29. Estrategia en la búsqueda de la inteligencia extraterrestre

Gran radiotelescopio de la Cornell University en Arecibo, Puerto Rico. Cortesía del National Astronomy and Ionosphere Center.

Supongamos que concertamos una reunión en cualquier lugar de la ciudad de New York con un extraño que no conocemos y sobre el que nada sabemos, cita más bien absurda, pero que será útil a nuestros propósitos. Le estamos buscando y él nos está buscando a nosotros. ¿Cuál es nuestra estrategia de búsqueda? Probablemente, no permaneceremos durante una semana en la esquina de la Calle 78 y Madison Avenue. En lugar de hacer esto, recordaríamos que en la ciudad de New York hay un cierto número de lugares famosos, tan bien conocidos para tal individuo como para nosotros. Entonces comenzaríamos a estudiar estos lugares: Estatua de la Libertad, Empire State Building, Grand Central Station, Radio City Music Hall, Lincoln Center, edificio de las Naciones Unidas, Times Square y, posiblemente, City Hall. Incluso podríamos examinar algunas otras posibilidades menores, como el Yankee Stadium, la entrada de Manhattan al Staten Island Ferry. Pero no hay un número Infinito de posibilidades. No hay millones de posibilidades, porque sólo hay una docena, y con tiempo podremos estudiarlas todas.

La situación es la misma en cuanto se refiere a la estrategia de búsqueda mediante una comunicación de radio interestelar. En ausencia de un anterior o primer contacto, ¿cómo sabemos por dónde empezar? ¿Cómo sabemos qué frecuencia o «estación» buscar?

Hay por lo menos millones de posibles bandas de frecuencia de radio. Pero una civilización interesada en comunicar con nosotros comparte también con nosotros conocimientos comunes sobre radioastronomía y sobre nuestra Galaxia. Por ejemplo, saben que el átomo más abundante en el Universo, el hidrógeno, emite característicamente en una frecuencia de 1,420 megahertzios. Saben que lo sabemos. Saben que sabemos que lo saben. Y así sucesivamente. Hay otras moléculas interestelares abundantes, como el agua o el amoníaco, que tienen sus propias frecuencias de emisión y absorción. Algunas de éstas se hallan en una región del espectro de radio galáctico, donde hay menos ruidos de fondo que en otras. Ésta también es una información que pudiéramos calificar de compartida. Los estudiosos de este problema han confeccionado una lista de una docena de posibles frecuencias que parece deben examinarse. Incluso se concibe que la vida basada en el agua comunique en frecuencia de agua, la vida basada en el amoníaco en frecuencias de amoníaco, y así sucesivamente.

Al parecer, existen posibilidades de que las civilizaciones extraterrestres avanzadas estén enviando señales de radio hacia nosotros, y que nosotros poseamos la tecnología adecuada para recibir tales señales. ¿Cómo habría de organizarse la búsqueda de estas señales? Los actuales radiotelescopios, incluso los más pequeños, deberían ser adecuados para llevar a cabo una búsqueda preliminar. En efecto, las investigaciones que en este campo se llevan a cabo en el Instituto de Radiofísica Gorki, de la Unión Soviética, requieren el empleo de telescopios e instrumental que son bastante modestos si los juzgamos con arreglo a los standards contemporáneos.

El muy capaz y competente presidente de la Academia de Ciencias Soviéticas, M. V. Keldish, una vez dijo, guiñándome el ojo que «cuando se descubra la inteligencia extraterrestre llegará a ser un importante problema científico». Uno de los primeros físicos americanos discutió conmigo que el mejor método para buscar inteligencia extraterrestre es «hacer» astronomía ordinaria; si se ha de realizar el descubrimiento, se hará sin ninguna complicación y cuando menos se espere. Pero me parece que podemos hacer algo para ayudar al éxito de tal búsqueda, y que el hecho de colaborar con la radioastronomía no es lo mismo que buscar explícitamente ciertas estrellas, frecuencias, intervalos de frecuencias, y constantes de tiempo, todo ello orientado al encuentro de la inteligencia extraterrestre.

Pero, para ello, es necesario investigar enormes cantidades de estrellas y muchas posibles frecuencias. Sin duda alguna, sería muy largo un programa basado en una búsqueda razonable. Y, por otra parte; nadie duda de que esta última, realizada durante todo el tiempo con un gran telescopio, duraría décadas, por lo menos. Los observadores de radio, en tal empresa, por muy entusiastas que se mostraran en la búsqueda de inteligencia extraterrestre, terminarían por aburrirse tras muchos años de inútil labor. Un radioastrónomo, al igual que otros científicos, está interesado en trabajar sobre problemas que muestren posibilidades de inmediatos resultados.

La estrategia ideal implicaría un gran telescopio que dedicara la mitad del tiempo al descubrimiento de inteligencia extraterrestre, y la otra mitad, al estudio de objetivos radioastronómicos más convencionales, como los planetas, pulsars, moléculas interestelares, etc... La dificultad en usar varios de los actuales observadores de radio, digamos que cada uno de ellos el 1 % de su tiempo, está en que dichas actividades tendrían que llevarse a cabo durante muchos siglos para alcanzar una razonable probabilidad de éxito.

