CAPÍTULO 12
LA VIOLACIÓN DE CENIS

Ni los dioses inmortales pueden huir, ni los hombres que viven sólo un día. Quien te tiene dentro enloquece.

SÓFOCLES, Antígona[1]

Vuela sobre la Tierra y sobre el rugiente mar de sal. Hechiza y enloquece el corazón de la víctima que ataca. Hechiza la raza de los leones que cazan en la montaña y a los animales del mar, y a todos los seres que la Tierra alimenta y que el sol abrasador ve y también al hombre… Tú, Amor, todo lo gobiernas como un rey, tú eres el único gobernante de todos ellos.

EURÍPIDES, Hipólito, 1268[2]

Uno de los mitos de la antigua Grecia cuenta la historia de Cenis, «la más encantadora de las doncellas de Tesalia», que caminaba sin acompañantes por una playa solitaria cuando la vio Poseidón, el dios del mar, hermano mayor del rey de los dioses y violador ocasional. Loco de lujuria, Poseidón la atacó allí mismo. Después se compadeció de ella y le preguntó qué podía darle para reparar su acción. Ella respondió: ser hombre. Cenis deseaba convertirse en hombre, no en un hombre cualquiera sino en un hombre muy masculino, guerrero e «invulnerable» para que nunca pudieran someterla de nuevo a tal humillación. Poseidón aceptó. Realizó la metamorfosis y Cenis se convirtió en Ceneo.

Pasó el tiempo y Ceneo concibió un hijo. Mató a muchos hombres con su espada afilada y hábilmente manejada. Pero las espadas y las flechas de sus adversarios no podían penetrar en su cuerpo. No es difícil interpretar esta metáfora. Finalmente Ceneo comenzó a darse tanta importancia que llegó a burlarse de los dioses. Erigió su lanza en el mercado y obligó a la gente a adorarla y hacerle sacrificios. Ordenó bajo pena de muerte que no adoraran a ningún otro dios. El simbolismo vuelve a ser claro.

Los griegos llamaban hibris a la arrogancia extrema, de la cual Ceneo da un ejemplo evidente. La hibris era una característica casi exclusivamente masculina. Más tarde o más temprano llamaba la atención de los dioses y provocaba su retribución; especialmente hacia los humanos que no eran respetuosos con los inmortales. Los dioses exigían sumisión. Cuando la noticia de la afrenta de Ceneo llegó a oídos de Zeus, cuya mesa de despacho estaba sin duda llena a rebosar de casos parecidos, ordenó a los centauros —quimeras mitad hombre, mitad caballo— que ejecutaran su implacable sentencia. Los centauros obedientes atacaron a Ceneo y se burlaron de él: «¿No recuerdas a qué precio conseguiste esta falsa apariencia de hombre?… Deja la guerra para los hombres.» Pero los centauros perdieron a seis de los suyos derribados por la veloz espada de Ceneo. Sus lanzas rebotaban en él «como el granizo sobre el tejado». Deshonrados, pues les estaba «venciendo un enemigo que era sólo mitad hombre» —una queja incomprensible en un centauro— decidieron ahogarle con troncos y arrancaron muchos árboles para «aplastar su terca vida utilizando los bosques como proyectiles». Ceneo no tenía poderes especiales en relación con la respiración y tras una refriega los centauros lograron dominarlo y ahogarlo. Cuando llegó el momento de enterrar el cadáver, quedaron atónitos al descubrir que Ceneo se había convertido de nuevo en Cenis: el invencible guerrero era de nuevo la vulnerable joven.[3]

Quizá la pobre Cenis tomó una sobredosis de la sustancia que Poseidón había empleado para efectuar la metamorfosis. Tal como reconocían los antiguos griegos, hay una medida correcta de lo que hace macho a un hombre, y una cantidad demasiado grande o demasiado pequeña entraña problemas.

Los testículos de gorrión tienen una longitud aproximada de un milímetro y pesan un miligramo. (Quizá por esto no se dice a nadie que los tiene como un gorrión.) Con los testes intactos, los peleones pajaritos entran en su jerarquía, básicamente lineal, ahuyentan a otros pájaros que invaden su territorio y, si su posición social es elevada, hacen proposiciones a las hembras fértiles, que son bien recibidas. Pero busquemos debajo de esas plumas, eliminemos esos dos diminutos órganos y cuando el pájaro se haya recuperado, todos esos rasgos habrán desaparecido. Los pájaros agresivos se vuelven sumisos, los territoriales se vuelven permisivos con los intrusos, los apasionados pierden interés por el sexo. Inyectemos ahora una determinada molécula de esteroide en el gorrión y recuperará su resuelto entusiasmo por el sexo, la agresión, la dominación y la territorialidad. Poco después de la castración, las codornices japonesas macho dejan de pavonear, de cacarear y de copular. Tampoco logran despertar el interés de las codornices hembra. Si los tratamos con ese mismo esteroide vuelven a pavonear, a cacarear y a copular, y las hembras vuelven a encontrarlos irresistibles. Castremos a un cangrejo de mar joven y nunca desarrollará su distintiva y gigante pinza asimétrica.

Los seres humanos hace miles de años que comprendieron algo de esto. Los guerreros capturados se castraban para que no dieran problemas. Aún hoy se califica a un dirigente ineficaz de «eunuco político». Los jefezuelos y los emperadores castraban a algunos hombres para que pudieran vigilar sus harenes sin sucumbir a la tentación o al menos, pues había determinados arreglos, sin fecundar a ninguna de las residentes. De este modo su lealtad al jefe no quedaba adulterada por vínculos familiares o por otros afectos y obligaciones confusionarios. Es notable que casi exactamente la misma molécula produzca estos cambios fundamentales en el comportamiento de gorriones, codornices, cangrejos de mar y hombres.

