INTRODUCCIÓN

Nosotros tuvimos mucha suerte. Nuestros padres se tomaron en serio la tarea de afianzar los eslabones de la cadena generacional. Podemos decir que la búsqueda que dio forma a este libro comenzó en la infancia, la etapa en que uno recibe amor y protección incondicionales frente a la auténtica adversidad: es una antigua costumbre que practican los mamíferos. Nunca fue fácil, pero en la sociedad humana moderna aún es más difícil. Hay demasiados peligros ahora y muchos de ellos no tienen precedentes.

La presente obra se inició a principios del decenio de 1980 cuando la rivalidad entre los Estados Unidos y la Unión Soviética estaba creando una coyuntura potencialmente fatídica con 60.000 armas nucleares acumuladas por razones de disuasión, coerción, orgullo y temor. Cada país se elogiaba a sí mismo y calumniaba a sus adversarios, presentándolos a veces como seres casi subhumanos. Los Estados Unidos se gastaron diez billones de dólares en la guerra fría: una cantidad suficiente para comprar todo lo que hay en el país excepto la tierra. Mientras tanto, la infraestructura se estaba hundiendo, el medio ambiente se deterioraba, el proceso democrático se subvertía, la injusticia se enconaba y el país pasaba de ser el principal prestamista al principal deudor del planeta. ¿Cómo nos metimos en ese lío?, nos preguntábamos. ¿Cómo podemos salir de él? ¿Podemos salirnos de él?

Nos embarcamos pues en un estudio de las raíces políticas y emocionales de la carrera de armamento nuclear, el cual nos llevó a la segunda guerra mundial, que por supuesto tuvo su origen en la primera guerra mundial, la cual a su vez fue consecuencia de la aparición de la nación-estado, que se remonta directamente a los inicios de la civilización, la cual fue un subproducto de la invención de la agricultura y de la domesticación de los animales, que cristalizó después de un largo período en el que los hombres fuimos cazadores y recolectores. No había divisiones claras por el camino, ningún punto en el que pudiéramos decir: aquí están las raíces de nuestra situación. Antes de que pudiéramos darnos cuenta, estábamos estudiando los primeros seres humanos y sus predecesores. Llegamos a la conclusión de que los acontecimientos de épocas remotas, muy anteriores a la existencia de los hombres, son esenciales para comprender la trampa que, al parecer, nuestra especie se está tendiendo a sí misma.

Decidimos mirar dentro de nosotros mismos, desandar todas las vueltas y rodeos que pudiésemos de la evolución de nuestra especie. Nos comprometimos a no retroceder, aunque la búsqueda nos llevara muy lejos. Habíamos aprendido mucho uno del otro a lo largo de los años, pero nuestras políticas no son idénticas. Había la posibilidad de que uno de nosotros o los dos tuviera que renunciar a alguna de las creencias que pensábamos que nos definían. Pero si lo lográbamos, aunque fuera en parte, quizá podríamos comprender muchas más cosas, además del nacionalismo, la carrera de armamentos nucleares y la guerra fría.

Hemos terminado este libro y la guerra fría ya no existe. Pero de algún modo no estamos a salvo. Nuevos peligros se abren camino hacia el centro del escenario, y otros peligros, viejos y conocidos, se reafirman. Nos enfrentamos con un brebaje infernal de violencia étnica, nacionalismo resurgente, dirigentes ineptos, educación inadecuada, familias que no funcionan, degradación ambiental, extinción de especies, exceso de población, y un número cada vez mayor de millones de personas sin nada que perder. Parece más apremiante que nunca comprender cómo nos metimos en este lío y cómo vamos a salir de él.

La presente obra estudia el pasado profundo, los pasos más formativos de nuestros orígenes. Más adelante ataremos los cabos expuestos aquí. La búsqueda nos ha llevado a los escritos de quienes nos precedieron en ella, a épocas lejanas y a otros mundos, y nos ha obligado a recorrer multitud de disciplinas. Quisimos tener presente el aforismo del físico Niels Bohr: «Claridad gracias a la riqueza del material.» Sin embargo, la cantidad de material requerido puede resultar un poco intimidante. Los hombres han levantado muros para separar las ramas del conocimiento que son esenciales a esta búsqueda: distintas ciencias, políticas, religiones y éticas distintas. Hemos buscado pequeñas puertas en estos muros, a veces hemos intentado saltar por encima de ellos o excavar por debajo suyo. Debemos disculparnos por nuestras limitaciones; somos muy conscientes de la insuficiencia de nuestros conocimientos y de nuestros criterios. Y sin embargo, esta búsqueda sólo dará resultado si los muros se rompen. Esperamos que allí donde nosotros hemos fallado, otros se sientan inspirados (o provocados) para hacerlo mejor.

Lo que vamos a decir en el presente libro se basa en los descubrimientos de muchas ciencias. Pedimos al lector que tenga presentes las imperfecciones de nuestros conocimientos actuales. La ciencia nunca termina; actúa por aproximaciones sucesivas, que nos acercan cada vez más a una comprensión integral y precisa de la Naturaleza, pero nunca lo logra completamente. El hecho de que se hayan realizado tantos descubrimientos importantes en el último siglo, incluso en el último decenio, significa que aún nos queda mucho trecho por recorrer. La ciencia está siempre sometida a discusiones, correcciones, refinamientos, reconsideraciones dolorosas y a visiones revolucionarias. Sin embargo, parece que ahora nuestros conocimientos nos permiten ya reconstruir algunos de los pasos esenciales que nos condujeron al lugar donde nos encontramos y que nos ayudaron a ser quienes somos.

