NOTA DEL AUTOR
Tiene que creerme, no estaba premeditado.
Empecé a escribir Sarna con gusto en junio del año 2014 con el propósito de recuperar uno de los personajes principales de Versos, canciones y trocitos de carne enlazando temporalmente con el final de la trilogía y, al mismo tiempo, dar las primeras puntadas del paño que envuelve a la Congregación de los Hombres Puros (cuya sombra, como ya habrá intuido, oscurecerá unas cuantas páginas más en futuras entregas). No voy a ocultarlo, a priori, la idea de interpretar de nuevo al pelirrojo inspector de Homicidios me resultaba tan sugerente como sencilla tras los treinta meses que vivió dentro de mi cabeza. Y, en efecto, he disfrutado, sí, pero he de reconocer que ha sido complejo interpretar a algunos. No sabría decir cuál de todos me ha costado más, paradójicamente puede que haya sido el de Sancho, pero si algo tengo claro en esta fría mañana de febrero del año 2015, es que no me gustaría volver a meterme en la piel de ninguna Margarita.
COMO le decía al principio, no tenía ninguna intención de construir una historia tan dura como esta que acaba usted de terminar. Visto en perspectiva, diría que el resultado responde a mi método de creación literaria, ese del que no consigo ni intento escapar y que consiste en aporrear teclas sin seguir método alguno. No pretendo excusarme, no creo que tenga que hacerlo, pero si le invade la necesidad de señalar a un culpable, le invito a que elija uno entre el listado de personajes, o dos, quizá lo sean todos, lo dejo a su criterio.
También quiero aprovechar este espacio en blanco para comentar con usted un aspecto que me dejó algo tocado cuando empecé a bucear en el sórdido mundo que rodea al secuestro. Por suerte, en nuestro país es una práctica poco frecuente y son contadísimos los casos que la gente de Fajardo —la de carne y hueso— no resuelve positivamente. Por el contrario, en otros puntos del planeta se produce con tanta frecuencia que, como citaba en la novela el jefe de la Unidad de Secuestros y Extorsiones, uno tiene más probabilidades de sufrir un secuestro que un robo. Pocos delitos me parecen más horribles que aquel que atenta contra la libertad de las personas, porque el espectro de sufrimiento que provoca es tan amplio y tan profundo que aquellos que lo padecen y logran contarlo difícilmente vuelven a entender la vida de la misma manera. Mi objetivo era contar la historia de un secuestro ofreciendo una óptica global que incluyera todas las perspectivas: la de la propia víctima, la de su entorno más cercano, la de los secuestradores y, por supuesto, la de la Policía. Con tales ingredientes, el caldo no podía tener un sabor distinto a ese amargo que confío que desaparezca lo antes posible.
Por último, quiero confesar a modo de anécdota que el recuerdo que le asalta a Ramiro Sancho cuando entra en la piscina La Ponderosa no está extraído de su ficticio histórico vital, sino que es fruto de una experiencia real vivida en primera persona por este autor. Al recorrer el escenario y verme de nuevo atrapado entre los barrotes de aquella escalera concluí que la estupidez no está enfrentada con la suerte y que aquel día tuve tanta suerte como estúpido fui.
Habiendo dejado constancia del hecho, corresponde ahora dar las gracias a las siguientes personas:
A Olga, amor mío, y a Hugo, mi amor. Siempre en primer lugar porque vosotros sois lo primero.
A Urtzi, te dedico esta novela, no solo por tu inestimable ayuda en lo relativo a la documentación acerca del proceso de investigación y negociación de un secuestro (hasta donde permite la placa), principalmente, por tu total disponibilidad y apoyo. Si este relato existe, se debe a ti. Aprovecho para pedirte disculpas por lo que viene. Toca escarbar, amigo.
A Ricardo Almanza, que estando al otro lado del Atlántico pusiste tu voz a Servando Garay en una adaptación soberbia del lenguaje suburbial de México, D. F. Mezcal o tequila, tú eliges, cabrón, que convida este pinche calvito.
A Chevi, por tu empeño y acierto a la hora de plasmar en imágenes el contenido de esta novela. Bravo.
A mi querido amigo Fernando, por cederme tu casa de Viana de Cega para escenificar este secuestro. Prometo no abrir ese zulo nunca más.
A todos los que han sufrido un secuestro y han tenido el coraje de compartir tan dramática experiencia. El alma de Margarita se alimenta de sus relatos.
A los caídos en acto de servicio de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que su recuerdo perdure en esta novela a falta de un reconocimiento mayor que incomprensiblemente se les niega desde las instituciones.
A mis editores de Suma de Letras y a todo Penguin Random House, por vuestra confianza y saber hacer. Y muy especialmente a ti, Mónica, que me sufres con más frecuencia.
Y, cómo no, a usted, lectora o lector, por convertir en realidad el oficio de quienes nos dedicamos a crear ficción con la palabra escrita. En nuestro próximo encuentro trataré de ser más benevolente con sus emociones, aunque no puedo prometerle que lo consiga.
Hasta pronto.
César Pérez Gellida
Madrid-Valladolid