Prefacio

Cuando yo tenía doce años, mi abuelo me preguntó —mediante un traductor, pues nunca había aprendido bien el inglés— qué quería ser cuando fuese mayor. Le respondí que «astrónomo», palabra que al cabo de unos momentos le tradujeron.

«Sí —respondió—, ¿pero cómo te ganarás la vida?»

Yo suponía que al igual que todas las personas adultas que conocía, me tendría que limitar a efectuar un trabajo aburrido, monótono, carente de todo poder creativo. A la astronomía sólo podría dedicarme en los fines de semana. Cuando estudiaba el segundo año en la escuela superior descubrí que algunos astrónomos recibían una paga o sueldo por seguir cultivando su pasión. Entonces me sentí abrumado por un enorme gozo; sin duda alguna, podría dedicar todo mi tiempo a lo que más me gustaba y a lo que más me interesaba.

Incluso hoy día hay momentos en que lo que hago me parece un sueño improbable, aunque sí sumamente agradable. Tomar parte en la exploración de Venus, Marte, Júpiter y Saturno; reproducir, repetir los pasos que condujeron al origen de la vida hace cuatro mil millones de años en una Tierra muy diferente a la que conocemos; depositar instrumentos en Marte para buscar allí la vida, y, quizá, dedicar serios esfuerzos a comunicarnos con otros seres inteligentes, si los hay, ahí fuera, en la formidable obscuridad del firmamento nocturno.

Si hubiera nacido cincuenta años antes, no hubiese podido dedicarme a ninguna de esas actividades. Por entonces, no eran más que producto de una imaginación especulativa. Si hubiera nacido cincuenta años más tarde, tampoco habría podido dedicar mi vida a estas actividades, excepto, posiblemente, a la última de las mencionadas, ya que dentro de cincuenta años, a partir de ahora, se habrá dado fin a un reconocimiento preliminar del Sistema Solar, de la búsqueda de vida en Marte y del estudio del origen de la vida. Me considero sumamente afortunado de vivir en un momento de la historia de la Humanidad cuando se están emprendiendo tales aventuras.

De manera que cuando Jerome Agel vino a verme para que escribiera un libro que fuese popular, un libro que tratara de comunicar a los demás mis opiniones sobre las investigaciones emprendidas y la misma importancia de estas aventuras, acepté tal responsabilidad, aun cuando su sugerencia llegaba poco antes de que se llevase a cabo la misión Mariner 9 a Marte, hecho que estaba seguro ocuparía la mayor parte de mi tiempo durante muchos meses. En una ocasión posterior, después de charlar acerca de la comunicación con la inteligencia extraterrestre, Agel y yo cenamos en un restaurante polinesio de Boston. Mi horóscopo del día decía: «Muy pronto se te exigirá que descifres un importante mensaje.» Por supuesto, aunque lo del horóscopo no pasaba de ser un juego infantil, el presagio, el pronóstico, era bueno.

Al cabo de siglos de confusas conjeturas, de especulaciones absurdas, conservadurismo indigesto y desinterés carente de toda posible imaginación, por fin ha llegado a su mayoría de edad el tema de la vida extraterrestre, y en la actualidad ha alcanzado una etapa práctica donde se la puede estudiar mediante técnicas rigurosamente científicas, una etapa en la que ha conseguido respetabilidad científica y en la que, asimismo, se entiende ampliamente su significado. Por esa razón, repito, la vida extraterrestre acaba de alcanzar su mayoría de edad.

Este libro se divide en tres partes a cual más importante. En la primera intento transmitir el sentido de la perspectiva cósmica viviendo fuera de nuestras vidas en un diminuto trozo de roca y metal circundando una de las doscientas cincuenta mil millones de estrellas que forman nuestra galaxia en un Universo de miles de millones de galaxias. La declinación de una de nuestras más comunes concepciones, o de uno de nuestros más vulgares engreimientos, también es una de las aplicaciones prácticas de la astronomía. La segunda parte de! libro se relaciona con varios aspectos de nuestro Sistema Solar —principalmente con la Tierra, Marte y Venus—. Aquí pueden hallarse algunos de los resultados e implicaciones del Mariner 9. La tercera parte se dedica a la posibilidad de comunicación con la inteligencia extraterrestre en planetas de otras estrellas. Puesto que todavía no se ha establecido ningún contacto —nuestros esfuerzos hasta la fecha han sido débiles—, esta parte es necesariamente especulativa. No he dudado en conjeturar dentro de lo que estimo puedan ser los límites normales de una plausibilidad científica. Y aunque no soy, por formación, un filósofo, sociólogo o historiador, no he dudado en esbozar implicaciones históricas, sociológicas y filosóficas de astronomía de exploración del espacio.

