Trabajo en un universo en el que la gente se identifica de todas las maneras posibles: como fumadores y no fumadores, como cristianos y ateos, como nerds, geeks y frikis, por no hablar de blancos y asiáticos o gais y heteros, o ninguno, o ambos. La especie humana son tribus dentro de tribus. O dicho con más gracia en un proverbio coreano: «Detrás de las montañas, montañas». Eso responde tanto a lo agreste de su península como a la interminable orografía de nuestro resquebrajado terreno humano.
Cuando diriges una web de contactos te das cuenta de que hay una subdivisión que por una parte parece frívola, pero por otra es tan innata como la raza o la sexualidad de las personas. Y, como estas últimas, suele resistirse al análisis directo. En OkCupid —como en Match y en Tinder—, se da una primera división, acaso la más profunda, entre los guapos y los demás. Estas son nuestras clases altas y bajas, nuestros ricos y nuestros pobres, y en lo que se refiere a la atracción sexual, los ricos cosechan los frutos de su herencia igual que cualquier heredero, mientras que los pobres pasan prácticamente sin nada. De forma parecida a la raza, la belleza es una carta que te toca en el reparto, y tiene repercusiones enormes.
Abajo he representado gráficamente los nuevos mensajes recibidos por semana según el atractivo físico del receptor:
El acusado incremento que se ve a la derecha desmerece un poco al resto de la curva, y su verdadera naturaleza es algo confusa; pero desde el percentil más bajo en adelante, vemos una función que es prácticamente exponencial. Es decir, que obedece a los mismos cálculos que emplean los sismólogos para medir la energía liberada por los terremotos: la belleza opera según una escala de Richter. En lo que respecta a sus efectos, no hay mucho que destacar entre, digamos, un 1.0 y un 2.0: ambos causan temblores que solo varían en su grado de imperceptibilidad. Pero en el extremo superior de la escala, una mínima variación genera el impacto de un cataclismo. Un 9.0 es intenso, pero un 10.0 puede desgarrar el mundo. O lanzar mil cohetes.
Lo que seguro que no se aprecia en el gráfico anterior, porque he juntado todos los datos para ocultarlo, es que hombres y mujeres experimentan la belleza de manera distinta. Este es el mismo gráfico de densidad de mensajes de OkCupid, pero desglosado por géneros, con la media en forma de línea punteada en el centro:
Me cuesta transmitir cuánta atención me merece el extremo superior derecho de esta curva, a menos que me dedicase a perseguirte y a darte la paliza a grito pelado sobre mis hobbies. Sobre todo en las grandes ciudades, donde el flujo de mensajes es incluso un 50 por ciento más elevado que lo que ves aquí, una mujer que está en lo alto de la escala se encuentra toneladas de «Hola, ¿qué tal? ¿Te gustan las motos? A mí me encantan las motos» cada vez que entra en la web. Un «plastaclismo», podríamos llamarlo. No obstante, ni los efectos de la belleza ni la diferencia entre hombres y mujeres están confinados al ámbito sexual.
Estos datos son de solicitudes de entrevistas extraídos de Shiftgig, un portal de búsqueda de empleo para el sector servicios[16]:
Y aquí, los datos del número de amigos en Facebook:
El éxito y la belleza están correlacionados en ambos sexos, pero se aprecia claramente que la pendiente de la línea gris es más acusada. En Facebook, cada percentil de atractivo de un hombre le granjea dos nuevos amigos. A la mujer, tres. En Shiftgig, las curvas no se pueden comparar del mismo modo. La curva femenina es exponencial y la masculina, lineal. Y, lo que es más, varían según si el encargado de contratación, la persona que hace la entrevista, es hombre o mujer. En ambos casos, la curva de los candidatos masculinos es una línea plana —el aspecto físico de un hombre no afecta a sus posibilidades— y la femenina es exponencial. Es decir, que a estas mujeres se las trata como si estuviesen en OkCupid, aunque se estén presentando a un puesto de trabajo. Los encargados de selección de personal sopesan la belleza de las candidatas como lo harían en un contexto romántico, lo cual es o deprimente o muy, muy emocionante, dependiendo de si eres o no un abogado especializado en ese tipo de demandas por discriminación. Y si la contratadora es mujer lo ve a través de la misma lente (aparentemente sexualizada), pese a que (habitualmente) no albergue propósito sexual alguno.
