22. Terraformación de los planetas
Fotografía compuesta de Marte, tomada por el Mariner 9. Se ven grandes volcanes en el fondo y el casquete polar del Norte. La cantidad de anhídrido carbónico y agua congelada atrapada en el casquete polar, si se liberase en la atmósfera, determinaría probablemente condiciones climáticas muy parecidas a las de la Tierra. Cortesía de la NASA.
De una manera sutil y profunda, las actividades de la vida afectan al medio ambiente de nuestro planeta. Nuestra atmósfera se compone de un 20 % de oxígeno y un 80 % de nitrógeno. El oxígeno se produce casi por entero mediante la fotosíntesis, o síntesis de los hidratos de carbono realizada por la clorofila bajo la acción de la luz. En forma similar, los más recientes testimonios sugieren que el nitrógeno es casi por completo un producto de la actividad biológica de microorganismos del suelo que convierten los nitratos y el amoníaco en gas N2 nitrógeno molecular. Las actividades biológicas no sólo controlan íntimamente los principales elementos de nuestra atmósfera, sino que también regulan a los elementos menores. En medida muy significativa, el anhídrido carbónico está regulado por el mecanismo fotosíntesis-respiración. Aunque sea un elemento menor de la atmósfera de la Tierra, el metano CH4 es de origen biológico.
De hecho, la vida en la Tierra, invisible en la fotografía, podría detectarse con un pequeño telescopio y un espectrómetro infrarrojo desde Marte. Los marcianos, si existe alguno, podrían observar fácilmente, en longitud de onda de 3,33 en el infrarrojo, una característica de fuerte absorción que el análisis directo revelaría ser debido a 1:1.000.000 de metano en la atmósfera terrestre. No sería difícil deducir que el metano es, quizá, de origen biológico. El metano es químicamente inestable en un ambiente con exceso de oxígeno. Se oxida con suma rapidez a anhídrido carbónico:
CH4 + 2O2 = CO2 + 2H2O
La cantidad de metano que se equilibraría con el gran exceso de oxígeno en nuestra atmósfera es inferior a mil millones de millones la cantidad realmente observada. ¿Cómo puede ser esto? El metano se puede producir con tanta rapidez que no hay tiempo suficiente para que el oxígeno reduzca su abundancia hasta una cantidad de equilibrio. Podría ser que existiera una masiva efusión de metano en antiguos campos petrolíferos de la Tierra. Pero tal efusión o escape tendría que ser enorme, esta hipótesis es preciso desecharla. Es mucho más probable que el metano se produzca mediante un proceso de carácter biológico.
Indudablemente, éste es el caso. Parece existir controversia en la literatura ecológica sobre dos posibles orígenes de este metano. Una fuente es la bacteria de metano que vive en pantanos y marjales, de aquí el término de «gas de los pantanos», al referirse al metano. El otro origen de la bacteria de metano es el intestino de los ungulados. Hay otra escuela de pensamiento ecológico que cree que se produce más metano mediante la segunda fuente que mediante la primera. Esto significa que la flatulencia bovina, expulsión de gases intestinales de las vacas, elefantes, renos y alces es detectable a distancias interplanetarias, mientras que el conjunto de las actividades humanas resulta invisible. Por supuesto, no consideraríamos la flatulencia del ganado como manifestación dominante de vida en la Tierra, pero ahí está.
Inadvertidamente, sin que de un modo consciente la Humanidad haya realizado algún esfuerzo para ello, la vida en la Tierra ha modificado el medio ambiente en forma muy notable. A través del efecto de la presión y composición atmosférica en el clima, hay un mecanismo de retroalimentación en el que el mismo clima, puede en algún grado ser controlado por las reacciones de intercambio gaseoso en las que participan las formas de vida en la Tierra. En algún modo la vida sobre la Tierra ha terraformado la propia Tierra. En alguna medida esto ha hecho a la Tierra tal y como es.