Así pues, habría que examinar una amplia variedad de objetos: estrellas tipo G, como la nuestra; estrellas tipo M, que son más antiguas, y objetos extraños o exóticos, que pueden ser agujeros negros o posibles manifestaciones de actividades de reformas astrales. El número de estrellas y otros objetos de nuestra propia Vía Láctea es de unos doscientos mil millones, y el número que debemos examinar para conseguir cierta probabilidad de descubrir tales señales parece ser, al menos, de millones.

Hay una estrategia alternativa para buscar penosamente cada millón de estrellas y descubrir señales de una civilización no mucho más avanzada que la nuestra. Podríamos examinar toda una galaxia muy pronto, buscando también señales de una civilización mucho más avanzada que la nuestra (véanse capítulos 34 y 35). Un pequeño radiotelescopio puede orientarse hacia la más cercana galaxia espiral, hacia la que esté más cerca de la nuestra, la gran galaxia M31 en la constelación de Andrómeda, y simultáneamente, observar doscientos mil millones de estrellas. Aun cuando muchas de estas estrellas estuvieran radiando con una tecnología ligeramente superior a la nuestra, no captaríamos sus señales. Pero si solamente unas pocas radian con la potencia de una civilización muy avanzada, podríamos detectarlas fácilmente. Además de examinar las estrellas cercanas que nos aventajan muy ligeramente en tecnología, parece que tiene sentido, por lo tanto, examinar al mismo tiempo muchas estrellas de las galaxias vecinas, ya que tan sólo unas pocas de ellas pueden estar habitadas por civilizaciones muchísimo más avanzadas que la nuestra.

Hasta ahora hemos estado describiendo la búsqueda de señales radiadas en nuestra dirección general por civilizaciones interesadas en comunicarse con nosotros. Pero los terrestres no estamos radiando señales con dirección a alguna estrella o estrellas específicas. Si todas las civilizaciones escuchan y no transmiten, podríamos llegar a la errónea conclusión de que la Galaxia está deshabitada, excepto nuestra propia existencia. Así pues, se ha propuesto —como alternativa y empresa mucho más costosa— que nosotros también «paremos la oreja»; es decir que trabajemos sobre señales que una civilización usa para sus propios propósitos, como, por ejemplo, transmisiones de radio y televisión domésticas, sistemas de radar y demás. La construcción y funcionamiento de un gran radiotelescopio, que dedicara la mitad del tiempo a una rigurosa búsqueda de señales enviadas hacia la Tierra por una civilización extraterrestre, costaría decenas de millones de dólares (o rublos). Un conjunto de radiotelescopios diseñados para «husmear» a una distancia de algunos centenares de años-luz costaría muchos miles de millones de dólares.

Por añadidura, la probabilidad de éxito en lo que llamamos aquí «husmear» puede ser baja. Hace cien años no lanzábamos señales de radio o televisión al espacio. Dentro de cien años, el perfeccionamiento de las transmisiones de radio vía satélite y televisión por cable, así como la aparición de nuevas tecnologías, pueden significar que, una vez más, no saldrán al espacio señales de radio o televisión. Puede ser que tales señales sean detectables sólo durante unos cuantos centenares de años en la historia de un planeta, historia que se contará en miles de millones de años. Por tanto, la empresa de «husmear» o «fisgonear», además de resultar costosa, también puede tener muy pocas probabilidades de éxito.

Es un tanto curiosa la situación en que nos encontramos. Al menos, hay una buena probabilidad de que haya muchas civilizaciones, lanzando señales hacia nosotros. Poseemos la tecnología para descubrir tales señales a distancias inmensas, al otro lado de la Galaxia. Excepto algunos pequeños esfuerzos realizados por los Estados Unidos y la Unión Soviética, nosotros —es decir, la Humanidad— no estamos llevando a cabo la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Tal empresa es suficientemente emocionante y, al menos, lo bastante respetable para que pudiese haber pocas dificultades en dedicar personal a un radioobservatorio diseñado para este propósito, personal entre el cual figurasen científicos capaces e innovadores, científicos con ideas. El único obstáculo parece ser el dinero.

Aunque el hecho no sea una bagatela, lo cierto es que algunas decenas de millones de dólares (o rublos) representan, sin embargo, una cantidad de dinero que realmente está al alcance de individuos ricos y fundaciones. De hecho, hay en la astronomía una larga y orgullosa historia de observatorios fundados por individuos particulares y por algunas fundaciones. El Lick Observatory, en Mount Hamilton, California, fue fundado por el señor Lick (que deseaba construir una pirámide, pero se conformó con un observatorio, en cuya base está enterrado); el Yerkes Observatory, en Williams Bay, Wisconsin, fundado por el señor Yerkes; el Lowell Observatory de Flagstaff, Arizona, fundado por el señor Lowell, y el Mount Wilson y Mount Palomar Observatories, en California del Sur, fundación establecida por el señor Carnegie. Es posible que pronto llegue el dinero del Gobierno. Un dinero que pueda costear tal empresa. Después de todo, cuesta aproximadamente lo que los aviones americanos que remplazaron a los derribados en el Vietnam y en la semana de la Navidad de 1972. Pero un radiotelescopio diseñado para la comunicación con la inteligencia extraterrestre y, junto a él, un buen centro de exobiología, sin duda alguna sería un adecuado monumento conmemorativo para algunos de nosotros.