CAPÍTULO 13
EL OCÉANO DEL DEVENIR
Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado.
Isaías, 40,4
Conseguirán cruzar el océano del devenir.
Maitreyavyakarana (hacia 500 a. de C.)[1]
Imaginemos por un momento que la especie a la que pertenecemos tiene un éxito extraordinario. A lo largo de un proceso evolutivo lento se ha ido adaptando con gran precisión a su nicho ambiental. Nosotros y nuestros compañeros estamos ahora gordos y contentos, quizá incluso al pie de la letra. Pero cualquier cambio genético importante, especialmente cuando el individuo está tan bien adaptado, no suele ser en beneficio propio, del mismo modo que un cambio al azar en algunos de los dominios magnéticos microscópicos de una cinta de audio no es probable que mejore la música grabada en ella. Es imposible impedir que se produzcan mutaciones perjudiciales, como tampoco puede evitarse que la música grabada se deteriore lentamente, pero puede frenarse la difusión de estas mutaciones a través de la especie. La selección natural pasa su cedazo por la población y elimina rápidamente todo lo que no funciona, o lo que no funciona tan bien. No se considera una circunstancia atenuante que la mutación, por algún remoto accidente, pueda resultar útil en el futuro. La selección darwiniana actúa aquí y ahora. Se dicta una sentencia sumaria. La cimitarra de la selección se abate sobre el individuo después de una cuidadosa discriminación.
Pero ahora imaginemos que algo cambia. Un pequeño cuerpo interplanetario que atraviesa a gran velocidad el espacio encuentra en medio de su camino un planeta azul y la explosión resultante rocía la atmósfera superior con una cantidad tal de partículas finas que la Tierra se oscurece y se enfría; el lago que habitamos se congela o la vegetación de la sabana que nos alimenta se marchita y muere. O bien el motor tectónico del interior de la Tierra crea un nuevo arco insular y una serie de explosiones volcánicas cambia la composición del aire, con lo que se liberan a la atmósfera más gases de invernadero, el clima se calienta y las pozas de marea y los lagos poco profundos donde habíamos estado chapoteando alegremente comienzan a secarse, o una presa formada por hielo glacial se rompe creando un mar interior allí donde solía haber el hábitat desértico que nosotros preferíamos.
Tal vez el cambio tenga una procedencia biológica: los animales que comemos se camuflan ahora mejor o se defienden con mayor obstinación; o los animales que consumimos se han adaptado mejor a la caza, o la resistencia a una nueva cepa de microorganismos resulta insuficiente; o una planta que comemos normalmente acaba fabricando una toxina que nos pone enfermos. Puede haber toda una cascada de cambios: una alteración física relativamente pequeña puede desencadenar adaptaciones y extinciones en unas cuantas especies directamente afectadas y los cambios biológicos pueden propagarse hacia arriba y hacia abajo a lo largo de la cadena de alimentación.
El mundo ha cambiado y la especie de tanto éxito a la que pertenecíamos puede quedar reducida a una situación mucho más marginal. En este momento una mutación rara o una combinación improbable de genes existentes puede resultar mucho más adaptativa. La información hereditaria que antes menospreciábamos puede merecer una acogida heroica y el hecho nos recuerda una vez más el valor de las mutaciones y del sexo. O quizá en el momento preciso no se genera por casualidad más información genética útil y la especie a la que pertenecemos continúa su decadencia.
No existen organismos capaces de todo. Respirar oxígeno nos permite extraer energía de los alimentos con mucha más eficiencia; pero el oxígeno es un veneno para las moléculas orgánicas y las estructuras necesarias para que las moléculas orgánicas puedan tratar normalmente el oxígeno resultan caras. El plumaje blanco de la perdiz ofrece un magnífico camuflaje en las nieves del Ártico; pero también absorbe menos luz solar y su sistema termorregulador tiene que funcionar más activamente. La espléndida cola del pavo real le hace prácticamente irresistible al sexo opuesto, pero también anuncia de modo visible a los zorros la presencia de un banquete. El carácter de glóbulo falciforme confiere inmunidad para la malaria, pero condena a muchas personas a una anemia debilitadora. Toda adaptación es el resultado de una transacción.
Imaginemos que estamos diseñando un vehículo que podrá correr por la carretera, volar por el aire y sumergirse. Si pudiéramos construir una máquina de este tipo no haría bien ninguna de sus funciones. Cuando tenemos que desplazarnos por terrenos accidentados construimos vehículos todo terreno, cuando queremos viajar bajo el agua, construimos submarinos, y cuando queremos volar por el aire, aeroplanos. Es muy lógico que estos tres vehículos, aunque tengan una forma general semejante, no tiendan a tener un aspecto concreto muy parecido. Incluso los denominados hidroaviones no son muy apropiados para la navegación, ni resultan muy cómodos en el aire.
Las aves que pueden nadar bajo el agua magníficamente, como los pingüinos, o que pueden correr muy bien, como los avestruces, tienden a perder su capacidad para volar. Las especificaciones mecánicas para nadar o correr se contradicen con las especificaciones necesarias para volar. La mayoría de las especies cuando se enfrentan con estas alternativas se ven obligadas por la selección a asumir una adaptación u otra. Los organismos que dejan todas las opciones abiertas tienden a desaparecer del escenario mundial. El exceso de generalización es un error evolutivo.
