6. Chauvinismo

En el fondo, los chistes son una forma más de luchar contra la ansiedad. Hay un tipo de chistes que se relaciona íntimamente con la vida extraterrestre. En uno de ellos, un visitante extraterrestre que llega a la Tierra se acerca a una bomba de gasolina o una máquina de vender chicle —el efecto depende de quién los cuente— y pregunta:

«¿Qué es lo que está haciendo en un lugar como éste una chica tan bonita como tú?»

En cualquier otra parte, los seres, sin duda alguna, serán muy diferentes a nosotros. Pero el chiste supone que los organismos extraterrestres serán, si no como los seres humanos, sí como bombas de gasolina o máquinas vendedoras de chicle. Lo más probable es que los seres extraterrestres no se parezcan en absoluto a cualquier organismo o máquinas que para nosotros resulten familiares. Los extraterrestres serán el producto de miles de millones de años de evolución biológica independiente, evolución lenta, paso a paso, y en cada uno de estos pasos se habrán dado una serie de pequeños accidentes de mutación, en planetas con medio ambientes muy distintos del que caracteriza a la Tierra.

Pero estos chistes subrayan un problema general y una virtud también general al pensar o reflexionar sobre la vida en cualquier otro lugar. El problema es que tan sólo tenemos para estudiar una sola clase de vida, la biología correlacionada del planeta Tierra, todos los organismos de los que se ha descendido a partir de un solo caso del origen de la vida. Para el biólogo tanto como para el profano, resulta difícil determinar qué propiedades de la vida en nuestro planeta son accidentes del proceso evolutivo y qué propiedades son características de la vida en todas partes. La suposición de que la vida en cualquier otro lugar ha de ser, de alguna forma principal, la misma que aquí es una fantasía, noción o presunción, que llamaré puro chauvinismo.

A la vez que tal chauvinismo ha sido y es cosa común a través de toda la historia humana, de vez en cuando han surgido puntos de vista mucho más claros, como, por ejemplo, el del gran astrónomo francés Pierre Simon, marqués de Laplace. En su obra clásica Le mecanique celeste escribió:

«La influencia [del Sol] provoca el nacimiento de animales y plantas que cubren la Tierra, y la analogía nos induce a creer que produce efectos similares en los planetas; pues no es natural proponer o afirmar que este factor, cuya fecundidad vemos desarrollarse de varias formas, deba ser estéril sobre un planeta tan grande como Júpiter, que, al igual que la Tierra, tiene sus días, sus noches, y sus años, y en el cual la observación descubre cambios que indican la presencia de fuerzas muy activas. El hombre, formado para vivir a la temperatura que disfruta sobre la Tierra, no podría, según todo posible indicio, vivir en otros planetas, pero ¿es que no habrá cierta diversidad de organización adecuada a las diferentes temperaturas de los planetas de este Universo? Si la diferencia de elementos y climas causa tal variedad en la producción de la Tierra, ¿cuan infinitamente diversificada debe ser la producción de los planetas y sus satélites?»

Laplace escribía estas palabras a finales del siglo XVIII.

«Evidentemente, los habitantes de la Tierra son muy parecidos a nosotros los jupiterianos... Excepto en el hecho de que no usan ropa.»

Un comentario sobre el chauvinismo. Cortesía de Paul Conrad, Times de Los Angeles.

La virtud, o, más bien, la cualidad, de pensar en la vida de cualquier otra persona nos obliga a forzar nuestra imaginación. ¿Podemos pensar en soluciones alternativas a problemas biológicos ya resueltos de una forma particular en la Tierra? Por ejemplo, la rueda es una invención relativamente reciente en el planeta Tierra. Parece haber sido inventada en el antiguo Oriente Próximo hace menos de diez mil años. De hecho, las avanzadas civilizaciones de América Central, los aztecas y los mayas, nunca emplearon la rueda a no ser en los juguetes de los niños. La Biología —el proceso evolutivo— nunca ha inventado la rueda, a pesar de que sus ventajas selectivas son manifiestas. ¿Por qué no ha de haber arañas rodadas o cabras o elefantes deslizándose sobre ruedas por las autopistas? La respuesta más evidente es que hasta hace muy poco tiempo no existían las autopistas. Las ruedas se emplearon y se emplean cuando se dispone de superficies adecuadas a ellas. Como el planeta Tierra es un lugar heterogéneo, «abollado», con pocas zonas llanas, no había ventaja alguna en desarrollar y perfeccionar la rueda. Podemos imaginar otro planeta con enormes superficies cubiertas de lava, superficies llanas, suaves, en las que los organismos rodados sean abundantes. El fallecido artista holandés M. C. Escher diseñó un organismo parecido a una salamandra que encajaría muy bien en semejante medio ambiente.

