―Sigo sin estar de acuerdo. ¿Por qué no me acompañas a la editorial? En media hora habré terminado. ―Se sentía nerviosa, aquella visita no le gustaba―. Después podemos ir juntos. ¡Hazlo por mí! No estaré tranquila sabiéndote encerrado en ese lugar.

―No seas tonta. ¿Qué me puede pasar? ―preguntó Julio con amplia sonrisa en los labios.

―Quieres que te lo recuerde ―Lo observaba de soslayo, sin dejar de fijar la vista al frente mientras intentaba sortear el elevado número de vehículos que se interponían en su camino―. Te ha costado cuatro meses recuperarte del episodio de la Cappella Sistina. Aún te estremeces cada vez que rozo tu herida por las noches. Todo está demasiado reciente, parece que fue ayer mismo cuando te saqué del edificio con apenas un hilo de vida.

―Si me estremezco no es precisamente porque me duela. El simple roce de tus manos es suficiente motivo para que mi cuerpo reaccione al contacto. ¿O es que no lo recuerdas? ―Besó su mejilla con actitud insinuante.

Ella enrojeció un tanto al recordar el encuentro amoroso de la pasada noche.

―No intentes convencerme. Sabes perfectamente a qué me refiero. No quiero que estés solo de nuevo en la Cappella.

―Bianca, no hemos dejado de discutir sobre esto durante el último mes ―argumentó él, intentando convencer a la mujer que seguía sin entender su empeño en aquella visita―. Tengo que volver a hablar con él. ¡Lo necesito! Tienes que comprenderlo. De algún modo él forma parte de mí.

―Eso es lo que me asusta ―replicó rápida en tanto abandonaba, por unos instantes, el control del tráfico que los rodeaba―. Que todavía no hayas roto los lazos con ese hombre.

El fuerte pitido de un claxon cercano la avisó del inminente peligro; dio un ligero volantazo, algo más brusco de lo esperado, y a punto estuvo de envestir al coche que iba apenas seis metros por delante.

―¡Cálmate, mi vida! ―recomendó Julio tras sujetar el pequeño volante del vehículo―, o acabaremos de nuevo en el hospital.

Bianca volvió a centrar la atención en el engorroso tráfico que les rodeaba, sin dejar de pensar en lo absurdo y disparatado de semejante visita. Apenas si hacía noventa días que Julio saliera del hospital. La gravedad de la herida sufrida la fatídica noche a punto estuvo de acabar con su vida, unos minutos más tarde y no habría salido de aquella fantasmagórica aventura. Por suerte, su robusta naturaleza, los extremos cuidados y atenciones recibidas en el hospital y las enormes ganas de vivir que sentía, fueron suficientes para que, apenas cuatro meses más tarde, pudiera presumir de un estado de salud más que aceptable. Ella no le había dejado ni un solo día. Le cuidaba con mimo y cariño, sin apartarse de su lado, tan solo en aquellos momentos imprescindibles para el trabajo, regresando de nuevo al hospital en compañía de su enamorado, día y noche.

Al mes le habían dado el alta, desde ese día se trasladaron al apartamento de Bianca que ella se había ocupado de reorganizar en los fugaces momentos que lo dejaba solo. Durante más de tres meses que duró la convalecencia habían disfrutado de la mutua compañía; afianzaron los lazos que les unían y aprendieron a vivir insieme[49]. Tan solo llevaban una semana en casa cuando Julio le propuso que formalizaran su relación a través del matrimonio, uniendo definitivamente sus vidas. Bianca aceptó emocionada, llorando de felicidad y alegría en contrapunto con el recuerdo del dolor y las angustias pasadas. Ambos eran católicos, si bien no asiduos practicantes, pero las bases morales y religiosas seguían arraigadas en su forma de pensar y sentir, fue por ello que decidieron casarse por la Iglesia, según manda la tradición católica.

―Recuerda que esta noche hemos quedado con Manolo y su amiguita ―recordó Julio, con intención de desviar el pensamiento de ella de su principal motivo de preocupación.

―Es cierto. ¡Lo había olvidado! No creas que me apetece mucho esta salida. Tu amigo no deja de ser un presuntuoso machista, engreído de sí mismo y mujeriego.

―¡Bianca…! ―reconvino él con gesto crítico, sin poder disimular una ligera sonrisa al saber que cuanto acababa de decir ella era del todo cierto―. ¡No juzgues si no quieres ser juzgada!

―No digo más que la verdad ―respondió ella pronta, molesta por su comentario―. ¿Puedes negarlo?