Pero los organismos que están demasiado especializados, que funcionan extraordinariamente bien pero sólo en un nicho ambiental único y muy restringido, también tienden a extinguirse; corren el peligro de cerrar un trato fáustico, trocando su supervivencia a largo plazo por los halagos de una carrera brillante pero breve. ¿Qué sucede cuando el medio ambiente cambia? Como los fabricantes de barriles en un mundo de recipientes de acero, como los herreros y los fabricantes de calesas en la época de los vehículos a motor, o como los fabricantes de reglas de cálculo en la era de las calculadoras de bolsillo, los profesionales muy especializados pueden quedar anticuados prácticamente de la noche a la mañana.
Cuando a uno le llega un pase adelante en el fútbol americano debe mantener la vista fija en la pelota. Pero al mismo tiempo debe seguir vigilando los placajes de los contrincantes. Coger la pelota es su objetivo a corto plazo; correr con ella después de atraparla es el objetivo a largo plazo. Quien se preocupe únicamente por correr más que los contrincantes, puede olvidarse de coger la pelota. Quien se concentra sólo en agarrar la pelota, puede acabar en el suelo cuando se hace con ella y fallar la jugada. Se necesita un cierto compromiso entre los objetivos a corto y a largo plazo. Esta combinación óptima dependerá de la puntuación, los fuera de juego, el tiempo que queda y la capacidad de los atajadores contrarios. En cada circunstancia hay por lo menos una combinación óptima. Un jugador profesional no imaginará nunca que su tarea de restador consiste exclusivamente en recoger pases o en correr exclusivamente con la pelota. Es preciso adquirir la costumbre de estimar rápidamente los riesgos y beneficios potenciales y el equilibrio necesario entre los objetivos a corto y a largo plazo.
Todo encuentro exige esta capacidad de juicio, que contribuye en gran medida a la emoción del deporte. En la vida diaria deben formularse también continuamente juicios de este tipo Y son tema básico y algo controvertido de la evolución.
El peligro que plantea el exceso de especialización es que si el medio ambiente cambia, el organismo queda desamparado. Si uno está muy bien adaptado a su hábitat actual, quizá acabe siendo un inútil a largo plazo. Y, por lo contrario, si uno dedica todo su tiempo a prepararse para contingencias futuras, muchas de ellas remotas, quizá se convierta en un inútil a corto plazo. La naturaleza planteó un dilema a la vida: hallar el equilibrio óptimo entre corto y largo plazo, encontrar un camino intermedio entre el exceso de especialización y el exceso de generalización. Como es lógico, el problema se complica porque ni los genes ni los organismos tienen idea de qué adaptaciones futuras son posibles o útiles.
Los genes mutan de vez en cuando, y al cambiar el medio ambiente puede suceder al cabo de mucho tiempo que un nuevo gen dote a su portador de medios de supervivencia mejorados. Este individuo está ahora más «adaptado» a su nicho ecológico. Ha aumentado su valor adaptativo, las posibilidades que ofrece de ayudar a su portador a dejar más descendencia viable. Si una determinada mutación ofrece a quienes la poseen sólo un 1% de ventaja sobre quienes carecen de ella, la mutación se habrá incorporado a la mayoría de miembros de una población grande y que se cruza libremente en aproximadamente un millar de generaciones,[2] lo que corresponde únicamente a unas cuantas decenas de miles de años, aunque los animales sean grandes y longevos. ¿Pero qué pasa si las mutaciones que proporcionan una ventaja pequeña de este tipo se producen con una frecuencia demasiado baja, o si es preciso que varios genes muten al mismo tiempo, y por lo tanto de modo muy improbable, cada uno en la dirección correcta, para adaptarse a la nueva situación? En tal caso todos los miembros de la población pueden extinguirse.
¿Existe una estrategia evolutiva que permita a los individuos y las especies escapar de esta trampa, algún truco que permita evitar los extremos del exceso de especialización y del exceso de generalización? Cuando se producen catástrofes ambientales importantes es posible que no exista una tal estrategia. Los dinosaurios proliferaron y ocuparon una impresionante gama de nichos ecológicos, sin embargo ninguno sobrevivió a las extinciones masivas que se produjeron hace 65 millones de años. Cuando los cambios ecológicos son rápidos, pero menos apocalípticos, hay varios medios para sobrevivir. Conviene reproducirse sexualmente, tal como hemos dicho, porque la recombinación de los genes aumenta mucho la variedad genética general. Conviene ocupar un territorio grande y heterogéneo y no especializarse demasiado. Y conviene que la población se separe formando muchos subgrupos casi aislados, como expuso claramente por primera vez el genetista de poblaciones Sevvall Wright, quien falleció casi centenario en 1987. Ofrecemos a continuación una exposición simplificada de un tema complejo, algunos aspectos del cual se están debatiendo de nuevo.[3] Pero aunque sólo fuera una metáfora, su capacidad de explicación para los mamíferos, y especialmente para los primates, es considerable.
