2. El unicornio de Cetus

En el cielo, cuando el aire está limpio y claro, hay un test de Rorschach que nos está esperando. Millares de estrellas brillantes y débiles, en deslumbradora variedad de colores, parecen cruzar el dosel de la noche. El ojo, irritado por aquel supuesto desbarajuste, buscando orden, tiende a organizar pautas o patrones entre alejados y distintos puntos de luz. Nuestros antepasados de hace miles de años, que se pasaban todo el tiempo al aire libre, un aire puro, estudiaron cuidadosamente todos estos patrones. Así se desarrolló toda una rica ciencia mitológica.

Gran parte del contenido original de esta mitología astral no ha llegado hasta nosotros. Es tan antigua, se ha reordenado y relatado tantas veces, sobre todo durante los últimos millares de años por individuos no familiarizados con el aspecto del cielo, que sin duda alguna se ha perdido gran parte de ella. Aquí y allá, en extraños lugares, aún permanecen los ecos de relatos cósmicos sobre los patrones que presenta el cielo.

En el Libro de los Jueces figura un relato acerca de un león atacado por un enjambre de abejas, incidente a primera vista raro y poco consecuente. Pero la constelación de Leo, en el cielo nocturno, se halla junto a un grupo de estrellas, visibles en una noche clara como un velloso retazo de luz llamado Praesepe. Por el aspecto que presenta, observado con el telescopio, los astrónomos modernos le llaman «La Colmena». Me pregunto si en el Libro de los Jueces no nos habrán dejado como herencia esa imagen de Praesepe, obtenida por algún hombre de vista excepcional que viviera en aquella época muy anterior al descubrimiento del telescopio.

Cuando contemplo el cielo por la noche, no puedo distinguir la figura o el perfil de un león en la constelación Leo. Veo la Osa Mayor, y, si la noche es clara, la Osa Menor. Me siento perdido si trato de hallar un cazador en Orion o la figura de un pez en la constelación de Piscis y, por supuesto, me resulta totalmente imposible ver la figura de un auriga o cochero en Auriga. Las bestias míticas, personajes e instrumentos, situados por los hombres en el cielo, son arbitrarios y no evidentes. Hay acuerdos, convenios, sobre cuál es esta o aquella constelación, acuerdos sancionados en años recientes por la International Astronomical Union, que traza límites separando una constelación de otra. Pero en el cielo hay muy pocas figuras claras.

Estas constelaciones, aun cuando se dibujan en dos dimensiones, la verdad es que son tridimensionales. Una constelación como, por ejemplo, Orion está formada por estrellas brillantes situadas a considerables distancias de la Tierra y estrellas de menos luz situadas mucho más cerca. Si variásemos nuestras perspectivas, si moviésemos nuestro punto de vista —por ejemplo, con un vehículo espacial interestelar—, el aspecto del cielo cambiaría. Las constelaciones se deformarían lentamente.

Gracias a los esfuerzos realizados por David Wallace en el Laboratorio de Estudios Planetarios de la Cornell University, se ha podido programar una computadora con la información sobre las posiciones tridimensionales desde la Tierra a cada una de las más brillantes y cercanas estrellas, incluso de una quinta magnitud, el limitado fulgor visible para el ojo desnudo en una noche clara. Cuando pedimos a la computadora que nos muestre el aspecto que presenta el cielo visto desde la Tierra, observamos algunos resultados relacionados con la deformidad antes mencionada en las figuras acompañantes: Una deformación para las constelaciones del Norte, circumpolares, incluyendo la Osa Mayor, la Osa Menor, y Casiopea; otra para las constelaciones del Sur, circumpolares, incluyendo la Cruz del Sur; y otra para la amplia gama de estrellas situadas en latitudes medias incluyendo Orion y las constelaciones del Zodíaco. Si el lector no es un estudiante avezado en las constelaciones convencionales, creo que experimentará algunas dificultades en distinguir escorpiones y vírgenes en el cuadro general.

