10. Sobre la enseñanza de primer grado

Fotografía de la «Tierra llena», tomada desde un Apolo. Cortesía de la NASA.

Un amigo, alumno de primer grado, me pidió que hablara en su clase, cuyos miembros, según me aseguró, no sabían nada sobre astronomía, pero que ansiaban aprender. Con la aprobación del profesor, llegué a su escuela en Mill Valley, California, provisto de veinte o treinta diapositivas en color de objetos astronómicos: la Tierra vista desde el espacio, la Luna, los planetas, estrellas explosivas, nebulosas gaseosas, galaxias y demás, que creí podrían asombrar, intrigar y, probablemente, incluso, educar en cierta medida.

Pero antes de comenzar la proyección de diapositivas a todos aquellos rostros infantiles cuyos ojos brillaban ansiosamente, quise explicar que existe una gran diferencia entre establecer lo que la ciencia ha descubierto y el hecho de describir cómo los científicos lo averiguaron o descubrieron. Es fácil resumir las conclusiones. Es difícil relatar todos los errores, pistas falsas e ignoradas, dedicación, duro trabajo y penoso abandono de iniciales puntos de vista que forman parte del descubrimiento original de algo interesante.

Comencé diciendo:

«Todos habéis oído decir que la Tierra es redonda. Todo el mundo cree que la Tierra es redonda. Pero, ¿por qué creemos que la Tierra es redonda? Alguno de vosotros, ¿puede pensar o imaginar alguna prueba de que la Tierra sea redonda?»

Durante la mayor parte de la historia de la Humanidad, siempre se sostuvo de manera reverente que la Tierra es llana, como resulta perfectamente evidente para alguien que haya estado en pie sobre un campo de trigo de Nebraska durante la época de la siembra. El concepto de una Tierra llana todavía predomina en nuestro lenguaje en frases como «los cuatro rincones de la Tierra». Creí que asombraría a mis pequeños alumnos eventuales y que luego les explicaría lo difícil que había resultado conseguir que todo el género humano entendiera la esfericidad de nuestro planeta. Sin embargo, había subestimado al primer grado de Mill Valley.

—Bien —preguntó un chico vestido con un «mono» de trabajo como el usado por los obreros del ferrocarril—, ¿qué hay de ese asunto de un barco que se aleja de uno y que la última cosa que de él se ve es el mástil, o como se llame eso que sostiene la vela? ¿No significa eso que el océano está curvado?

—¿Qué ocurre cuando hay un eclipse de Luna? Eso es cuando el Sol está detrás de nosotros y la sombra de la Tierra está sobre la Luna, ¿no es así? Bueno, yo vi un eclipse. Esa sombra era redonda y no recta. Así pues, la Tierra tiene que ser redonda.

—Hay mejores pruebas, pruebas mucho mejores —ofreció otro—. ¿Y ese individuo que navegó alrededor del Mundo? Se llamaba Majello, ¿no? Pues no se puede viajar alrededor del mundo si éste no es redondo, ¿no? Y la gente, hoy, navega alrededor del mundo y vuela alrededor del mundo todo el tiempo. ¿Cómo se puede volar alrededor del mundo si no es redondo?

—¡Eh, muchachos! —exclamó otro—. ¿No sabéis que hay fotografías de la Tierra? Los astronautas estuvieron en el espacio y tomaron fotos de la Tierra. Podéis mirarlas y veréis que todas son redondas. No tenéis por qué emplear todas esas razones. Podéis ver que la Tierra es redonda.

Y después, a modo de coup de grâce, una muchachita con delantal casero que recientemente había acudido a visitar el Museo de Ciencias de San Francisco en una excursión escolar, preguntó con tono de indiferencia:

—¿Y qué me decís del experimento del péndulo de Foucault?

Fue un muy serio y grave conferenciante el que siguió describiendo los hallazgos de la astronomía moderna. Estos niños no eran la prole de astrónomos profesionales, profesores de colegio, físicos, y demás. Evidentemente, eran niños normales de primer grado. Albergo la gran esperanza de que, si pueden sobrevivir a doce o veinte años de «educación» metódica, puedan darse prisa para crecer y comenzar a dirigir las cosas.

La astronomía no se enseña en las escuelas públicas, al menos en América. Con muy pocas excepciones, excepciones notables por supuesto, un estudiante puede pasar del primer grado al duodécimo sin haberse enfrentado para nada con los hallazgos o descubrimientos que nos dicen dónde estamos en el Universo, cómo llegamos aquí y a dónde iremos probablemente, y asimismo sin haberse enfrentado en absoluto con la perspectiva cósmica.

Los antiguos griegos consideraban la astronomía como uno de la media docena, o, así, de temas necesarios a la educación de los hombres libres. Encuentro que, en las charlas y discusiones que he sostenido con alumnos de primer grado, con comunidades hippies, con miembros del Congreso, y hasta con taxistas, existe una enorme reserva de interés y emoción por las cosas astronómicas. La mayor parte de los periódicos americanos publican cada día una columna dedicada a la astrología. ¿Cuántos periódicos o revistas hay que dediquen diariamente una columna a la astronomía o a la ciencia?

La astrología pretende describir una influencia que llene las vidas de las gentes. Pero es una farsa. Es la ciencia la que de verdad influye en las vidas de las personas, aunque en sentido directo ligeramente menor. La enorme popularidad de la ciencia-ficción y de películas como 2001: Una odisea espacial son pruebas de este entusiasmo científico que está sin explotar. No cabe la menor duda de que tanto la ciencia como la tecnología gobiernan, controlan y moldean nuestras vidas, para bien y para mal. Deberíamos realizar un mayor esfuerzo por aprender algo sobre ellas.