Animalillos-cachivache, litografía de Maurits Cornelis Escher de 1951.

La evolución de la vida en la Tierra es un producto de acontecimientos azarosos, mutaciones casuales y de etapas evolutivas en especies aisladas; las pequeñas y primeras diferencias en la evolución de la vida más tarde ejercen enorme influencia en la misma evolución. Si comenzásemos a formar la Tierra nuevamente y dejáramos que operasen sólo los factores al azar, creo que no nos pareceríamos en absoluto a los seres humanos. Si esto es así, es mucho menos probable que los organismos que han evolucionado independientemente en un medio ambiente por completo distinto de otro planeta de una lejanísima estrella hayan de parecerse a los seres humanos.

Así pues, las obras de ciencia-ficción que tratan del amor sexual entre un ser humano y un habitante de otro planeta ignoran, en el sentido más fundamental, las realidades biológicas. John Carter podía amar a Dejah Thoris, pero, a pesar de lo que creía Edgar Rice Burroughs, su amor no podía consumarse. Y aun cuando pudiera, no sería posible la descendencia. De la misma manera, la categoría de una historia de contacto sexual entre humanos y saucerianos, muy de moda en algunos entusiásticos círculos OVNI, y descripto recientemente en una revista semanal con el modesto título: «¡Hicimos el amor con una rubia de un platillo volante!» debe relegarse al reino de la improbable fantasía. Tales amores y «cruces» son tan razonables como el cruce entre un hombre y una petunia.

Una frase muy popular —aparece a menudo en los libros sobre los planetas— es:

«la vida, tal y como la conocemos»

Leemos que la «vida tal y como la conocemos» es imposible en éste o aquel planeta. Pero, ¿qué es la vida tal y como la conocemos? Depende enteramente de quién sea el «nosotros». Una persona poco versada en Biología, que no pueda apreciar las numerosas adaptaciones y variedades de los organismos terrestres, tendrá una idea muy pobre acerca de la extensión y alcance de los posibles «habitats» biológicos. Incluso hay discusiones entre famosos científicos que dan la impresión de que un medio ambiente que es incómodo para mi abuela es imposible para la vida.

En cierta época se pensó que se había detectado en la atmósfera de Marte óxido de nitrógeno. Se publicó un documento o comunicación científica sobre este supuesto hallazgo. Los autores de la comunicación alegaban que, por tanto, la vida era imposible en Marte porque los óxidos de nitrógeno son gases venenosos. Por lo menos, existen dos objeciones a este argumento. En primer lugar, los óxidos de nitrógeno son gases tóxicos sólo para algunos organismos de la Tierra. En segundo lugar, ¿qué cantidad de óxidos de nitrógeno se supone ha sido descubierta en Marte? Cuando calculé la cantidad, resultó que era inferior a la que como término medio flota sobre Los Angeles. Los óxidos de nitrógeno son importantes componentes del «puré de guisantes». La vida en Los Angeles puede ser difícil, pero aún no es imposible. La misma conclusión se puede aplicar a Marte. El problema final de estas observaciones particulares es que muy probablemente sean equivocadas. Por ejemplo, los últimos estudios y observaciones hechos por Tobias Owen y por mí con el Observatorio Astronómico Orbitante han demostrado que no existen óxidos de nitrógeno en Marte.

También es muy corriente el chauvinismo del oxígeno. Si un planeta carece de oxígeno, se dice que es inhabitable. Este punto de vista ignora el hecho de que la vida surgió en la Tierra bajo una total falta de oxígeno. De hecho, el chauvinismo del oxígeno, si se acepta, demuestra lógicamente que la vida en cualquier otro lugar es imposible. En principio, el oxígeno es un gas tóxico. Químicamente se combina con y destruye las moléculas orgánicas que componen la vida terrestre. Hay muchos organismos en la Tierra que no necesitan oxígeno y otros muchos que se intoxican con él.

Todos los primitivos organismos de la Tierra no usaron oxígeno molecular O2. En un brillante conjunto de adaptaciones evolutivas, los organismos como insectos, ranas y peces, además de las personas, aprendieron no sólo a sobrevivir en la presencia de este gas tóxico, sino a usarlo para aumentar la eficacia con la cual metabolizamos los alimentos. Pero esto no debe ocultarnos el carácter fundamentalmente tóxico de este gas. La ausencia de oxígeno en un lugar como Júpiter es, por tanto, un argumento difícil de mantener en contra de la vida en tales planetas.