Luego pedimos a la computadora que nos muestre el cielo visto desde la estrella más cercana a la nuestra, Alfa Centauro, sistema de tres estrellas, situado a unos 4,3 años-luz de la Tierra. En función de la escala de nuestra galaxia Vía Láctea, ésta es una distancia tan corta que nuestras perspectivas siguen siendo exactamente las mismas. La Osa Mayor se presenta igual que si se viera desde la Tierra. Casi todas las restantes constelaciones aparecen invariables. Sin embargo, hay una sorprendente excepción, y es la constelación Casiopea, la reina del antiguo reino, madre de Andrómeda y suegra de Perseo, que aparece como conjunto de cinco estrellas dispuestas en forma de W o M, dependiendo, naturalmente, de cómo haya girado el cielo. Sin embargo, desde Alfa Centauro se distingue una muesca extra en la M; una sexta estrella aparece en Casiopea, mucho más brillante que las otras cinco. Esa estrella es el Sol. Desde una situación ventajosa de la estrella más cercana, nuestro Sol es punto relativamente brillante, pero poco insinuante en el cielo nocturno. No hay manera de distinguir mirando a Casiopea desde el cielo de un hipotético planeta de Alfa Centauro que haya planetas girando alrededor del Sol, que en el tercero de estos planetas haya formas de vida, y que una de estas formas de vida se considere dotada de gran inteligencia. Si éste es aplicable a la sexta estrella en Casiopea, ¿no podría serlo también a innumerables millones de otras estrellas en el cielo nocturno?

Una de las dos estrellas que el Proyecto Ozma estudió hace una década buscando posibles indicios de inteligencia extraterrestre fue Tau Ceti, en la constelación de Cetus (tal y como se ve desde la Tierra), la ballena. La computadora dibujó el cielo como si fuera visto desde un hipotético planeta de Ceti. Ahora nos hallamos a un poco más de once años-luz de distancia del Sol. La perspectiva ha cambiado algo más. Ha variado la relativa orientación de las estrellas y quedamos en libertad de inventar nuevas constelaciones, «test» de proyecto psicológico para los cetianos.

Las constelaciones de la zona septentrional del cielo, vistas desde las cercanías del Sol o de la Tierra.

La misma escena vista desde la estrella más cercana, Alfa Centauro. La nueva estrella de la constelación de Casiopea, cerca de 60° de latitud celeste y 2,5 horas de longitud celeste, es el Sol.

Pedí a mi esposa Linda, que es una buena artista, dibujara la constelación de un Unicornio en el cielo cetiano. Ya hay un unicornio en nuestro cielo, llamado Monoceros, pero deseaba que este unicornio fuese mayor y más elegante —y también ligeramente diferente a los unicornios terrestres comunes—, con seis patas, por ejemplo, en lugar de cuatro. Mi esposa inventó una linda bestia. En contra de lo que me esperaba, es decir que el animal presentara tres pares de patas, este especial unicornio aparece galopando orgullosamente sobre dos grupos de tres patas cada uno. Da la impresión de que el animal está realizando un verdadero galope. Hay una diminuta estrella que apenas se ve, situada en el punto donde se unen la cola y el cuerpo del unicornio. Esa estrella tan débil y tan mal colocada es el Sol. Los cetianos pueden considerarla como divertida especulación de que una raza de seres inteligentes vive en un planeta que gira alrededor de la estrella, que casi une al unicornio con su cola.

Las estrellas más brillantes vistas desde la Tierra y el Sol, que no están cerca de los polos celestes Norte o Sur.

Las mismas estrellas, vistas desde Tau Ceti una de las estrellas más próximas, como el Sol. En el cielo de Tau Ceti, el Sol es estrella de cuarta magnitud.

Cuando nos movemos a distancias mayores del Sol que Tau Ceti —a cuarenta o cincuenta años-luz— el Sol aminora todavía más su brillo hasta ser invisible al ojo humano. Los largos viajes interestelares —si algún día llegan a realizarse— no emplearán al Sol como punto de referencia. Nuestra poderosa estrella de la cual depende toda vida sobre la Tierra, nuestro Sol, que es tan brillante que se corre el peligro de quedarse ciego si se le contempla directamente, no se ve en absoluto a una distancia de unas cuantas docenas de años-luz, una milésima parte de la distancia que hay al centro de nuestra Galaxia.