La molécula esteroide que efectúa estas transformaciones, como si fuera el filtro de un mago, es la testosterona. Ella y otras moléculas similares se denominan andrógenos, y la testosterona se produce principalmente en los testículos,[4] a partir —¡quién lo diría!— del colesterol, entra en el torrente sanguíneo y provoca un conjunto complejo de comportamientos que reconocemos como característicamente masculinos. Esta vinculación se refleja también en el lenguaje, por ejemplo en la expresión «los tiene bien puestos» aplicada a quien demuestra una valentía e independencia ejemplares, que no es cobarde o servil. Se comprueba en grupos de monos machos de reciente constitución que cuanto más alto es el rango de un animal en la jerarquía de dominación que se está formando más testosterona circula en su sangre. Pero la correlación desaparece cuando la jerarquía se estabiliza, los encuentros son simbólicos y los betas se someten habitualmente a los alfas.[5] Cuanto más testosterona tiene un animal, más lejos está dispuesto a llegar para desafiar y dominar a posibles rivales.[6] En los niveles de testosterona elevados hay una tendencia interespecífica a ampliar la dominación dentro del grupo y extenderla a una parte del territorio. El jefe y el terrateniente se vuelven el mismo individuo.

En los cerebros de muchos animales hay puntos receptores específicos que están encargados del comportamiento inducido por hormonas y a los que las moléculas de testosterona y otras hormonas sexuales se enlazan químicamente. Puede haber centros cerebrales separados responsables del pavoneo, el cacareo, la intimidación, la pelea, la copulación, la defensa del territorio y la posición en la jerarquía de dominación; pero cada centro tiene una tecla pulsada por la testosterona. El comportamiento se pone en marcha cuando la testosterona emigra por la sangre de los testículos al cerebro. En las células cerebrales individuales, la presencia de testosterona activa segmentos de la secuencia de nucleótidos ACGT que de lo contrario quedarían ignorados y no transcritos, pero que ahora sintetizan un conjunto de enzimas esenciales. La testosterona, como muchas otras hormonas, es el nexo de una serie de bucles de realimentación positivos y negativos que mantienen la concentración de la molécula que circula en la sangre.

Los animales macho no sólo soportan todas estas actividades de pelea, intimidación y combate mediadas por la testosterona, sino que al parecer les encantan. Los ratones aprenden a recorrer un laberinto complejo cuando la única recompensa o refuerzo es la oportunidad de poder medirse con otro macho. En nuestra especie abundan ejemplos semejantes. Los machos tienden a participar con entusiasmo en las actividades que son esenciales para dejar mucha descendencia. El sexo es el ejemplo más obvio. La agresión entra en la misma categoría.

El retraso entre la concepción y el nacimiento es demasiado largo para que un animal pueda asociar la causa con su efecto, incluso cuando el período de gestación es muy corto, como el de los ratones. Dejar que sean los ratones quienes averigüen la relación entre la cópula y la creación de la siguiente generación sería condenar sus genes a la extinción. Es preciso que exista una necesidad de sexo absolutamente arrolladora y —como medio de refuerzo— que participar en él dé placer. Es un ejemplo más del ADN demostrando creativamente su control, de la forma más clara e inequívoca posible.

Se ha cerrado un trato: el animal renuncia a los alimentos, acepta adoptar posturas indignas, arriesga su vida para que sus filamentos de ADN puedan unirse con los filamentos de otro animal de la misma especie. A cambio de ello tendrá algunos momentos de éxtasis sexual, una de las monedas con que el ADN recompensa al animal que lo lleva y lo alimenta. Hay muchos otros ejemplos de placer mediado por el ADN en actividades que favorecen la adaptación, como el amor de los padres por sus hijos, el placer de explorar y descubrir, la valentía, la camaradería y el altruismo, así como la serie regular de rasgos influidos por la testosterona que producen jefes y terratenientes.

Hormonas parecidas a la testosterona desempeñan una función esencial en el desarrollo de los órganos sexuales y del comportamiento sexual de todos los seres, incluidos los hongos acuáticos. Los esteroides debieron de evolucionar muy temprano, puesto que hoy están distribuidos muy ampliamente: quizá se remontan a la invención del sexo hace unos mil millones de años. Este uso transespecífico de la misma molécula para un propósito sexual casi idéntico tiene algunas consecuencias extrañas. Por ejemplo, la principal feromona sexual del cerdo es el 5-alfa-androstenol, químicamente parecida a la testosterona y que está mezclada con la saliva del verraco (al igual que la testosterona, presente en la saliva de los hombres). Cuando una cerda en celo huele este esteroide en un verraco babeante, adopta rápidamente la seductora postura de apareamiento. Aunque parezca extraño, las trufas, esa delicia culinaria francesa, producen exactamente el mismo esteroide y con una concentración mayor que en la saliva del verraco. Esto puede explicar que los gastrónomos utilicen a los cerdos para encontrar y desenterrar trufas. (Qué ingrato debe de resultar para las puercas enamorarse siempre de trocitos negros de hongo que los hombres les arrebatan luego cruelmente.) Las trufas son hongos y en ellos los esteroides desempeñan funciones sexuales esenciales, por lo que atormentar a las cerdas quizá sólo sea una consecuencia accidental, o quizá ayude también a que los cerdos remuevan la tierra con placer, las esporas se dispersen más y la Tierra se cubra de trufas.