Los genes, los manuales de instrucción escritos en el alfabeto ACGT del ADN, están experimentando una mutación. Algunos genes encargados de cuestiones importantes, como el funcionamiento de una enzima, cambian lentamente; puede ser que apenas cambien en decenas o incluso en centenares de millones de años, porque tales cambios casi siempre provocan un funcionamiento deficiente de alguna máquina-herramienta molecular o la detienen completamente. Los organismos con este gen mutante mueren (o dejan menos descendencia) y la mutación tiende a no transmitirse a generaciones futuras. El cedazo de la selección la elimina. Otros cambios que no causan daño —en una secuencia no transcrita o sin sentido, o en los planos para fabricar los elementos estructurales que permiten orientar, por ejemplo, la máquina-herramienta, o aplicarla sobre una plantilla molecular— pueden transmitirse rápidamente a generaciones futuras, porque la selección no eliminará al organismo que tenga la nueva mutación. En el código de los elementos estructurales, la secuencia concreta de ACGT apenas importa; lo único que se necesitan son elementos de sostén, una secuencia cualquiera que codifique la forma de un mango subcelular, por ejemplo, sin que importe con qué aminoácidos está fabricado el mango. Los cambios en secuencias de ACGT que de todos modos se ignoran tampoco perjudicarán. En alguna ocasión toca el gordo a un organismo y en un número relativamente escaso de generaciones la mutación favorable se difunde por toda la población; pero los cambios genéticos generales debidos a mutaciones favorables son lentos, porque suceden con muy poca frecuencia.
Algunos genes estarán en casi toda la población; otros aparecerán sólo en una pequeña fracción de la población. Pero no todo el mundo tendrá los genes, incluso los que son muy útiles, o bien porque el gen es nuevo y no ha tenido tiempo de difundirse por toda la población, o porque se están produciendo siempre mutaciones que transforman o eliminan un gen determinado, aunque sea beneficioso. Si la ausencia de un gen útil no es decididamente mortal, siempre habrá organismos que carezcan de él en una población bastante grande. En general, cualquier gen está distribuido en la población: algunos individuos lo tienen y otros no Si dividimos esta especie en subpoblaciones más pequeñas y mutuamente aisladas, el porcentaje de individuos que tiene un determinado gen variará de un grupo a otro.
Hay unos diez mil genes activos en un mamífero «superior» típico. Cualquiera de ellos puede variar de un individuo a otro y de un grupo a otro. Algunos se extinguen durante un tiempo o para siempre. Algunos genes están recién estrenados y se están difundiendo por la población. La mayoría son veteranos. La utilidad de un gen determinado (en la población de lobos o de hombres o de cualquier mamífero que imaginemos) depende del medio ambiente, y también el medio ambiente está cambiando.
Sigamos la trayectoria de uno de esos diez mil genes. Tal vez sirva para producir más testosterona, pero podría ser cualquier otro gen. La fracción de población que tiene este gen, en relación con todos los otros posibles genes, se denomina la frecuencia del gen.
Imaginemos ahora un conjunto de poblaciones aisladas de la misma especie. Supongamos que son bandas de monos que viven en valles adyacentes y casi idénticos, separados por montañas infranqueables. Cualquier diferencia en las posibilidades de supervivencia o de dejar descendientes en los dos grupos no se deberá a que uno de ellos vive en un entorno físico más favorable.
No todos los valores de la frecuencia del gen tienen un igual valor adaptativo. Hay una frecuencia óptima en la población. Si la frecuencia del gen es demasiado baja, tal vez los monos se muestren poco activos en su defensa contra los depredadores. Si es demasiado elevada, quizá se maten entre sí en luchas de dominación. Cuando dos poblaciones aisladas, cuyas circunstancias son por lo demás idénticas, tienen diferentes constelaciones de genes activos, sus miembros tendrán diferentes aptitudes darwinianas.
Pero la frecuencia óptima de este gen depende de la frecuencia óptima de otros genes, y también del entorno fluido y variable en el cual deben vivir los monos. Es posible que haya más de una frecuencia óptima, según sean las circunstancias. Lo mismo es válido para los diez mil genes más: todas sus frecuencias óptimas dependen mutuamente y varían a medida que lo hace el medio ambiente. Por ejemplo, una frecuencia elevada de un gen que produce más testosterona puede ser útil para enfrentarse con los depredadores y otros grupos hostiles, suponiendo que también sean más abundantes los genes que permiten vivir en paz dentro del grupo. Y así sucesivamente. Los óptimos están entrelazados.
Puede suceder que un conjunto de frecuencias de genes que permitía antes al grupo estar magníficamente adaptado se convierta ahora en una notable desventaja; y que quizá las frecuencias de genes que sólo habían dado un margen de aptitud sean ahora la clave para la supervivencia. Éste es un concepto muy inquietante de la existencia: es precisamente cuando uno está más en armonía con su medio ambiente cuando empieza a adelgazarse el hielo sobre el que está patinando. Lo que uno debía haber procurado, si hubiese podido, es escapar pronto de una adaptación óptima: renunciar deliberadamente a la situación de gracia de los individuos bien adaptados, humillarse a pesar de ser poderoso. Está claro ahora el significado de la expresión «exceso de especialización». Pero, como comprobamos nosotros cada día, casi nunca las poblaciones privilegiadas de la humanidad están dispuestas a adoptar esta estrategia. En el enfrentamiento clásico entre intereses a corto y a largo plazo, el corto plazo casi siempre gana, especialmente cuando es imposible predecir el futuro.