Julio comprendió que le faltaban razones y desde luego deseos para salir en defensa del amigo juerguista. Aun así, quiso romper una lanza a favor del sevillano que, a su personal forma y manera, había demostrado su amistad también en los difíciles momentos de su convalecencia.

―Es cierto que no es un dechado de virtudes, pero… ¿qué hombre lo es?

―Yo conozco a uno. ―Apartó la vista de la vía y lo miró entre enamorada y divertida.

―Mira al frente, ¡por favor! ―recriminó él preocupado, echando ambas manos al volante―. Si sigues así no hará falta que facturemos las maletas.

Ella obedeció, un tanto avergonzada por su imprudente proceder. Centró de nuevo la atención en la caravana de vehículos que, al igual que ellos, soportaban, con mayor o menor paciencia, el importante atasco de hora punta que colapsaba la Via Vittorio Emanuele.

Él observaba, con aire distraído, el ajetreado ir y venir de los apresurados viandantes que abarrotaban la calle, en un frenético deambular en ambos sentidos. Vino a la mente la imagen del criticado amigo y sonrió para sus adentros al reconocer lo cargada de razón que estaba su futura esposa.

Manolo siempre había sido un cabeza loca, ya desde los años estudiantiles era el instigador de reuniones, botellones y cualquier tipo de juerga o sarao que pudiera organizarse dentro y fuera de la Facultad de Bellas Artes madrileña. Su desproporcionada afición por el sexo femenino le había acarreado más de un disgusto con algún que otro compañero de aula, si bien, ello no parecía haberle preocupado demasiado. Aunque la reciente amistad cibernética apenas si tenía arraigo emocional, no dejaba de tener un recuerdo agradable de aquel compañero de estudios, atolondrado, alocado y holgazán, que le traía recuerdos de los lejanos años juveniles.

Tal vez por ello no se sorprendió aquella mañana al verlo atravesar la puerta de la pequeña habitación del hospital San Camillo. Acababa de identificar su foto en los periódicos y enterarse de que se había visto implicado en un fatal accidente, dentro de la Sixtina, al derrumbarse una parte del techo sobre él. Julio intentó, de la mejor manera que supo, confeccionar una ficticia historia sobre lo ocurrido aquella tarde. Historia que dejaba demasiados puntos sin esclarecer, por ello, agradeció de verdad la discreción de su amigo que, aún sin creerse cuanto acababa de contarle, tuvo la delicadeza de no seguir indagando sobre ello.

La sonrisa volvió a dibujarse en sus labios al recordar la expresión de asombro de Manolo al ver entrar en la habitación a Bianca y, aún más, al comprobar la íntima familiaridad con que lo trataba.

«Creo que no hará falta que te presente a la señorita Bianca Monterelli ―había comentado, divertido, ante la cara bobalicona y sorprendida del crítico de arte».

El sevillano encajó, lo mejor que pudo, aquella sorprendente noticia. Dejó a la pareja, tras presentar sus excusas, y marchó pronto, en tanto intentaba comprender y asimilar aquella inesperada e inusitada relación entre el pintor y la escritora.

En sucesivas visitas acabó de aclararse el misterioso romance, siendo, precisamente, aquella noche, el primer encuentro amistoso que tendrían, luego de su convalecencia.

―¿Cuánto tardarás? ―quiso saber ella, extrañada de tan largo silencio, aceptando, vencida, su firme determinación.

―Poco. Mientras vas a la editorial a firmar el contrato y vuelves a buscarme habré terminado.

―¿No podías visitarla en presencia de gente? ―preguntó en un último intento de evitar aquella visita en solitario.

―Sabes que no, pequeña. Tengo que estar solo. Ni siquiera sé si lograré contactar de nuevo con el maestro. Puede que nuestra mutua relación se cierna, exclusivamente, al desarrollo de la mortal partida ―comentó él con gesto triste―. ¡Quién sabe! Tal vez no logre volver a verlo.

―¿Lo extrañas, verdad? ―preguntó ella comprensiva.

Fueron demasiado peligrosos e intensos los acontecimientos vividos en común como para olvidarlos en unos meses. De seguro, el paso del tiempo ayudaría a desdibujar en su memoria algunas de las escenas experimentadas entrambos, pero, estaba segura, de que nunca lograría borrar el recuerdo y el afecto que el joven discípulo sentía por su divino mentor.