Habida cuenta de todo ello, ¿cómo debemos interpretar que el 5-alfa-androstenol se produzca también copiosamente en la transpiración de las axilas masculinas?[7] ¿Es posible que desempeñara alguna función en el cortejo humano y prehumano y en el apareamiento, hace mucho tiempo, mucho antes de que se institucionalizara la higiene, antes de la era de perfumes y desodorantes? (No podemos dejar de observar que la nariz de las mujeres está a menudo al mismo nivel que las axilas de los hombres.)[*] ¿Podría esto estar relacionado de algún modo con la disposición de los ricos a gastar sumas desorbitantes en trozos diminutos de una sustancia prácticamente insípida, parecida al corcho?

Un embrión genéticamente masculino privado de testosterona y de otros andrógenos saldrá con unos genitales parecidos a los femeninos. A la inversa, los genitales de embriones genéticamente femeninos sometidos a elevados niveles de testosterona y demás andrógenos quedarán masculinizados. Si la cantidad de esteroides presente es pequeña pueden nacer con un clítoris algo mayor; si la cantidad es grande, el clítoris se convierte en un pene, y los labios mayores se pliegan, se unen y se convierten en un escroto. Quizá el embrión desarrolle un pene y un escroto masculinos de aspecto normal, pero dentro del escroto no habrá testículos. (También tendrá ovarios que no funcionen.) Estas niñas cuando crecen descubren que prefieren las pistolas y los coches a las muñecas y las cocinas, los juegos de niños a los de niñas, y que les gusta pelearse y jugar al aire libre; también puede que encuentren más atractivas sexualmente a las mujeres que a los hombres.[8] (No hay pruebas de lo contrario; por ejemplo de que la mayoría de marimachos tenga cantidades excesivas dé andrógenos.)

Las diferencias entre macho y hembra, no las diferencias genéticas sino de una cuestión tan fundamental como el tipo de genitales externos que el individuo va a tener, dependen de la cantidad de esteroide masculino presente en las primeras semanas después de la concepción. Dejemos solo ese pedacito de tejido embriónico en desarrollo y se convertirá en una hembra. Bañémoslo con una pequeña hormona como la testosterona y se convertirá en un macho.[*] El tejido está cargado a la espera de dispararse para responder al andrógeno (palabra que significa «creador de machos»), el cual actúa como medio de comunicación interna. El embrión en ciernes tiene unas teclas que solamente los andrógenos pueden pulsar. Una vez pulsadas, entra en acción un mecanismo importante cuya existencia no habríamos imaginado nunca y que realiza transformaciones míticas.

En especies animales muy diferentes hay otra clase de hormonas sexuales, los estrógenos, que limitan la agresividad de las hembras, y otra hormona más, la progesterona, que aumenta la tendencia femenina a proteger y a cuidar de las crías. (Las palabras significan, respectivamente, algo así como creadora del estro y promotora de la gestación.) Las ratas madres, como todos los mamíferos, están pendientes de sus crías: construyen y defienden los nidos, alimentan a los pequeños, los lamen para limpiarlos, los rescatan cuando se pierden y los instruyen. Pero ninguno de estos comportamientos es evidente en las hembras vírgenes, quienes ignoran completamente a las crías recién nacidas o incluso hacen esfuerzos para evitarlas. Pero un tratamiento prolongado con las hormonas femeninas progesterona y estradiol, para que su concentración en las vírgenes llegue al nivel característico de fines del embarazo, provoca la aparición de un comportamiento maternal acentuado. Las ratas con altos niveles de estrógeno están menos ansiosas y temerosas y es menos probable que se peleen.[9]

Estas hormonas femeninas se producen principalmente en los ovarios. Pero cuando vemos a una madre tranquila, competente y amorosa, casi ninguno de nosotros siente el impulso de exclamar: «¡Qué ovarios tiene!» El motivo está relacionado sin duda con la fácil accesibilidad de los testículos para su eliminación accidental o experimental, puesto que cuelgan de vulnerables sacos externos[*] y están situados de forma muy diferente a los ovarios, que están encerrados y custodiados dentro de la caja fuerte del cuerpo. Es evidente que también deben considerarse como joyas de la familia.

Las hormonas familiares controlan el ciclo del estro que culmina cuando las hembras están ovulando y difunden en general anuncios olfativos y visuales comunicando que están disponibles para el apareamiento. En muchas especies esto no pasa a menudo y tampoco dura mucho; las vacas, por ejemplo, se interesan por el sexo unas seis horas cada tres semanas. Las vacas no «ligan» mucho. «En la mayoría de especies —escribe Mary Midgley—,[11] una breve estación de apareamiento y una simple estructura instintiva convierten el celo en una alteración estacional con una determinada rutina, comparable a las compras de Navidad.» En una amplia variedad de mamíferos, desde las cobayas a los monos pequeños, la hembra no sólo dificulta el apareamiento fuera del estro sino que lo hace físicamente imposible con un cinturón de castidad orgánico: la vagina está sellada por una membrana o tapón desarrollado especialmente para tal fin o se fusiona y cierra, lo que es todavía más definitivo.

En cambio, entre la mayoría de personas y en algunos simios superiores, la actividad sexual no sólo es posible, sino igualmente probable en prácticamente cualquier etapa del ciclo. Algunas personas controlan el ciclo (midiendo pequeños cambios de la temperatura corporal) y luego evitan la relación sexual durante la época de la ovulación. Esta técnica anticonceptiva, aprobada por la Iglesia, es la imagen especular de la práctica de muchos animales, que anuncian llamativamente la ovulación y evitan la relación sexual en todos los demás momentos. Esto nos recuerda lo lejos que nuestra cultura nos ha llevado de nuestros antepasados y qué cambios fundamentales son posibles en nosotros.