Sí, les falta previsión. ¿Pero cómo podrían prever nada? Es pedir demasiado imaginar que unos monos puedan prever los cambios geológicos o ecológicos futuros. Nosotros los hombres, que con nuestra inteligencia deberíamos poder profetizar más que los monos, tenemos muchas dificultades para prever el futuro y nos resulta todavía más difícil actuar de conformidad con lo que sabemos.[4] El corto plazo tiende a predominar en las operaciones militares, en las intrigas de la política, en la mayoría de iniciativas empresariales y en las respuestas nacionales a los problemas del medio ambiente mundial. Por lo tanto, puede imaginarse a primera vista que es demasiado difícil la conservación precavida de un conjunto de frecuencias de genes que resultarán óptimas en determinadas circunstancias futuras, cuando nadie es siquiera consciente de este hecho. Cabría imaginar que hay un fallo en el proceso evolutivo, que la vida, en determinadas circunstancias, podría quedar encallada.
¿Cuál podría ser el motivo de que se desplazara la frecuencia de genes en poblaciones distintas hacia valores inferiores a los óptimos? Supongamos que la tasa de mutaciones aumentó debido a la introducción de una nueva sustancia química en el medio ambiente (que vomitó el interior de la Tierra) o a un aumento en el flujo de rayos cósmicos (quizá originados en la explosión de alguna estrella en medio de la Vía Láctea). Entonces las frecuencias de genes en poblaciones aisladas se diversifican. Podría ser incluso que una población acabara poseyendo las frecuencias óptimas precisas para adaptarse a una necesidad futura. Pero esta coincidencia será muy rara. Lo más probable es que los cambios importantes sean mortales. Por lo tanto un aumento de la tasa de mutaciones tiende principalmente a distribuir la variación de frecuencias de genes, pero no mucho.
La población tenderá a seguir las circunstancias cambiantes gracias a la acción conjunta de las mutaciones y de la selección, esforzándose siempre en alcanzar la adaptación óptima. Si las condiciones externas varían con la suficiente lentitud, la población podría mantenerse siempre cerca de la adaptación óptima. Las frecuencias de los genes están siempre variando lentamente. Este movimiento gradual, impulsado por las mutaciones y la selección natural en un entorno físico y biológico cambiante, es precisamente el proceso evolutivo expuesto por Darwin; y el cambio continuo de las frecuencias de los genes descubierto por Wright es una metáfora de la selección natural.
Hasta este momento todas las subpoblaciones aisladas que hemos estado estudiando eran grandes, formadas quizá por miles de individuos o más. Pero ahora viene el punto crítico de Wright: imaginemos pequeños grupos que no tienen más de unas cuantas docenas de individuos. Estos grupos tienden a tener una elevada endogamia. Al cabo de pocas generaciones, ¿con quién puede uno aparearse sino con parientes? Consideremos pues durante un momento el tema de la endogamia antes de estudiar las perspectivas evolutivas de las poblaciones pequeñas.
Algunas culturas humanas practican el sexo en privado y comen en público, y otras culturas lo hacen al revés; algunas viven con sus parientes ancianos, otras los abandonan y otras se los comen; algunas instituyen normas rígidas que deben obedecer incluso los niños que empiezan a andar, y otras dejan que los niños hagan casi todo lo que quieren; algunas entierran a sus muertos, otras queman a sus muertos y otras los exponen para que los pájaros se los coman; algunas culturas utilizan conchas como dinero, otras utilizan el metal, otras el papel y otras prescinden totalmente del dinero; algunas culturas no tienen dioses, otras tienen un único dios, otras tienen muchos dioses. Pero todas ellas abominan el incesto.
Evitar el incesto es uno de los pocos elementos comunes invariables dentro de la espectacular diversidad de las culturas humanas. Pero a veces se han permitido excepciones para las clases dirigentes (¿quiénes pueden si no?). Cuando los reyes eran dioses, o algo muy parecido, sólo sus hermanas eran de categoría suficiente para ser sus cónyuges. Las familias reales mayas y egipcias practicaron la endogamia durante generaciones y los hermanos se casaban con las hermanas, aunque se cree que el proceso estaba mitigado por uniones no permitidas y no registradas con personas que no eran parientes. Los descendientes supervivientes de estas uniones no eran mucho más incompetentes que los reyes y reinas normales producidos en otras situaciones; y Cleopatra, reina de Egipto, que era oficialmente el resultado de muchas generaciones consecutivas de matrimonios incestuosos fue una persona brillante en muchos aspectos. El historiador Plutarco nos dice que no tenía una belleza incomparable, pero que el contacto de su presencia, si uno vivía con ella, era irresistible; el atractivo de su persona, unido al encanto de su conversación y al carácter con que hablaba y actuaba, era fascinante. Era un placer escuchar simplemente el sonido de su voz, con la cual, como con un instrumento de muchas cuerdas, podía pasar de un idioma a otro, de modo que eran muy pocos los países bárbaros a los que contestaba por medio de un intérprete. Cleopatra dominaba no sólo el egipcio, el griego, el latín y el macedonio, sino también el hebreo, el árabe y las lenguas de los etíopes, los sirios, los medos, los partos y «muchos otros».[5] Se dijo de ella que era «la única persona, aparte de Aníbal, que despertó miedo en Roma».[6] También dio a luz a varios niños, al parecer sanos, aunque sus padres no fueron hermanos suyos. Uno de ellos fue Tolomeo XV César, hijo de Julio César, nombrado rey de Egipto (hasta que el futuro emperador Augusto lo asesinó a los diecisiete años de edad). Es evidente que Cleopatra no parece haber mostrado deficiencias físicas o intelectuales pronunciadas, a pesar del supuesto parentesco de sus padres.