―Lo echo de menos. No quiero engañarte ―reconoció su prometido con mirada nostálgica―. Había llegado a acostumbrarme a su ruda y a veces grosera manera de tratarme, a sus impacientes despertares, a aquella orgullosa arrogancia florentina y, sobre todo, a la enorme grandeza de su espíritu de artista y de extraordinario ser humano.

Bianca calló durante unos instantes, emocionada ante aquellos sentimientos de admiración y cariño que invadían el alma del pintor. Comprendía a la perfección la necesidad que sentía de volver a contactar con el maestro, si bien, no podía evitar abrigar un extraño sentimiento de celos ante un amor y una adoración semejantes.

―Recuerda que mañana a primera hora tenemos que ir a Fiumicino a facturar las maletas. ―Varió, sin previo aviso, el tema de conversación―. No quiero verme por la tarde arrastrando el equipaje por todo el aeropuerto.

―No te preocupes, no lo he olvidado ―contestó él paciente―. Es la tercera vez que me lo recuerdas esta mañana. Aunque sigo sin comprender el por qué no podemos facturarlas un par de horas antes de la salida del avión.

―Acabo de decírtelo, cielito. No me gusta arrastrar las maletas por todo el aeropuerto.

―¿Dejarás de arrastrarlas por la mañana? ―preguntó con sonrisa incrédula.

―¡No es lo mismo…! Además… ―cortó ella al quedarse sin argumentos lógicos―, ¡No quiero más problemas! Bastante nerviosa me pone el pensar que voy a que me acepten tus padres.

―Nadie tiene que aceptarte. Ya lo hice yo el día que te conocí y, de todos modos, no dudes que los enamorarás en cuanto te conozcan. Tranquilízate, mi pequeña, después de todo lo que hemos pasado ¿qué dificultad puede tener conocer a los futuros suegros?

―No opinabas así cuando te presenté a mi familia ―criticó ella, riendo al recordar el mal trago que pasó el día de la presentación familiar.

―¡Mi vida! es que lo tuyo no es una familia, sino una saga. Todavía me cuesta recordar los nombres de todos ellos. Creo que el día de la boda llevaré una lista en el bolsillo para saber quién es quién.

―¡Mira que eres exagerado! ―reía divertida.

―Para ahí, ya hemos llegado. ―Señaló un hueco libre junto a la puerta de entrada.

―Prométeme que no te arriesgarás ―pidió ella con gesto serio―. Ya demostraste suficientemente tu valor aquella noche. ¡Sé prudente!

―Si hubiera sido prudente no te habría propuesto matrimonio ―bromeó él después de besar ligeramente sus labios.

―Debería odiarte por decir eso. ―Rodeó su cuello y le besó apasionada―. Pero te quiero demasiado.

Lo que en un inicio pretendía ser un sencillo e inocente beso de despedida, pasó a convertirse en una verdadera muestra de amor, donde ambos dieron libertad a la pasión que los dominaba al sentir la cercanía del ser amado.

―¿Pretendes que no entre? ―preguntó Julio saboreando el dulzor almibarado de sus jugosos labios.

―No me negarás que es una deliciosa manera de impedírtelo ―replicó con mirada pícara, sin dejar de acariciarlo.

―Venme a recoger pronto e iremos a discutirlo a casa ―propuso él con idéntica intención―. Llámame cuando llegues, ¡amor mío!

―¡Sé prudente! Amore!

―Lo seré. ¡No temas!

Salió del coche y fue directo a la entrada de los Museos Vaticanos, con una plácida sonrisa dibujada en el rostro. Se sentía feliz y dichoso. Al día siguiente viajarían a Madrid, donde pasarían la primera noche en el estudio-apartamento, para ir a visitar a la mañana siguiente a sus padres, en la presentación oficial de su futura esposa. ¿Podría pedirle otra cosa a la vida? Opinó que no. Con ese ánimo entusiasta cruzó la puerta de los museos para ir derecho hacia el enclave de la Capilla Sixtina.

**********

Le sacudió un ligero estremecimiento al escuchar cerrarse tras él las puertas de la capilla. A pesar de todo lo dicho a su prometida, no podía evitar sentir cierta aversión a quedarse solo, encerrado en aquel lugar. No había conseguido olvidar los dolorosos momentos vividos entre aquellas cuatro paredes. Era la primera vez, luego de su convalecencia, que se atrevía a atravesar la puerta de la gran sala.

