13. Venus es el Infierno
Esquema del vehículo espacial Venera 8, que aterrizó sobre la superficie de Venus en 1972. De Tass.
El planeta Venus flota sereno y bello en el cielo de la Tierra como brillante punto de luz blancoamaríllenta. Visto o fotografiado a través de un telescopio, se distingue un disco sin rasgos característicos; una capa de nubes enorme, enigmática y cerrada oculta la superficie a nuestra vista. Ningún ojo humano ha visto el suelo de nuestro más cercano vecino planetario.
Pero ahora sabemos muchas cosas sobre Venus. Por las observaciones de radiotelescopio y naves espaciales, sabemos que la temperatura de la superficie es de alrededor de 500° C. La presión atmosférica en la superficie de Venus es noventa veces superior a la que experimentamos en la Tierra. Como la gravedad del planeta es tan poderosa como la de la Tierra, hay noventa veces más moléculas en la atmósfera de Venus que en la de la Tierra. Esta densa atmósfera actúa como una especie de manta aislante, manteniendo la superficie caliente mediante el efecto de «invernadero» y suavizando diferencias de temperatura de un lugar a otro. Es probable que el polo de Venus no sea significativamente más frío que su ecuador, y en Venus hace tanto calor a mediodía como a medianoche.
A 80 km sobre la superficie se extiende la espesa capa de nubes que vemos desde la Tierra. Hasta fecha muy reciente nadie conocía la composición de estas nubes. Yo había sugerido que quizás estuvieran formadas, en parte, por agua, un material muy abundante cósmicamente, lo que podría abonar muchas, pero no todas, por supuesto, de las propiedades observadas en las nubes de Venus. Pero también se sugerían otros materiales, entre ellos cloruro de amonio, varios silicatos, soluciones de ácido clorhídrico, cloruro férrico hidratado, hidrocarburos, siendo sugerido este último producto por Immanuel Velikovski, en su novela Mundos en colisión, para proporcionar maná a los israelitas en sus cuarenta años de vagar por el desierto. Los otros materiales que se insinuaron pisaban terreno más firme. Sin embargo, cada uno de ellos entraba en conflicto con una o más de las observaciones realizadas.
Pero, recientemente, se ha sugerido un material que parece ajustarse a la perfección a toda medición. El astrónomo americano Andrew T. Young ha demostrado que las nubes de Venus es probable que sean una solución concentrada de ácido sulfúrico. Una solución del 75 % de H2SO4 se ajusta al índice de refracción de las nubes de Venus determinado por observaciones polarimétricas efectuadas desde la Tierra. Ninguno de los otros materiales se acerca a este cálculo. Tal solución es líquida a las temperaturas y presiones reinantes en las nubes de Venus. El ácido sulfúrico posee una característica de absorción determinada por el espectroscopio infrarrojo, en una longitud de onda de 11,2 micrones. De todos los materiales propuestos o sugeridos, tan sólo el H2SO4 posee tal característica de absorción. La serie soviética de los Venera encontró grandes cantidades de vapor de agua por debajo de las nubes visibles de Venus. Las observaciones que se han hecho en busca de agua mediante procedimientos espectroscópicos han hallado solamente una insignificante cantidad de vapor de agua en las nubes de Venus. Las dos observaciones estarán de acuerdo en el caso de que entre estas dos regiones haya un eficaz agente secador. El ácido sulfúrico es tal agente.
En la atmósfera de la Tierra hay gotitas de agua a gran altura y vapor de agua en las capas atmosféricas más inferiores. De la misma manera en Venus: Si hay gotitas de ácido sulfúrico en las nubes altas, debe haber más abajo ácido sulfúrico gaseoso, a una concentración relativamente elevada cerca de la superficie. Los astrónomos también han hallado pruebas inequívocas de la existencia de ácidos clorhídrico y fluorhídrico como gases en la atmósfera superior de Venus. También deben existir a elevada concentración, por ejemplo, en las proporciones relativas del smog en el aire de Los Angeles, en la atmósfera más baja de Venus. Estos tres ácidos constituyen una mezcla sumamente corrosiva. Cualquier nave espacial que haya de sobrevivir en la superficie de Venus no solamente debe estar protegida contra las altas presiones, sino también contra la atmósfera corrosiva.