Sin embargo, la endogamia produce una deficiencia genética estadística que se manifiesta principalmente en el fallecimiento de niños y jóvenes (y no tenemos buenos datos sobre los hijos de reyes egipcios o mayas que fallecieron al nacer o a quienes se mató de niños). Hay muchos datos que apoyan esta afirmación en muchos grupos de animales y plantas, pero no en todos ellos, ni mucho menos. Incluso en los microorganismos sexuales el incesto provoca notables aumentos en el fallecimiento de los hijos.[7] La mortalidad de los hijos engendrados en uniones incestuosas en los zoos aumentó de modo pronunciado en cuarenta especies diferentes de mamíferos, aunque algunas especies fueron mucho más vulnerables a una estrecha endogamia que otras.[8] En uniones sucesivas entre hermano y hermana de moscas de la fruta, sólo sobrevivía en la séptima generación un pequeño porcentaje de los descendientes.[9] En los papiones, las uniones entre primos carnales producen hijos que en el primer mes de vida mueren con una frecuencia del 30% superior a la de las uniones de papiones que no están estrechamente emparentados.[10] Las plantas que normalmente se reproducen cruzándose con otras, por ejemplo el maíz, se deterioran en una situación constante de endogamia. Las plantas se hacen más pequeñas, más flacas y más debilitadas. La existencia del maíz híbrido se debe a esto. Como observó por primera vez Darwin, muchas plantas que tienen partes masculinas y femeninas están configuradas para que no puedan tener con facilidad relacionas sexuales consigo mismas (este tabú contra el incesto, que es el más fundamental de todos, se llama «autoincompatibilidad»). Muchos animales, incluidos los primates, tienen tabús que frenan las uniones con parientes próximos.[11]
Los perros de pura raza son propensos a deformidades y defectos de constitución. Los biólogos John Paul Scott y John L. Fuller realizaron experimentos de cría, es decir de selección artificial, en cinco razas de perros:
Comenzamos nuestros experimentos con ejemplares considerados de buena raza, es decir con un número elevado de campeones en su árbol genealógico. Cuando cruzamos a estos animales con sus parientes próximos durante una o dos generaciones, descubrimos graves defectos en cada camada… Los cócker spaniel se crían para que tengan frentes anchas con ojos prominentes y un ángulo pronunciado entre la nariz y la frente. Cuando examinamos los cerebros de algunos de estos animales durante la autopsia, descubrimos que presentaban síntomas leves de hidrocefalia; es decir que los criadores al seleccionar la forma del cráneo habían seleccionado accidentalmente un defecto cerebral en algunos de ellos. Además de todo esto, en la mayoría de nuestras razas sólo un 50% aproximado de las hembras podían criar camadas normales y sanas, incluso ofreciéndoles cuidados ideales. En otras razas de perro, estos defectos son muy corrientes.[12]
Deficiencias genéticas semejantes se observan en los datos limitados de que se dispone sobre el incesto humano en épocas modernas. El aumento de la tasa de mortalidad infantil debida al matrimonio entre primos carnales[13] es sólo de un 60%. Pero un estudio realizado en Michiga[14] a mediados del decenio de 1960 comparó a dieciocho hijos de uniones entre hermano y hermana y entre padres e hijas con un grupo de control de niños de parejas no incestuosas. La mayoría de los hijos de incesto (once de un total de dieciocho) fallecieron durante los primeros seis meses, o bien presentaban defectos graves, incluido un pronunciado retraso mental. No se comprobó la presencia de estos defectos en las historias de los padres o de sus familias. Los demás niños parecían normales por su inteligencia normal y por todos los demás aspectos, y se recomendó su adopción. Ninguno de los niños del grupo de control falleció o tuvo que ingresar en instituciones. Sin embargo, estas tasas de mortalidad y de enfermedad parecen altas si se comparan con las uniones entre hermanos y hermanas y padres e hijas en otros animales; quizá había una probabilidad mayor de que las uniones incestuosas que producen hijos anormales llegaran a conocimiento de los científicos que realizaban el estudio.