Se infundió ánimo a sí mismo, sin prestar atención a la desagradable sensación que los incontrolados nervios hacían que  sintiera en la boca del estómago. Recorrió con la mirada el entorno del sagrado lugar. Pronto reparó en los trágicos desperfectos que los terribles fenómenos habían originado en aquel templo del arte. El agujero de la volta se encontraba reparado y ya había comenzado la restauración de parte del fresco que quedó erosionado y parcialmente destruido. En cualquier otra ocasión hubiera considerado enorme, casi irreparable, el daño sufrido por aquellas legendarias maravillas pictóricas, pero, la terrible experiencia allí sufrida, junto a la certeza de su propia muerte, le habían hecho más prudente y comedido a la hora de enjuiciar los hechos.

Observó los cambios ocasionados con auténtica mirada de experto, manejando las distintas posibilidades de devolver a su estado original los frescos destruidos. Según avanzaba hacia el fondo de la sala notaba cómo una agobiante opresión se cernía en su garganta. Al llegar a las gradas donde sufriera el primer accidente tuvo que frenar la marcha para tomar aliento, pues la tensión nerviosa que le invadía, parecía restar capacidad torácica a los pulmones. Subió con pausada lentitud los escasos peldaños que elevaban el altar de sacrificios y alzó la mirada para contemplar con asombro, no exento de curiosidad, el maltratado fresco del Juicio Final que, aún con visibles signos de deterioro, comenzaba a recuperar su originaria forma, gracias a las expertas manos del conjunto de restauradores que el propio Vaticano mantenía en plantilla.

Se fijó sobre todo en la importante rotura que desfiguraba, de arriba abajo, el personaje de Caronte. Una enorme grieta lo había seccionado en dos, sin que los entendidos hubieran logrado unificarlos. Aunque no hubiera vuelto a la capilla, desde aquella infortunada noche, no había dejado de enterarse e interesarse por cada uno de los detalles de cuanto se relacionaba con ella y los extraños sucesos allí acontecidos.

Desde el primer momento, expertos de todo el mundo, se brindaron voluntariosos a participar en la recuperación y restauración de aquellos inestimables frescos. La noticia del estropicio ocasionado por aquella desproporcionada e inexplicable tormenta alrededor de la sagrada capilla, originó la consternación general, siendo un durísimo golpe para los amantes del arte y, muy en particular, para los innumerables admiradores del Buonarroti. No se habían escatimado medios económicos ni humanos para devolver a su estado primitivo aquella reliquia artística, prueba de ello, eran los muchos andamios y estructuras, diseminados a lo largo de la gran nave, que servían de apoyo a los afanados restauradores.

Aunque lo más sorprendente del caso se concentraba, precisamente, en aquella imagen de Caronte que ahora mismo contemplaba. Al ser el destrozo mayor de cuantos habían acontecido en los muros, se pusieron de inmediato manos a la obra. Sellaron la abertura que separaba ambas partes de la figura con idea de comenzar a tratar la imagen de acuerdo con la antigua técnica de “il buon fresco in una giornata”, de la misma manera que lo hiciera el propio Miguel Ángel cincuenta décadas atrás. La sorpresa se presentó cuando, al siguiente día de esa primera reparación, comprobaron que la grieta había vuelto a reaparecer, sin dejar rastro alguno del material empleado para su restauración. De nuevo procedieron a restaurarla, sucediendo lo mismo que el día anterior, así en numerosas ocasiones; desaparecía por la noche el trabajo realizado durante el día. La extrañeza que despertó semejante fenómeno hizo que alguno de los expertos decidiera realizar una reparación continuada durante las veinticuatro horas, con lo que evitar la desaparición nocturna del trabajo de la mañana. Fue el turno de trabajadores de la noche quienes presenciaron, con ojos asombrados, el inexplicable proceso de aquella misteriosa grieta. A una hora determinada, siempre la misma, la argamasa, cal, empastes…, cualquier elemento extraño al propio muro, comenzaba a desaparecer de manera inexplicable, volviendo a reaparecer la grieta a lo largo de todo el cuerpo del navegante infernal.

Rápido se corrió la voz de tan extraño suceso y comenzó a confeccionarse todo una leyenda sobre La grieta maldita. La gente empezaba a opinar que era una advertencia sobrenatural. Mil y una conjeturas nacieron a su alrededor, no solo fomentadas por la voz del populi, también expertos en arte, religiosos, futurólogos… Todo el mundo daba su particular versión sobre aquel extraño y misterioso hecho. En opinión generalizada no tenía lógica ni explicación alguna que todos los desperfectos sufridos por las pinturas pudieran restaurarse sin problema, excepto los de La grieta maldita.

