8. La exploración del espacio como empresa humana — 2. El interés público
El interés científico directo por la exploración del espacio y las consecuencias prácticas que se pueden imaginar como resultado de tales exploraciones no son de interés general y, por supuesto, tampoco principal, para el hombre de la calle o para el profano en tales materias. Hoy día —cuando las antiguas creencias están declinando— hay una especie de hambre filosófica, o, más bien, diría yo, que una necesidad de saber quiénes somos y cómo hemos llegado aquí. Hay una búsqueda constante, a menudo inconsciente, de una perspectiva cósmica para la Humanidad. Esto se puede observar en innumerables formas, pero mucho más claramente en los campus de las Universidades. Aquí se hace evidente el enorme interés hacia una amplia gama de tópicos pseudocientíficos o semicientíficos —astrología, estudio de OVNIS, investigación de los trabajos de Immanuel Velikovski, e incluso estudio de algunos superhéroes de ciencia-ficción—, todo lo cual representa un intento, desde mi punto de vista, absolutamente infructuoso, de proporcionar perspectiva cósmica a la Humanidad. El profesor George Wald, de Harvard, sin duda piensa en este anhelo de perspectiva cósmica, cuando escribe:
«De cualquier modo que sea, tenemos que hallar nuestro camino de regreso a los valores humanos. Incluso diría que a la religión. Opino que no hay nada que sea sobrenatural. La Naturaleza es mi religión y con ella tengo bastante... lo que quiero decir es: Que necesitamos compartir unos puntos de vista mucho más amplios sobre el lugar del hombre en el Universo.»
El libro más vendido en las comunidades de estudiantes, desde Cambridge, Massachusetts, hasta Berkeley, California, en los últimos años se tituló Catálogo de toda la Tierra, que se consideró como vía de acceso a los instrumentos para la creación de alternativas culturales. Lo que era sorprendente fue el número de trabajos publicados en el Catálogo que se relacionaban con perspectivas cósmicas científicas. Iban desde el Atlas de Galaxias, de Hubble, hasta banderas y posters de fotografías de la Tierra en su fase primitiva. El título de Catálogo de toda la Tierra se deriva del ansia de su fundador de ver una fotografía de nuestro planeta como conjunto. La edición de 1970 aumentó esta perspectiva mostrando una fotografía de toda la Vía Láctea.
Asimismo, hay una tendencia semejante tanto en el arte como en la música «rock»: Cosmo's Factory, por Creedence Clearwater Revival; Starship, por la Jefferson Airplane; Mr. Spaceman y CTA 102, por los Byrds; Mr. Rocket Man, de Elton John, y muchos otros.
Tal interés no queda limitado a los jóvenes. Existe en los Estados Unidos una tradición que apoya la afición pública a la astronomía. Las comunidades locales incluso han construido a su costa buenos observatorios cuyo personal también está pagado por los bolsillos de los ciudadanos, siempre sobre una base totalmente voluntaria. Varios millones de personas visitan planetáriums cada año tanto en América como en Gran Bretaña.
El actual resurgimiento del interés por la ecología del planeta Tierra también está íntimamente relacionado con este anhelo de perspectiva cósmica. En un principio muchos de los dirigentes del movimiento ecológico en los Estados Unidos se sintieron estimulados a actuar a causa de las fotografías de la Tierra tomadas desde el espacio, exquisitamente sensible a las depredaciones del hombre, una pradera en medio del cielo.
Como los resultados de la exploración espacial y sus nuevas perspectivas sobre la Tierra y sus habitantes calan profundamente en nuestra sociedad, deben, creo yo, tener consecuencias en la literatura y poesía, en las artes visuales y en la música. El distinguido físico americano Richard Feynman escribe:
«No se hace ningún daño al misterio por saber un poco sobre él. Pues muchísimo más maravillosa es la verdad que todo cuanto hayan podido imaginar los artistas del pasado. ¿Por qué los poetas actuales no hablan de ese misterio para nada? Los que son poetas, ¿podrían hablar de Júpiter si fuese un hombre, pero como es una inmensa esfera giratoria de metano y amoníaco deben guardar silencio?» *
* _ Richard Feynman: Introduction to Physics, Vol. I, Addison Wesley.
Pero la simple exploración general todavía no provoca un decidido interés público por el espacio. Para muchos, las rocas que se han traído de la Luna constituyeron una enorme decepción. Se consideraron como simples rocas. El papel que hayan podido representar en la cronología de los días de creación del sistema Tierra-Luna aún no se ha explicado adecuadamente al público.
Donde el interés del público por el espacio parece mostrarse con mayor intensidad es en los terrenos de la cosmología y búsqueda de vida extraterrestre, tópicos que hacen sonar cuerdas importantes en una significativa fracción de la Humanidad. El hecho de que se dedique mucho más espacio en los periódicos a la muy fortuita hipótesis de la exobiología que a muchos de los más importantes resultados en otros campos, es, sin duda alguna, clara revelación del lugar adonde apunta el interés público. El descubrimiento de líneas de microondas interestelares de formaldehído y cianuro de hidrógeno ha sido descripto ampliamente en la Prensa como algo relacionado, a través de una larga serie de concatenaciones, con temas biológicos.