Desde aquí me atrevería a decir que los descubrimientos astronómicos que estamos a punto de conseguir son del más amplio significado humano. Si este libro llega a desempeñar un pequeño papel en aumentar el interés público por estas aventuras exploratorias, creo que habrá hecho honor a su propósito.

Al igual que ha sucedido con trabajos anteriores a éste, sobre todo si se basan en temas especulativos, algunas de las declaraciones que aparecen en estas páginas despertarán enérgicas objeciones. Existen otros libros en los que se exponen distintas opiniones. La discusión razonada es el alma de la ciencia, como no lo es, por desgracia, en el terreno intelectualmente más anémico de la política. Pero creo que las opiniones que ofrecen ocasión de una mayor controversia y que aquí se exponen, tienen, sin embargo, valiosos elementos de significado científico. Deliberadamente he introducido el mismo concepto en contextos ligeramente diferentes y en ciertos lugares donde creí se precisaba de la discusión. El libro está cuidadosamente estructurado, pero, para aquellos lectores que sólo deseen escudriñar, la mayor parte de los capítulos les ofrecerán todos los elementos adecuados para llevarlo a cabo.

Fueron demasiadas las personas que me ayudaron a configurar las opiniones que expongo sobre estos temas como para poder expresarles mi reconocimiento a todas ellas desde estas páginas, pero al releer los capítulos considero que me encuentro especialmente en deuda con Joseph Veverka y Frank Drake, ambos de la Cornell University, y con quienes durante los últimos años discutí tantos aspectos de esta obra. El libro fue redactado parcialmente durante un largo viaje transcontinental en un automóvil muy pequeño. Doy las gracias a Linda y a Nicholas por su estímulo y paciencia. También agradezco a Linda los dos dibujos en los que aparecen dos apuestos seres humanos y un elegante unicornio. Por otro lado, expreso mi profundo reconocimiento al fallecido Mauritz Escher, por el permiso concedido para reproducir su Otro Mundo, y a Robert Macintyre, por la figura humana y campo de estrellas de la tercera parte. Los cuadros y dibujos de John Lomberg constituyeron, para mí, auténtica fuente de emoción estética e intelectual, y le agradezco la producción de muchos de ellos especialmente para este libro. Las cuidadosas reproducciones fotográficas de Hermann Eckleman sobre la obra de Lomberg han facilitado mucho su publicación en este libro. Y, por supuesto, doy las gracias a Jerome Agel, sin cuya dedicación y perseverancia este libro jamás se hubiese escrito.

Por otra parte, me siento en deuda con John Naugle, de la NASA, por mostrarme su archivo de respuestas de la opinión pública a la placa del Pioneer 10; con el Oregon System of Higher Education, por el permiso concedido para reproducir algunas ideas de mi libro Planetary exploration; al Forum de Historia Contemporánea, de Santa Bárbara, por el permiso para publicar una parte de mi carta distribuida por el Forum en enero de 1973; a la Cornell University Press, por el permiso para reimprimir parte de mi capítulo «Los extraterrestres y otras hipótesis», de UFO's: A scientific debate, editado por Carl Sagan y Thornton Page, Cornell University Press, 1972. Asimismo, estoy muy reconocido a todos cuantos me han autorizado a reproducir, en el capítulo IV, sus observaciones sobre la placa Pioneer 10. La evolución de este libro a través de muchas maquetas sin duda se debe mucho a la capacidad técnica de Jo Ann Cowan y, sobre todo, de Mary Szymanski.

Carl Sagan

Otro Mundo de M. C. Escher.