Todo ello comenzó a relacionarse con el atentado sufrido, horas antes de la devastadora tormenta, por el sumo pontífice, adquiriendo proporciones gigantescas. Es por ello que se hizo necesario que el gabinete de prensa del propio Vaticano saliera al paso para aclarar, una vez recuperado el papa de las heridas ocasionadas por el desconocido magnicida, que no había nada de milagroso ni oculto en aquella grieta y que, desde luego, no existía relación alguna con el desgraciado atentado que había sufrido a manos de un maníaco desaprensivo. Habiendo sido su origen un más que explicable fenómeno natural que, por desgracia, había castigado con inusitada violencia las preciadas instalaciones de la Sistina.

Pocos se quedaron conformes con semejante declaración oficial, si bien, se echó tierra sobre el asunto y, al cabo de cuatro largos meses, aquellos acontecimientos habían pasado a ser algo casi cotidiano. Hasta circulaban chistes y chanfletas, con más o menos ingenio, a través del Whatshapp o en el boca a boca diario. Los romanos son un pueblo capaz de bromear hasta con la propia muerte. ¿Por qué no hacerlo con la demoníaca figura del Caronte buonarrotiano?

Comenzaba a desesperar de conseguir su propósito. Se sentía incómodo en aquel lugar. Tenía razón Bianca. Desde un inicio había sido una locura aquella visita. Solo conseguiría devolver a la memoria recuerdos y sensaciones dormidas en lo más profundo del subconsciente. Si Michelangelo hubiera querido contactar de nuevo con su alumno lo hubiera hecho de inmediato. Llevaba media hora en la capilla, solo y encerrado, y nada había ocurrido. Tenía que aceptarlo, la especial y privilegiada unión con il divino se había roto con el final de la mortal partida. Lo mejor sería alejarse de allí e ir en busca del futuro.

Aunque la tarde ya había llegado a su fin, las horas de luz del inaugurado verano permitían distinguir con facilidad la multitud de imágenes selladas a lo largo del muro. Julio se acercó, no sin cierto resquemor, para observar con mayor detenimiento antes de abandonar el recinto la controvertida grieta, vencido por la curiosidad e interés profesional. Recorrió con lentitud cada una de las partes dañadas a la espera de encontrar algún detalle, por mínimo que fuera, que le ayudara a comprender aquel profundo misterio. Analizó, minucioso, cada palmo de la imponente figura. Observó con detenimiento la colosal estructura de aquel musculoso cuerpo. El sabio pincel del genio había sabido otorgar al demoníaco ser las formas y proporciones idóneas para transmitir al asombrado y, por qué no, asustado espectador, el terrible momento en que el barquero del reino de los muertos se muestra amenazante, manejando el remo para obligar a los desdichados mortales, marcados por el pecado, a descender a las profundas sinuosidades de los reinos infernales.

Los tonos empleados por Miguel Ángel ya nos introducen en un mundo de pesadilla y temor. Aquella mezcla de verdes, cetrinos y oliváceos, acompañados de la exagerada musculatura que revela una fortaleza apabullante. La estudiada deformidad animal de sus pies, con garras en vez de dedos, las desproporcionadas orejas puntiagudas, más cercanas a la raza animal que a la humana y sobre todo… sus ojos. Unos ojos demoníacos, abiertos con desmesura, grandes e impactantes, donde el blanco y el negro se anteponen, al igual que lo hace el día con la noche. Aquella terrible mirada nada tenía de humana.

―¡¡Dios mío!! ¡No puede ser posible! ―Retrocedió asustado, incapaz de apartar la mirada de los ojos del espectral barquero.

―¡Por fin te has dado cuenta!

Se volvió rápido, siguiendo la dirección de la voz. En su cara se reflejaba la alegría. Había reconocido la inconfundible voz del artista fiorentino.

―¡Es él! ―exclamó, aún asombrado.

―Así es. Aunque yo pinté esta imagen sin conocerlo, no deja de ser su vivo retrato. Mi intención al hacerlo fue recrear la encarnación del mal, de ahí su semejanza con el último Anticristo que ha pisado la tierra.

―Creí que no volvería a verte ―Intentaba borrar con aquel comentario el desagradable recuerdo de todo lo acontecido meses antes, en ese mismo lugar.

―Has tardado mucho en venir ―recriminó el anciano con una amplia sonrisa en el rostro―. ¿Acaso te has vuelto débil, cual damisela?

Julio no hizo caso de aquella crítica, sabía que no era ese el sentir de su maestro. Podía apreciar la alegría, pareja a la suya, que invadía el alma del, en apariencia, insensible escultor.