Aunque es verdad que el hombre de la calle, o la persona profana en tales materias, piensa en términos de diferentes variantes de seres humanos cuando se le pregunta que imagine la vida extraterrestre, también es verdad que el interés, incluso por los microbios marcianos, es mucho mayor que en otras áreas de la exploración espacial. La búsqueda de vida extraterrestre podría ser la clave del apoyo público a los experimentos espaciales, experimentos orientados tanto hacia el Sistema Solar como a mucho más allá de él.
Hay muchos posibles puntos de vista sobre los costos actuales y de un futuro próximo en cuanto se refiere a la astronomía y ciencia espacial. Como los costes anuales de la astronomía constituyen sólo un pequeño tanto por ciento de los presupuestos de todo el programa científico espacial, me limitaré a este último. Se acostumbra a comparar los gastos anuales de los Estados Unidos en el programa espacial con lo que emplea la nación en alcohol etílico, chicle o cosmética. Personalmente considero más útil comparar dichos costes con los del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Recurriendo a un informe de la General Accounting Office del Gobierno (Times de New York, 19 de julio de 1970), sabemos que el coste calculado de antemano para que la misión «Viking» acabe felizmente en Marte, en 1976, asciende aproximadamente a la mitad del coste del llamado sistema de proyectiles antibalísticos Safeguard para el año fiscal de 1970. El coste de una exploración Grand Tour de todos los planetas del Sistema Solar exterior (cancelada por falta de fondos) es comparable al presupuesto de 1970 para el sistema Minuteman III; el coste de un enorme telescopio óptico en el espacio capaz de realizar estudios definitivos sobre los orígenes del Universo, se puede comparar al del Minuteman II para 1970; y un programa general sobre satélites que investiguen los recursos de la Tierra, programa que implicaría varios años de detallada inspección de la superficie y tiempo atmosférico de nuestro planeta, costaría aproximadamente lo mismo que el vehículo espacial P-3C para 1970. Un programa de una década de duración dedicado a la investigación sistemática de todo el Sistema Solar costaría tanto como los errores contables cometidos en un solo sistema de «defensa» y en un solo año. El programa espacial científico es cambio chico en comparación con los errores cometidos en el presupuesto del Departamento de Defensa.
Otro punto de vista que es preciso considerar es la exploración espacial como entretenimiento. Un Viking podría ser financiado totalmente mediante la venta a cada americano de un solo ejemplar de una revista que contuviera fotografías tomadas en la superficie de Marte por el Viking. Las fotografías de la Tierra, la Luna, los planetas y galaxias en espiral e irregulares, son formas características del arte de nuestra época. Fotografías tan impresionantes como las del Lunar Orbiter del interior del cráter Copérnico y las enviadas por el Mariner 9 de los volcanes marcianos, tormentas de viento, lunas y casquetes polares de hielo, inspiran a la vez asombro y sentido artístico. Cualquier vehículo mecánico, no manejado por el hombre, y enviado a Marte, podría ser financiado mediante un sistema de suscripción televisiva. Por otra parte, ¿quién duda de que un disco grabado con los, al parecer, extraños ruidos que se oyen en Marte no se vendería a escala mundial?
No deseo discutir aquí de si han de enviarse o no hombres al espacio para que realicen exploraciones planetarias, pero es posible que haya muy buenas razones no científicas para mandar seres humanos al espacio. Quizás haya casos intermedios entre exploraciones llevadas a cabo por el hombre y otras en las que falte el hombre, cosa que muy bien podríamos ver en las próximas décadas. Por ejemplo, es posible que se llegue a enviar ingenios a otro planeta tripulados por robots, pero controlados por un ser humano en órbita. También es probable que aquellos planetas con medios ambientes hostiles donde exista un gran peligro de contaminación por microorganismos terrestres sean explorados por hombres metidos en grandes máquinas, máquinas especiales que amplíen la percepción sensorial y las capacidades musculares del operador humano.
Aparte de todos estos hipotéticos inventos, es evidente que el perfeccionamiento de dispositivos para llevar a cabo una exploración planetaria sin presencia humana precisará de la misma tecnología idónea a la fabricación de útiles robots en la Tierra. Un vehículo espacial que aterrice en Marte para el año 1980, probablemente será capaz de «sentir» su medio ambiente mucho mejor que lo puedan hacer los seres humanos; examinar cuidadosamente el paisaje, llevar a la práctica decisiones programadas, basadas en información adquirida in situ, etcétera. No cabe duda de que semejante robot y sus primos más cercanos, que se producirían en masa, serían sumamente útiles aquí, en la Tierra. Estoy pensando en este momento en aquellas operaciones que en la actualidad son de imposible realización, como, por ejemplo, la exploración y operaciones sobre los fondos submarinos abisales, pero también pienso en robots industriales que desempeñen tareas poco interesantes o monótonas en las empresas, así como robots domésticos que liberen al ama de casa de una vida de penoso trabajo.