¿Es posible que, en algún momento del futuro, pudiésemos llegar a «terraformar» otros planetas, convertir a Marte o a Venus, hoy hostiles al hombre, en medio ambiente propicio y habitable? Tal cambio, de ser posible, debiera realizarse tras un examen cuidadoso y responsable de las consecuencias. Primero tendríamos que entender del todo al actual medio ambiente del planeta antes de alterarlo. Deberíamos garantizar escrupulosamente que no sean destrozados ninguna clase de organismos indígenas del planeta mediante tal «terraformación». Si Marte, por ejemplo, tiene una población de organismos indígenas que se extinguiría mediante la «terraformación», jamás deberíamos llevar a cabo esta última. Pero si el planeta carece de vida, o si los organismos sobreviven mejor en condiciones parecidas a las nuestras, podría ser razonable, en algún momento del futuro, considerar tal alteración de un medio ambiente planetario.
Deben ser muy caros nuestros motivos para esta, digamos, reforma planetaria. No es una solución a un problema de exceso de población. En la Tierra nacen cada día varios centenares de miles de personas. Y, por supuesto, no hay perspectiva alguna en un inmediato futuro de poder trasladar a centenares de miles de seres humanos a otros planetas cada día. En toda la historia de la Humanidad, el hombre sólo ha podido enviar a otro planeta a una docena de personas. Tampoco es muy probable que llegue a existir en un futuro inmediato una industria minera para extraer mineral en otro planeta y trasladarlo luego a la Tierra: el coste del transporte sería prohibitivo. Aun así, el espíritu humano es expansivo; en el interior de muchos de nosotros alienta el urgente deseo de colonizar nuevos medios ambientes. Tales actividades pueden llevarse a cabo sin imperialismo cósmico, sin la arrogancia que caracterizó a la colonización europea del Nuevo Mundo, o sin la liquidación de los indios que efectuaron los blancos para establecerse en el Oeste americano. La colonización interplanetaria puede ser compatible con las más altas aspiraciones y objetivos de la Humanidad.
¿Cómo lo haríamos? En el caso de Venus, como hemos visto en el capítulo 12, hay una atmósfera aplastante, compuesta principalmente por anhídrido carbónico y una superficie cuya temperatura es cercana a los 500º C. Evidentemente, representaría una tarea formidable convertir este medio ambiente en otro en el cual los hombres pudieran vivir y trabajar sin enorme ayuda tecnológica. Pero existe una sola posibilidad de «terraformar» o reformar Venus para equipararlo a la Tierra, posibilidad que sugerí con ciertas reservas en 1961. Él método supone que la elevada temperatura de la superficie se produce mediante un efecto de invernadero que requiere anhídrido carbónico y agua, conjetura que hoy día es mucho más plausible que entonces. La idea consiste, simplemente, en sembrar las nubes de Venus con una potente variedad de algas —se sugirió un género llamado Nostocacae— que realizaría la fotosíntesis en la proximidad de las nubes. El anhídrido carbónico y el agua se convertirían en compuestos orgánicos, en su mayor parte en hidrocarburos y oxígeno. Sin embargo, las algas serían transportadas por la circulación atmosférica a niveles más bajos y más calientes en la atmósfera de Venus donde se abrasarían. Un alga, al abrasarse, libera compuestos de carbono simple, carbono y agua a la atmósfera. El contenido de agua de la atmósfera permanece fijo y el resultado evidente es la conversión del anhídrido carbónico en carbono y oxígeno.
El actual efecto de invernadero en Venus se debe principalmente el anhídrido carbónico y al agua. La presión actual sobre Venus es aproximadamente noventa veces superior a la que reina en la superficie de la Tierra. La atmósfera de Venus está compuesta principalmente por anhídrido carbónico. Al convertirse el anhídrido carbónico en carbono y oxígeno, y al combinarse el oxígeno químicamente con la corteza de Venus, se reduciría la presión total, disminuyendo la absorción infrarroja atmosférica, reduciéndose el efecto de invernadero y descendiendo la temperatura. Por tanto, es posible que la inyección de algas bien desarrolladas en las nubes de Venus, algas capaces de reproducirse a mayor velocidad que su destrucción, con el tiempo convertirían al medio ambiente extremadamente hostil de Venus en otro mucho más agradable para los seres humanos.