―Tengo que reconocer que no guardo muy gratos recuerdos de este lugar ―se justificó―. Pienso que no me faltan razones.

―No puedes dejarte influir por los recuerdos negativos, recuerda antes los momentos gozosos que esta sala te ha brindado.

Julio tuvo que admitir lo justo de su razonamiento. Allí había vivido la inolvidable experiencia de trabajar, codo con codo, junto al admirado maestro, decorando el techo de la mítica Volta. Ese fue el lugar donde inició la increíble relación de amistad con el genio renacentista. Sobre aquellos suelos marmóreos se había sentido abrigado y querido por su adorada Bianca… Y ¿No fue en aquel sagrado recinto donde consiguió liberar al mundo de la terrible maldición del manuscrito alejandrino? ¿No eran aquellas suficientes razones para borrar el desagradable recuerdo de su última noche? Comprendió lo equivocado de sus miedos y recelos durante aquellos meses en obligada convalecencia.

―Tienes toda la razón, creo que me he dejado llevar por el miedo y la aprensión ―reconoció con humildad―. Después de todo, quedamos vencedores.

―Desde luego, muchacho. Eres un excelente jugador. Un tanto botarate e irrespetuoso en ocasiones, pero… ¡Nadie es perfecto! ―bromeó Michelangelo, mirándolo con afecto de padre condescendiente.

Él sonrió agradecido al comprender el mensaje de cariño y admiración encerrado en aquellas frases.

―Maestro… ¿Hasta cuándo durará esta tregua?

Había cambiado su gesto. Esa pregunta venía martilleando su cabeza desde el momento que despertara de la anestesia, tras su larga y complicada intervención quirúrgica. La cercanía del peligro en que se habían visto inmerso le había hecho prudente y desconfiado.

―Como ya te dije, muchos serán los Anticristos que asolarán el planeta. El ¿quién? y el ¿cuándo? No se me ha concedido conocerlo, como tampoco a ti ―reconoció con gesto triste―. Desearía que no volvieras a verte mezclado en algo semejante a lo largo de tu vida mortal. Es mucho lo que te debe la humanidad, bien mereces disfrutar de una existencia tranquila y gratificante, junto a tu preciosa compañera, formando una sana y feliz familia hasta llegar a envejecer sin mayores problemas que los propios de la edad.

―Después de lo vivido aquí, esas expectativas suenan a coros celestiales ―sonrió, agradecido por tan agradables deseos. Quedó en silencio durante unos instantes―. Según eso, ¡esta es nuestra despedida! ―sentenció entristecido ante la inminente separación.

―¿Por qué debería serlo? ―pregunto el escultor con voz jovial―. Yo vivo aquí. Este es el santuario de mi arte. Siempre estaré aguardando tu visita.

―Entonces ¿No has dejado de vagar por las antesalas de los tiempos? ¿Sigues prisionero? ―lo miraba sorprendido―. ¿No obtendrás el descanso eterno luego de vencer la partida?

―Poco a poco, impaciente aprendiz. Yo no vivo prisionero. Cuando mi marchito cuerpo dejó este peregrino mundo y me presenté ante el Sumo Omnipresente, expresé mi deseo de no renunciar a mi arte en la Eternidad que se me ofrecía. Su generosa benevolencia admitió mi petición, otorgándome el preciado don de disfrutar de una ambivalencia que me mantiene entre ambas dimensiones.

Julio lo miraba con desorbitados ojos, sin atreverse a dar crédito a cuanto el socarrón florentino decía.

―Cierra la bocaza ―rió el genio que disfrutaba de la cara de sorpresa del joven protegido―. No soy el único que se haya en un estado semejante, otros muchos navegan en los confines del tiempo, aparecemos y desaparecemos, según las necesidades. Dijéramos que actuamos de enlaces o correos para entrambos hemisferios.

―Pero… ¡Es maravilloso! ―exclamó Julio, con verdadero entusiasmo ante aquella sorprendente revelación―. Según eso nos veremos más a menudo. ¿Sabes que me caso?

El viejo soltó una fuerte carcajada.

―¿Piensas que podrías ocultarlo? Lo supe desde el primer momento que te vi con tu dama. ―Abandonó el tono burlón―. Es una gran mujer, figlio mio, digna compañera de mi muchacho.

Las lágrimas asomaban a sus viejos y desgastados ojos, malamente contenidas por su vergüenza varonil.

―Aunque no me veas, siempre estaré a tu lado. Eres El Elegido, no lo olvides. Nunca dejarás de ser un Spirituali.

