francia, a los muy ilustres hermanos Le Barlier, Freire, Bonnard, De Ricard, Granet, Borelly, Bori de S. Vicent, Clermont-Tonnerre, y a tantos otros que sería prolijo enumerar, que han tenido a bien incorporarse a nuestra familia para contribuir a su prosperidad.

Bajo tales auspicios ha resultado que la Respetable Logia tiene un capítulo soberano que la equipara con todos los orientes extranjeros. Y aprovechándose de su poder supremo, se ha organizado un gran tribunal de los 31 grados, regulador primitivo de las operaciones de mayor gravedad de la Orden. Por último, nada se ha omitido de cuanto podía eternizar el buen éxito de nuestra empresa, que muy luego va a ser consagrada por un título nuevo, y por unos reglamentos de mayor extensión en su objeto.

Carísimos hermanos. La Francmasonería cubre la sobrehaz de la tierra, pero tiene unos puntos de reunión en los que se reconcentra la dirección general de sus tareas; y esto con la mira de prevenir cualquier abuso que pudiera introducirse en la doctrina, si fácilmente se propagase sin sujeción a vigilancia ninguna. En consecuencia de este principio se han establecido una Gran Logia en Inglaterra, un Gran Oriente en Francia, varias logias-Matrices en Alemania y en Prusia, y para igual objeto se han establecido Grandes Orientes en Milán y en Nápoles. Así que organizando Logias en España, debíamos conocer que no se sostendrían sin tener, del mismo modo que aquéllas un punto central de correspondencia.

Este punto de perfección, carísimos hermanos, ha sido el objeto de mis tareas para que nuestro edificio sea duradero; y atendiendo a su solar y a su composición, lo he considerado de antemano como la piedra angular de todos los establecimientos de este linaje que ya se hubieran formado o que en lo sucesivo podrán formarse en España.

He creído que el primer Templo erigido por masones españoles en la capital de su país, cuyo título es en cierto modo una dedicatoria al Soberano que lo gobierna, estaba por lo mismo autorizado a constituirse en Gran Logia. Y añado que lo he reputado digno de ello, así por las circunstancias civiles de sus arquitectos como por sus talentos eminentes y lo profundo de sus conocimientos.

Agitado con lo grande de este pensamiento, he trabajado sin cesar en la formación de unas constituciones que asegurasen nuestra independencia y nuestra gloria. Tal vez no tenía yo todos los conocimientos indispensables para merecer la confianza de los grandes maestros de la Orden; pero alentado en mis esfuerzos por los muy ilustres caballeros arriba mencionados, ayudado con las luces de maestros muy ilustrados, y con notas tomadas de los reglamentos generales, he logrado al fin concluir estas Constituciones que han sido aprobadas por nuestro Gran Tribunal de los 31, que han de ser el cimiento de todos los sucesos felices del Arte Real en España.

Ahora se os leerán, y esta sesión es con el objeto de proclamarlas, y para recibiros el juramento que debéis hacer de tenerlas para en lo sucesivo por vuestro único regulador.

Notaréis que he procurado campee la posible precisión y claridad en esta especie de Código para dirigir nuestras tareas interiores y las relaciones que tengamos por fuera. He creído deber dividirlo en títulos como lo acostumbran los otros Orientes, bien que no he sido tan dilatado en algunos, como por ejemplo en el título de los castigos, que he reducido a un solo artículo de precaución, haciéndome cargo que unos hermanos escogidos por excelencia desde el nacimiento de nuestra reunión no eran merecedores de que se previesen las circunstancias en las cuales pudieran hacerse indignos de nuestro aprecio: y me lisonjeo que el Tribunal del 31 nunca jamás ha de verse en el caso de suplir las omisiones que adrede he cometido en este punto por un movimiento de orgullo bien perdonable a un padre de familia que ya se ha identificado en un espíritu mismo con sus hijos.

Finalmente, encaminándose única y esencialmente nuestras instituciones a fortificar todas las virtudes, a disipar los errores del fanatismo, a propagar el amor a nuestros semejantes, a predicar la sumisión a las leyes y aficionar y unir los súbditos a su Soberano, daremos fin a la inauguración de la nueva Logia Matriz con un solemne homenaje al Rey amado, cuyo nombre tiene; y el soberano capítulo deliberará si será conveniente nombrar una comisión encargada de llevar a los pies del trono la declaración de los principios que animan a todos los miembros indistintamente, tales cuales acabo de enunciarlos. Quizás no sea compatible el paso que propongo con el acceso a S. M.; pero un Príncipe que ha creído honrarse con tener el primer martillo de la Orden en Francia, por lo menos apreciará los quilates de nuestro entusiasmo, en él verá y leerá los votos que todos hacemos por la prosperidad de su reinado y por la conservación de su Augusta Persona.

¡Viva José Napoleón!

(Archivo General de Palacio, Madrid, Papeles reservados de Fernando VII, t. 15, folios 244-247.)

DOCUMENTO 7. Coplas cantadas en el banquete del día de la instalación de la logia militar española «José Napoleón», en el depósito de Chálons-Sur-Marne (1813)

De la Francmasonería

Celebremos la bondad

La unión la fraternidad

El buen orden y harmonía

El Suceso ha coronado

Los fines de nuestra unión

Pues la logia se ha instalado

De Josef Napoleón

Tengamos pues como hermanos

La amistad más verdadera

Sirviendo de esta manera

De modelo a los profanos

Estribillo

Virtud muy recomendada

Nos es la sabiduría

Pues que en ella está fundada

Toda la masonería

Estribillo

Sé buen Padre, buen Esposo

Sigue la recta razón

Ayuda al menesteroso

Y serás buen franc-masón

Estribillo

Debes ser buen ciudadano

Las leyes obedecer

Y así puedes socorrer

Qualquier desgraciado hermano

Estribillo

Del más grande Emperador

Celebramos la memoria

Ofreciendo nuestro amor

Por monumento a su gloria

Estribillo

Al Gran Maestre su hermano

Es muy justo festejar

Por ser nuestro Soberano

A quien debemos amar

Y así todo francmasón

Diga con voz expresiva

Viva, viva, siempre viva

Viva el Rey Napoleón

Pues que ya hemos celebrado

Al Rey y al Emperador

El Venerable de honor

No ha de quedar olvidado

DOCUMENTO 8. Carta de la Logia Los Verdaderos Amigos de la Virtud, de Cádiz (1822)

Al Grande Oriente de Francia

Cádiz, 27 de agosto de 1822

Queridos Hermanos:

Es bien doloroso deber escribir contra Hermanos y en contra mía públicamente. No obstante, la decencia y el decoro de esta augusta Sociedad nos obligan a ello por deber. Es una desgracia sí, pero mayor aún no clamar contra los abusos cuando se los conoce y cuando existen los medios de poner remedio para hacerlos cesar. Los abajo firmantes, impulsados del celo de procurar nuevos prosélitos a nuestra respetable Orden sobre todo en este país en el que la Masonería está todavía en las tinieblas más espesas, nos reunimos para formar una logia. Pero a nosotros se añadieron los llamados Jean La Fontan, conocido como Lafon, y algunos de sus amigos, llamados Rodríguez Ballesteros y Peverelli. De común acuerdo hicimos una demanda de Constituciones masónicas al Grande Oriente de Francia el 29 de mayo de 1822. Pero de entonces acá, en el que hicimos el honor de encargar esta representación, hemos descubierto abusos sin número que harán enrojecer a todo buen masón, sobre todo los cometidos por el primero aquí citado, al que habíamos admitido entre nosotros con toda la buena fe. Pero en lugar de tratar con ciudadanos honestos, en una palabra, con verdaderos hermanos, nos hemos encontrado con sujetos ya privados de sus derechos sociales por sentencia judicial en todos los países en los que han vivido, tanto por su conducta civil como por una vergonzosa depravación de sus costumbres. Tan pronto como nos informamos de la realidad hemos hecho todo lo posible por volverles al buen camino de la virtud. Pero todo fue inútil al no dar ellos ningún paso. Todo lleva a decir que corazones maleados y corrompidos raramente pueden volverse sanos.

Y para venir a la enumeración de los hechos, hemos sabido que el llamado La Fontan había comunicado los seis primeros grados a los dos mencionados Ballesteros y Peverelli, este último no menos mal intencionado que Ballesteros, porque Peverelli no ha seguido otra cosa que su ejemplo teniendo mejores sentimientos que ellos, pero de carácter débil. El dicho La Fontan es el origen de todas estas profanaciones por haber recibido en derecho a personas de la última clase de la sociedad, los peores súbditos que haya encontrado en el país. Sobre todo que tuvieran que entregarle dinero. Finalmente no se puede hacer más cuando ha concedido los tres grados simbólicos por una media piastra. Inmediatamente nos presentó a estos personajes como buenos súbditos y hombres virtuosos e ilustrados y contra todo reglamento masónico ha continuado este comercio, incluso después de que empezáramos a trabajar regularmente. Es decir, desde que solicitamos las Constituciones al Grande Oriente, cuya demanda firmaron los tres, siendo así que de ellos sólo Jean La Fontan era masón regular, habiendo firmado los otros como verdaderos masones a pesar de su impostura. Por consiguiente, pedimos que no se envíe ninguna Constitución, pues si ella cayera en sus manos ya no sería suficiente el número de masones regulares para obtenerlas según los reglamentos, puesto que sólo quedaría el susodicho Jean La Fontan, que debe ser —sin hacerle injusticia— declarado indigno no sólo de pertenecer a una sociedad respetable como la Masonería, sino incluso de vivir en sociedad.

Este es el sujeto que se comía y acaparaba todo el dinero que se hubiera podido hacer para el establecimiento de la logia al recibir a los miembros de la misma. Pero nadie se extrañará de esto sabiendo que el Sr. La Fontan ha sido expulsado ignominiosamente y como ladrón de Gibraltar y Málaga; que hoy día goza de una no muy alta reputación; que el cónsul francés le ha denegado el pasaporte, no queriendo reconocerlo como francés; y que el susodicho Ballesteros tiene sobre él diversos juicios por delitos cometidos en el tiempo en que los franceses asediaban Cádiz. Finalmente, al ser tales sujetos con los que nos habíamos reunido para trabajar en la propagación de los principios más puros y más dignos del hombre, todos nuestros esfuerzos han sido inútiles para volverlos al sendero de la virtud. Hasta que finalmente, cansados de nuestras tentativas y nuestras advertencias, se han separado de nosotros para formar logia aparte y consumar más fácilmente sus crímenes. Todo ello nos ha decidido a los abajo firmantes a prevenir al Grande Oriente para que si todavía no ha deputado las Constituciones, no lo haga, puesto que la dirección, al ser la de Peverelli, caería en sus manos y serían fuente de nuevos escándalos. Y si ellas hubieran sido ya enviadas que se tomen medidas y den órdenes para interrumpir los trabajos. Este escándalo es tanto más dañoso cuanto que sucede en una nación tan atrasada en la Masonería, y viéndola tan envilecida no serviría para otra cosa que para concebir una mala idea de ella.

(Biblioteca Nacional de París, Mss. FM2 558.)

DOCUMENTO 9. El origen de la masonería española conectado con la invasión napoleónica

He creído mi deber, en el momento en que Vuestra Excelencia tiene puesta la mirada en las Sociedades Secretas que se han establecido o que se forman en los diversos Estados de Europa, recoger documentos, los más numerosos y seguros que me ha sido posible sobre el nacimiento y los progresos de estas asociaciones en España. Estos extractos, si bien no dan luz sobre las nuevas sociedades que actualmente se están creando, podrán al menos ayudar a seguir el hilo de las maniobras que se traman en diversos puntos de la Península.

La Francmasonería data en España solamente de la Guerra de Invasión (Guerra de la Independencia); antes era, por así decir, desconocida. Las primeras logias se establecieron en Cádiz, mientras los franceses asediaban esta plaza. En un principio apenas crecieron, y se limitaron durante cierto tiempo a la práctica de las ceremonias y ritos masónicos, y a dar preferencia a los principios filantrópicos que son la pretendida base de su Institución; pero a fines de 1811 y en 1812, esta secta se había extendido bastante y se convirtió en una secta política participando mucho en los asuntos públicos. Los adeptos se multiplicaron y su contacto con los ingleses y los franceses introdujo los más altos grados en las numerosas logias que se habían creado. Los ambiciosos no tardaron en conocer cuánto podía favorecer esta asociación a sus pretensiones, y los revolucionarios hicieron de ella la palanca más poderosa para sus proyectos.