En muchos animales el ciclo de ovulación dura unas cuantas semanas. No hay muchas especies que tengan períodos casi exactamente iguales al ciclo lunar (el tiempo que va de una luna nueva a la siguiente). No se sabe si esta peculiaridad del hombre es algo más que una simple coincidencia y, en caso afirmativo, a qué se debe.

Los mamíferos amamantan a sus crías, pero sólo las hembras están bien preparadas para ello.[*] Éste es uno de los pocos casos en que la definición de una clasificación importante de la biología está determinada por las características de uno solo de los sexos. Dar leche es un proceso que está mediado también por hormonas. La leche materna es esencial para las crías, que nacen inermes y no pueden digerir la dieta de los adultos. Éste es otro motivo de que las hembras pasen más tiempo con sus hijos y de que, por lo tanto, hagan una inversión mayor en ellos. Los machos están generalmente más interesados en otras cosas: dominación, agresión, territorialidad, muchas compañeras sexuales. La relación existente entre los esteroides y la agresión es válida con sorprendente regularidad en todo el reino animal. Si se elimina la fuente principal de las hormonas sexuales, la agresión disminuye, no sólo entre los mamíferos y las aves, sino también entre los lagartos e incluso los peces. Si se trata a los machos castrados con testosterona, la agresión se reanuda. Si se da estrógeno a animales intactos, la agresión disminuye también en todas las especies. La utilización repetida de los mismos esteroides en las mismas funciones —poner en marcha y detener la agresión en animales muy diferentes— demuestra su eficacia y su antigüedad.

La agresión es adaptativa, pero sólo en intensidades controladas. El repertorio de comportamientos agresivos está siempre disponible a la espera únicamente de que algo lo desinhiba. Los esteroides, cuya producción está controlada por el medio ambiente social y por los relojes biológicos, tiene la misión de desinhibir la agresión. En tal caso, ¿a qué se debe que los machos sean tan a menudo más agresivos que las hembras? Si las hembras generaran algo menos de estrógeno y algo más de testosterona, ¿no podrían resultar tan agresivas como los machos? Existe una especie de igualdad entre los sexos para la agresión en los lobos, las ardillas arbóreas, los ratones de laboratorio y las ratas, las musarañas de cola corta, los lémures de cola anillada y los gibones. Los machos de las ardillas voladoras meridionales no son territoriales, pero sí lo son sus hembras, que inician la mayoría de peleas entre los sexos, y las ganan.[13] El hecho evidente de que los machos de la especie humana sean más agresivos que las hembras (la testosterona del plasma sanguíneo es unas diez veces más abundante en hombres que en mujeres) no obliga en absoluto a aplicar el mismo sistema en el resto del reino animal, ni siquiera en el resto de los primates.

La testosterona se cobra su precio, como sabe cualquiera que haya visto a su gato macho volver a casa arrastrándose después de una ausencia de un día o dos con un ojo a la viruta, una oreja desgarrada y el pelaje enmarañado y manchado de sangre. ¿Qué sucede si tomamos a un animal macho, por ejemplo a un animal menos combativo que el gato que decide pasar una noche en la calle, y lo equipamos con un injerto que mantenga elevado el nivel de testosterona en su sangre? Si se hace el experimento con gorriones, que son muy poco territorialistas, no parece que aumente de modo importante la tasa de asesinatos entre gorriones. Pero si se realiza el injerto en garrapateros machos, el número de aves vivas disminuye de modo pronunciado;[14] se observa ahora la presencia de muchas aves con heridas de anómala gravedad, sufridas evidentemente en combates con sus compañeras. Los garrapateros establecen jerarquías de dominación, al contrario de los gorriones, pero no tienen refugios territoriales a donde huir. Las fanfarronadas pueden escalar y convertirse en peleas graves cuando uno está cargado de testosterona y no existen tradiciones de refugio. Otro déficit provocado por los esteroides se observa en aves macho, cuyos niveles de testosterona están artificialmente elevados, que se muestran menos propensas a alimentar a sus polluelos.[15] Los machos muy machos tienden a descuidar sus responsabilidades familiares.

Las empresas farmacéuticas fabrican ahora hormonas sexuales y éstas se utilizan mucho, de modo legal e ilegal. Podemos aprender algo sobre su función en la Naturaleza preguntándonos por qué las utiliza la gente. Los esteroides anabólicos son moléculas muy parecidas a la testosterona, pero en general no idénticas a ellas. Los toman principalmente: 1) culturistas y atletas (quienes creen que algunas demostraciones de fuerza sólo pueden realizarlas hombres jóvenes cargados de esteroides); 2) hombres jóvenes que desean aumentar su aspecto masculino, generalmente para atraer a mujeres o a otros hombres; 3) personas que quieren desinhibir sus tendencias mezquinas (porteros de discotecas, asesinos a sueldo del crimen organizado, guardas de prisiones).[16] El aumento de la musculatura no se consigue solamente con dosis de esteroides; hay que practicar ejercicios vigorosos y sistemáticos. Uno de los efectos colaterales es el acné facial y dorsal. No parece que los esteroides anabólicos fomenten el crecimiento del pelo. Dosis elevadas provocan la disfunción y la atrofia de los testículos, lo que constituye quizá la respuesta del cuerpo a niveles excesivos de testosterona; un exceso de testosterona supone un peligro social lo bastante grande para que haya evolucionado un mecanismo encargado de impedir la transmisión a generaciones futuras de la tendencia a una producción excesiva.