En la actualidad, la Unión Soviética se halla inmersa en un programa muy activo de exploración de Venus, sin, por supuesto, presencia humana en tales exploraciones. Ahora sabemos que a mediodía hay suficiente luz en Venus para hacer fotografías. Llegará el día, quizá dentro de algunos años, no muchos, en que podamos tener las primeras fotografías de la superficie de Venus. ¿Cómo será esta superficie? Podemos hacer predicciones en cierta medida.
A causa de la atmósfera muy densa de Venus, se producen algunos efectos ópticos muy interesantes. El más importante de todos se debe a la dispersión Rayleigh, llamada así en honor del inglés Lord Rayleigh. Cuando la luz del Sol toca la atmósfera clara y limpia de polvo de la Tierra, dicha luz se dispersa. Los fotones chocan con las moléculas de la atmósfera terrestre y rebotan. Pueden darse muchos de tales rebotes. Pero como las moléculas de aire son mucho más pequeñas que la longitud de onda de la luz, resulta que las longitudes de onda corta se dispersan o rebotan mediante las moléculas de aire más eficazmente que las longitudes de onda largas. La luz azul se dispersa mucho mejor que la luz roja. Éste es un hecho que ya conocía Leonardo da Vinci, quien pintaba los paisajes lejanos o de fondo con un primoroso azul cerúleo. Por eso hablamos de montañas azules, y por eso el cielo es azul. La luz del Sol se dispersa o extiende por toda nuestra atmósfera, parte de ella se dispersa hacia arriba y hacia afuera de nuevo, pero otras fracciones de luz solar se dispersan mediante las moléculas de nuestra atmósfera y entonces, siguiendo una dirección completamente distinta a la del Sol, vuelve a nuestros ojos. En ausencia de atmósfera, como en la Luna, el cielo es negro. Cuando miramos una puesta de Sol estamos viendo al Sol a través de un sendero más largo en la atmósfera de la Tierra que cuando lo contemplábamos a mediodía. La luz azul ha abandonado este sendero, dejando que la luz roja toque nuestros ojos. La belleza de las puestas de Sol, del cielo y de los distintos paisajes se debe a la dispersión Rayleigh.
¿Y qué hay de la dispersión Rayleigh en Venus? Como la atmósfera es mucho más densa, allí es mucho más importante la dispersión Rayleigh. Si pudiésemos suprimir las nubes de Venus, aún seríamos incapaces de ver su superficie desde arriba. En la atmósfera de Venus se dispersaría la luz de todos los colores tantas veces que no se podría distinguir ningún detalle de la superficie del planeta. Con longitudes de onda más largas a las que es sensible el ojo humano, se podría ver la superficie desde arriba, pero hay nubes. Las ondas de radio penetran en las nubes y atmósfera de Venus, y así se están confeccionando los primeros mapas de radar de Venus. Dentro de muy pocos años, el gran telescopio Arecibo, de la Cornell University, en Puerto Rico, comenzará a trazar el mapa de Venus, por radar, con mayor precisión que los mapas que se han hecho ópticamente de la Luna. Ya se tienen indicios de que en la superficie de este enigmático planeta hay cadenas montañosas y enormes cráteres.
En la superficie de Venus, la dispersión Rayleigh produce también otro importantísimo efecto. Así como no podemos ver la superficie en luz visible desde la parte superior de Venus, tampoco podemos ver el Sol, en luz visible, desde la superficie de Venus, aunque se abriese un enorme claro en las nubes. Por otra parte, si hubiese vida inteligente en Venus, la astronomía se desarrollaría muy lentamente, siendo así que surgiría primero la radioastronomía. La nave espacial Venera 8 halló que la luz solar alcanza la superficie de Venus durante el día, pero queda tan atenuada por su paso entre las nubes y atmósfera que, incluso a mediodía, no es más brillante en Venus que en pleno crepúsculo de la Tierra. La luz solar sería así un brumoso y confuso retazo de luz de color rubí obscuro, cuya salida y puesta podrían determinarse muy vagamente.