También hay chauvinistas en el terreno de la luz ultravioleta. A causa del oxígeno presente en la atmósfera terrestre, en las altas capas de la misma se produce una variedad de molécula de oxígeno llamada ozono (O3), aproximadamente a unos 50 km sobre la superficie. Esta capa de ozono absorbe los rayos ultravioleta de longitud de onda media del Sol, impidiéndoles que alcancen la superficie de nuestro planeta. Estos rayos son germicidas. Se emiten mediante lámparas ultravioleta normalmente usadas para esterilizar instrumentos quirúrgicos. Los fuertes rayos ultravioleta del Sol constituyen un peligro sumamente grave para una gran proporción de formas de vida en la Tierra. Pero esto se debe a que la mayor parte de tales formas de vida terrestre se desarrollaron en ausencia de una elevada radiación ultravioleta.

Es fácil imaginar adaptaciones para proteger a los organismos contra la luz ultravioleta. De hecho, las quemaduras del Sol y la melanodermia son adaptaciones en este sentido. No han ido muy lejos en la mayor parte de los organismos terrestres porque la actual radiación ultravioleta no es muy elevada. En un lugar como Marte donde hay poco ozono, la luz ultravioleta de su superficie es extremadamente intensa. Pero la superficie marciana cuenta con un material que absorbe intensamente la luz ultravioleta —como lo hacen la mayor parte del suelo y las rocas— y podemos imaginar fácilmente organismos vagando de acá para allá con pequeños escudos opacos antiultravioleta en sus espaldas: tortugas marcianas. O, quizás, organismos marcianos cargados con parasoles ultravioleta. Muchas moléculas orgánicas también podrían usarse en las capas exteriores de organismos extraterrestres para protegerlos contra la luz ultravioleta.

Otro chauvinismo: la temperatura. Se dice que las temperaturas sumamente bajas que reinan en planetas como Júpiter o Saturno, en el exterior del Sistema Solar, hacen allí imposible toda clase de vida, pero estas bajas temperaturas no se aplican a todas las zonas del planeta. Se refieren únicamente a las capas de nubes más exteriores, las capas que son accesibles a los telescopios infrarrojos que pueden medir temperaturas. Sin duda alguna, si pudiésemos instalar este telescopio en la vecindad de Júpiter orientándolo hacia la Tierra, deduciríamos que en la Tierra las temperaturas son muy bajas. Estaríamos registrando la temperatura de las nubes superiores y no las de la mucho más cálida superficie terrestre. En la actualidad está firmemente establecido, tanto teóricamente como mediante la observación por radio de estos planetas, que, a medida que penetramos bajo las nubes visibles, las temperaturas van en aumento. Hay siempre una región en la atmósfera de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, que goza de temperaturas realmente cómodas, de acuerdo con las normas terrestres en este sentido.

Pero, ¿por qué es necesario tener temperaturas como éstas en la Tierra, con objeto de que así prolifere la vida? Un ser humano se siente gravemente afectado si la temperatura de su cuerpo varía en 20° hacia arriba o hacia abajo. ¿Acaso ocurre esto porque vivimos por accidente en un planeta del Sistema Solar, cuya superficie mantiene una temperatura ideal en cuanto se refiere a la biología? ¿O es que nuestra química se ha adaptado delicadamente a la temperatura del planeta en que hemos evolucionado? Creo que éste es el caso. Otras temperaturas, otras bioquímicas.

Nuestras moléculas biológicas se sitúan, por así decirlo, en complejas disposiciones tridimensionales. El funcionamiento de estas moléculas, particularmente las enzimas, se activa o desactiva alterando esta disposición tridimensional. El grado de afinidad química que producen estas disposiciones debe ser suficientemente débil como para interrumpirse convenientemente a temperaturas [normales] terrestres y, al mismo tiempo, lo bastante sólido para no deshacerse por completo si se le deja sólo durante cortos períodos de tiempo. Un enlace químico conocido como enlace de hidrógeno posee la adecuada energía intermedia entre estas alternativas inestables. El enlace de hidrógeno está íntimamente relacionado con la bioquímica tridimensional de los organismos terrestres.

