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PUES MI ALMA OS ABORRECERÁ

Piso franco de Bismark Kruger

Ámsterdam (Países Bajos)

8 de septiembre de 2012, 2:20

El organismo de Bismark Kruger empezaba a sobreponerse al efecto anestésico de la ketamina. Era el momento de abrirle las venas antes de que se despertara por completo.

Como miembro del equipo médico responsable de la salud mental de los acusados por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, Erika Lopategui no se había encontrado con demasiados contratiempos a la hora de conseguir el fármaco, así como el resto de herramientas que necesitaba para consumar su plan. A caballo entre La Haya y Ámsterdam, había asumido que el cumplimiento de su objetivo primario se iba a dilatar en el tiempo más de lo que había previsto.

En su particular escala emocional, el oleaje no había pasado de mar rizada hasta que recibió aquel informe en el paquete mensual con la correspondencia de Siberia, su casa de Plentzia.

Al principio no dio crédito a las revelaciones de Aarjen de Bruyn, pero su naturaleza inconformista la empujó a realizar algunas averiguaciones. Y progresivamente la amplitud y la altura de las olas fue aumentando hasta alcanzar la mar arbolada. Y luego el vídeo con esas imágenes, las mismas en blanco y negro que atormentaban sin ella saberlo a Ólafur Olafsson y Ramiro Sancho. A pesar de todo ello, Erika no fue consciente de la amenaza que se cernía sobre ella hasta que recibió la llamada de la Ertzaintza como propietaria de la vivienda en la que se había cometido un homicidio. Las primeras investigaciones apuntaban a un robo con violencia cuyo desenlace había sido fatal para Idoia, la mujer que cuidaba de la propiedad de la familia durante sus prolongadas ausencias. No tardó en juntar las piezas y en cierta medida se culpó por no haber vaticinado que aquella macroasociación criminal podría haber rastreado el envío del sobre.

Estaba tan alterada como decidida a intervenir, pero resolvió que necesitaba ayuda para completar la primera parte de su programa de actuación. Así, supo aprovechar el saldo a su favor en una cuenta abierta con su madre para obtener la información que precisaba. El recientemente retirado jefe de la Unidad Internacional de Búsqueda de Prófugos, Robert J. Michelson, no puso demasiadas pegas y en pocas horas recibió los resultados. Dispuso de once horas para prepararlo todo antes de que el arcángel aterrizara en Schiphol. Desde allí lo siguió hasta el número 183 de la calle Oudezijds Voorburgwal e hizo guardia hasta que lo vio salir pocas horas después en dirección a la casa de su madre, tal y como esperaba. Erika asistió desde la distancia a la fase de reconocimiento del terreno por parte del sicario y acertó de lleno cuando intuyó que detectaría los patios traseros como zona más vulnerable. El buzón rebosante de panfletos publicitarios haciendo evidente la desocupación de la vivienda contigua funcionó como reclamo. El difunto señor Sprenger sabría disculpar la intromisión allá donde estuviera. Erika supo que la treta había dado sus frutos tras ver a Bismark Kruger entrar en el portal a plena luz del día y no salir. La segunda fase era la más delicada. Estuvieron haciendo más ruido de lo normal hasta bien entrada la madrugada, convencidas de que el arcángel no actuaría hasta que reinara el silencio. Más comprometido era el papel de Magda como señuelo, pero había que asumir riesgos. El sonido de la puerta corredera era la señal; la paupérrima luz de lectura de Magda, la llamada de atención; la silla de ruedas marcaba el camino a seguir, y la forzada penumbra del salón proporcionaba la invisibilidad que requería Erika para sorprender a Kruger. La última parte, no menos arriesgada, incluía el traslado del intruso hasta el coche, para lo cual se valieron de la silla de ruedas y de la misma manera lo subieron hasta el piso en el que se alojaba. Ya en el interior y todavía inconsciente, movieron al arcángel a otra silla pero sin ruedas, previamente amarrada a un radiador. Seguidamente encintó el torso de Kruger al respaldo, le introdujo un paño húmedo en la boca y lo descalzó. Desde ese punto en adelante, Erika resolvió continuar en solitario. Magda Voosen se resistió inicialmente, pero las razones de su hija fueron de tanto peso que no tuvo más remedio que ceder. Aquel «Cuídate mucho, hija» cargado de pesadumbre todavía resonaba en sus oídos.