En 1814 los masones eran numerosos y poderosos; su influencia se notaba en todas partes, y todos los hombres ligados al Gobierno provisional se hacían iniciar en la Secta. Al regresar el Rey fue restablecido el Tribunal de la Inquisición que detuvo los progresos de la Masonería siendo proscrita. Pero a pesar de las amenazas, los castigos, y las delaciones, continuó celebrando sus misterios ocultos, y haciendo nuevos prosélitos.

En estos conventículos secretos se prepararon las insurrecciones de Porlier, de Lacy, de Richard, y la revuelta de la Isla de León. Al introducirse la Masonería en el ejército de expedición se llegó a corromperlo. Los Cuerpos de Artillería y de Ingenieros estaban ya seducidos, así como los Regimientos diseminados en las Plazas Fuertes; y la Guardia del Rey contaba también con muchos masones, cuando estalló la revolución. Los sectarios de La Coruña, de Zaragoza, Barcelona y Madrid unieron sus esfuerzos con los sublevados en Las Cabezas, y el Rey se vio obligado a aceptar la Constitución. La lengua masónica se hizo, desde este momento, la de la Revolución. La Secta se apoderó de las riendas del Gobierno y de la Administración. Era preciso ser masón para ser Ministro, al igual que para obtener una plaza de funcionario; pero pronto los hermanos se dividieron entre ellos, y en 1821 nació una nueva Sociedad, que bajo el nombre de asociación de caballeros comuneros, se anunció como reformadora de la Masonería. Compuesta, en su origen, por una docena de individuos desertores de las logias masónicas, vio multiplicar sus adeptos con una rapidez tan espantosa que diariamente se hacían afiliar centenares de individuos.

Las dos sectas se convirtieron en enemigos irreconciliables, pero a pesar de que los comuneros fueron mucho más numerosos, los masones conservaron el poder, y la dirección de los asuntos. Se ha calculado en efecto que el número de masones no alcanzó en España más allá de 80000 caballeros. La Masonería solamente ha penetrado en ciertas clases de la Sociedad, mientras que la Comunería lo invade todo; los únicos que formaban parte de la Sociedad eran los notables de la Sociedad y de la Revolución, los Jefes, los Oficiales y algunos suboficiales de los Regimientos; los comuneros se reclutaban entre los Generales y los soldados, entre los propietarios ricos y entre los más pobres obreros.

La Masonería había encontrado además en las creencias religiosas un obstáculo invencible a su propagación entre las clases inferiores de la Sociedad, a causa de sus Ritos, de sus Ceremonias y de sus principios filosóficos, mientras que la Comunería, despojada de toda apariencia de Misticismo y anunciando solamente una doctrina que se decía patriótica, aunque tendía abiertamente a la subversión total del orden social, no asustaba en modo alguno la conciencia de una Nación religiosa incluso en sus excesos.

La lucha siempre existente entre estas dos Sociedades no les permitió jamás manifestar enteramente los secretos de sus doctrinas, incluso a los hombres que admitían en los Grados Superiores; pero estas divisiones, que se han perpetuado hasta Cádiz, y de las que los Realistas han tenido a menudo la habilidad de sacar partido, han servido infinitamente a la causa monárquica.

Forzados después del asesinato del Canónigo Vinuesa, que fue obra suya, a rodearse de las tinieblas más profundas, los masones no volvieron a aparecer ostensiblemente en la escena política hasta la jornada del 7 de julio, que había sido preparada por ellos y en la que debían matar al Rey y a la familia real; pero los Comuneros rompieron todas sus medidas al contrariar el movimiento comenzado.

Una tercera secta, surgida de los Carbonarios napolitanos refugiados en Madrid, nació en 1821. Siempre ha sido poco numerosa, pero solamente admitía en su seno a los Revolucionarios más destacados, más atrevidos y a los hombres que habían ya probado que no sabían retroceder ante el crimen. Acabó por reunirse a la Comunería de la que se convirtió en la compañía escogida, pero, no obstante, conservó sus ritos particulares.

También ha existido en España, en las provincias ocupadas por el ejército francés, una Masonería insignificante que solamente estaba compuesta de los partidarios de la familia de Bonaparte, y que dependía del Grande Oriente de Francia. Desapareció con el Rey José, y fue reemplazada por la que acabo de informar a Vuestra Excelencia, y que es conocida bajo el nombre de Masonería regular de España.

DOCUMENTO 10. Edicto contra la Francmasonería

Madrid, 8 de julio de 1751

EDICTO.

Manda el Rey Nuestro señor y en su Real nombre los alcaldes de Casa y Corte: Que en consequencia de hallarse informado S. M. de que la invención de los que se llaman Franc-Masones, es sospechosa a la Religión y al Estado, y que como tal, está prohibida por la Santa Sede, haxo de Excomunión, y también por las Leyes de estos Reynos, que impiden las Congregaciones de muchedumbre no constando los fines de sus Institutos a Su soberano; y deseando atajar tan graves inconvenientes, desde luego prohibe S.M. en todos sus reynos las congregaciones de los Franc-Masones, debaxo de la pena de su Real Indignación y de las demás que tuviere por conveniente imponer, mandando al Consejo haga publicar esta prohibición por Edictos en estos Reynos, con encargo para su observancia, a los Intendentes, Corregidores, y Justicias, a fin de que se aseguren a los Contraventores, dándose cuenta a S. M. de los que fueren, por medio del mismo Consejo, para que sufran las penas que merezca el escarmiento; en inteligencia de que se ha prevenido de esta Real resolución a los Capitanes Generales; a los Gobernadores, Y Plazas; Gefes Militares, e Intendentes de los Exércitos, y Armada Naval, hagan notoria, y celen la citada prohibición, imponiendo a qualquier Oficial, o Individuo de su Jurisdicción, mezclado o que se mezclare en esta Congregación, la pena de privarle, y arrojarle de su Empleo con ignominia: Lo que se manda publicar por este Edicto para que llegue a noticia de todos, y no puedan alegar ignorancia, y que para su mayor observancia, y notoriedad, después de publicado en los parages acostumbrados de esta Corte, se fixen Copias autorizadas del Escribano de Gobierno de la Sala en los mismos parages públicos, y demás que se acostumbran. Y lo señalaron en Madrid, a ocho de julio de mil setecientos cinquenta y uno. Está rubricado.

Es Copia del Edicto original, que queda en la escribanía de mi cargo, de que certificó yo Don Cipriano Ventura de Palacio, Escribano de Cámara del Rey nuestro Señor, en el Crimen de su Corte, y de Gobierno, en la Sala de los Señores Alcaldes de ella, y lo firmo en Madrid, a ocho de julio de mil setecientos cinquenta y uno.

DOCUMENTO 11 Decreto del rey de España Fernando VI prohibiendo la Masonería

Madrid, 13 de julio de 1751

Real decreto prohibiendo las Congregaciones de los Franc-Masones.

Aranjuez, 2 Julio 1751

(Nota marginal: Copia (manuscrita) del Real Decreto de S. M. de donde se sacó que original por ahora queda en mi poder para pasar al Archivo del Consejo de que certifico. Es para remitirla al Gobernador de la Sala de Alcaldes de esta villa, lo firme en Madrid a siete de Julio de mil setecientos cinqueentta y uno.

Firmado: Joseph Antonio de Yarza.)

Hallándome informado de que la invención de los que se llaman Franc-Masones, es sospechosa a la Religión, y al Estado, y que como tal esta prohibida por la Santa Sede debaxo de Excomunión, y también por las leyes de estos Reynos, que impiden las Congregaciones de muchedumbre, no constatando sus fines, e institutos a su Soberano: He resuelto atajar tan graves inconvenientes con toda mi autoridad; y en consecuencia prohibo en todos sus Reynos las Congregaciones de los Fran-Masones, debaxo de la pena de mi Real indignación, y de las demás que tuviese por conveniente imponer a los que incurrieren en esta culpa: Y mando al Consejo, que haga publicar esta prohibición por Edicto en estos mis Reynos, encargando en su observancia, al zelo de los Intendentes, Corregidores, y Justicias, aseguren a los contraventores, dándoseme cuenta, de los que fuere, por medio del mismo Consejo, para que sufran las penas que merezca el escarmiento: En inteligencia, de que he prevenido a los Capitanes Generales, a los Gobernadores de Plazas, Gefes Militares e Intendentes de mis Exércitos, y Armada Naval, hagan notoria, y zelen la citada prohibición, imponiendo a cualquier Oficial, o Individuo de su jurisdicción, mezclado o que se mezclare en esta congregación, la pena de privarle y arrojarle de su empleo con ignominia. Tendrase entendido en el consejo, y dispondrá su cumplimiento en la parte que le toca.

En Aranjuez a dos de Julio de mil setecientos y cinquenta y uno. Al Obispo Gobernador del Consejo.

El copia del Real Decreto de S. M., que original, por ahora, queda en mi poder, para ponerle en el Archivo del Consejo, que publicado en él, acordó su cumplimiento: Y mando que para su puntual observancia se participase a la Sala de Alcaldes de Casa, y Corte, a fin de que le hiciese publicar en ella. Y para que se executasse los mismo en todas las Ciudades, Villas, y Lugares del Reyno, se comunicasse con la mayor brevedad a sus Corregidores y Justicias, de que certifico yo Don Joseph Antonio de Yarza, Secretario del Rey nuestro Señor, su Escribano de Cámara más antiguo, y de Gobierno del Consejo, en Madrid a tres de Julio de mil setecientos y cinquenta y uno.

(AHN, Osuna 3117; Consejos, Alcaldes de Casa y Corte. Año 1751, fols. 314-315; Consejos, Libro 1480, fols. 355-356; Consejos, Libro 1516, n.° 66.)

DOCUMENTO 12. Plancha de quite de Francisco Ferrer y Guardia, anarquista e impulsor de acciones terroristas como el atentado contra Alfonso XIII de 1906

Barcelona, 30 de diciembre de 1884

A la Resp.. Log.. Verdad

S..F..U..

Ven.. M.. y qquer.. hh.. :

Habiendo tenido que trasladar mi domicilio a Granollers, por haberme destinado allí la Compañía de la cual soy empleado, me veo en la triste necesidad de pedir plancha de quite.

Lo siento más porque, por las pocas veces que he podido asistir a trabajos, no tan sólo no he sido censurado, sino muy al contrario, he recibido muestras de deferencia por todos los hermanos del taller.

Nulos son los beneficios que la Masonería ha experimentado al admitirme en su seno, en cambio, grato es el recuerdo de ella; no dejando de hacer votos para que mis ocupaciones profanas me permitan cuanto antes concurrir con todas mis fuerzas a la sublime obra de regeneración de que la Masonería está encargada.

Recibid, Venerable Maestre y queridos hermanos, el abrazo fraternal ofreciéndome al taller y a cada hermano en particular para que en donde sea que me encuentre puedan disponer de su humilde hermano.

Francisco Ferrer, Cero, gr.. 3.º

Barcelona, 30 de diciembre de 1884.

(Tusquets, Orígenes de la revolución española, Barcelona, 1932, p. 30.)

DOCUMENTO 13. Protesta por el fusilamiento del hermano Ferrer y Guardia, cursada por la Logia Morayta n.° 284, de Tánger, al gran consejo del Grande Oriente español, de Madrid

Tánger, 17 de octubre de 1909

Ilustre Gran Maestre y Venerables hermanos Consejeros.

Os comunicamos que en tenida celebrada anoche, en que procedimos a la reapertura de Trabajos, este taller ha tributado una triple batería de duelo a la memoria de nuestro desgraciado hermano Francisco Ferrer Guardia, y acordó elevar una protesta por el procedimiento tan inicuo cual ilegal con que los detractores del progreso y la difusión de la verdad han llevado a cabo un proceso tan vergonzoso para ellos y una sentencia tan cruel como injusta.

Veremos con gusto suméis esta nuestra enérgica protesta a la que hagáis ante quien corresponda.

Recibir Ilustre Gran maestre y venerables Hermanos Consejeros el triple abrazo y ósculo de paz que os envían por nuestro conducto todos los obreros de este taller.

(Archivo de Servicios Documentales, Salamanca, leg. 760 A, 7.)