En un planeta mucho más caluroso, como Venus, nuestras moléculas biológicas quedarían destrozadas. En un planeta mucho más frío, en el exterior del Sistema Solar, nuestras moléculas biológicas adoptarían un estado rígido y nuestras reacciones químicas no actuarían de ninguna forma útil. Sin embargo, es posible que unos enlaces mucho más fuertes en Venus y otros mucho más débiles en el exterior del Sistema Solar desempeñen el mismo papel que representen en la Tierra los enlaces de hidrógeno. Es muy probable que nos hayamos mostrado demasiado tajantes al rechazar la vida a temperaturas muy diferentes de las que existen en nuestro planeta. No se conocen muchas reacciones químicas que se desarrollen con índices útiles a temperaturas muy bajas como las que podrían existir en Plutón de 30 ó 40° sobre el cero absoluto *. Pero también hay muy pocos laboratorios químicos en la Tierra donde se hayan realizado experimentos a 30 ó 40” sobre el cero absoluto. Con unas pocas excepciones, tales experimentos no se han realizado en ningún momento.

* _ Plutón fue descubierto en el año 1930 por Clyde Tombaugh. Su distancia media del Sol, es de 5.900 millones de kilómetros y el período orbital es casi de 248 años. La órbita de Plutón es tan excéntrica (0,248), que se acerca aún más al Sol que Neptuno. Por esta razón, cuando se encuentra en la región del perihelio (cosa que ocurrió en 1989) deja de ser el planeta más externo. El autor de La conexión cósmica habla de la temperatura que podría existir en Plutón de —30 ó —40°, pero, al parecer, existen muchas dudas sobre tal temperatura, hasta el punto de que la mayor parte de los textos la mencionan con una “?”. Nota del Traductor.

Así pues, nos hallamos a merced de la selección por observación. Examinamos solamente una pequeña fracción de la posible gama de casos debido a una inconsciente preferencia o predisposición, y entonces concluimos que todos los casos concebibles deben ajustarse a los que no han forzado nuestras preconcepciones.

Otro chauvinismo muy común —que dicho sea de paso comparto en cierta medida— es el del carbono. Un conocido chauvinista en este terreno mantiene que los sistemas biológicos de cualquier otro lugar del Universo estarán formados por compuestos de carbono, como la vida de nuestro planeta. Hay alternativas posibles: átomos como el silicio o el germanio pueden intervenir en algunas de las mismas clases de reacciones químicas que el carbono. También es cierto que se ha prestado más atención a la química orgánica del carbono que a la química orgánica del silicio o del germanio, en parte, principalmente, porque la mayoría de los bioquímicos que conocemos se dedican más al carbono que a la variedad del silicio o germanio. Sin embargo, y por lo que sabemos sobre las alternativas químicas en este sentido, parece evidente que —excepto en medios ambientes de temperaturas muy bajas— existe una variedad mucho más amplia de compuestos complejos que se pueden formar del carbono que de las otras alternativas *.

* _ Aquí el autor razona bien. Me permito añadir que, por!o que hasta ahora sabemos, el carbono es el elemento más adecuado, por sus propiedades y características, para formar, como dice el señor Sagan, moléculas complejas, y es muy probable que, si existen formas de vida en otros planetas, sean muy parecidas a las terrestres, si no en su forma, al menos en su constitución. No obstante, entre los restantes elementos también el silicio tiene posibilidades de formar estructuras bastante complejas, por lo cual no se puede excluir la posibilidad de que, en algún planeta conocido, existan formas de vida basadas en el silicio. Otra posibilidad (simple hipótesis aventurada y de ningún modo previsión científica) sería que una vida orgánica basada en el carbono a baja temperatura pudiese subsistir en una atmósfera en la que el papel del agua lo desempeñara el amoníaco líquido. Si se tienen en cuenta las condiciones ambientales de Júpiter y Saturno, esta hipótesis adquiere cierto interés. N. del T...

Por añadidura, la abundancia cósmica de carbono excede a la del silicio, germanio u otras alternativas. En cualquiera otra parte del Universo, sobre todo en medios ambientes planetarios primitivos en los cuales se esté dando origen a la vida, hay simplemente más carbono que átomos alternativos para formar moléculas complejas. Por los experimentos de laboratorio en los que se simula la primitiva atmósfera de la Tierra o los actuales medios ambientes de Júpiter, así como también mediante los estudios radioastronómicos del medio interestelar, vemos existe una profusión de moléculas orgánicas simples y complejas producidas por una amplia variedad de fuentes de energía. Por ejemplo, en uno de nuestros experimentos el paso de una sola onda de choque a alta presión a través de una mezcla de metano (CH4), etano (C2H6), amoníaco (NH3) y agua (H2O) convirtió el 38 % del amoníaco en aminoácidos, cimientos de las proteínas. No se obtuvieron enormes cantidades de otras clases de moléculas orgánicas.