Julio no pudo contener la emoción que sus palabras le provocaban, se acercó al anciano y lo abrazó con fraternal cariño, como si del propio padre se tratara. Era la primera vez que existía una muestra de afecto entre ambos, pero quedó gratamente sorprendido ante el calor y vigor de aquel abrazo, pensando que se trataba de un hombre cuya vida se había truncado quinientos años atrás.

―Vendré a verte a menudo, maestro ―prometió sin soltarse del abrazo―. He llegado a acostumbrarme a tu presencia.

―Aquí te esperaré, muchacho.

Un ronco y chirriante ruido de bisagras se sobrepuso a aquellas últimas palabras, al mismo tiempo que la puerta de acceso comenzaba a abrirse.

El joven se encontró solo, con los brazos extendidos, como abrazado a sí mismo. El genio había desaparecido.

―Giulio, Giulio. ¿Dónde estás?

Se volvió al escuchar la inconfundible voz de su hermosa enamorada que, todavía preocupada, había decidido ir a buscarlo en vez de esperarlo a la salida.

―Aquí, ¡mi vida! ―contestó jovial―. Reviviendo mis recuerdos.

Ella lo miró intrigada mientras intentaba descifrar el significado de aquel comentario. Si bien sus miedos y temores se desvanecieron al ver la alegría y satisfacción reflejados en el rostro de su prometido.

―¿Lo has visto? ―preguntó a media voz para evitar ser escuchada por los encargados de seguridad.

―¿Tú qué piensas? ―preguntó a su vez a modo de contestación, con la alegría reflejada en el brillo de sus ojos.

Enlazó su cintura y depositó un piccolo beso en la mejilla de la escritora.

―Vámonos. Te lo contaré en casa. Tenemos mucho de qué hablar.

Ella no tuvo inconveniente en seguir su consejo, dirigiéndose ambos hacia la salida. Antes de atravesar la puerta de acceso, Julio, se volvió para echar una última mirada al impresionante fresco del Juicio Final.

Aún en la distancia, le pareció percibir una burlona sonrisa, plena de felicidad, en la espectral careta de San Bartolomé que inmortalizara en su día Michelangelo Buonarroti, il divino.

―¡Hasta la próxima! ―dijo a media voz.

―¿De quién te despides? ―preguntó Bianca intrigada.

―¡De un gran amigo!...

**********

Apenas a doscientos metros, alejado del lugar que acababan de ocupar Bianca y Julio, un desconocido se afanaba en escribir, con precisa y redondeada letra de experto calígrafo, sobre una blanca etiqueta que luego pegaría en la gruesa carpeta color pizarra que reposaba olvidada a su lado, en espera de ser clasificada y etiquetada.

Una vez hubo finalizado el minucioso trabajo tomó con sumo cuidado, de uno de los extremos de la mesa, un viejo papel recién restaurado que mostraba numerosos cortes y desgarros. Se trataba de un documento recuperado tras una violenta ruptura en infinidad de trozos y pedacitos, y que manos expertas, con extrema paciencia, habían recolocado de nuevo hasta lograr reconstruirlo en su totalidad. Una vez finalizado el trabajo de recopilación se procedió a pegarlo sobre una sencilla cartulina que ejercía de base.

El máximo responsable de los archivos vaticanos, que era quien manipulaba con extrema atención y cuidado el preciado documento, lo introdujo en la carpeta en la cual acababa de pegar la etiqueta de identificación del citado documento.

Se levantó del desordenado escritorio que le había servido de mesa y abrió la puerta acorazada que daba paso a la nave principal, donde se hallaban depositados siglos de historia. Fue adentrándose en el amplio subterráneo que recoge ochenta y cinco kilómetros lineales de estanterías que conservan, a su vez, más de ciento cincuenta mil documentos, de valor incalculable, relacionados con los acontecimientos más importantes sufridos por la humanidad.

Fue derecho a la zona donde se conservan los archivos «no visibles», aquellos que no pasarán a ser estudiados ni investigados hasta cumplir, en cuarentena, el plazo obligatorio de 75 años tras su clasificación, norma que rige para todos y cada uno de los valiosísimos escritos conservados en el Archivo Secreto Vaticano. Transcurrido ese periodo de tiempo, alguien volvería a estudiar e indagar su contenido, sacando a la luz los secretos guardados entre sus líneas…

Antes de colocarlo en la estantería correspondiente releyó con cuidadosa meticulosidad la etiqueta:

Manoscritto Alessandrino

23 Giulio 2015

Città del Vaticano

ALTO SEGRETTO![50]

F  I  N


[1] “Porque la edad roba

los deseos ciegos y sordos,

con la muerte de acuerdo,

cansado y cercano a la última palabra”.

