CUMPLIR AÑOS NO SOLO DEJA ARRUGAS
Mansión de Peter Frei
Municipio de Ixelles (Bruselas)
4 de septiembre de 2012, 23:40
François de Smet le abrió la puerta del Rolls Royce al señor Frei. Este le devolvió un gruñido que su chófer y guardaespaldas supo interpretar con acierto, como perro guardián bien adiestrado que era.
La intensa jornada política se había alargado mucho más de lo que estaba acostumbrado el presidente del Partido Cristiano-Demócrata y Flamenco. Antes de entrar, se fijó en que la parte superior de la fachada de su mansión de corte modernista volvía a verse salpicada por esas ominosas manchas. Le había ordenado a Johannes que se encargara de contratar la limpieza de la misma en cuanto detectara el problema, pero las palomas y demás pájaros que poblaban aquel idílico hábitat actuaban con mayor diligencia que sus empleados.
Aquello no le ayudó a licuar su mal humor, pero lo que entregó en mano el propio Johannes nada más poner los pies en el lujoso recibidor le hizo olvidarse de las cagarrutas de su fachada y de los cagarrutas con los que compartía escaño en la Cámara de Representantes del Parlamento Federal de Bélgica.
El emblema en el sello lacrado que lustraba el reverso del sobre no daba lugar a la duda: era una comunicación oficial de la Congregación de los Hombres Puros.
—¿Cuándo ha llegado? —quiso saber sin querer.
—A las diecisiete horas, señor Frei, por el cauce habitual.
—Gracias, puede usted retirarse.
Con el corazón disparado, se encaminó a su despacho sin ni siquiera subir a saludar a Rosemarie. No se atrevía. Dejó el maletín y cerró la puerta. Crispado, buscó remedio en el mueble bar y lo encontró en la botella de Henri IV Dudognon Heritage que le regaló su buen amigo el embajador francés en Ginebra. Antes de sentarse en su butaca Luis XVI de cuero labrado descargó su temerosa mirada en la recargada decoración de la estancia sin dejar de preguntarse hasta cuándo podría mantener toda aquella opulencia. Dio dos sorbos a la copa de balón y dejó que el brandi le tapizara el interior de la boca con la nobleza del aroma del roble antes de que le calentara el esófago en su descenso. Repitió la operación el número de veces que necesitó para armarse de valor y abrir el sobre.
Hermano masón:
Reunidos los nueve custodios en Asamblea extraordinaria con el único objeto de tratar los desafortunados hechos acaecidos en el seno del Sistema que usted tutela y de los que sin duda es conocedor, estando gravemente comprometida la seguridad del firmamento que nos cobija, resolvemos que debe aplicar las siguientes medidas con la máxima urgencia y discreción:
Eliminar el veneno inoculado por la serpiente decapitada en el corazón de los impíos y sacrificar a los corderos intoxicados por el pecado que no son sino víctimas expiatorias. Solo los arcángeles quedarán exentos.
Con la firme voluntad de apoyarle en la tarea que le ha sido encomendada, ponemos a su alcance cuantos medios requiera para ejecutarla.
Como guardián, responde con su honor, que no es ajeno a su propia vida y la de su familia.
El suelo se sembró de diminutos cristales de bohemia que antes conformaban una copa tipo wobble.
La carta venía firmada de puño y letra por Corteza de Roble, preboste vitalicio y Gran Maestre de la Congregación de los Hombres Puros. Presidía la Asamblea con mano de hierro, el único órgano directivo integrado por nueve custodios, y su identidad era del todo desconocida.
Cuando se hubo calmado, luego de ingerir cuatro tragos más del insigne licor directamente de la botella, el político buscó en los documentos anexos los nombres de los impíos, los destinatarios a los que Aarjen de Bruyn había infectado con el veneno del informe antes de ser purificado por la espada del arcángel. Como le sucediera a Hércules con la Hidra de Lerna, al decapitar una cabeza de serpiente, surgían dos más.
Jamás había oído hablar de Ramiro Sancho ni de Erika Lopategui, pero, si algo tenía claro, era que su vida, la de su mujer y la de sus tres hijos dependía de la de esos dos desconocidos.
De arrebatársela.
—Peter, ¿va todo bien?
Rosemarie le observaba bajo una enorme lámpara de araña que colgaba del techo. Enseguida se percató de que la expresión que se había adueñado del rostro de su esposa, a medio camino entre el miedo y el desconcierto, era el reflejo de la suya. Hizo un esfuerzo por demolerla y levantar otra distinta.
—Cariño, siento haberte molestado. Pensé que ya estarías dormida y mi debilidad me ha empujado a ahogar en la bebida la dura jornada que he tenido hoy.
Ella desvió la mirada al suelo.
—El pulso de este anciano ya no es tan firme —comentó él recortando la distancia con ella sin evitar pisar los cristales.
—Peter, llevamos casados veintinueve años y nunca te había visto…
—Cumplir años no solo deja arrugas, mi vida. Vamos a la cama. Que Johannes se ocupe de esto mañana.
—¿Seguro que estás bien?
—Tan seguro como que te quiero igual que el primer día —afirmó Peter envolviéndola entre sus brazos.
Aquella noche, Peter Frei, insigne guardián de la Congregación, esperó a que la respiración de Rosemarie se hiciera cadenciosa y prolongada. Bajó al despacho y se conectó al servidor alojado en algún sitio que él desconocía pero fuera del alcance de las miradas de intrusos y autoridades. En tres clics accedió a la información en clave de los arcángeles. Leyó las hojas de servicio de los siete y tomó la decisión de involucrar a dos de ellos para resolver el asunto por la vía rápida. Aquello no le iba a salir barato, pero… ¿cuánto valían las vidas de los suyos? A Miguel solo tenía acceso Corteza de Roble. Gabriel y Rafael reservaban sus espadas para los nueve custodios, por lo que tuvo que elegir entre Samael, Uriel, Jofiel y Zadkiel. Se decantó de inmediato por Uriel porque ya había recurrido a él en varias ocasiones y jamás le había fallado, además, se había encargado de la serpiente y estaba convencido de que asumiría de buen grado terminar la misión. Resolvió compensar la veteranía del arcángel con la juventud de Zadkiel, cuyos informes brillaban con luz propia desde que había tenido el honor de sujetar una de las espadas de la Congregación. Contactó con ambos siguiendo el protocolo de seguridad que establecía la situación y salió de la aplicación frotándose los ojos como si quisiera borrar el rastro de sus actos.
Inmediatamente después, se concentró en los portarretratos diseminados por todo el salón. Su hija Claudia paseando por Londres; sus hijos Werner y Bruno jugando con la nieve acumulada en el porche de la casa de Saint Moritz; Rosemarie con el vestido de boda, orgullosa y feliz, agarrada del brazo del que iba a ser su esposo.
—Hasta que la muerte nos separe —musitó conmovido—. O nos lleve al mismo tiempo.