No es que sea ninguna novedad que la belleza importa, y que a las mujeres les importa más. Por ejemplo, uno de los artículos fundacionales de la psicología social se titula «What Is Beautiful Is Good» («Lo bello es bueno»). Fue el primero de una larga lista de estudios para establecer que a la gente apuesta se la considera más inteligente, más competente y más fiable que a los demás. La gente más atractiva consigue mejores trabajos. También se los absuelve más en los juicios y, en caso de que no sea así, se les imponen condenas más suaves. Como señala Robert Sapolsky en el Wall Street Journal, dos neuropsicólogos de Duke están trabajando en el porqué de eso: «La corteza orbitofrontal medial interviene a la hora de valorar tanto la belleza de un rostro como la bondad de un comportamiento, y el nivel de actividad en esa región mientras se produce una de esas tareas predice el nivel que se producirá durante la otra. Dicho de otro modo, el cerebro […] asume que los pómulos te están diciendo algo sobre el intelecto y la emoción». A nivel neurológico, el cerebro registra ese toque de atracción sexual —«¡Oh, qué buena está!»— y todo lo demás pasan a ser daños colaterales.
En cuanto a mi segunda afirmación, que la belleza afecta especialmente a las mujeres, el best seller de Naomi Wolf El mito de la belleza lo demostró mejor de lo que yo podría hacerlo. Estos descubrimientos míos no son nuevos. Lo que es nuevo es nuestra capacidad para poner a prueba ideas establecidas, incluso ideas famosas, a través de las acciones atomizadas de millones de personas. Ese grado de detalle aporta fuerza y matices a los trabajos previos e incluso sugiere nuevas maneras de trabajar a partir de ellos.
El artículo «Lo bello es bueno» se basó en una muestra de solo 60 sujetos de estudio, algo que a duras penas parece suficiente para demostrar el efecto, por no hablar de sus muchas facetas[17]. Pero ahora podemos pasar del «Lo bello es bueno» a preguntarnos «¿Cuán bueno es?» y en qué contextos. En el sexo, la belleza es buena. En la amistad, solo es un poco buena, y cuando buscas trabajo, el efecto depende en realidad de cuál sea tu género. En cuanto a la obra seminal de Wolf, podemos confirmar la verdad que yace tras su vaga observación de que «la mujer de hoy se ha convertido en su “belleza”»: tres sólidos grupos de sujetos de estudio demuestran que la correlación es muy intensa. Y, mejor aún, podemos ampliar algunos de sus argumentos más convincentes sobre que la belleza constituye una forma de control social. Piensa en cómo cambian los datos de Shiftgig nuestra manera de entender la percepción del rendimiento de la mujer en el puesto de trabajo. Es obvio que las buscan (y de manera exponencial) por un atributo que no tiene nada que ver con su capacidad de desempeñar bien un trabajo. Entretanto, a los hombres no se les impone esa exigencia. Así, es sencillo prever que las probabilidades de fracaso de las mujeres sean más elevadas. Y lo crucial es que la culpa es de los criterios, no de las personas. Imagina que a los hombres, independientemente del trabajo, se los contratase por su fortaleza física. Acabaríamos viendo, por definición, a hombres fuertes enfrentarse a desafíos en los que la fuerza no tiene nada que ver. Del mismo modo, contratar a mujeres basándose en su aspecto es garantizar (estadísticamente) un mal rendimiento. O eso, o les limitas sus oportunidades. Por eso, según Wolf: «El mito de la belleza siempre dicta el comportamiento y no la apariencia». Se refería básicamente al ámbito sexual, pero aquí vemos cómo esto se produce, con equivalencia matemática, en el trabajo.
Como ya he mencionado antes, tengo una hija pequeña, y en nuestros escasos momentos de respiro, Reshma y yo especulamos sobre su vida y adónde podría llevarla. Todos los padres lo hacen: dales un momento e inevitablemente lo harán, del mismo modo que dos borrachos en un bar siempre acabarán discutiendo. Cada familia tendrá sus momentos de sueños e ilusiones particulares, pero los nuestros son más o menos los normales, me imagino. Mi mujer o yo, en realidad no importa, empezamos diciendo: «Nuestra niñita va a ser muy lista. Oh, sí, le vamos a enseñar todo lo que podamos. Será amable, de buen corazón». Estas cosas son muy importantes en la vida, en eso estamos de acuerdo. «Y luego, claro, mira qué piel tiene, y qué ojos; será preciosa. Es que mira, uau. Sí, tendremos que poner candados en las puertas cuando llegue a la adolescencia». Y ahí la conversación da un pequeño giro. «Pero que no sea demasiado guapa, eh… Sí, tampoco queremos eso». Volvemos los dos a apoyar la espalda en la silla y la conversación pasa a otros temas. Y todo se reduce a esto: no soy capaz de imaginar a nadie que le desee ninguna limitación a su hijo.