Las mujeres toman estrógeno, generalmente después de la menopausia o de una histerectomía, para mantener el interés sexual y la lubricación, para frenar la pérdida de calcio óseo y para lograr un rostro más juvenil. Mujeres culturistas y mujeres transexuales pueden tomar esteroides anabólicos porque redistribuye de modo pronunciado el peso, trasladándolo de los muslos al pecho y a los bíceps, por ejemplo. Los hombres transexuales toman estrógeno para redistribuir el peso en sentido inverso, para que les crezcan los pechos y para feminizar los pezones y las aréolas; también se produce un endulzamiento general del temperamento. Las consecuencias descritas en los adultos que toman hormonas sexuales y la influencia mucho más profunda que tienen en el embrión al determinar de modo real los órganos sexuales que tendrá el feto indican que unos cambios mucho más sutiles en los niveles hormonales pueden influir probablemente no sólo en la dominación, la territorialidad, la agresión, el cuidado de los hijos, la amabilidad, el nivel de ansiedad y la capacidad de resolver conflictos, sino también en el apetito y la preferencia sexuales.

Los hombres convierten a los toros, los sementales y los gallos en bueyes, caballos castrados y capones porque consideran poco conveniente su machismo: el mismo espíritu masculino que los castradores probablemente admiran en sí mismos. Bastan uno o dos hábiles movimientos de la cuchilla —o un buen mordisco de una pastora lapona de renos— para que los niveles de testosterona desciendan a proporciones manejables durante el resto de la vida del animal. Los hombres quieren que sus animales domésticos sean sumisos y fácilmente controlables. Los machos intactos son una necesidad incómoda; nos basta un número suficiente de ejemplares que puedan engendrar una nueva generación de cautivos.

Algo parecido, aunque menos directo, sucede en la jerarquía de dominación. Los animales que son vencidos en los combates rituales, desde los crótalos hasta los primates, a menudo experimentan una pronunciada disminución de testosterona y hormonas sexuales afines, con lo que es menos probable que desafíen en un momento posterior a quienes mandan y también es menos probable que resulten heridos. El perdedor ha aprendido su lección, a nivel molecular. Habrá menos esteroides circulando en su sangre, con lo que se mostrará menos ardiente persiguiendo a las hembras, al menos en presencia de machos de categoría superior. También esto es del agrado de los alfa. La disminución del nivel de testosterona después de una derrota suele ser mucho más pronunciado que el aumento debido a una victoria.

Volvamos a los testículos de los gorriones: en una zona de cría, cada pequeño territorio está ocupado por un gorrión macho que lo defenderá contra todos los forasteros.[*] Supongamos que un ornitólogo entrometido captura a uno de estos machos territoriales y lo saca de su territorio. ¿Qué sucede? Lo invaden otros machos procedentes de zonas adyacentes, muchos de los cuales no podían antes defender un territorio. Como es lógico, para que se les tome en serio tienen que amenazar e intimidar. Por lo tanto, el nivel general de ansiedad de los gorriones aumenta, tanto entre los recién llegados como entre los gorriones no sustituidos de territorios adyacentes. Las tensiones políticas llegan a un punto alto. Si analizamos el torrente sanguíneo de los gorriones en el transcurso de sus disputas (que quizá desde nuestro punto de vista parezcan de poca monta, pero que para ellos son Quemoy y Matsu), descubriremos que los niveles de testosterona de todos han aumentado: los de los machos recién introducidos que intentan establecer sus territorios y los de los machos de territorios vecinos que ahora deben trabajar para defenderse más de lo habitual. Lo mismo es cierto en muchos otros animales.

Quienes tienen más testosterona son en general más agresivos. Quienes necesitan testosterona en general se la fabrican. La testosterona parece desempeñar una función esencial como causa y efecto de la agresión, la territorialidad, la dominación y el resto de rasgos de comportamiento masculino que justifica lo de «los chicos serán siempre chicos». Esto parece cumplirse en especies muy diferentes, incluidos monos, simios y hombres.

En la primavera, bajo el estímulo de la longitud creciente del día, aumenta el nivel de testosterona de las aves macho posadas en sus ramas y de las aves macho canoras (como arrendajos, currucas y gorriones); estas aves desarrollan el plumaje, revelan un temperamento agresivo y comienzan a cantar. Los machos con repertorios más ricos crían antes y producen más polluelos. Los repertorios de los machos más atractivos llegan hasta docenas de canciones distinguibles. La variedad musical es el medio que permite convertir más testosterona en más aves.

Cuando las hembras ponen los huevos, el nivel de testosterona de los machos continúa siendo elevado; están protegiendo a sus parejas. Cuando ellas comienzan a incubar los huevos y pierden el interés en las proposiciones sexuales, los niveles de testosterona de los machos se reducen. Supongamos que se injerta a las hembras suficiente estrógeno para que sigan siendo sexualmente atractivas y receptivas, a pesar de sus nuevos deberes maternales. Entonces los niveles de testosterona de los machos continúan manteniéndose elevados. Mientras la hembra esté sexualmente disponible, el macho tiene tendencia a estar presente y a actuar de modo protector.[17]

Estos experimentos indican que puede conseguirse una importante ventaja selectiva si una especie rompe las limitaciones del estro. La receptividad sexual continua de la hembra tiene al macho ocupado en todo un conjunto de servicios útiles. Esto es precisamente lo que parece haber sucedido en nuestra especie, quizá gracias a pequeños ajustes del código del ADN que regula el reloj interno de estrógeno.