DOCUMENTO 14. Conferencia de Léo Taxil descubriendo el fraude

Mis reverendos Padres,

Señoras,

Señores,

Antes que nada, quiero dirigir mi agradecimiento a aquellos de mis cofrades de la prensa católica, que —emprendiendo de repente, hace seis o siete meses, una campaña de resonantes ataques— han producido un resultado maravilloso, que constatamos esta tarde y que se constatará todavía mejor mañana: el resplandor completamente excepcional de la manifestación de la verdad en una cuestión cuya solución habría podido quizá, sin ellos, pasar absolutamente desapercibida.

A estos queridos colegas, pues, ¡mi primera felicitación! Y en seguida comprenderán cuán sincero y justificado es este agradecimiento.

En esta charla intentaré olvidar lo que de injusto e hiriente contra mi persona ha sido publicado en el curso de la polémica a la que acabo de aludir; o al menos, si me veo forzado a ilustrar ciertos hechos con una luz que, para muchos, es insospechada, diré la verdad descartando de mi pensamiento incluso la sombra del más ligero resentimiento.

Tal vez, tras estas explicaciones, cuya hora finalmente ha sonado, esos colegas católicos no cesarán en sus ataques ante mi pacífica filosofía; pero si mi buen humor, en lugar de clamarles, les irrita, les aseguro que nada me hará abandonar esta placidez de alma que he adquirido desde hace doce años y en la que soy infinitamente feliz./p>

Por lo demás, si es verdad que este auditorio está compuesto de los elementos más dispares —puesto que se ha convocado indistintamente a todas las opiniones—, estoy convencido de que no carece del sentimiento de la más dulce tolerancia en materia de examen. En una palabra: estamos aquí entre gente de buena compañía. Todos sabemos juzgar lo que es serio, y lo examinamos con la gravedad necesaria, sin cólera; pero no nos enfademos cuando el hecho que se nos somete es ante todo divertido. Más vale reír que llorar, dice el proverbio.

Ahora, me dirijo a los católicos, y les digo: cuando supisteis que el doctor Bataille, que se decía entregado a la causa católica, había pasado once años de su vida explorando los antros más tenebrosos de las sociedades secretas, logias y traslogias, e incluso Triángulos luciferinos, le aprobasteis sin rodeos; encontrasteis su conducta admirable. Recibió una verdadera lluvia de felicitaciones. Tuvo artículos elogiosos, incluso en los periódicos de aquellos que, hoy día, no tienen suficientes rayos para pulverizar a Miss Diana Vaughan, tratándola de mito, aventurera y echadora de cartas.

Hoy podríamos recordar aquellas aclamaciones que acogieron al doctor Bataille; pero ya no tienen lugar; y, sin embargo, fueron ostentosas. Ilustres teólogos, elocuentes predicadores, eminentes prelados, le cumplimentaron a porfía. Y no digo que no tuvieran razón. Constato pura y simplemente. Y esta constatación tiene también como finalidad el que me permitáis decirlo todo:

No os enfadéis, mis reverendos Padres, reíd más bien de buena gana, al saber hoy que lo que ocurrió es exactamente lo contrario de lo que habéis creído. No hubo, en modo alguno, ningún católico que se dedicara a explorar la Alta Masonería del palladismo. Sino al contrario, hubo un librepensador que para su provecho personal, en modo alguno por hostilidad, vino a pasearse por vuestro campo, no durante once años, sino doce; y… es vuestro servidor.

No hay el menor complot masónico en esta historia y os lo voy a probar inmediatamente. Es preciso dejar a Homero catar los éxitos de Ulises, la aventura del legendario caballo de madera; ese terrible caballo no tiene nada que ver en el caso presente. La historia de hoy es mucho menos complicada.

Un buen día, vuestro servidor se dijo que, habiendo partido demasiado joven hacia la irreligión y quizás con demasiado ímpetu, podía muy bien no tener el sentido exacto de la situación, y entonces, obrando por cuenta propia, queriendo rectificar su manera de ver, si había lugar, no confiando su resolución en un principio a nadie, pensó haber encontrado el medio de mejor conocer, de mejor darse cuenta, para su propia satisfacción.

Añadid a esto, si queréis, un fondo de farsante en el carácter; ¡uno no es impunemente hijo de Marsella! Sí, añadid ese delicioso placer, que la mayor parte ignoran, pero que es bien real; esta alegría íntima que se experimenta frente a un adversario, sin malicia, sólo por divertirse, por reír un poco.

Y bien, debo decirlo ahora mismo; esta mixtificación de doce años me ha proporcionado, desde el mismo inicio, una precisa enseñanza: que había actuado verdaderamente sin medida; que debía haber permanecido siempre en el terreno de las ideas; que en la mayoría de los casos no pretendía atacar a las personas.

Esta declaración, tengo el deber de hacerla, y debo decir también que no me cuesta hacerla. En estos doce años pasados bajo la bandera de la Iglesia, y aunque enrolado como histrión, adquirí la convicción de que se imputa injustamente a las doctrinas la malignidad que es propia de ciertas personas. Todo esto es bueno. El que es malo permanece malo; de la misma forma que el que es bueno obra con bondad tanto si permanece creyente como si pierde la fe. Hay gente mala por todas partes, y hombres buenos por todas partes.

He hecho, personalmente, un estudio que ha traído sus frutos. Es ese estudio el que me ha dado esta serenidad de alma, esta filosofía íntima de la que hablaba al comienzo.

Así llegué a asegurarme dos colaboradores; dos, ni uno más. Uno, un antiguo camarada de niñez, que yo mismo mixtifiqué al principio dándole el pseudónimo de Dr. Bataille; la otra, Miss Diana Vaughan, protestante francesa, más bien librepensadora, mecanógrafa de profesión, y representante de una de las fábricas de máquinas de escribir de Estados Unidos. Uno y otro eran necesarios para asegurar el éxito del último episodio de esta alegre broma, que los periódicos americanos llaman «la más grande mixtificación de los tiempos modernos».

He aquí algunas confesiones de mis principios en esta noble carrera: En primer lugar, en mi villa natal. Nadie ha olvidado en Marsella la famosa historia de la devastación de la rada por una bandada de tiburones. De varias localidades de la costa llegaban cartas de pescadores narrando cómo habían escapado a los más terribles peligros. El pánico se extendió a los bañistas y los establecimientos de baños de mar, desde los Catalanes hasta la playa del Prado quedaron desiertos durante semanas. La Comisión municipal se asustó; el alcalde emitió la opinión muy juiciosa, que esos tiburones, azote de la rada, habían verosímilmente venido de Córcega siguiendo algún navío que, sin duda, había arrojado al agua alguna carga estropeada de carnes ahumadas. La Comisión municipal votó un escrito al general Espivent de la Villeboisnet —entonces estaba bajo el régimen de estado de sitio— pidiéndole pusiera a su disposición una compañía armada de fusiles, para una expedición en un remolcador. El bravo general, no deseando otra cosa que ser agradable a los administradores que él mismo había escogido para la querida y buena ciudad en la que vi el día, el general Espivent, hoy senador, concedió, pues, cien hombres, bien armados, con una amplia provisión de cartuchos. El navío liberador abandonó el puerto, saludado con los bravos del alcalde y sus adjuntos; la rada fue explorada en todas direcciones, pero el remolcador volvió con el rabo entre las piernas; ¡ni un solo tiburón! Una encuesta ulterior demostró que las cartas de queja emanadas de diversos pescadores de la costa eran todas fruto de la fantasía. En las localidades en las que estas cartas habían sido depositadas en correos, no existían esos pescadores; y al reunir las cartas se observó que parecían haber sido escritas todas por la misma mano. El autor de la mixtificación no fue descubierto. Lo tenéis delante de vosotros. Era 1873, entonces tenía diecinueve años.

Espero que el general Espivent me perdonará de haber, por un barco, comprometido momentáneamente su prestigio a los ojos de la población. Había suprimido la Marrote, diario de locos. El asunto de los tiburones fue, pues, una muy inofensiva venganza.

Unos años más tarde, estaba en Ginebra huyendo de algunas condenas de prensa. La Fronde, después el Frondeur había sucedido a la Marotte.

Un buen día, el mundo erudito fue sorprendido al conocer un maravilloso descubrimiento. Quizás alguno, en este auditorio, se acordará del hecho: se trataba de la ciudad sub-lacustre que se divisaba —se decía— bastante confusamente, en el fondo del lago Leman, entre Nyon y Coppet. Fueron enviadas relaciones a todos los rincones de Europa, teniendo los periódicos al corriente de las pretendidas excavaciones. Se había dado una explicación muy científica apoyada en los Comentarios de julio César. La ciudad debió de ser construida en la época de la conquista romana, en un tiempo en el que el lago era tan estrecho que el Ródano lo atravesaba sin mezclar con él sus aguas. Brevemente, el descubrimiento hizo por todas partes mucho ruido, por todas partes excepto en Suiza, por supuesto. Los habitantes de Nyon y de Copet se extrañaron no poco con la llegada de algún turista, que, de vez en cuando, pedía ver la ciudad sub-lacustre. Los remeros del lugar acabaron por decidirse a llevar sobre el lago a los turistas más insistentes. Se extendió aceite sobre el agua para ver mejor; y, en efecto, hubo quienes distinguieron algo…, restos de calles bastante bien alineadas, encrucijadas, ¿qué sé yo? Un arqueólogo polaco, que había hecho el viaje, se volvió satisfecho y publicó un informe en el que afirmaba haber distinguido muy bien restos de una plaza pública, con alguna cosa informe que bien podía ser restos de una estatua ecuestre. Un instituto delegó a dos de sus miembros; pero éstos, a su llegada, se dirigieron a las autoridades, y al enterarse que la ciudad sub-lacustre era sólo una broma, volvieron como habían venido, y no vieron nada, ¡lástima! La ciudad sub-lacustre no sobrevivió a la visita científica.

El padre de la ciudad sub-lacustre de Leman, que está aquí presente, tuvo un precioso auxiliar en la propagación de la leyenda, en la persona de uno de sus compañeros de exilio —¿es necesario decir que también era marsellés?—, mi cofrade y amigo Henri Chabrier, aclimatado hoy, como yo, a orillas del Sena.

Estas dos anécdotas, entre cien que podría citar, han sido traídas a fin de establecer que el gusto de vuestro servidor por la grande y alegre farsa remonta a más de doce años.

Se comprenderá sin dificultad que no era demasiado cómodo, con el formidable bagaje de mis escritos irreligiosos, ser recibido en el regazo de la Iglesia sin una desconfianza todavía más formidable.

Para alcanzar el resultado que me había propuesto, era necesario, indispensable, no confiar mi secreto a nadie, absolutamente a nadie, ni siquiera a mis más íntimos amigos, ni siquiera a mi mujer, al menos en los primeros tiempos. Era preferible pasar por loco a los ojos de los que me conocían. La menor indiscreción podía hacer fracasar todo.

Así, tras la publicación de mi carta por la que me retractaba de todas mis obras irreligiosas, los grupos parisinos de la Liga Anticlerical se reunieron en asamblea general, para votar mi expulsión.

Entre el día de abril en el que hice a un sacerdote la confidencia de mi conversión, y el día de sesión de mi expulsión del librepensamiento, tuvo lugar en Roma un Congreso anticlerical, del que yo había sido uno de los organizadores. Nada me hubiera sido más fácil que desorganizarlo y hacerlo fracasar completamente. Este Congreso tuvo lugar en los primeros días de junio. Todos los librepensadores saben que hasta el fin me entregué con todas mis fuerzas al éxito del mismo; sólo la muerte de Victor Hugo, que sobrevino en aquel momento, derivó la atención pública de este Congreso.

Más tarde, cuando se supo que había tratado a sacerdotes desde el mes de abril, se dijo y se imprimió que, con la excusa de este Congreso, había ido a Roma a negociar mi traición, que había recibido una fuerte suma; se dice que «un millón».

Yo dejé decir, pues todo esto me importaba poco, y yo mismo me reía.

Pero hoy tengo el derecho de decir todo lo que sucedió de otra forma. Entre las invitaciones distribuidas para esta conferencia se encuentra la de un antiguo amigo que efectuó conmigo ese viaje, que me acompañó por todas partes, que no me dejó un instante. El está aquí y no me desmentirá. ¿Me dejó un segundo? ¿Acaso me ausenté de su compañía para hacer cualquier gestión sospechosa? ¡No!

Y eso no es todo. A lo largo de ese mismo viaje, al volver a Francia, nos detuvimos en Génova. Tenía que hacer una visita a alguien, con el que estaba unido por amistad: el general Canzio Garibaldi, el yerno de Garibaldi.