La experiencia de la exploración espacial no nos proporciona una única filosofía, en cierta medida, cada grupo tiende a ver sus propios puntos de vista filosóficos hechos realidad y no siempre mediante una auténtica lógica: Nikita Kruschev manifestó con mucho énfasis que durante el vuelo espacial de Yuri Gagarin no se habían descubierto ángeles u otros seres sobrenaturales; y en casi perfecta contrapartida, los astronautas del Apolo 8 leyeron en la órbita lunar la cosmogonía babilónica guardada como reliquia en el capítulo del Génesis, como si intentaran asegurar a su público americano que la exploración de la Luna no se halla en contradicción con ninguna creencia religiosa. Pero es sorprendente cómo la exploración espacial conduce directamente a temas y problemas filosóficos y religiosos.
Creo que el control militar de los vuelos espaciales con presencia humana, que ya se practica en la Unión Soviética —y es tema de debate en los Estados Unidos— es un paso que deben apoyar todos los que se titulan defensores de la paz. Me temo mucho que las organizaciones militares de los Estados Unidos y de la Unión Soviética son organizaciones con formidables intereses creados en cuanto se refiere a la guerra. Están minuciosamente formadas e instruidas para la guerra; en tiempos de guerra se producen rápidos ascensos, aumentos en las pagas y oportunidades de demostrar un valor que en tiempos de paz no se dan. Es lógico que mientras existan gentes ansiosas de guerrear siempre será mucho mayor la probabilidad de que estalle intencionadamente o accidentalmente un conflicto. En virtud de su formación y temperamento, los militares, muy a menudo, no se sienten interesados por otros tipos de empleo u otra clase de inquietudes. Muy pocos son los demás medios de vida que posean los medios de poder y fuerza del jefe militar. Si «estalla» la paz, los cuerpos militares, con sus servicios que ya no son necesarios, se sienten profundamente desconcertados, como si alguien les hubiese derrotado.
El Primer Ministro Kruschev una vez intentó dar trabajo a un gran número de oficiales y jefes del Ejército Rojo destinándoles a dirigir centrales eléctricas y otros establecimentos similares. Esto no les agradó en absoluto, y al cabo de un año la mayoría de ellos habían vuelto a sus cuarteles. De hecho, las organizaciones militares de los Estados Unidos y de la Unión Soviética deben sus empleos a sí mismos, a lo que podríamos llamar autogestión y, en consecuencia, es lógico que formen una alianza natural contra el resto de nosotros.
Al mismo tiempo, existen enormes industrias y fuerzas laborales dedicadas a la electrónica, química y fabricación de misiles que igualmente están ligadas a formidables intereses creados para mantener esta situación de preparación para la guerra. Desechando algunos tópicos que muchas personas califican de razonables en cuanto se refiere a este estado de cosas, yo pregunto, ¿es que no hay alguna forma de que todo este enorme conjunto de intereses pudiera orientarse hacia actividades más pacíficas? La exploración espacial necesita exactamente esta combinación de talentos y capacidades. Precisa gran base técnica en tales terrenos, como el de la electrónica, tecnología de computadores, maquinaria de precisión y estructuras aeroespaciales. Requiere algo muy parecido a la organización militar para mantener a un gran número de empresas geográficamente dispersas dirigidas hacia un objetivo común.
La historia de la exploración de la superficie de la Tierra ha sido principalmente una historia militar, en parte porque es una aplicación idónea de las tradiciones militares de organización y valor personal. Son las restantes tradiciones militares las que para nosotros representan hoy día un peligro. Probablemente, la exploración del Sistema Solar sea una alternativa y empleo honorable para los intereses creados entre los militares y la industria. Puedo imaginar la transición hacia una disposición en la que una importante y significativa proporción de militares de carrera, tanto de los Estados Unidos como de la Unión Soviética, pueda dedicarse a la exploración espacial. Al menos, y en parte, debido a sus considerables capacidades hay un buen número de militares empleados por la Administración Espacial y Aeronáutica Nacional en actividades con poco o ningún significado militar. Y, por supuesto, la gran mayoría de los astronautas y cosmonautas han sido jefes militares. Todo esto puede ser bueno; cuanto más se entretengan allá arriba, menos se ocuparán aquí abajo.
A pesar de los muchos comunicados de la NASA a la Prensa, gran parte del programa espacial y casi toda su ciencia y programa de aplicaciones carecen de perspectivas a largo plazo. Por supuesto, comparten con la sociedad americana una comunidad de intereses humanos, filosóficos y exploratorios, incluso con estamentos sociales que están en completo desacuerdo. El coste de la exploración espacial parece muy modesto si se compara con sus potenciales recompensas.