[2] Capilla Sixtina: Mandada edificar por el papa Sixto IV, dentro del Palacio Apostólico (1473-1481). En la actualidad es la sede del cónclave que elige al nuevo papa.

[3] …¡Todo está terminado!...

[4] «El arte y la muerte no van bien unidas».

[5] ―Lo siento señor, pero ya ve que es imposible avanzar.

[6] ―Pero ¿cómo quiere que vaya por otra calle?...

[7] ―…¡No ve que es imposible! ¡Estos extranjeros están todos locos!

[8] La bóveda de la capilla.

[9] Basilico: Albahaca.

[10] Cinquecento: Periodo histórico que en Italia delimita los hechos acontecidos en la centuria de 1500.

[11] Café elaborado en cafetera.

[12] La mattina: La mañana.

[13]  “spagnoletto”: … «españolito».

[14] Variedad de café estilo italiano.

[15] “fra le donne”: … «entre las mujeres».

[16] ―Santa Madonna! Qui c’è un uomo morto!: ―¡Virgen Santa! ¡Aquí hay un hombre muerto!

 

 

[17] La Guardia Svizzera  e i carabinieri…: La Guardia Suiza y la policía…

[18] Cinquecento: Período artístico europeo centrado en el siglo XVI, sobre todo en Italia (Roma). Se pasó del teocentrismo al antropocentrismo. Artistas de la talla de Leonardo Da Vinci, Raffaello, Miguel Ángel o Bramante dieron forma a sus obras durante esta etapa.

[19] Griglia: Parrilla

[20] Cappello: Sombrero.

[21] Honorable diputado.

[22]…piangera…: … llorará…

[23] Niccolò Maquiavelo presenció y escribió sobre el enjuiciamiento de Savonarola.

[24] ... ¡Te amo tanto! ¡Amor mío!

[25] El Gigante: Nombre que dieron los fiorentinos a la estatua del David.

[26] Si bien el Estado Italiano nace con la unificación

de Vittorio Emanuele II, durante el siglo XIX,  y en época renacentista podríamos hablar de estados independientes, he creído conveniente  unificar conceptos para evitar enumeraciones engorrosas, ubicando al lector en el mapa político de la Italia actual.

[27] “Passetto”: Pasadizo secreto que une el Vaticano con el Castel Sant’Angelo.

[28] ―«Llegado el tiempo de su venida, la tierra se desgarrará cual mujer parturienta, dejando entrever sus enrojecidas entrañas…».

 

 

[29] ―Soccorsooooooo…! Aiu…!: ―¡Socorro…! ¡Ayu…!

[30] Pomeriggio: La tarde.

[31] T’amo tanto c’ho paura di perderti!...:.¡Te quiero tanto que tengo miedo de perderte!...

[32]Quasi…:…  Casi…

[33] Nipote: Sobrino.

[34] Index Librorum Prohibitorum: Índice de Libros prohibidos.

[35] Rione: Distrito, barrio.

[36] ―Mi amor. No me dejes!

[37] Lungo..:… Largo…

[38] La doncella o virgen de hierro tiene un dudoso origen. Aunque hasta hace poco se pensó que ya fue utilizada en el Cinquecento, hoy en día se cree que no se usó como arma de tortura hasta el siglo XIX. La literatura  hace referencia a este macabro artilugio en numerosas ocasiones, con incursiones entre la realidad y la leyenda.

[39] Figlio di cagna!…: Hijo de puta!...

[40] Sporco maledetto!: ¡Cerdo maldito!

[41] ¿Zio?: ¿… tío?...

[42] ―¡La entrevista ha finalizado! ¡Llamad a los periodistas!

[43] »Y las furias desatadas de los cielos asolarán la tierra…

[44] …Muerte y destrucción anegarán campos y ciudades…

[45] »Glorificadme, fuerzas del averno, pues yo solo soy «el verdadero elegido».

 

 

[46] ―¡No es justo! ¡Mi Dios! ¡No merece morir!

[47] …¡Siempre seré tuya!

[48] Médico principal pontificio.

[49] Juntos, unidos.

[50] Manuscrito Alejandrino – 23 de julio del 2015 – Ciudad del Vaticano –¡ALTO SECRETO!

El manuscrito de Michelangelo
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