Los peligros de la endogamia repetida parecen tan evidentes que puede deducirse con seguridad que entre los antepasados inmediatos de Cleopatra hubo uniones sexuales no permitidas y que las reinas de Egipto concebían con otras personas además del Faraón. Hubiesen bastado unas cuantas uniones entre hermanos en generaciones sucesivas para provocar el fallecimiento de Cleopatra o por lo menos para que Cleopatra hubiese sido un personaje muy distinto de la persona llena de vitalidad que la historia nos revela. Pero un cruce con una persona exterior en una generación contribuye mucho a cancelar la endogamia anterior.
La endogamia es un peligro especial en grupos muy pequeños, porque es difícil evitarla. Si se producen unas cuantas mutaciones no letales en un individuo o bien desaparecen, porque, por ejemplo, su portador no tiene descendencia o bastan unas cuantas generaciones para que esté presente en todos los individuos, aunque perjudique ligeramente a la adaptación. De modo que ahora la mayoría de machos de la población tiene, por ejemplo, un ligero exceso de testosterona; las distracciones que los conflictos causan se están cobrando un precio, y no se cuida como se debiera a las crías. La población se ha desviado un poco de la adaptación óptima; si la endogamia es pronunciada pudiera ser que al final ninguno de los miembros del grupo dejara descendencia.
Si la endogamia no fuera tan arriesgada, cabría pensar que las poblaciones pequeñas son el medio adecuado para conseguir constelaciones de frecuencia de genes que de momento no son muy adaptativas, pero que lo serán en algún momento del futuro. Si la población es pequeña, nuevas mutaciones o nuevas combinaciones de letras y secuencias en el código genético pueden propagarse por toda la población en unas cuantas generaciones. De este modo se están llevando a cabo al azar nuevos experimentos de biología que no podrían hacerse en poblaciones grandes. A consecuencia de ello casi siempre el grupo se aparta rápidamente de la adaptación óptima. Pero en una población pequeña pueden ponerse a prueba con tanta rapidez genes y combinaciones de genes relativamente raros que se puede recorrer rápidamente mucho terreno dentro de la posible gama de frecuencias de genes.
Lo que se está produciendo aquí son los llamados «accidentes de muestreo», que tienen consecuencias mucho más profundas en poblaciones pequeñas que en poblaciones grandes. Imaginemos que tiramos una moneda al aire: la probabilidad de sacar cara o cruz en una tirada es evidentemente 50%, una probabilidad entre dos. La moneda tiene sólo una cara y una cruz y tiene que quedar de un modo u otro. Si hay dos tiradas, el menú completo de resultados igualmente posibles es: dos cruces, una cara y una cruz, una cruz y una cara o dos caras. Por lo tanto la probabilidad de sacar dos caras consecutivas es de uno entre cuatro, es decir un cuarto, o sea 1/2 × 1/2. Con tres tiradas la probabilidad de sacar todo caras es de una entre ocho (1/2 × 1/2 × 1/2), o de uno entre 23. Podremos sacar diez caras seguidas sólo una vez después de mil tiradas (210= 1024). (Si alguien presencia sólo esta tirada, pensará que el tirador tiene una suerte extraordinaria.) Pero para sacar cien caras seguidas se necesitará un quintillón de tiradas (2100 equivale aproximadamente a 1030), lo que equivale prácticamente a una eternidad.
En poblaciones pequeñas son inevitables accidentes importantes de muestreo; si en una encuesta nacional se interrogara solamente a tres personas no estaría muy justificado dar fe a los resultados, es decir creer que esas tres opiniones reflejan adecuadamente las opiniones de la mayoría de ciudadanos. Una de las personas interrogadas podría ser por azar un anarquista, un vegetariano, un trotsquista, un luddita, un copto o un escéptico, todos los cuales ofrecen interesantes puntos de vista, pero no reflejan de modo preciso a la población general. Imaginemos ahora que las opiniones de estas tres personas pudieran de algún modo ampliarse proporcionalmente y convertirse en las opiniones de la población del conjunto de los Estados Unidos; se habría logrado una transformación importante de las actitudes y la política del país. Lo mismo sucede genéticamente cuando unos cuantos individuos de una gran población crean una comunidad nueva y aislada.
Se producen accidentes de muestreo cuando la población de donde se toma la muestra es muy pequeña. En muchas elecciones, cuando los encuestadores toman muestras de quinientas o mil personas escogidas al azar, se demuestra repetidamente que los resultados son representativos del conjunto del país.[*] Los resultados de quinientas o mil muestras escogidas al azar son correctos con una desviación de un pequeño porcentaje. (La variación esperada es la raíz cuadrada del tamaño de la muestra.) Cuando se pide la opinión de un gran número de personas elegidas al azar se están tomando muestras fiables del promedio;[*] cuando sólo se pregunta la opinión de unas cuantas personas, es posible que se estén tomando muestras de opiniones atípicas o marginales. Los encuestadores preferirían tomar muestras de poblaciones más pequeñas porque se ahorrarían dinero. Pero no se atreven a hacerlo, porque los errores serían demasiado grandes y las opiniones escogidas poco representativas.