El comportamiento inducido por la testosterona tiene que estar sujeto a límites y restricciones. Si llega a extremos contraproducentes, la selección natural reajustará rápidamente la concentración de esteroides en la sangre. El envenenamiento con testosterona que llegue a producir mala adaptación debe de ser muy raro. En las aves nectarívoras, los murciélagos y los insectos es posible comparar la energía que gasta el macho impulsado por sus esteroides para defenderse contra los recolectores furtivos, con la energía que podría extraerse de las flores guardadas.[*] De hecho, la territorialidad sólo suele existir cuando los beneficios energéticos superan los costos energéticos: cuando hay tan pocas flores sabrosas para libar que vale la pena dedicar todos los esfuerzos a expulsar a la competencia. Los nectarívoros no son territorialistas rígidos. No se pelean con todos los recién llegados a fin de proteger un desierto de piedras. Estas aves realizan un análisis de costos y beneficios. Aunque estén en un jardín rico en flores nectaríferas por la mañana no suele observarse un comportamiento territorial, porque durante la noche cuando las aves estaban durmiendo se acumuló una cantidad abundante de néctar. Por la mañana, hay suficiente néctar para ir libando de flor en flor. Hacia el mediodía, sin embargo, cuando han estado alimentándose aves de todas partes y los recursos comienzan a escasear, se dispara la territorialidad.[18] Los elementos locales ahuyentan a los intrusos con alas extendidas y a picotazos. Tal vez piensen que han sido buenos demasiado tiempo y que ahora hay que pararles los pies a los forasteros. Pero en el fondo se trata de una decisión económica y no patriótica; práctica y no ideológica.

Quizá sucede en muchos animales, pero por lo menos está bien demostrado en ratas y ratones: el miedo va acompañado por un olor característico, una feromona del miedo, que los demás reconocen fácilmente.[19] Sucede a menudo que cuando los amigos o parientes huelen que tienes miedo, echan a correr, lo cual puede convenirles a ellos, pero no te ayuda mucho. Incluso es posible que aliente al rival o al depredador, que fue el causante del miedo sentido.

Cuando los gansarones, los patitos y los pollitos empiezan a picotear y salen del cascarón tienen un conocimiento aproximado en sus cabezas del aspecto que debe tener un halcón, según demuestra un experimento clásico. Nadie tiene que enseñárselo. También saben qué es el miedo. Los científicos fabrican una silueta muy sencilla, por ejemplo con cartón recortado y dos proyecciones que podrían ser alas. Perfilan un cuerpo que es más largo y redondeado por un extremo y más corto y achatado por el otro. Si la silueta se mueve con la proyección más larga por delante parece una oca volando, con las alas extendidas y su largo cuello precediéndola. Si uno mueve la silueta encima de los pollitos, con el cuello por delante, seguirán con sus cosas. ¿A quién da miedo una oca? Movamos ahora la misma silueta con el extremo achatado por delante, con lo que parecerá un halcón con las alas extendidas y una larga cola por detrás: su paso provocará un gran revuelo de piídos y temblores. Si este experimento se ha interpretado correctamente,[20] en algún lugar, dentro del esperma y del óvulo que permiten fabricar a un polluelo, codificado en la secuencia ACGT de sus ácidos nucleicos, hay la imagen de un halcón.

Quizá este miedo innato de las aves de rapiña sea parecido al temor a los «monstruos» que manifiestan casi todos los niños cuando comienzan a andar. Muchos depredadores que se muestran circunspectos cuando hay una persona adulta presente, atacan alegremente a un niño que gatea. Las hienas, los lobos y los grandes felinos son sólo algunos de los depredadores que acechaban a los hombres primitivos y a sus antepasados inmediatos. Cuando el niño comienza a caminar solo conviene que sepa, en su misma médula, que hay monstruos sueltos fuera. Si sabe eso, es mucho más probable que al más ligero síntoma de peligro vuelva corriendo a casa, a refugiarse con los adultos. La selección ampliará de modo resonante cualquier ligera predisposición en este sentido.[*]

En los pollos adultos hay un conjunto de respuestas más organizadas y sistemáticas, incluidas llamadas específicas de alarma auditiva que pueden alertar a cualquier pollo que pueda oír la siniestra noticia: hay un halcón volando. El grito que anuncia a un depredador aéreo es totalmente diferente del que anuncia a un depredador terrestre, por ejemplo, un zorro o un mapache. Puesto que el ave que da la alarma revela también su presencia y situación al halcón, podríamos considerar esta conducta como un acto de valor que ha evolucionado gracias a la selección de grupo. Un seleccionista individual podría afirmar, aunque no sabemos si convincentemente, que el grito actúa poniendo en movimiento a los demás pollos, cuyas carreras pueden distraer al halcón y salvar al ave que dio la alarma.

Experimentos realizados por el biólogo Peter Marler y sus colegas[21] demuestran que, por lo menos entre gallos jóvenes, la propensión a dar gritos de alarma depende mucho de si hay cerca un compañero. Si no hay otras aves presentes, el gallo puede quedar inmóvil o mirando al cielo cuando ve algo parecido a un halcón, pero no grita en señal de alarma. Es más probable que dé la alarma si hay otra ave que pueda oírlo; y, de modo significativo, es mucho más probable que grite si su compañero es otro pollo, cualquier pollo, en lugar por ejemplo de una perdiz. Sin embargo, no le importa el plumaje; los pollos con colores muy diferentes se merecen el aviso. Lo único que cuenta es que el compañero sea otra ave doméstica. Tal vez esto sea simplemente un caso de selección basta por parentesco, pero desde luego se parece a la solidaridad dentro de la especie.