Si pudiéramos hallarnos sobre la superficie de Venus vestidos con traje protector y los ojos cubiertos por gafas de Sol color violeta, no se vería nada en absoluto más allá de unos cuantos metros. La dispersión Rayleigh en luz azul es tan fuerte en Venus que la visibilidad en el color violeta es muy pequeña. Pero como la luz de larga longitud de onda se dispersa menos que la azul, en el final rojo del espectro visible —ojos cubiertos con gafas de Sol color rojo—, la visibilidad probablemente podría alcanzar los 200 ó 300 metros. En la superficie de Venus, todo debe estar bañado por una obscuridad de profundo color rojo.
Percibiríamos el color, pero tan sólo de aquellos objetos que estuviesen muy cerca de nosotros. Todo lo demás, todo cuanto nos rodeara, aparecería como un borrón rosado.
Así pues, Venus parece ser un lugar completamente diferente a la Tierra y, además, muy poco atractivo: temperaturas de verdadera parrilla, presiones aplastantes, gases corrosivos y malsanos, olores a azufre, y un paisaje inmerso en obscuridad rojiza.
Resulta curioso, pero hay un lugar asombrosamente parecido a éste en las leyendas, folklore y superstición de los hombres. Le llamamos Infierno. En la antigua creencia —por ejemplo, la de los griegos—, era el lugar a donde viajaban todas las almas humanas después de la muerte. En la época cristiana, se piensa en el Infierno como destino post mortem para una de las dos categorías de persuasión moral. Pero existen pocas dudas de que el punto de vista sobre el Infierno, en cuanto concierne al individuo medio —azufre, color rojo, llamas, etc.— se ajusta, en todo, a la superficie de Venus.
Aunque las moléculas biológicas terrestres rápidamente se harían pedazos en Venus, hay moléculas orgánicas —por ejemplo, algunas con una compleja estructura circular— que se mantendrían estables en las condiciones de Venus. Es difícil excluir la vida allí, pero ciertamente podemos decir que sería por completo diferente a la que para nosotros es familiar. Cualquier criatura que viva allí sin duda alguna ha de poseer piel muy correosa. A causa de las altas temperaturas atmosféricas, incluso sería normal que también dispusiera de pequeñas alas, cortas y rígidas, que llevasen al que las poseyera de un lado a otro en aleteo excepcionalmente enérgico y activo. Un diablo es un perfecto modelo —excepto en su aspecto de macho cabrío y humano— para un habitante de Venus. Milton e Isaías llamaron a Lucifer «Hijo de la mañana», de la estrella de la mañana. Durante miles de años, Venus y el Infierno se han identificado.
Por supuesto, que ésta no es más que una curiosa coincidencia y no creo que pueda ser algo más que eso. Aquí, el detalle principal es que en todas las leyendas uno se va al Infierno hacia abajo y no hacia arriba. El mundo clásico de Grecia y Roma y el antiguo Oriente Próximo estaba sazonado de volcanes en actividad. Estos terrenos volcánicos, como en las Islandia y Hawai contemporáneas, son lugares desolados, desnudos, aunque también paisajes de pavorosa belleza. De los cráteres volcánicos surgen gases sulfurosos; fuentes y ríos de lava tiñen los alrededores de rojo. Hace mucho calor. Uno se chamusca las cejas y pestañas si se acerca demasiado a una salida de lava. Y todo este calor, color rojo y malos olores vienen de abajo. No fue muy difícil para nuestros antepasados imaginar que los terrenos volcánicos eran aberturas que daban paso a un mundo en llamas completamente diferente, que se llamaba Infierno.
El interior de la Tierra y el exterior de Venus son parecidos, pero no idénticos. Los dos son lugares desagradables para los seres humanos, pero a la vez ambos poseen extremado interés científico, lugares que vale la pena visitar, ya que no lugares donde residir. Dante sabía mucho sobre esto.