En esta visita fui acompañado por el amigo en cuestión, y por otro que vive todavía: el doctor Baudon, que recientemente ha sido elegido diputado de Beauvais.

Los dos pueden certificar esto: y es que, en el transcurso de esta visita, me retiré un momento aparte con Canzio. Y Canzio podrá, a su vez, certificar que le dije:

Mi querido Canzio, tengo que declarares, bajo el sello del secreto, que dentro de poco voy a hacer una ruptura completa y pública. No os extrañéis de nada. Y mantenedme fielmente vuestra confianza.

Tampoco insistí más, e incluso más tarde temí haberle dicho demasiado.

Canzio, durante dos o tres años, me envió su tarjeta para año nuevo, a pesar de nuestra ruptura. Después juzgó, sin duda, que la cosa duraba demasiado; se abandonó y ya no me dio más señales de vida.

Ahora llegamos a la mixtificación en sí, a esta mixtificación a la vez divertida e instructiva.

Y en primer lugar no tiene relación con el buen hombre, el vicario, un sacerdote con alma sencilla, que tuvo la primera confidencia del golpe de gracia que yo había recibido, como Saulo en el camino de Damasco.

«Este bloque enfarinado no me dice nada que valga la pena», se pensaba entonces entre la gente de la Iglesia.

Fue entonces decidido, el día anterior a mi carta de retractación, que debería hacer un buen pequeño retiro en una casa de los reverendos padres jesuitas, y se escogió a uno de los más expertos en el arte de indagar y escrutar almas. La elección no se hizo al azar. Se me hizo esperar una larga semana al gran escrutador que me estaba destinado.

Un anciano capellán militar que se hizo jesuita, ¡un maligno entre los malignos! Su apreciación iba a tener un gran peso.

¡Ah! ¡Fue una dura partida la que jugamos los dos! Todavía tengo dolor de cabeza cuando pienso en ello… el querido director me hizo practicar, entre otras cosas, los Ejercicios espirituales de San Ignacio. Apenas pensaba en estos ejercicios; pero, al menos, necesitaba recorrer las páginas, a fin de dar la impresión de haberme sumergido en estas extraordinarias meditaciones. No era el momento de dejarme coger en falta.

Era mi confesión general la que me iba a hacer ganar la batalla. Esta confesión general no duró menos de tres días. Para el fin había guardado un golpe fulminante.

Dije todo, esto y aquello, y todavía más; pero mi partner comprendía que no obstante había un gran pecado, muy gordo, muy gordo, que era duro de confesar; un pecado más penoso de decir que la confesión de mil y mil impiedades. Finalmente, fue preciso decidirse a hacer salir aquel monstruoso pecado.

A vosotros, señoras y señores, no os quiero hacer esperar tanto: mi gran pecado era un crimen, pero un crimen de primer orden, un asesinato de los mejores preparados. ¡No había degollado a toda una familia, no! Pero sin ser un Tropmann, ni un Dumolard, la guillotina me esperaba sin remedio si se hubiera descubierto.

Había tenido cuidado de buscar algunas desapariciones señaladas en los periódicos tres años antes, y sobre una de ellas construí una pequeña novela; pero mi reverendo padre no quiso dejarme exponer todos sus detalles. Me había juzgado capaz de los más horribles sacrilegios, y además le había causado agradables sorpresas; en cuanto a tener un asesino arrodillado ante él, no se lo esperaba de ninguna forma.

Cuando las primeras palabras de la confesión salieron de mis labios, el reverendo padre tuvo un sobresalto muy significativo. ¡Ah! Ahora comprendía mi indecisión, mis dificultades, mi forma de diferir ciertos pecados menos embarazosos. ¡Y era que tenía vergüenza de confesar mi crimen! No solamente tenía vergüenza, sino que estaba turbado, espantado… Había una viuda en este asunto; el reverendo padre me hizo prometer que entregaría a la viuda de la víctima una renta por un medio indirecto, muy ingenioso, a fe mía… No quiso conocer ningún nombre; pero lo que le interesaba era saber si había sido asesino con o sin premeditación… Tras largas dudas, hundido bajo el peso de la vergüenza, confesaba la premeditación, una verdadera insidia.

Tengo el deber de rendir homenaje a este reverendo padre jesuita. Jamás fui inquietado por los magistrados. Mi superchería me permitió, pues, poner a prueba el secreto de la confesión. Si cuento un día con detalle la historia de estos doce años, lo haré, como hoy, con la más estricta imparcialidad, y con calma, ¡señor, abate Granier!

Lo que de momento retengo es el hecho de mi primera victoria, cómo entré en campaña. Si alguien hubiera osado decir al reverendo padre que yo no era el más serio de los convertidos habría respondido con aspereza.

No entraba en mi plan el apresurarme en visitar al Soberano Pontífice. Ciertamente, mi confesión de asesinato había tenido un magnífico éxito; pero el director de mi retiro en Clamart guardaba el secreto para él. Evidentemente no pudo menos de decir al superior jerárquico que le había confiado el mandato de investigar las profundidades de mi alma:

¿Léo Taxil? ¡Yo respondo de él!

Las desconfianzas del Vaticano quedaban descartadas; ¿cómo hacerme agradable? Pues para llevar la mixtificación al máximo que yo soñaba y que tenía la indecible alegría de alcanzar, necesitaba realizar alguno de los puntos del programa de la Iglesia más queridos a la Santa Sede.

Esta parte de mi plan había sido estudiada desde el principio, desde mi primera resolución de captar exactamente el contenido del catolicismo.

El Soberano Pontífice se había señalado, un año antes, por la Encíclica Humanaegenus, y esta encíclica respondía a una idea muy fija en los católicos militantes. Gambetta había dicho: «El Clericalismo, ¡he ahí el enemigo!» La Iglesia por su parte decía: «¡El enemigo es la Francmasonería!»

Hurgar sobre los masones era, pues, el mejor medio de preparar las vías a la colosal farsa de la que saboreaba de antemano toda su agradable dicha.

Al principio los masones se indignaron; no preveían que la conclusión, pacientemente preparada, sería una universal carcajada. Me creían alistado de veras.

Había constatado, desde los primeros tiempos de mi conversión, que un cierto número de católicos que estaban convencidos de que el nombre de «Gran Arquitecto del Universo» adoptado por la Masonería para designar al Ser Supremo sin pronunciarse en el sentido particular de ninguna religión; estaban convencidos —digo— de que este nombre servía en realidad para velar hábilmente al señor Lucifer o Satán, ¡el diablo!

Acá y allá se citan algunas anécdotas, según las cuales el diablo hace de repente su aparición en logias masónicas y preside la sesión. Esto es admitido por los católicos.

Aunque no sea creído, hay gente honrada que se imagina que las leyes de la naturaleza son a veces trastornadas por espíritus buenos o malos, e incluso por simples mortales. Yo mismo oí con estupor que se me pedía hiciera un milagro. Un buen canónigo de Friburgo, cayendo en mi presencia como una bomba, me dijo textualmente:

«¡Ah!, señor Taxil, ¡sois un santo! ¡Para que Dios os haya apartado de un abismo tan profundo, es preciso que tengáis una montaña de gracias sobre la cabeza! (sic). En cuanto conocí vuestra conversión tomé el tren y heme aquí. Es preciso que a mi regreso pueda decir no solamente que os he visto, sino que habéis obrado un milagro ante mí.»

No esperaba semejante petición.

«Un milagro», respondí, «no os comprendo, señor canónigo».

«Sí, un milagro», repetía, «no importa cuál, a fin de que pueda dar testimonio… ¡El milagro que queráis!… ¿Qué sé yo?… Tomad, por ejemplo…, esta silla…; cambiadla en bastón, en paraguas…».

Estaba perplejo. Rehusé dulcemente realizar semejante prodigio. Y mi canónigo volvió a Friburgo diciendo que, si no hacía milagros, era por humildad.

Unos meses más tarde me enviaba un inmenso queso de Gruyere; sobre su corteza había grabado con un cuchillo inscripciones piadosas, jeroglíficos de un misticismo desmelenado; un excelente queso, por otra parte, que jamás se terminaba, y que comí con infinito respeto.

Mis primeros libros sobre la Masonería fueron, pues, una mezcla de rituales con pequeños añadidos anodinos, con interpretaciones en apariencia insignificantes; cada vez que un pasaje era oscuro, lo ilustraba en sentido agradable para los católicos que veían en el señor Lucifer al supremo Gran Maestre de los francmasones.

Tras dos años de este trabajo preparatorio, me trasladé a Roma. Recibido primero por el cardenal Rampolla y el cardenal Parocchi, tuve la dicha de oírles, a uno y a otro, decirme que mis libros eran perfectos. ¡Ah!, sí, desvelaban muy exactamente lo que se sabía muy bien el Vaticano, y era verdaderamente una fortuna que un convertido publicara sus famosos rituales.

El cardenal Rampolla me dio la clave del asunto. ¡Cómo lamentaba que no hubiese sido más que un simple aprendiz en masonería! Pero, desde el momento que había conseguido tener los rituales, nada era más legítimo que su reproducción. Reconocía todo, incluso lo que, inventado por mí, tenía el mismo valor que los tiburones de Marsella o la villa sub-lacustre.

En cuanto al cardenal Parocchi, lo que le interesaba más particularmente era la cuestión de las hermanas masonas; a él también mis preciosas revelaciones no le enseñaban nada.

Había venido a Roma improvisadamente, ignorando que para obtener una audiencia particular del Soberano Pontífice era necesario solicitarlo de antemano con mucho tiempo; pero tuve la agradable sorpresa de no tener que esperar nada, y el Santo Padre me recibió durante tres cuartos de hora.

El informe verbal que el cardenal Rampolla debió hacer al Santo Padre me valió la acogida que deseaba.

Cuando el Papa me preguntó:

Hijo mío, ¿qué deseáis?

Le respondí: ¡Santo Padre, morir a vuestros pies, ahora, en este momento, sería mi mayor dicha!

León XIII se dignó decirme, sonriendo, que mi vida era más útil todavía para los combates de la fe. Y abordó la cuestión de la Masonería. Tenía todas mis nuevas obras en su biblioteca particular; las había leído de cabo a rabo, e insistió en la dirección satánica de la secta.

Habiendo sido sólo Aprendiz, tenía un gran mérito al haber comprendido que «el diablo estaba ahí». Y el Soberano Pontífice insistía en esta palabra el diablo con una entonación que me es fácil recordar. Me parece que le oigo todavía, repitiendo: «¡El diablo!, ¡el diablo!»

Cuando marché había adquirido la certeza de que mi plan podría ser puesto en ejecución hasta el fin. Lo importante era no adelantarme hasta que el fruto estuviera maduro.

El árbol del luciferismo contemporáneo comenzaba a crecer. Lo había cuidado con esmero durante algunos años… finalmente, rehíce uno de mis libros, introduciendo en él un ritual palládico, por supuesto obtenido en comunicación, y de mi total invención, desde la primera línea hasta la última.

Esta vez el Palladismo o Alta Masonería luciferina había nacido.

El nuevo libro tuvo las más entusiastas aprobaciones, comprendidas las de todas las revistas dirigidas por los Padres de la Compañía de Jesús.

Entonces había llegado la hora de esfumarse; sin lo cual la más fantástica superchería de los tiempos modernos habría fracasado estrepitosamente.

Me puse a buscar el primer colaborador necesario. Era preciso alguno que hubiera viajado mucho y pudiera contar con una misteriosa información sobre los Triángulos luciferinos, los antros de este Palladismo presentado como dirigiendo secretamente todas las Logias y Tras-logias del mundo entero.

Justamente, un antiguo camarada de colegio, que reencontré en París, había sido médico de la marina. Al principio no le puse al corriente del secreto de la mixtificación. Le hice leer diversos libros de autores que se habían entusiasmado a raíz de mis miríficas revelaciones. La más extraordinaria de estas obras es la de un obispo jesuita, Monseñor Meurin, obispo de Port-Louis (Isla Mauricio), que vino a verme a París, y me consultó. ¡Pueden pensar que fue bien informado!…

Este excelente Monseñor Meurin, erudito orientalista, no podría ser mejor comparado que con aquel arqueólogo polaco que había distinguido tan bien los restos de una estatua ecuestre en medio de las ruinas de una plaza pública de mi villa sub-lacustre.