En la genética de las poblaciones sucede lo mismo que en las encuestas de opinión: cuando el grupo es lo bastante pequeño pueden tomarse como muestras desviaciones importantes de la media y estas desviaciones quedar establecidas. Cuando hay grupos pequeños aislados unos de otros, se prueban muchos conjuntos diferentes de frecuencias de genes, la mayoría perjudiciales a la adaptación, pero unos cuantos pueden dar casualmente una buena respuesta al futuro. Esto se denomina deriva genética.
O supongamos que nuestro nombre es Theodosius Dobzhansky y que vivimos en la ciudad de Nueva York. Aunque tengamos diez hijos el nombre continuará siendo «raro y extravagante» mientras continuemos viviendo en la gran ciudad. Pero si la familia se desplaza a un pueblo y tiene muchos descendientes, Dobzhansky acabará convirtiéndose en un apellido corriente y anodino. Del mismo modo, una predisposición hereditaria extraordinaria presente en los genes de los Dobzhansky afectará sólo a una pequeña fracción de la población mientras vivan en Nueva York, pero al cabo de varias generaciones podría convertirse en un rasgo genético importante de los habitantes de una aldea.[15]
¿Hay alguna manera de preservar los accidentes de muestreo propios de pequeños grupos y evitar al mismo tiempo la lenta deterioración que acompaña al incesto? Imaginemos que en cada grupo hay mucha endogamia, pero que de vez en cuando se permite la exogamia. En ocasiones individuos procedentes de subpoblaciones generalmente aisladas se reúnen y se emparejan mitigando así las consecuencias más graves del incesto. La deriva genética creará constelaciones diferentes de genes en cada subpoblación. Cada pequeño grupo tendrá un conjunto diferente de propensiones hereditarias. Por lo tanto, no todos los grupos estarán adaptados de modo óptimo a las circunstancias actuales Pero ahora el medio ambiente ha cambiado y ninguno de ellos puede estar bien adaptado. Su adaptación es muy poco óptima y las vidas de todos serán difíciles. Ninguno de estos grupos vivirá tan bien como antes, muchos grupos se extinguirán. Pero cuando estalle la crisis ambiental, algunas de estas poblaciones más pequeñas descubrirán que están, por casualidad, situadas ventajosamente, que están «preadaptadas». El truco consiste en combinar los accidentes de muestreo de grupos pequeños (de modo que por lo menos un grupo esté, por casualidad, bien preparado para la siguiente crisis ambiental) con la estabilidad de los grupos grandes (de modo que cuando se tenga una adaptación nueva y deseable se difunda entre una población numerosa). El grupo afortunado, que tiene de nuevo frecuencias de genes óptimas, al estar en contacto genético con los demás grupos les transmitirá su nueva constelación de genes adaptativos. Los demás grupos adquirirán las nuevas capacidades, la nueva combinación de rasgos, las nuevas adaptaciones, pero al mismo tiempo se evitarán las consecuencias más peligrosas de la consanguinidad.
Tenemos de nuevo un mecanismo de tanteo que permite a una población grande explorar la combinación de posibles frecuencias de genes. Cuando las adaptaciones que antes nos llevaron al éxito, tienen ahora únicamente una utilidad marginal, nos queda un camino de salida. La solución que propuso Sewall Wright es dividir una especie en muchas poblaciones bastante pequeñas y endogámicas, pero permitiendo al mismo tiempo cruces ocasionales entre ellas. De este modo se evitan las dos trampas: el exceso de especialización y el exceso de generalización.[16] Puesto que en poblaciones pequeñas y semiaisladas los cambios evolutivos importantes se producen con una frecuencia relativamente escasa, queda explicada la escasez relativa de formas intermedias en el registro fósil, uno de los problemas que preocupó a Darwin.[17]
Ningún organismo se ha parado a considerar su situación y a tomar una decisión de política evolutiva consciente, aplicable a toda su especie, consistente en dividirse en poblaciones pequeñas, ampliar los accidentes de muestreo genético y al mismo tiempo evitar las formas más flagrantes del incesto. Pero, como pasa siempre en el proceso evolutivo, cualquier especie que tome accidentalmente medidas adecuadas se reproducirá de modo preferente. Si se lleva a cabo un número suficiente de experimentos evolutivos a lo largo de las perspectivas inmensas de tiempo con que cuenta la historia de la vida, pueden institucionalizarse adaptaciones muy poco probables, relativas al tamaño del grupo por ejemplo o al equilibrio entre endogamia y exogamia. Estamos hablando ahora sobre la creación de un mecanismo que garantice una evolución continuada, un desarrollo de segundo orden o meta-evolutivo.[18]
¿Qué sensación tendría desde dentro un miembro de una especie que gracias a la selección natural hubiese tomado medidas para conseguir la deriva genética? Le gustaría vivir en grupos pequeños. Le disgustarían las multitudes. Un grupo no debería comprender más de cien o doscientos individuos para que los accidentes del muestreo pudieran actuar en una escala temporal adecuada y, según Wright, su tamaño óptimo sería de sólo unas docenas de miembros. Los grupos de seis a ocho miembros o menos tienden a ser inestables; son demasiado vulnerables y los pueden exterminar depredadores, inundaciones o enfermedades, todos los cuales constituyen ejemplos diferentes de accidentes de muestreo. Podríamos imaginar la existencia de una lealtad apasionada por el grupo, algo parecido a un intenso sentimiento de familia, un superpatriotismo, un chauvinismo, un etnocentrismo. (Al ser la mayoría de miembros del grupo parientes próximos, podrían sentirse impulsados en caso de necesidad a actuar con un cierto altruismo o incluso a actuar heroicamente en bien de los demás.) Convendría también evitar toda fusión del grupo propio con otro grupo, porque los grupos mucho mayores frenan los accidentes de muestreo. Sería conveniente por lo tanto concebir una hostilidad apasionada contra los demás grupos, tener muy claros sus defectos, estar afectado de una cierta xenofobia o patrioterismo.