La cantidad de vapor de agua que hay en la atmósfera de Venus, si se condensara sobre la superficie del planeta, proporcionaría una capa de agua de aproximadamente 48 cm, no un océano, desde luego, pero sí suficiente para la irrigación y proveer a otras necesidades humanas. También es posible que el agua se consiga entre las rocas del planeta.
Nadie puede calcular si éste es el escenario más idóneo o cuánto tiempo se tardaría en reformar al segundo planeta del Sol. Es perfectamente posible que haya algún fallo o punto débil en la idea. Por ejemplo, la alta temperatura de la superficie puede que no obedezca a un efecto de invernadero, pero creo que esto es poco probable.
En todo caso, creo que «terraformar» a Venus no es empresa imposible. El esquema Nostoc es un ejemplo de cómo la tecnología humana y la ciencia pueden, en períodos de tiempo muy cortos, comparados con el tiempo geológico, reformar y cambiar el medio ambiente de otros planetas.
En cuanto se refiere a Marte, ya hemos visto en el capítulo 18 que hoy día se dispone de pruebas de que en épocas comparativamente recientes las condiciones en aquel planeta fueron mucho más parecidas a las de la Tierra de lo que son hoy. Hemos mencionado la probabilidad de que en los casquetes polares marcianos estén encerradas enormes cantidades de anhídrido carbónico y agua. Gran parte de dichos CO2 y H2O pueden pasar desde los casquetes polares a la atmósfera dos veces cada ciclo precesional de cincuenta mil años. Los doctores Joseph Burns y Martin Harwit, de la Cornell University, han examinado varios esquemas tecnológicos para provocar condiciones más favorables en Marte dentro de unos centenares de años en lugar de pensar en milenios. Estos esquemas implican alteración de las órbitas de los satélites marcianos o de un cercano asteroide para cambiar el movimiento precesional del planeta, o la instalación de un enorme espejo orbital sobre el casquete polar para fundir el material allí congelado. Sin embargo, aún más fácil sería verter negro de carbono sobre los casquetes, calentar los polos, aumentar la presión atmosférica y calentar el planeta.
Repito que no sabemos si tales esquemas darán resultado, pero no parecen ser extremadamente irrazonables o impracticables. Puede ser que dentro de centenares de años seamos capaces de convertir a Marte en un planeta muy parecido a la Tierra.
La Luna y los asteroides son mucho menos hospitalarios que Marte y Venus. Son mucho menos capaces de retener una atmósfera y no se les puede aplicar los esquemas de reforma que hemos sugerido. Pero incluso en mundos sin aire, el establecimiento de colonias humanas en sus superficies o incluso —en el caso de pequeños asteroides— en su interior, parece ser un posible futuro proyecto para la Humanidad. Tales colonias serían mucho más reducidas que las de un Marte o Venus, reformados, y necesitarían mayor atención en cuanto se refiere a la escasez de recursos.
Estas colonias serían defendibles sólo en el caso de que se encontraran recursos naturales notables, en particular agua congelada o químicamente confinada. En el caso de la superficie de la Luna, las muestras logradas por los astronautas del Apolo demostraron una carencia total de agua. Pero es muy posible que existan grandes almacenamientos de agua en regiones más frías y umbrías, cerca de los polos lunares, o a grandes profundidades bajo la superficie lunar.
Tampoco es improbable que dentro de algunos siglos haya grandes colonias humanas en todas las partes internas del Sistema Solar y en algunos de los mayores satélites de los planetas jovianos. Desde luego, la perspectiva es difícil; las tareas de reforma son inmensas y la necesidad de respetar ecológicamente otros medios ambientes resulta imperativa. El peligro de que se produzca una contaminación biológica en dos direcciones es cosa que también habría que examinar con suma escrupulosidad.
Incluso puede llegar el día en el que se nos pidan cuentas por haber administrado así el Sistema Solar. En consecuencia, nuestra propia época debería considerarse ya como el momento en que primero abandonamos la cuna de nuestra especie y comenzamos, casi a tientas, a explorar y transformar el espacio que nos rodea.