Siempre me acordaré, como una de las horas más felices de mi vida, aquellas en las que me leería su manuscrito. Su gran volumen, La Francmasonería sinagoga de Satán, me sirvió admirablemente para convencer a mi amigo el doctor que existía, en verdad, un sentido secreto luciferino en todo el simbolismo masónico.

Había realmente estudiado el espiritismo, como aficionado curioso; sabía que existen por el mundo algunos creyentes en manifestaciones sobrenaturales, en fantasías, en aparecidos, en duendes, etc. Sabía que, en pequeños grupos de ocultistas, amables histriones hacen ver espectros a la buena gente demasiado olvidada de Robert Houdin. Pero ignoraba que en la masonería se entregaban a semejantes operaciones; ignoraba que hubiera un rito especial de ocultismo luciferino y masónico; ignoraba el Palladismo y sus Triángulos, los Magos Elegidos y las Maestras Templarias, y toda esa extraña organización suprema que yo había imaginado y que Monseñor Meurin y otros confirmaban científicamente.

A causa de libros tales como el de Monseñor Meurin, el doctor creyó en el Palladismo y en diversos personajes que ya comenzaban a aparecer, héroes de mi mixtificación. Pero no intenté por nada del mundo hacerle creer en la realidad de las manifestaciones sobrenaturales que pretendía contar.

En definitiva, he aquí cómo recurrí al concurso del doctor, mi amigo.

¿Quieres colaborar en una obra sobre el Palladismo? Yo conozco la cuestión a fondo; pero publicar rituales no ofrece el mismo interés que contar aventuras en calidad de testigo, sobre todo si esas aventuras son alucinantes… Además, para enternecer mejor a los cándidos, es preciso que el narrador sea él mismo un héroe; no un palladista convencido, sino un celoso católico que ha adoptado la máscara luciferina para hacer esta tenebrosa encuesta con peligro de su vida…

Mi amigo el doctor aceptó, y a fin de entretenerle con el pensamiento de que el Palladismo existía, a pesar de la simulación de hechos maravillosos atribuidos por nosotros a sus Triángulos, le hice recibir algunas cartas de Sophia Walder; Sophia se indignaba de que pretendiera conocerla.

El doctor me traía fielmente estas cartas.

A la tercera o cuarta que recibió, me dijo:

Verdaderamente tengo miedo que esta mujer nos haga un escándalo y demuestre por A más B que lo que vendemos en su nombre es pura fantasía.

Le respondí:

Tranquilízate. Ella protesta por la forma; en el fondo le divierte leer que ella tiene el don de pasar a través de los muros, y que posee una serpiente que con la punta de su cola escribe profecías en las espaldas. Me he puesto en contacto con ella; he sido presentado a ella; es una buena mujer. Es una palladista farsante; se ríe a carcajadas de todo esto… ¿Quieres que te la presente?

¿Cómo, pues?… ¡Ah! ¡Era feliz de establecer conocimiento con Sophia Walder!… Algunos días después envié a mi amigo una carta de la gran maestra palladista; consentía en su presentación. Concertamos la entrevista en mi casa; de ahí debíamos ir al encuentro de Sophia Sapho que nos invitaba a cenar… Mi amigo llegó vestido de etiqueta como si hubiera sido invitado al Elyseo. Le mostré la mesa servida en mi casa y, esta vez, le conté todo, o al menos casi todo.

¡Sophia Walder, un mito! ¡El Palladismo, mi más bella creación, sólo existía sobre el papel y en algunos millares de cerebros! No acababa de reponerse. Me fue preciso darle pruebas… Cuando se convenció, encontró que la mixtificación era divertida, y me ofreció su concurso.

Pero mi amigo el doctor no era suficiente para la realización de mi plan. El Diablo en el siglo XIX, en mi proyecto, debía preparar la entrada en escena de una Gran Maestra luciferina que se convertiría.

La obra que había firmado presentaba a Sophia-Sapho, pero bajo los colores más negros. Me había empeñado en hacerla lo más simpática posible a los católicos: era el tipo perfecto de la diablesa encarnada, encenagada en el sacrilegio, una verdadera satanizante, tal como se ve en las novelas de Huysmans.

Sophia-Sapho, o la señorita Sophia Walder, sólo estaba ahí para servir de contraste frente a otra luciferina, pero ésta simpática, una criatura angélica que vivía en este infierno palladista por azar de nacimiento, y que yo reservaba a la obra firmada por Bataille el cuidado de hacerla conocer al público católico.

Así pues, como esta luciferina excepcional debía convertirse en un momento dado, era preciso tener a alguien de carne y hueso, caso de que su presentación fuera indispensable.

Poco tiempo antes de encontrar a mi camarada de infancia, el doctor, las necesidades de mi profesión me habían hecho buscar una copista mecanógrafa, que era representante en Europa de una de las grandes fábricas de máquinas de escribir de los Estados Unidos. Tuve que darle para pasar a máquina un buen número de manuscritos en aquella época, vi que era una mujer inteligente, activa, que a veces viajaba por sus negocios; además, era de un carácter alegre, y de una elegante simplicidad, como es general en nuestras familias protestantes.

Nadie, mejor que la señorita Vaughan, podía secundarme. Toda la cuestión radicaba en si ella aceptaría o no.

No le hice la proposición a quemarropa. Primero la estudié. Poco a poco la fui interesando en la demonología con la que ella se divertía mucho. Me dije: ella es más librepensadora que protestante.

Hice con ella un trato: 150 francos por mes, a cuenta de la copia a máquina de los manuscritos, así como por las cartas de primera mano.

El Diablo en el siglo XIX fue escrito principalmente para acreditar a Miss Vaughan, a la que destinaba desde entonces un gran papel en la mixtificación.

Nos limitamos a hacerla americana, a pesar de su accidental nacimiento en París. Situamos a la familia en Kentucky. Esto nos permitía hacer a nuestro personaje lo más interesante posible al multiplicar en torno suyo fenómenos extraordinarios que nadie podía controlar. Otro motivo era que habíamos situado en los Estados Unidos, en Charleston, el centro del Palladismo, dándole como fundador al difunto general Albert Pike, Gran Maestre del rito escocés en la Carolina del Sur. Este masón célebre, dotado de una gran erudición, había sido una de las altas luces de la Orden; le convertimos en el primer papa luciferino, jefe supremo de todos los francmasones del globo, conferenciando regularmente, cada viernes, a las tres de la tarde, con el señor Lucifer en persona.

Lo más curioso del asunto es que hay francmasones que han subido espontáneamente a mi barco, sin ser solicitados lo más mínimo; y este barco del Palladismo se ha hecho un verdadero acorazado, frente al remolcador que utilicé para mis fines en la caza de los tiburones de la rada de Marsella.

Con el concurso del doctor Bataille, el acorazado se convirtió en toda una escuadra; y cuando Miss Diana Vaughan pasó a ser mi auxiliar, la escuadra se transformó en flota.

Sí, hemos visto en los diarios masónicos, como la Renaissance Symbolique, avalar una circular dogmática en el sentido del ocultismo luciferino, una circular del 14 de julio de 1889 escrita por mí en París, y revelada como traída de Charleston a Europa por Miss Diana Vaughan de parte de Albert Pike, su autor.

Cuando yo nombré a Adriano Lemmi el segundo sucesor de Albert Pike al soberano pontificado luciferino —pues no fue en el palacio Borghese, sino en mi despacho, donde fue elegido papa de los francmasones—, cuando esta elección imaginaria fue conocida, los masones italianos, y entre ellos un diputado al Parlamento, creyeron que era verdad. Se han sentido vejados al saber, por las indiscreciones de la prensa profana, que Lemmi guardaba el secreto, y que les tenía al margen de este famoso palladismo del que ya se hablaba en el mundo entero. Se reunieron en un Congreso en Palermo, constituyeron en Sicilia, Nápoles y Florencia tres Supremos Consejos independientes, y nombraron a Miss Vaughan miembro de honor y protectora de su federación.

Un auxiliar inesperado —pero en modo alguno cómplice, aunque se haya dicho lo contrario— es el señor Margiotta, francmasón de Palmi, en Calabria. Se enroló como mixtificado, y fue más que los otros; y lo que resulta más divertido es que nos contó que había conocido a la Gran Maestra palladista en uno de sus viajes a Italia. Es verdad que le había llevado dulcemente a hacerme esta confidencia. Le había metido en la cabeza que este viaje había tenido lugar; había creado alrededor de él una atmósfera de Palladismo; le había hecho encontrar en Roma con un chambelán de León XIII que había hecho cenar con Miss Diana algún tiempo antes. Después le sugerí que Miss Vaughan, durante su pretendido viaje de 1889, en el que trajo a Europa la susodicha circular dogmática de Albert Pike, había recibido, durante dos tardes, en el hotel Victoria de Nápoles, a numerosos masones por grupos.

Más tarde, cuando juzgaba que era preciso impedir que la mixtificación, adivinada en Alemania, se hundiera en el silencio de una Comisión; cuando me puse de acuerdo con el doctor para hacer sonar el grito de victoria de la locura de los cardenales mixtificador, cuando Bataille y yo, siempre de acuerdo, aparentamos que nos tirábamos los trastos a la cabeza, el señor Margiotta, habiendo abierto finalmente los ojos, temió el ridículo y prefirió declararse cómplice antes que alistado ciega y voluntariamente en nuestra flota.

Pero no conviene que parezcamos más numerosos de lo que éramos en realidad. Éramos tres, y ya es bastante.

No es banal, en efecto, haber hecho que en nuestro siglo XIX fueran admitidas nuestras miríficas historias. No obstante, me pregunto hasta qué punto los altos aprobadores del Palladismo desvelado tendrán el derecho de enfadarse hoy. Cuando se sepa que han sido mixtificados, lo mejor será reír con la galería. ¡Sí, señor abate Garnier!, porque enfadándoos vos, todavía daréis más risa.

Los mixtificadores del Palladismo pueden dividirse en dos categorías: Los que han estado de buena fe, totalmente de buena fe; los que han sido víctimas de su ciencia teológica y de sus estudios encarnizados contra todo lo que toca a la Masonería. He necesitado hundirme hasta el cuello en estas dos ciencias para imaginar todo, completamente todo, de forma que ni unos ni otros pudieran descubrir la superchería.

Todo mi Palladismo había sido sólidamente construido en cuanto a la parte masónica propiamente dicha, puesto que los francmasones —¡los «treinta y tres», si os agrada más!— no han juzgado que el edificio era un vano milagro, y han pedido entrar.

Pero, aparte de esta primera categoría de mixtificadores, hay una segunda; y entre éstos no ha habido mixtificación absoluta. Los buenos abates y religiosos que han admirado en Miss Diana Vaughan una hermana masona luciferina convertida tienen el derecho de creer que existen estas masonas. Jamás las han visto; jamás las han encontrado; pero pueden decir que no las hay en sus diócesis. En Roma tampoco hay; en Roma todas las informaciones están centralizadas; en Roma no pueden ignorar que no hay más masonas que las esposas, hijas o hermanas de los francmasones, admitidas a los banquetes, a las fiestas abiertas, donde incluso ellas se reúnen aparte, muy honestamente, en sociedades particulares únicamente compuestas de elementos femeninos, como ocurre en los Estados Unidos con las Hermanas de la Estrella de Oriente o las Damas de la Revolución.

Con un poco de reflexión, es fácil comprender que, si existieran Hermanas masonas tales como los antimasones se las imaginan, habría habido conversiones y confesiones desde hace tiempo. La rapidez con la que se acogió en Roma la pretendida conversión de Miss Vaughan es significativo. ¡Pensad que Monseñor Lazzareschi, delegado de la Santa Sede ante el Comité Central de la Unión Antimasónica, hizo celebrar un Triduo de Acción de Gracias en la iglesia del Sagrado Corazón de Roma!

El Himno a Juana de Arco, compuesto, por supuesto, por Miss Diana, letra y música, ha sido ejecutado en las fiestas antimasónicas del Comité romano; esta música, convertida casi en música sacra, ha sido oída con gran solemnidad en las basílicas de la Ciudad Santa. Es la melodía de la Jeringa filarmónica, parodia musical que uno de mis amigos, compositor y jefe de la orquesta del sultán Abd-ul-Aziz, compuso para las diversiones del serrallo.

Este entusiasmo romano debe hacer reflexionar.

Recordaré dos hechos característicos.