¿Es esto una demostración de heroísmo? ¿Comprende él gallo joven el peligro a que se expone, y a pesar de su miedo, grita con valentía? ¿O se trata más probablemente de que gritar cuando hay un compañero cerca, y no hacerlo cuando uno está solo es un programa del ADN y nada más? El ave ve un halcón, ve otro pollo y grita sin que se le plantee ningún terrible dilema moral. Cuando uno de los participantes en una pelea de gallos continúa luchando hasta la muerte, a pesar de que está sangrando y se ha quedado ciego, ¿demuestra un «coraje invencible» (como dijo un admirador inglés de las peleas de gallos), o se trata más bien de un algoritmo de pelea, que se ha desbocado, que ha escapado de las subrutinas de inhibición? Entre los hombres, ¿tiene el héroe una lúcida comprensión del peligro a que se expone, o está siguiendo simplemente una de nuestras subrutinas preprogramadas? La mayoría de héroes cuentan que se limitaron a hacer lo que se les ocurrió de forma natural, sin pensar mucho en ello.

Los dos sexos tienen probabilidades diferentes de emitir gritos de alarma. En otro estudio de Peter Marler y sus colegas,[22] los gallos jóvenes dieron el grito de alarma cada vez que vieron una silueta de halcón, pero las gallinas sólo emitieron gritos de este tipo en el 13% de las ocasiones.[*] Es mucho menos probable que los gallos jóvenes castrados den la alarma, excepto si se les implanta testosterona, en cuyo caso la frecuencia de llamadas aumenta. Por lo tanto, la testosterona desempeña una función no sólo en las jerarquías de dominio, el sexo, la territorialidad y la agresión, sino también en advertir prontamente la presencia de depredadores, tanto si consideramos al protagonista héroe como autómata.

Las hembras preadolescentes de ratón tienen una molécula en su orina que induce la producción de testosterona en los machos que la huelen. A su vez, la orina de los machos contiene ahora feromonas que aceleran el desarrollo sexual de la hembra inmadura que la huele. La hembra madura pronto si hay machos alrededor suyo y tarda más en madurar si no los hay: es un bucle de realimentación positivo que ahorra esfuerzos innecesarios. (Como cabe esperar, los ratones hembra que no pueden detectar los olores nunca entran en estro.) Es más, hembras normalmente preñadas que huelen la orina de machos de una cepa diferente de ratones abortan espontáneamente sus fetos, reabsorben los embriones en sus cuerpos y entran en celo rápidamente.[23] Este sistema es útil para los machos forasteros. Si a los machos residentes no les gusta, les basta con impedir la llegada de los forasteros con sus aromas abortantes.

En los ratones, como en la mayoría de animales, la testosterona comienza a fabricarse en serio en la pubertad y es en este momento cuando se inician las agresiones graves contra otros ratones. En los machos adultos, cuanta más testosterona hay, más rápido será el ataque cuando un macho forastero aparezca en las fronteras territoriales. También, si se castra a los machos disminuye su agresividad. Y de nuevo si se suministra testosterona a los castrados, aumentará su agresividad. Los ratones machos tienen tendencia a «marcar» su entorno con pequeñas gotas de orina; un trabajo al que se dedican con redoblado esfuerzo cuando merodean por allí otros ratones (o cuando encuentran un objeto desconocido, quizá un cepillo del pelo). Habida cuenta del fenómeno de la reabsorción de los embriones, los machos tienen que ser los principales orinadores del territorio para que puedan dejar descendencia. Quizá esta demarcación hace la función de las etiquetas en las maletas, de los letreros que señalan que un terreno es de «propiedad privada», o de los retratos heroicos del dirigente nacional en los lugares públicos. El ratoncito valiente está cantando: «Esta tierra es mi tierra» y «Todo es mío». Aun cuando no esté físicamente presente, quiere que los transeúntes tomen nota cuidadosamente de la identidad del propietario. Como uno podría imaginar, si se castra al ratón las demarcaciones urinarias disminuyen notablemente; si se le da más testosterona, su tendencia a dejar marcas se reaviva.

Los ratones hembra normales orinan con poca frecuencia. No son marcadoras inveteradas. ¿Pero qué sucede si se da un chute de testosterona a una hembra infantil cuya anatomía es normal? Empezará a marcar con frecuencia. (Si se realiza un experimento similar con perros, las hembras adultas que recibieron testosterona antes de nacer adoptan la postura de orinar de los machos; levantan una pierna y dejan gotear la orina por la otra: una indignidad más que deben aguantar las manos de los científicos.) Cuando se administra testosterona a ratas de sexo femenino cuyos ovarios se extirparon quirúrgicamente, se vuelven agresivas, alternando una tendencia masculina al enfrentamiento con un comportamiento sexual claramente femenino. Pero administrar testosterona a hembras normales en las primeras etapas de su vida tiene el siguiente resultado: cuando crecen, resultan mucho menos atractivas para los machos.

La testosterona en la sangre está íntimamente relacionada con la expresión de la agresión en los machos, pero no todo acaba aquí. Por ejemplo, en el cerebro hay moléculas que reprimen la agresión. Las cepas hereditarias de ratas que tienen una violencia insólita tienen una concentración menor de estas sustancias químicas cerebrales inhibidoras que las cepas más pacíficas. Las ratas agresivas se calman cuando hay una cantidad superior de estas sustancias químicas en sus cerebros; las ratas pacíficas se muestran agitadas cuando hay menos cantidad de estas sustancias químicas. Si una rata está ocupada observando actos de violencia de otras ratas, por ejemplo matar ratones, el nivel de sustancias químicas cerebrales inhibidoras desciende.[24] Es mucho más probable que actúe ahora violentamente, y no sólo contra ratones. Las tendencias agresivas reprimidas se han desinhibido. Y también las de todos los demás. La hostilidad puede entonces difundirse rápidamente por el grupo, expresada de modo diferente por individuos diferentes. Quizá esto fue lo que sucedió con las ratas de Calhoun, tan confinadas que la agresión y la desesperación se difundieron en oleadas reflejándose y ampliándose en múltiples focos dentro de la comunidad. La violencia es contagiosa.