Los demás grupos están compuestos, como es lógico, por individuos de la misma especie que la nuestra. Tienen un aspecto muy parecido al nuestro propio. Para poder atizar las llamas de la xenofobia deberíamos examinarlos con una gran atención y exagerar todas las diferencias observables, siempre en perjuicio suyo. Estos grupos tienen herencias ligeramente diferentes y dietas ligeramente distintas, y por lo tanto no huelen exactamente lo mismo que nosotros. Si nuestra sensibilidad olfativa es fina, quizá los olores de los demás grupos conviertan a sus miembros en seres grotescos y odiosos.
Sería incluso mejor poder crear algunas distinciones. Si no fueran posibles las diferencias en el vestido y en el idioma, por ejemplo, porque todavía no se hubieran inventado, convendría establecer diferencias de comportamiento, posturas o vocalización. Cualquier cosa que distinguiera a nuestro grupo de los demás podría servir para mantener el odio latente y resistirse a la fusión. Por suerte, los otros grupos opinan algo parecido. Estas diferencias no hereditarias entre un grupo y otro —incluso las diferencias arbitrarias, que están remotamente relacionadas con ventajas adaptativas, pero que sirven para preservar la independencia y coherencia del grupo— reciben el nombre colectivo de cultura. A un nivel rudimentario, muchos animales tienen cultura.[19] La diversidad cultural contribuye a conservar la deriva genética.
Es esencial al mismo tiempo evitar un exceso de endogamia y garantizar al menos una exogamia ocasional. Por lo tanto sentiremos repulsión por el incesto, o al menos por las uniones más endogámicas. La copia de las actitudes de los compañeros, la cultura, reforzará, si es posible, esta repulsión. Habrá un tabú contra el incesto (que quizá se mitigará si la población se reduce a unos cuantos supervivientes). Puede proscribirse oficialmente la exogamia, y entre los hombres esta prohibición se expresará en ataques de los jóvenes contra los machos de otros grupos que entran en el barrio, aunque sea accidentalmente o en los padres llorando como si hubieran muerto a las hijas que se fugan con forasteros. Pero a pesar de un etnocentrismo y xenofobia omnipresentes, de vez en cuando uno encontraría irresistiblemente atractivos a miembros de otros grupos hostiles. Habría uniones subrepticias. (Éste es más o menos el tema de Romeo y Julieta, de El Jeque de Rodolfo Valentino, y una gran industria de libros sobre el amor destinados a mujeres.)
En resumen una estrategia de supervivencia prometedora es la siguiente: Distribuirse en pequeños grupos, alentar el etnocentrismo y la xenofobia y sucumbir a ocasionales tentaciones sexuales provocadas por hijos e hijas de otros clanes enemigos. Crear una propia cultura. Cuanto más capaz sea una especie de tener un comportamiento aprendido, mayores serán las diferencias que podrán establecerse entre un grupo y otro. Las diferencias de comportamiento conducen eventualmente a diferencias genéticas, y viceversa. El aislamiento incompleto, la combinación adecuada de indiferencia y abandono sexual en relación a otros grupos genera diversidad. Y la diversidad es la materia prima sobre la cual actúa la selección.
Parece, por lo tanto, que existe un motivo, radicado en lo hondo de la genética de poblaciones y de la evolución, que explica la existencia de grupos pequeños semiaislados como subestructuras de poblaciones mayores, de la xenofobia, el etnocentrismo, la territorialidad, la evitación del incesto, la exogamia ocasional y la migración para abandonar las comunidades de más éxito. Estos mecanismos actúan especialmente en las especies cuyo medio ambiente cambia rápidamente desde el punto de vista biológico o físico. Las arqueobacterias, las hormigas y los cangrejos bayoneta no han pertenecido mucho a esta categoría; las aves y los mamíferos, sí. Así pues, cuando oigamos a un demagogo desenfrenado predicar el odio contra otros grupos de hombres ligeramente distintos parémonos por lo menos un momento para intentar comprender el problema. Está atendiendo a una antigua llamada que, por peligrosa, anticuada y mal adaptativa que pueda ser hoy en día, benefició en otras épocas a nuestra especie.
Se ha encontrado una solución al problema de disponer las frecuencias de genes de modo que respondan rápidamente a un entorno voluble y cambiante. Y la solución parece extrañamente familiar. Después de recorrer un mundo abstracto de genética de poblaciones y frecuencias de genes, doblamos una esquina y nos encontramos de repente mirando a algo que se nos parece mucho… a nosotros mismos.