Bajo la firma del «Doctor Bataille» conté, y bajo la firma de «Miss Vaughan» confirmé, que el templo masónico de Charleston contiene un laberinto en cuyo centro está la capilla de Lucifer… (Interrupciones.)

Soy yo el que ha contado que en el templo masónico de Charleston una de las salas de forma triangular, llamada Sanctum Regnum, tiene por adorno principal la monstruosa estatua del Baphomet, a la que los Altos masones rinden culto; que otra sala posee una estatua de Eva que se anima cuando una Maestra Templaria es particularmente agradable al maestro Satán, y que esa estatua se convierte entonces en la demonio Astarté, viva por un momento, para dar un beso a la Maestra Templaria privilegiada. He publicado el pretendido plano de este inmueble masónico; este plano lo he dibujado yo mismo. Entonces Monseñor Northrop, obispo católico de Charleston, hizo un viaje a Roma con el solo objeto de certificar al Soberano Pontífice que estos relatos eran de la más pura fantasía. Este viaje habría pasado desapercibido si Monseñor Northrop no se hubiera dejado entrevistar durante el camino. Allí dijo: «Es falso, absolutamente falso, que los francmasones de Charleston sean los jefes de un rito supremo luciferino. Conozco muy especialmente a los principales de entre ellos; son protestantes animados de las mejores intenciones; ni uno solo sueña en entregarse a prácticas de ocultismo. He visitado su templo; no se encuentran allí ninguna de esas salas indicadas por el Doctor Bataille y Miss Vaughan. Ese plano es una broma.» Monseñor Northrop, al regresar de Roma ya no protestó; en adelante guardó silencio. Miss Diana Vaughan, por el contrario, replicó a la entrevista de Monseñor Northrop: ella dijo que el obispo de Charleston era francmasón, y ella había recibido la bendición del Papa.

Segundo hecho. Bajo las firmas de Bataille y Vaughan he contado y confirmado que en Gibraltar, en el subsuelo de la fortaleza inglesa, se encontraban inmensos talleres secretos en los que hombres monstruos fabricaban todos los instrumentos usados en las ceremonias del Palladismo; y Miss Diana Vaughan, interrogada a este propósito por altos dignatarios eclesiásticos de Roma, se divirtió respondiéndoles, con su más hermosa letra, que nada era más cierto, y que las forjas de estos misteriosos talleres de Gibraltar eran alimentadas por el mismo fuego del infierno. Monseñor el Vicario Apostólico de Gibraltar escribió, por otra parte, que él confirmaba, él, que se había visto en la necesidad de declarar a diversas personas; a saber, que la historia de estos talleres secretos era una audaz invención, que no tenía fundamento ninguno, y que estaba indignado de ver creer tales leyendas. El Vaticano no publicó la carta del Vicario Apostólico de Gibraltar, y Miss Vaughan recibió la bendición del Papa.

¡Es preciso recordar algunas otras cartas de aprobación que Miss Vaughan ha recibido! (Interrupciones.)

¡Cómo! ¡Os atrevéis a negarlo! Pues bien, ¡he aquí una carta de aprobación, y es de valor!… Es del cardenal Parocchi, Vicario de Su Santidad; está fechada el 16 de diciembre de 1895.

Señorita y querida Hija en N. S.:

Con una viva y muy dulce emoción he recibido vuestra querida carta del 29 de noviembre, con el ejemplar de la Novena Eucarística… Su Santidad me ha encargado enviaros, de su parte, una bendición muy especial…

Desde hace tiempo, mis simpatías son para vos. Vuestra conversión es uno de los magníficos triunfos de la gracia que yo conozca… En este momento estoy leyendo vuestras Memorias, que son de un interés palpitante…

Entretanto, creed que no os olvidaré en mis oraciones, y especialmente en el Santo Sacrificio. Por vuestro lado, no ceséis de agradecer a Nuestro Señor Jesucristo la gran misericordia que El ha usado con vos; así como del testimonio admirable de amor que os ha dado.

Ahora, aceptad mi bendición y creedme

Todo vuestro en el Corazón de Jesús

L. M. CARDENAI. VICARIO

He aquí otra carta, en papel oficial del Consejo directivo general de la Unión Antimasónica, es decir, del más alto comité de acción contra la Francmasonería, comité consultado por el mismo Papa, comité que tiene a su cabeza un representante oficial de la Santa Sede, Monseñor Lazzareschi. Escuchad:

Roma, 27 de mayo de 1896

Señorita:

Monseñor Vinzenzo Sardi, que es uno de los secretarios particulares del Santo Padre, me ha encargado de escribiros, por orden expresa de Su Santidad.

Debo deciros también que Su Santidad ha leído con gran placer vuestra Novena Eucarística.

El señor Comendador Alliata ha tenido una entrevista con el Cardenal Vicario sobre la veracidad de vuestra conversión. Su Eminencia está convencido; pero ha manifestado a nuestro Presidente que no lo puede testimoniar públicamente. «No puedo traicionar los secretos del Santo Oficio», es lo que Su Eminencia ha respondido al Sr. Comendador Alliata.

Soy todo suyo, muy afectísimo en Nuestro Señor

RODOLFO VERZICHI

Secretario General

El secretario particular de León XIII, ese mismo Monseñor Vicenzo Sardi, que acaba de ser mencionado, escribió a su vez, entre otras cosas:

Roma, 11 de julio de 1896

Señorita:

Me apresuro a expresar los agradecimientos que os son debidos por el envío de vuestro último volumen sobre Crispi…

Se trata de un libro en el que, bajo la firma de Miss Diana Vaughan, conté que Crispi tenía un pacto con un diablo llamado Haborym; que Crispi había asistido en 1885 a una sesión palládica en la cual un diablo llamado Bitrú, presentando a Sophia Walder a un cierto número de hombres políticos italianos, les había anunciado que dicha Sophia daría al mundo, el 29 de septiembre de 1896, una hija que sería la abuela del AntiCristo. Había enviado este libro al Vaticano. El secretario particular del Papa lo agradecía y añadía:

¡Continuad, señorita, continuad escribiendo y desenmascarando la inicua secta! La providencia ha permitido, por esto mismo, que le hayáis pertenecido durante tanto tiempo…

Me recomiendo de todo corazón a vuestras oraciones, y con una perfecta estima me declaro muy afectísimo.

Monseñor VICENZO SARDI

La Civiltá Católica, la más importante de todas las revistas católicas del mundo, el órgano oficial del General de los Jesuitas, revista publicada en Roma, recogía estas líneas en su número 1.110 de septiembre de 1896:

Queremos tener, al menos una vez, el placer de bendecir públicamente los nombres de los valores campeones que han entrado los primeros en el glorioso anfiteatro, entre los cuales la noble Miss Diana Vaughan.

Miss Diana Vaughan, llamada de lo profundo de las tinieblas a la luz de Dios, preparada por la Providencia divina, armada de la ciencia y experiencia personal, se vuelve hacia la Iglesia para servirla, y parece inagotable en sus preciosas publicaciones, que no tienen parangón por la exactitud y utilidad.

No sólo se consideraba a Miss Vaughan como una heroica polemista, entre los que rodeaban al Soberano Pontífice; se la ponía a la misma altura que los santos. Cuando comenzó a ser atacada, el secretario del Cardenal Parocchi le escribió desde Roma, el 19 de octubre de 1896:

«Continuad, señorita, con vuestra pluma y vuestra piedad, a pesar de los esfuerzos del infierno, suministrando las armas para aplastar al enemigo del género humano. Todos los santos han visto sus obras combatidas; no es, pues, extraño que la vuestra no sea perdonada…»

Os ruego aceptéis, señorita, mis más vivos sentimientos de admiración y respeto.

A. VILL.ARD

Prelado de la Casa de su Santidad

Secretario de S. E. el Cardenal Parocchi

Estas cartas, sabéis bien, señores periodistas católicos, que han sido enviadas realmente a la señorita Vaughan. Es posible que estéis molestos hoy; pero son documentos históricos; no han sido fabricados; éstos y sus eminentes autores no lo renegarán.

Y no solamente ellos patrocinaban esta mixtificación, sino que empujaban a su corresponsal, creyéndola una cabeza exaltada, a entrar en su juego para la preparación de sus milagros.

El tiempo me falta hoy; no obstante quiero daros a conocer un hecho en este orden de ideas. Todo el mundo sabe que, según la leyenda católica, cuando Juana de Arco fue quemada, el verdugo quedó estupefacto al constatar que sólo el corazón de la heroína no había sido consumido; en vano, arrojó entonces pez encendida y azufre; el corazón no pudo arder. Entonces, por orden formal de los que mandaban el suplicio, el corazón de Juana fue arrojado al Sena. Ahora, el clero francés pide la canonización de Juana de Arco; pero es Roma la que canoniza y Roma está en Italia. El clero francés ha encontrado ya una reliquia de la que ajustició: es una costilla carbonizada. En Italia se preparan a tener algo mejor. Una terciaria ha tenido la idea extraordinaria de que ella encontrará el corazón de Juana de Arco; un ángel se lo traerá, sin duda. Esta terciaria ultramística ha escrito a Miss Vaughan, y es el mismo secretario del cardenal Vicario quien ha recomendado a Miss Vaughan que mantenga correspondencia con esta piadosa persona; que intercambie con ella sus impresiones sobre los hechos sobrenaturales relativos a Juana de Arco. Es fácil comprender lo que esto quiere decir. Estad seguros: un día, un ángel traerá el corazón, no a Francia, sino a Italia, de la misma forma que unos ángeles llevaron a Loreto la casa de Nazareth. Juana de Arco será canonizada, y todos los peregrinos franceses que irán a Italia no dejarán de visitar el convento italiano, poseedor del corazón milagrosamente encontrado; y estas visitas serán fructuosas, ¿no es así?

Miss Vaughan ha visto, pues, llover los favores de los príncipes de la Iglesia.

Los masones de Francia, de Italia, de Inglaterra reían bajo capa, y tenían razón. Por el contrario, un masón alemán, Findel, se encolerizó, y lanzó un folleto muy bien hecho. Gran emoción. Este folleto fue como una piedra en una charca de ranas.

Se trataba de tomar una resolución enérgica. Findel comprometía el éxito final de mi mixtificación: su gran error fue creer que era un golpe inventado por los jesuitas. ¡Desgraciados jesuitas! ¡Les había enviado un fragmento de la cola de Moloch, como pieza de convicción del Palladismo!

En el Vaticano hubo inquietud. Se pasó de un extremo al otro; enloquecieron. Se preguntaron si no estarían en presencia de una superchería que estallaría contra la Iglesia, en lugar de servirla. Se nombró una Comisión de encuesta que funcionó en secreto para saber a qué atenerse.

Desde ese momento el peligro se hacía grande; mi obra estaba en peligro, y yo no quería varar en el puerto. El peligro estaba en el silencio; sería el estrangulamiento de la mixtificación en los calabozos de la Comisión romana; sería la prohibición a los periódicos católicos de decir una sola palabra.

Mi amigo el doctor fue a Alemania; desde allí me hizo conocer la situación. Y yo partí para el Congreso de Trento prevenido, bien prevenido. A mi regreso, la primera persona que vi fue mi amigo. Le hice partícipe de mis temores de estrangulación por el silencio.

Entonces convinimos todo lo que ha sido escrito y hecho. Si los redactores del Universo dudan, puedo decirles cuáles son los pasajes que han suprimido en las cartas del doctor Bataille. Fui yo quien, de esta forma, aticé el fuego; pues era preciso que la prensa del mundo entera fuera puesta al corriente de esta gran y extravagante aventura. Y era necesario un buen lapso de tiempo para que el alboroto de los católicos furiosos, la polémica con los partidarios de Miss Diana Vaughan pudiera atraer la atención de la gran prensa, de la prensa que marcha con el progreso y que cuenta con millones de lectores.

Antes de terminar, debo un saludo a un histrión desconocido, a un perspicaz cofrade americano. Entre histriones uno se entiende de un extremo al otro del mundo, sin tener necesidad de intercambiar cartas, sin recurrir ni siquiera al teléfono. Saludos, pues, al querido ciudadano de Kentucky que tuvo la amable idea de ayudarnos sin ningún acuerdo previo, que ha confirmado al Courrier-Journal de Louisville las revelaciones de Miss Diana Vaughan, que ha certificado, a quien ha querido oírle, que él había conocido a la querida Miss íntimamente durante siete u ocho años, y que la había encontrado a menudo en diversas sociedades secretas de Europa y América… en las que ella jamás puso los pies.