En experimentos realizados por Heidi Swanson y Richard Schuster,[25] se dio a las ratas para aprender una tarea compleja de cooperación consistente en correr juntas sobre determinados paneles en el suelo siguiendo una secuencia concreta. Si conseguían hacerlo, se les recompensaba con agua azucarada; en caso contrario, acababan dando vueltas a la cámara experimental sin propósito alguno. Nadie les enseñó lo que debían hacer, o por lo menos no se les enseñó directamente. Fue un proceso de tanteo. Se ensayó el experimento en parejas de machos, parejas de hembras, parejas de machos castrados y parejas de machos castrados con injertos de testosterona. Algunas de las ratas habían vivido antes solas.

Los resultados fueron los siguientes: las hembras y los machos castrados aprendieron bastante rápidamente. Los machos normales y los castrados con testosterona administrada aprendieron mucho más lentamente. Los machos que antes habían vivido solos lo hicieron todavía peor. Algunas parejas de ratas macho de vida previa solitaria, parejas con testículos intactos y también parejas de machos castrados pero estimulados por la testosterona, nunca aprendieron el truco.

Esto es lo que podría esperarse de los machos solitarios: uno vive solo y tiene poca experiencia de cooperación, por lo que probablemente no obtendrá buenos resultados en una prueba difícil de cooperación. Pero en tal caso, ¿cómo descubrieron el sistema las hembras que habían estado viviendo solas? La respuesta parece ser que si uno es un macho solitario, un misántropo, y tiene que realizar una tarea compleja en coordinación con otro animal, la testosterona le hace tonto. Todas las parejas de machos que solían vivir solos y que no podían descubrir cómo superar la prueba, iniciaron violentas peleas. En cambio la vida en comunidad tendía a calmarlos.

Swanson y Schuster llegaron a la conclusión de que las deficiencias en el aprendizaje no se debieron tanto a la agresión en sí como a la agresión en el contexto de la jerarquía de dominación. Los que tendían a ser vencedores en los combates rituales (o reales), que casi siempre eran los mismos individuos, se paseaban contoneándose con el pelo erguido, amenazando, haciendo fintas y en ocasiones atacando. Los subordinados se agazapaban, cerraban los ojos, y o bien quedaban inmóviles durante largos períodos de tiempo o se escondían. Pero las tendencias a pavonearse o a agazaparse y a esconderse no son las que más favorecen la cooperación gimnástica necesaria para recibir agua azucarada.

La cooperación tiene pronunciados matices democráticos. Las jerarquías extremas de dominación y de sumisión no las tienen. Los dos sistemas son muy incompatibles. En estos experimentos, las hembras intimidaron a otras y lucharon como los machos, pero la vencedora de hoy era a menudo la derrotada de ayer y viceversa, al contrario de los machos. Agazaparse y quedar inmóviles eran posturas menos corrientes, y el estilo femenino de agresión no obstaculizó tanto los resultados sociales como el estilo de los protagonistas masculinos.

La riqueza y complejidad del comportamiento sexual inducido por la testosterona y que estamos descubriendo —dominación, territorialidad y todo lo demás— es un medio que tienen los machos de competir y dejar más descendencia. No es la única posibilidad. Ya hemos mencionado la selección en el nivel de la competición entre células espermáticas, y las especies en las que el macho deja un tapón vaginal cuando ha terminado para frustrar a quienes llegan después. Los machos de libélula intentan ganar a sus competidores retroactivamente: una púa en forma de látigo que se proyecta desde el pene se clava en la masa de esperma depositado anteriormente en la hembra. Cuando el macho se retira, se lleva consigo el semen de su rival. Las libélulas son mucho más directas que las aves y que los mamíferos: nuestros machos son violentos, están consumidos por los celos, escupen amenazas y acusaciones impulsados por el deseo de tener acceso sexual exclusivo por lo menos a una hembra. El macho de libélula se ahorra gran parte de esto. Le basta con escribir de nuevo la historia sexual de su pareja.

Nos hemos centrado en la agresión, la dominación y la testosterona porque parecen tener una importancia esencial para comprender el comportamiento y los sistemas sociales humanos. Pero hay muchas otras hormonas promotoras de comportamiento que son esenciales para el bienestar humano, incluido el estrógeno y la progesterona en las hembras. El hecho de que una pequeña concentración de moléculas que corren por el torrente sanguíneo puedan desencadenar pautas complejas de comportamiento y que animales diferentes de la misma especie generen cantidades diferentes de estas hormonas es un tema interesante de reflexión cuando se juzgan cuestiones como el libre albedrío, la responsabilidad individual y el orden público.

Si Poseidón hubiera medido con más cuidado el regalo que dio a Cenis, la cuestión no habría llegado a la atención de Zeus. Si la concentración de testosterona de Poseidón hubiese sido inferior, o si hubiese estado en vigor algún castigo contra los dioses por violar a las personas, Cenis podía haber vivido una vida feliz e intachable. En todo caso es cierto que Ceneo se mostró arrogante en exceso, pero a causa de la violación y de sus consecuencias. Fue culpable de no demostrar respeto a los dioses, pero los dioses no la habían respetado a ella. No hay indicación de que la piedad de Tesalia hubiese sufrido menoscabo si Poseidón hubiera dejado tranquila a Cenis. Ella iba tranquilamente a lo suyo, paseándose por la playa.