Así pues, los átomos y las moléculas simples de que estamos formados es probable que sean comunes a organismos de cualquier otro lugar del Universo. Pero la manera específica en que estas moléculas se junta y las formas específicas y fisiológicas de los organismos extraterrestres pueden ser sumamente diferentes de lo que es corriente en nuestro planeta, a causa de sus diferentes historias evolutivas.

Al considerar cuáles han de ser las estrellas a estudiar y examinar buscando posibles señales de radio dirigidas a nosotros, usualmente se presta mucha atención a estrellas como nuestro Sol. Se ha alegado, con razón, que la búsqueda e investigaciones deben iniciarse con un tipo de estrella en la que sepamos hay vida, al menos en uno de sus planetas, repito que principalmente estrellas como nuestro conocido Sol. En el Proyecto Ozma, primer intento de búsqueda de señales de radio, las dos estrellas examinadas, Tau Ceti y Épsilon Eridani, eran ambas estrellas con masa, radio, edad y composición muy parecidas a nuestro Sol, que los astrónomos llamaron G-O enanas. De hecho, eran las dos estrellas más cercanas y más parecidas al Sol.

Pero, ¿hemos de limitar nuestra atención a estrellas parecidas al Sol? Creo que no. Estrellas con masa ligeramente menor y de luminosidad también inferior que la de nuestro Sol tienen existencia más antigua. Estas estrellas llamadas enanas K y M pueden tener miles de millones de años más que el Sol. Si suponemos que cuanto más larga sea la vida de un planeta, más inteligentes serán los organismos que en él se han desarrollado, entonces debemos dirigir nuestra atención a las estrellas K y M y evitar el chauvinismo de la estrella G. Puede objetarse que los planetas de las estrellas K y M son mucho más fríos que la Tierra, y que la vida en ellos es muy poco probable. La premisa de esta objeción no parece ser muy válida. Tales planetas parecen estar más cerca de sus estrellas que los correspondientes planetas de nuestro Sistema Solar, y ya hemos hablado de la falsedad o falacia del chauvinismo de la temperatura. Por otra parte, también hay muchas más estrellas K y M que estrellas G.

¿Existe un chauvinismo planetario? La mayor parte de la vida surge y reside en planetas, ¿o acaso pudiera haber organismos que habitan en las profundidades del espacio interestelar, superficies o interiores de estrellas, o incluso otros objetos cósmicos incluso más exóticos?

Resulta muy difícil responder a estas preguntas dado nuestro actual estado de ignorancia. La densidad de la materia en el espacio interestelar es tan baja que allí, simplemente, un organismo no puede adquirir suficiente material para realizar una copia de sí mismo en cualquier período de tiempo razonable. Sin embargo, esto no es cierto en cuanto se refiere a las densas nubes interestelares, pero tales nubes viven durante cortos períodos de tiempo, condensándose para formar estrellas y planetas. En el proceso se calientan tanto que probablemente se destruye cualquier compuesto orgánico que contengan.

Podríamos imaginar organismos desarrollándose en planetas con atmósferas que lentamente vayan alejándose en e! espacio, permitiendo que los organismos se vayan adaptando gradualmente a unas condiciones cada vez más duras, y, por último, aclimatándose a lo que, en efecto, es un medio ambiente interestelar. Los organismos que abandonan tales planetas —quizá mediante presión de radiación electromagnética, o por viento solar del sol local— podrían poblar el espacio interestelar, pero aun así tendrían que enfrentarse con insolubles problemas de mala nutrición.

Hay una especie diferente de organismo interestelar mucho más probable: seres inteligentes que nacen en planetas como nosotros, pero que han trasladado su campo de actividad al volumen mucho más vasto del espacio interestelar. Los seres, en nuestro lejano futuro tecnológico, deberán poseer capacidades que hoy día ni siquiera podemos imaginar. No puede dudarse que tales sociedades deberán dominar la materia y energía de las estrellas y galaxias con objeto de ponerlas a su servicio. Así como nosotros somos organismos que únicamente nos sentimos «en casa» cuando pisamos tierra, aunque hayamos evolucionado del mar, el Universo puede poblarse con sociedades que nazcan en planetas, pero que únicamente se sientan cómodos en las profundidades del espacio interestelar.