Señoras, señores,

Os había anunciado que el Palladismo sería hundido hoy. Mejor que eso; ha sido ahogado; ya no existe.

En mi confesión general al padre jesuita de Clamart me había acusado de un asesinato imaginario. Bueno, ante vosotros, me confieso de otro crimen. He cometido un infanticidio. El Palladismo ahora está mudo y bien muerto. Su padre lo acaba de asesinar.

Cartas y telegramas de diversas masonerías extranjeras felicitando a los masones españoles por la proclamación de la Segunda República Española

DOCUMENTO 15

CHILE (15-4-31). Gran Logia Chile felicita entusiásticamente advenimiento República. Trataremos conseguir pronto reconocimiento. Gran Logia de Chile.

DOCUMENTO 16

SANTO DOMINGO (16-4-31) (carta). Con mucho placer acusamos recibo de vuestro cablegrama de ayer, con el que nos das la buena nueva de tal ansiado establecimiento del Gobierno republicano, a la vez que pedís interceder cerca de nuestro democrático Gobierno para el pronto reconocimiento oficial de él, de cuyos pormenores hemos tomado las debidas satisfactorias notas.

Con esta misma fecha nos apresuramos a dirigirnos a nuestro querido h. general Trujillo, presidente constitucional de nuestra República, en la solicitud dicha, no dudando recibir prontas noticias al respecto, que os transmitiremos en seguida.

Muy fraternalmente vuestros. Doctor Heliodoro Quintero y Ortega, Gran Secretario; Eugenio A. Álvarez, Gran Maestre.

DOCUMENTO 17

PARAGUAY (17-4-31). Gestiones hechas ante Gobierno, reconocerá República española al recibir comunicación oficial. Felicitámosles. Abrazos fraternales. Francisco Olivé Ballsells, Gran Maestre.

DOCUMENTO 18

KENTUCKY (17-4-31). He recibido su cable del 15 del corriente, y les envío los saludos de la Gran Logia de Kentucky, esperando que, bajo la forma republicana del gobierno, la Gran Logia Española prosperará y tendrá privilegios que no ha tenido en el pasado. Agradecemos su cable; quedo fraternalmente vuestro. Fred W. Nardiwich, Gran Secretario.

DOCUMENTO 19

MÉXICO (17-4-31). Recibido suyo 15. México ya reconoció República española. Felicitámosles calurosa, fraternalmente. Gran Logia Valle de México.

DOCUMENTO 20

PANAMÁ (18-4-31) (carta). … Nuestro Gran Maestre adjunto, Venerable h. Héctor Valdés, en ejercicio de la Gran Maestría, por ausencia del Gran Maestre Irving Halman, se hizo cargo de gestionar verbalmente con el Gobierno de Panamá respecto al pronto reconocimiento del nuevo Gobierno español. Valdés 011er.

DOCUMENTO 21

LUXEMBURGO (17-4-31). Compartimos vuestra alegría. Hemos practicado urgente diligencia para pronto reconocimiento nuevo Gobierno. Daubelfeld.

DOCUMENTO 22

AUSTRIA (17-4-31). Intervención pedida, imposible, por sernos prohibida toda acción refiriéndose a política.

DOCUMENTO 23

CUBA (17-4-31). Esperamos aviso confirmando noticias. Realizamos gustosos interesadas. Abrazos fraternales. Walter y Castellanos, Gran Logia Isla de Cuba.

DOCUMENTO 24

CHECOSLOVAQUIA (18-4-31). Compartimos vuestra alegría. Obramos según deseo. Fraternal abrazo. Gran Logia Checoslovaquia. Tchy Schvarz.

DOCUMENTO 25

ECUADOR (18-4-31). Entusiasmada, Masonería ecuatoriana felicita advenimiento nueva República, formulando votos prosperidad. Gobierno Ecuador reconoció el vuestro. Fraternal abrazo. L. W. García Moreno, Gran Secretario.

DOCUMENTO 26

FRANCIA (20-4-31). El Consejo de la Orden del Grande Oriente de Francia, reunido en sesión plenaria, os envía todas sus felicitaciones y se asocia a vuestra alegría.

DOCUMENTO 27

GUATEMALA (20-4-31). Buen éxito gestiones. Diéronse instrucciones inmediato reconocimiento República. Fraternales felicitaciones. Gran Logia Guatemala.

DOCUMENTO 28

BÉLGICA (20-4-31) (carta). … Por nuestro lado, no dejaremos de dar curso al deseo que expresáis, y pondremos todo cuanto sea necesario por nuestra parte para alcanzar el objeto deseado (…) Esta carta estaba ya escrita cuando nuestro Gran Maestre, Victor Charpentier, había ya dado los pasos necesarios. Os felicitamos por el reconocimiento de la República española. Gran Oriente de Bélgica.

DOCUMENTO 29

GRECIA (20-4-31) (carta). Vuestro telegrama ha sido inmediatamente comunicado a los cinco hermanos ministros, miembros del Gabinete, y ha sido objeto de la más simpática acogida. El ministro de Negocios Extranjeros de la República Helénica ha tomado ya contacto con las autoridades republicanas españolas, lo que hace preverle rápido reconocimiento del nuevo régimen. Gran Oriente de Grecia.

DOCUMENTO 30

SAN SALVADOR (21-4-31). Felicitámosles. Estamos gestionando reconocimiento. Fraternalmente. Gran Logia Cuscatlán. Locayo Téllez.

DOCUMENTO 31

CUBA (22-4-31). Logia Padilla saluda alborozada República española, deseando estabilidad nuevo régimen. Fraternalmente. Núñez, Gran Maestre. Logia Minerva suplica felicítese en su nombre Gobierno República. Votos perdure la libertad. Augusto Feo, Venerable.

DOCUMENTO 32

PUERTO RICO (24-4-31) (carta). Ampliando los acuerdos anteriores, enviados por cable, la Gran Logia acordó dirigir al presidente del Gobierno provisional de la República el siguiente mensaje:

«Masonería portorriqueña, reunida asamblea general ciudad Guayam, saluda, felicita amanecer República española. Rodolfo Ramírez Pavón, Gran Maestre Supremo de Puerto Rico.»

DOCUMENTO 33

Petición de informes sobre los generales masones denunciados en el Congreso de los Diputados. Febrero-marzo de 1935

La Gran Logia Simbólica Regional del Mediodía de España, de la Federación del Grande Oriente Español, a la Comisión Permanente del Gran Consejo Federal Simbólico.

Sevilla, 26 febrero 1935.

Il. Gr. Maestre Adjunto y Ven. HH. Consejeros:

Interesa a esta Gran Logia conocer si las personas que figuran en la adjunta Relación pertenecen a nuestra Orden, y a dicho efecto tenemos el honor de remitirla a este Alto Cuerpo, por si se digna informarnos en aquellos que pertenezcan a la Orden, su actual situación masónica y Taller a que pertenecen y con objeto de que no tengáis que poner los nombres de las personas, bastará con que lo sustituyáis con el n.° de orden que figura al margen de la relación.

Recibid Il. Gr. Maestre Adjunto y Ven. HH. Consejeros el testimonio de nuestro fraternal afecto.

Relación que se adjunta

Generales de división

1. D. Eduardo López de Ochoa y Portuondo

2. D. Miguel Cabanellas Ferrer

3. D. Agustín Gómez Morata

4. D. José Riquelme y López Bago

5. D. Miguel Núñez del Prado y Subielas

6. D. José Sánchez-Ocaña y Beltrán

7. D. Juan García Gómez Caminero

8. D. José Fernández Villa Abrile Calivara

9. D. Nicolás Molero Lobo

Generales de brigada

10. D. Juan Urbano Palma

11. D. Francisco Llano Encomienda

12. D. José Miaja Menant

13. D. Manuel de la Cruz Baoullona

14. D. Sebastián Pozas Perca

15. D. Toribio Martínez Cabrera

16. D. Leopoldo Jiménez García

17. D. Rafael López Gómez

18. D. Fernando Martínez de Monje

19. D. Luis Castelló Pantoja

20. D. Manuel Romerales Quintero

21. D. Jacinto Fernández Ampón

La Comisión Permanente del Gran Consejo Federal Simbólico a la Gran Logia Simbólica Regional del Mediodía de España. Madrid, 1 marzo 1935.

Ilustre Gra. Maestre y Ven. HH.:

Obra en nuestro poder vuestra fraternal plancha n.° 182, de 26 del pasado mes de febrero, la que tenemos el gusto de contestar.

En contra de nuestro buen deseo no podemos deciros con seguridad lo que deseáis, pues bien sabéis que durante más de un año y medio la preocupación constante de la Gran Secretaría fue la cuestión de estadística, pero como los Talleres no cumplieron entonces, no hubo manera de hacer un trabajo serio. Por referencias particulares podemos deciros lo siguiente:

N.° 1 Pertenece a la Gran Logia Regional del Nordeste. No sabemos si en el momento presente está activo o en sueños.

N.° 2 Es miembro activo de la Resp. Logia «Condorcet» de estos Valles.

N.° 4 Es miembro activo de la Resp. Logia «La Unión» de estos Valles.

En cuanto a los demás nada sabemos en este Gran Consejo.

Recibid, Ilustr. Gr. Maestre y Ven. HH. La expresión de nuestros fraternales afectos.

Archivo de Servicios Documentales.

Salamanca. Sección Masonería, legajo 67-28-36839-40.

DOCUMENTO 34

Extracto de la intervención del diputado Dionisio Cano López en el debate que precedió a la votación de la moción no de Ley prohibiendo a los militares pertenecer a la Masonería

15 de febrero de 1935

Realmente en España se ha hablado mucho de la Masonería; la Masonería ha constituido uno de los puntos más fundamentales de la campaña electoral de todas las derechas, hasta el extremo de que desde el partido agrario hasta el partido tradicionalista llevaron como bandera y como lema el antimarxismo y la antimasonería; pero después de tanto hablar de la Masonería, yo no sé qué cosas misteriosas tiene, qué miedo tal vez produce al ocuparse de ella, que nadie se atreve nunca a concretar, como en este momento, una proposición acerca de ella; como si la Masonería fuera un «tabú» que indicara peligro de muerte; no hay nadie capaz de hablar de ella…

El carácter político de la Masonería, en mi concepto, está ampliamente demostrado por la intervención de la misma en todos los movimientos políticos y revolucionarios de los siglos XVIII y XIX en España. Se trata de algo muy claro, que está en la memoria de todos y que yo no he de concretar porque no quiero molestar en lo más mínimo a la Cámara con estos detalles. Únicamente voy a tratar de unos cuantos hechos esencialmente políticos del siglo XX, y empezaré por la Semana Trágica de Barcelona, hecho típicamente masónico. Después me referiré a la campaña criminal e inicua realizada en el extranjero contra España con motivo del fusilamiento de Ferrer, campaña internacional masónica, ligada con la de los traidores que teníamos dentro del territorio nacional, y además he de recordar la huelga del 17, que fue promovida y amparada por las organizaciones masónicas, como puede demostrarse con textos que tengo aquí de los Boletines oficiales masónicos…

El hermano Enrique Barca Pérez, en la Asamblea general del Gran Consejo Federal Simbólico de Sevilla, decía estas palabras: «La Masonería o es política o no es nada.» Esto lo decía también una gran autoridad masónica…

En Barcelona, alrededor del 12 de noviembre, se detuvo por la Policía a un individuo llamado Porvenir Ideal Ayerbe. Este individuo era presidente de la logia «Democracia» o «Fraternidad» y es un anarquista y separatista peligrosísimo; pero a las pocas horas de ser detenido, una orden de la Capitanía General, donde está el comandante Herrero, ayudante del general Batet, le puso en libertad inmediatamente.

Yo condeno el que la Masonería política intervenga en el Ejército. El Gobierno debe tomar medidas para aplicar rigurosamente el Decreto de 19 de julio a los militares. Hubo un militar, un general de División, que consultó al ministro de la Guerra, señor Hidalgo, si la Masonería era política y si debía aplicar las medidas del Decreto de 19 de julio a los militares masones, y con la cobardía con que se hacen las cosas en España, con la sans façon y la desidia con que se están haciendo las cosas desde el banco azul, el ministro de la Guerra no contestó, y aquel general no pudo aplicar las sanciones correspondientes a los generales y oficiales que todavía siguen siendo masones.