En nuestro viaje hemos conocido a muchas personas que nos ofrecieron generosamente su tiempo, experiencia, conocimientos y estímulos; a muchas personas que leyeron detenida y críticamente todo el manuscrito o una parte de él. Gracias a su lectura, eliminamos faltas y corregimos errores de hecho o de interpretación. Agradecemos especialmente la colaboración de Dianne Ackerman; Christopher Chyba, del Centro de Investigación Ames de la NASA; Jonathan Cott; James F. Crow, del Departamento de Genética de la Universidad de Wisconsin, Madison; Richard Dawkins, del Departamento de Zoología de la Universidad de Oxford; Irven de Vore, del Departamento de Antropología de la Universidad de Harvard; Frans B. M. de Waal, del Departamento de Psicología de la Universidad de Emory y del Centro de Investigaciones sobre Primates de Yerkes; James M. Dabbs, Jr., del Departamento de Psicología de la Universidad del Estado de Georgia; Stephen Emlen, de la Sección de Neurobiología y Comportamiento de la Universidad de Comell; Morris Goodman, del Departamento de Anatomía y Biología Celular de la Escuela de Medicina de la Universidad del Estado de Wayne; Stephen Jay Gould, del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard; James L. Gould y Carol Grant Gould, del Departamento de Biología de la Universidad de Princeton; Lester Grinspoon, del Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard; Howard E. Gruber, del Departamento de Psicología del Desarrollo de Columbia University; Jon Lomberg; Nancy Palmer, del Centro de Prensa y Política Shorenstein Barone, Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard; Lynda Obst; William Provine, del Departamento de Genética e Historia de la Ciencia de la Universidad de Cornell; Duane M. Rumbaugh y E. Sue Savage-Rumbaugh, del Centro de Investigaciones del Lenguaje de la Universidad del Estado de Georgia; Dorion, Jeremy y Nicholas Sagan; J. William Schopf, del Centro de Estudios sobre la Evolución y el Origen de la Vida de la Universidad de California, Los Ángeles; Morty Sills; Steven Soter, del Instituto Smithsoniano; Jeremy Stone, de la Federación de Científicos Estadounidenses; y Paul West. Muchos científicos nos enviaron amablemente ejemplares de sus trabajos antes de su publicación. C. S. también da las gracias a sus primeros profesores en las ciencias de la vida, H. J. Muller; Sewall Wright, y Joshua Lederberg. Por supuesto, ninguno de ellos es responsable de los errores que han persistido.

Nos sentimos profundamente agradecidos a quienes repasaron los diversos borradores de la presente obra. Tenemos una especial deuda con la ayudante de A. D., Karenn Gobrecht, por su excelente trabajo de investigación bibliográfica, transcripción, ordenación de material, y mucho más, y con Eleanor York, la veterana ayudante administrativa de C. S. en Cornell. Damos también las gracias a Nancy Bim Struckman, Dolores Higareda, Michelle Lane, Loren Mooney, Graham Parks, Deborah Pearlstein y John P. Wolff. Los magníficos servicios del sistema bibliotecario de la Universidad de Cornell fueron un recurso esencial para la elaboración de la presente obra. Tampoco hubiéramos podido escribirla sin la ayuda de Maria Farge, Julia Ford Diamond, Lisbeth Collacchi, Mamie Jones y Leona Cummings.

Nos sentimos en deuda con Scott Meredith y Jack Scovil de la Agencia Literaria Scott Meredith por su estímulo y apoyo incansables. Nos alegramos de que Sombras se hiciese realidad mientras Ann Godoff era la encargada de su edición; y también damos las gracias a Harry Evans, Joni Evans, Nancy Inglis, Jim Lambert, Carol Schneider y Sam Vaughan de Random House.

Walter Anderson, el jefe de redacción de la revista Parade, ha hecho posible que presentemos nuestras ideas al público más amplio posible. Trabajar con él y con David Currier, su redactor-jefe, ha sido un puro placer.

La presente obra se ha escrito para una amplia gama de lectores. A veces, para ser lo más claros posible, hemos subrayado la misma idea más de una vez o en más de un contexto. Hemos tratado de indicar salvedades y excepciones. Algunas veces hemos utilizado el pronombre «nosotros» para referirnos a los autores del libro, pero generalmente para referirnos a la especie humana; el contexto debería dejar claro en cada caso su significado. Quienes deseen profundizar más pueden encontrar al final del libro las referencias a otras obras de divulgación y técnicas correspondientes a las notas. También hay comentarios, notas y aclaraciones adicionales. La obsesionante película de Sergei Parajanov, producida en 1964, nos inspiró el título del libro, aunque ambas obras apenas tengan nada más en común.

Durante los años de preparación de la presente obra nos sirvió de inspiración esencial y nos proporcionó una mayor sensación de urgencia el nacimiento de nuestros hijos Alexandra Rachel y Samuel Democritus; nombres queridos de unos antepasados inolvidables.

Ithaca, N. Y., 1 de junio de 1992.