Por desgracia, este es un problema que Internet, con toda certeza, está haciendo que empeore: según El mito de la belleza, las redes sociales señalan el Día del Juicio Final. Tu foto aparece prácticamente en todas partes, en tu currículo, en cada aplicación, en cada cosa que firmas. Si alguien se interesa por lo que haces, acabará averiguando qué aspecto tienes. No porque deban hacerlo, sino porque pueden hacerlo: Facebook y LinkedIn básicamente han ampliado el problema del «amor es ciego» de OkCupid al máximo. No hace ni diez años era casi imposible vincular el nombre de una persona con su fotografía; ahora solo tienes que meter el nombre en Google —todo el mundo lo hace— y te aparece una foto en miniatura de alguna red social. Todos hemos tenido que escoger entre varias fotos para decidir cuál es la «mejor». Pues escoge con cuidado, amigo, porque eso te va a definir como nunca nada te ha definido. Esta tendencia está experimentando un subidón que puede no parecer tan obvio a quienes trabajan fuera del sector. El nuevo estándar de diseño de los últimos dos o tres años, más abierto y más fotocéntrico —lo que yo denomino «pinteréstico»— está haciendo que no solo las fotos, sino concretamente la belleza, sea lo más importante. En OkCupid hemos cambiado algunos formatos de las fotos, pasando del tamaño del recuadro negro al del gris, como vemos:
Los diseñadores solo querían que la página se viese más moderna. Lo que no previeron (y después tuvieron que paliar) fue esto: todos esos píxeles adicionales hacían que las caras bonitas eclipsasen todavía más al resto. Los ricos, aún más ricos. Fue el equivalente en el diseño web a la política nacional estadounidense.
Vista esta presión, no sorprende que los blogs sobre imagen corporal estén tan en boga. Ni que etiquetas que promueven la delgadez extrema, como #thinspiration #thinspo #loseweight #keeplosing #proana #thighgap, se hayan hecho tan habituales que tanto Tumblr como Pinterest (que son independientes uno del otro) tuvieran que alterar sus Condiciones de servicio para prohibir este tipo de contenidos. Si te estás preguntando qué quieren decir esos dos últimos hashtags: #proana es la abreviación de «pro anorexia», gente que está a favor de morirse de hambre como método de adelgazamiento; #thighgap hace referencia a tener unos muslos tan delgados que no se toquen cuando estás de pie con las rodillas juntas. Este último atributo es una especie de fijación entre las adolescentes y, aparte de lo cuestionable que sea querer eso, para la mayoría de ellas resulta biológicamente imposible. No eres consciente de la total depravación de este fenómeno hasta que haces una búsqueda de estas etiquetas y te enfrentas a una interminable página de fotos de cuerpos quebrados ladeándose ante la cámara: no solo las mujeres «inspiradoras» están mortalmente delgadas, sino que con frecuencia posan en ropa interior, bikini o lencería. Los blogs, creados por mujeres, son verdaderamente el paradigma de la mirada masculina —y esto lo digo como persona que se toma con reflexivo escepticismo el lenguaje de la izquierda intelectual.
Que tanto Tumblr como Pinterest prohibieran ese contenido no resolvió nada, por supuesto, y menos aún los problemas de imagen corporal de sus usuarios, de modo que ambas plataformas han optado por otra estrategia. Puesto que en estos blogs se emplean etiquetas, han logrado intervenir en los algoritmos: si buscas «thighgap» en Tumblr, la pantalla se pone en blanco y aparece el siguiente mensaje:
«… Si padeces algún trastorno de la alimentación o conoces a alguien que se encuentre en esta situación…».
Y le siguen varios enlaces a páginas de ayuda. Es una medida pequeña, pero antes de que se digitalizase el comportamiento no había prácticamente manera alguna de atacar directamente este problema, al menos no hasta que se había producido un perjuicio visible. Solo existían rumores, alguien que había pegado la oreja a la puerta del baño, las tristes sospechas de un padre o una madre… Los datos nos dicen lo que de verdad estamos sintiendo; lo que sentimos unos por otros, sí, pero también lo que sentimos por nosotros mismos. Si son capaces de encontrar divisiones en nuestra cultura, nuestras opiniones políticas, nuestros hábitos o nuestras tribus, también las encuentran en nosotros mismos. Y ese es un pensamiento esperanzador, porque para lograr que algo sea pleno, el primer paso es saber qué es lo que falta.