… La Masonería no puede existir cuando tenemos un artículo en la Constitución que, a virtud de un cuarto voto de obediencia a Roma, expulsa a una entidad religiosa de España. Mucho menos puede permitirse entonces una sociedad secreta, internacional, antiespañola y masónica…

(Diario de Sesiones. 15 de febrero de 1935.)

DOCUMENTO 35

Manifiesto de la Francmasonería de Cataluña al pueblo

Barcelona, 8 de enero de 1937

Ciudadano:

Por la prensa te habrás enterado de que por donde han pasado los fascistas, nuestros hermanos francmasones han sido ejecutados, muchas veces después de inicuas torturas. En Granada, Sevilla, Córdoba, Las Palmas, en todas partes, para las hordas sanguinarias de los Mola, Queipo, Cabanellas y Franco, ser francmasón significa una sentencia de muerte.

¿Por qué este odio del fascismo contra la Francmasonería? Porque ésta representa en el orden de las ideas la antítesis del fascismo. Porque sin ser un partido político, una religión, ni una asociación de clase, la Francmasonería ha sido siempre un obstáculo formidable contra toda clase de tiranías, una barrera contra el falso nacionalismo fascista, el cual, bajo la apariencia de un patriotismo exaltado, encubre solamente los viles apetitos de un capitalismo sin entrañas y el afán de dominio de los que, a pesar de decirse discípulos de aquel Cristo que muestran como un símbolo de los pobres y de los humildes, quieren mantener por la fuerza su dominio sobre las conciencias y acaparar todas las riquezas, apoyando sus privilegios, unos y otros, en un militarismo incivil y despótico…

La Masonería considera la LIBERTAD como una condición esencial en toda civilización y base de la dignidad humana.

Combate las desigualdades hijas del privilegio, y no admite entre los hombres más diferencias que las nacidas de las virtudes y méritos que cada cual haya contraído. Por eso la IGUALDAD es otro de sus lemas.

Rehúsa la guerra y la violencia como medio de expansión de los pueblos y por encima de las fronteras abre sus brazos a todos los hombres de conciencia libre y sentimientos honrados, sin distinción de razas ni de religión. No solamente predica la FRATERNIDAD, sino que la practica y hace de ella su base, la razón de su existencia.

Este lema triple de LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD, que la Revolución francesa hizo suyo, ha sido siempre la estrella que ha guiado sus pasos. Red inmensa que se extiende por todo el mundo, la Francmasonería ha trabajado para acercar los pueblos, uniendo a todos los hombres en una sola familia; para defender a los oprimidos y desenmascarar a los opresores. Por eso la han odiado y perseguido; por eso han salido de su seno los paladines de las libertades, y con el título de francmasón se honraron Washington, Franklin y Lafayette, los fundadores de la libertad norteamericana; Bolívar, el libertador de América Meridional; Garibaldi, el creador de la unidad italiana. Por eso también, al lado de espíritus selectos como Mozart, Goethe y Victor Hugo, han figurado en sus filas los teorizantes más destacados de las nuevas concepciones sociales como Proudhon y Anselmo Lorenzo, y los caudillos de las revoluciones libertadoras, desde Danton a Ferrer y Guardia y Fermín Galán…

En estas horas de prueba, cuando la sangre generosa de muchos francmasones riega los frentes de batalla, cuando la persecución reaccionaria contra nosotros llega a extremos de crueldad nunca igualados, la FRANCMASONERÍA DE CATALUÑA, haciéndose eco de la autorizada voz del GRANDE ORIENTE ESPAÑOL, suprema autoridad de la Masonería Española, reafirma una vez más su fe inquebrantable en el progreso humano y en los principios de libertad y de justicia, y su decisión de continuar la obra secular en pro de estos sublimes ideales.

Gran Logia Regional del Nordeste de España

Aviñó, 27, pral. BARCELONA

(El Diluvio, Barcelona, 8 de enero de 1937.)

DOCUMENTO 36

La masonería se adhiere al Gobierno del Frente Popular presidido por el socialista Negrín

Barcelona, 6 de julio de 1938

Excelentísimo señor don Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros.

Señor Presidente:

Desde el comienzo de la rebelión asoladora de nuestra España, que hace derramar la sangre de la juventud, que destruye los hogares, las ciudades, las obras maestras de arquitectura, el acervo de nuestra riqueza histórica, nuestros niños, nuestras mujeres; mucho antes de que fuera plena demostración ante el mundo el salvaje y criminal modo de hacer la guerra el llamado hoy totalitario, que practican los facciosos, antes de que la guerra que sufrimos fuera reconocida como guerra de independencia, esta augusta institución a que pertenecemos, la masonería española, formuló declaraciones públicas, precisas y concluyentes de adhesión al Gobierno de la República, al Frente Popular y a la causa que Gobierno, Frente Popular y pueblo español defienden en común.

No hiciera falta tal declaración si todo el mundo supiera que los fundamentos de la Orden Francmasónica y su razón de ser son: la Fraternidad, la Justicia, la Libertad, la tolerancia, la Igualdad de derechos, la abolición de todo privilegio, la Paz entre todos los hombres y todos los pueblos; si todo el mundo conociera que los medios que propugnamos para defensa de nuestros principios son: lealtad y obediencia al poder del individuo, enemigos de toda violencia; enemigos de la explotación del hombre por el hombre; propaganda por la palabra, por la conducta y por la ejemplaridad que nos esforzamos en llevar cada día a mayor depuración; dignificación por el trabajo y la cultura; armonía con los progresos sociales y políticos más avanzados que tienen como meta la que siempre se estableció la Masonería que es: fraternidad y colaboración entre todos los hombres de buena voluntad. Ni hiciera falta formular nuestra expresa adhesión si todo el mundo supiera que los francmasones, aunque no pretenden ser hombres perfectos, porque adolecen de las debilidades comunes a todos, tienen como norte de su vida el perfeccionarse constantemente. Con esa base de doctrina y de conducta, que no es improvisada hoy sino que está grabada en nuestros Estatutos y es obligada y permanentemente practicada, se deduce inmediatamente que habíamos de estar unidos íntimamente a la causa que defiende nuestro pueblo y nuestro Gobierno. Pero en aquel excepcional momento y en práctica desusada, porque la Francmasonería hace su labor sin buscar popularidad, publicidad ni renombre, hicimos la declaración aludida para enterar a quienes no estuvieran enterados o lo fueren torcidamente por los enemigos sempiternos de la Libertad y la tolerancia.

Muchos sucesos han ofrecido posteriormente oportunidad para que toda suerte de Organizaciones enviaran adhesiones al Gobierno de la República. Nosotros no tuvimos necesidad de nuevas adhesiones. La nuestra era definitiva y sus fundamentos inmutables, como lo es la línea de nuestra doctrina, fija e invariable, que conduce a la fraternidad entre todos los hombres a través de los vaivenes y veleidades de la política o las religiones. Por tanto, seguíamos, seguimos y seguiremos en adhesión íntima al Gobierno de la República y a los principios que defiende y por los que se sacrifica lo mejor de nuestro pueblo. Nuestros afiliados cumplen ejemplarmente en sus puestos de lucha, o de mando, o de técnica, en proporción tal que no se pueden contar excepciones, si no es la inutilidad física total. Nuestros cuadros han dado víctimas en proporción que ninguna otra organización puede superar.

Si excepcionalmente hoy reiteramos nuestras anteriores manifestaciones de adhesión, justifícase ello por la importancia que contienen los llamados trece puntos que dio V. E. a la publicidad universal, porque estimamos es propósito firme su realización, y porque los principios que los informan están refrendados en el discurso que V. E. pronunció días pasados desde el Madrid heroico, sagrado y ejemplar, unidos a expresión práctica del resurgimiento de nuestro país, pleno de dignidad, mereciendo el respeto de todos los pueblos libres y desenvolviendo sus inagotables fuentes de riqueza.

En nombre de innumerables hombres de buena voluntad que están en nuestras filas, suyos afectísimos servidores.

El supremo Consejo del Grado 33 para España.

(La Vanguardia, Barcelona, 6 de julio de 1938.)

DOCUMENTO 37

Ley de 1 de marzo de 1940 sobre represión de la masonería y del comunismo

Jefatura del Estado

Acaso ningún factor, entre los muchos que han contribuido a la decadencia de España, influyó tan perniciosamente en la misma y frustró con tanta frecuencia las saludables reacciones populares y el heroísmo de nuestras Armas, como las sociedades secretas de todo orden y las fuerzas internacionales de índole clandestina. Entre las primeras, ocupa el puesto más principal la masonería, y entre las que, sin constituir una sociedad secreta propiamente, se relacionan con la masonería y adoptan sus métodos al margen de la vida social, figuran las múltiples organizaciones subversivas en su mayor parte asimiladas y unificadas por el comunismo.

En la pérdida del imperio colonial español, en la cruenta guerra de la Independencia, en las guerras civiles que asolaron a España durante el pasado siglo, y en las perturbaciones que aceleraron la caída de la Monarquía constitucional y minaron la etapa de la Dictadura, así como en los numerosos crímenes de Estado, se descubre siempre la acción conjunta de la masonería y de las fuerzas anarquizantes movidas a su vez por ocultos resortes internacionales.

Estos graves daños inferidos a la grandeza y bienestar de la Patria se agudizan durante el postrer decenio y culminan en la terrible campaña atea, materialista, antimilitarista y antiespañola que se propuso hacer de nuestra España satélite y esclava de la criminal tiranía soviética. Al levantarse en armas el pueblo español contra aquella tiranía, no cejan la masonería y el comunismo en su esfuerzo. Proporcionan armas, simpatías y medios económicos a los opresores de la Patria, difunden so capa de falso humanitarismo, las más atroces calumnias contra la verdadera España, callan y escuchan los crímenes perpetrados por los rojos, cuando no son cómplices en su ejecución y, valiéndose de toda suerte de ardides y propagandas, demoraron nuestra victoria final y prolongaron el cautiverio de nuestros compatriotas.

Son muy escasas y de reducido alcance las órdenes y disposiciones legales adecuadas para castigar y vencer estas maquinaciones…

DOCUMENTO 38

Manifiesto de la masonería española de fidelidad a la Constitución republicana de 1931

México, 15 de marzo de 1975

Francmasonería Universal. Familia Española.

A las Obediencias de nuestra Augusta Orden en todo el mundo.

A nuestros hermanos del interior y del exilio.

A las conciencias de los hombres que defienden sin desmayos su dignidad ciudadana y su libertad.

Salud. Fuerza. Unión.

Las dos ramas de la Masonería Española, filosofismo y simbolismo, representadas por el SUPREMO CONSEJO DEL GRADO 33 PARA ESPAÑA y el GRANDE ORIENTE ESPAÑOL, preocupadas por la marcha de los acontecimientos político-sociales que vienen sucediéndose en España y por las graves situaciones conflictivas que estos días entenebrecen el panorama universal, se sienten obligadas a expresar públicamente su posición respecto a los problemas que afectan a la humanidad en general y a España en particular.

En consecuencia,

DECLARAMOS:

Nuestra fidelidad inalterable al principio de acatamiento y de respeto a todos los regímenes políticos democráticos que hayan sido instaurados por la libre voluntad del pueblo en pleno ejercicio de su soberanía.

Este sentimiento de fidelidad nos lleva a reiterar hoy, como lo hicimos ayer, que la Masonería Española sigue considerando a la Constitución Republicana de 1931, promulgada en su país por el pueblo español a través de sus legítimos representantes, y defendida siempre en nuestras logias, como la expresión más auténtica de la última manifestación libre de la soberanía del ciudadano español en el marco legal de la vida política del…

DOCUMENTO 39

Incautación de la documentación correspondiente a la masonería

Con carácter general se ordene o reitere a todas las Autoridades a cuyo cargo estén las Divisiones orgánicas, auditorías, Centros o Dependencias en que existan documentos, insignias, emblemas u otros objetos pertenecientes a Sectas Secretas, la urgente remisión de ellos con las seguridades debidas y bajo inventario a esta Delegación Nacional de Servicios Especiales en Salamanca, y también que se intensifiquen las gestiones para el rescate de cuantos documentos u objetos de dicha clase obren en poder de particulares, para el mismo fin.

V. E., no obstante, resolverá lo que estime más acertado.

El Delegado Nacional

Archivo de Servicios Documentales.

(Salamanca. Sección Masonería, leg. 357 A-0.)