Soltó aire con el objeto de evacuar el estrés y repitió la operación hasta que se notó preparada. Emplazó los pies desnudos del arcángel Zadkiel sobre un taburete y de inmediato se centró en el trazado curvilíneo del arco venoso dorsal antes de guiar a la mano ajena. Acto seguido colocó la cuchilla entre sus dedos y presionó con fuerza sobre la piel. Logró esa perfecta imperfección de los suicidas en la ejecución del corte y un manto de color rojo desoxigenado empezó a derramarse sobre el suelo alfombrado del piso franco. La misma suerte le esperaba a su otro par. Después de apartar el taburete, le encintó los brazos por detrás del respaldo y por encima de la ropa para evitar dejar marcas, exactamente lo mismo que hizo con las piernas en las patas de la silla, evitando así que tuviera contacto con el suelo.

Solo restaba despertar al arcángel y en ese empeño se hallaba Erika a base de repetidas bofetadas que iban ganando en intensidad.

Bismark Kruger abrió los ojos y mientras su cerebro recién activado trataba de recoger datos para recomponer la situación, su cuerpo se retorcía en la silla, rebelándose contra una situación a todas luces desfavorable. Inspiraba y espiraba frenéticamente por las fosas nasales acompasando el ritmo con la velocidad a la que se le movían los globos oculares. Apenas se consumieron unos segundos más hasta que su sistema nervioso le alertó del escozor localizado en el dorso de los pies. De los profundos e irregulares tajos emanaba el fluido vital de forma continua y no poco abundante. Los gritos de protesta fueron amortiguados por el trapo húmedo. Erika ganó algo de distancia empuñando la Walter P22 como medida disuasoria.

—Miguel, Rafael, Zadkiel, Samael, Jofiel, Uriel o Gabriel. ¿Qué arcángel eres tú? —preguntó ella en inglés, pronunciando cada nombre como si la fueran a evaluar por ello.

Kruger se fijó por primera vez en Erika reconociendo en aquellos ojos azules casi grises a la mujer impía infectada por la mordedura de la serpiente, esa de pelo rojo a la que debía decapitar.

—¿Quién sabe lo que pasa por la mente de alguien que decide terminar con su vida? —continuó Erika. Seguidamente se mordió el labio inferior, pensativa—. Cuando el olor alerte a alguno de los vecinos y acuda la policía se preguntarán el motivo por el que se ha suicidado un asesino a sueldo. Puede que barajen incluso un ajuste de cuentas, pero yo en tu lugar no me preocuparía mucho por ello. Calculo que te quedan unos veinte minutos antes de que pierdas el conocimiento y lo que yo preciso saber no te llevará más de diez. Cuanto antes me prestes atención, más probabilidades tendrás. Entonces…, ¿te ves con ganas de hablar conmigo? —preguntó ella elevando las cejas.

El arcángel no movió ni un músculo.

—Y si me lo complicas me quitaré el problema por la vía rápida —le advirtió moviendo el arma.

Cuando ella extrajo el trapo de la boca aspiró impetuosamente y pronunció algo en afrikáner. Ella le repitió la pregunta.

—Jeremías 13,26. «Pues yo descubriré también tus faldas delante de tu cara, y se manifestará tu ignominia».

Erika Lopategui teatralizó una expresión tediosa.

—¿Me vas a decir quién eres o me quedo aquí disfrutando del espectáculo? Si me cuentas lo que necesito saber, te haré dos torniquetes y avisaré a la policía antes de marcharme para que te las arregles con ellos. Tú decides.

Bismark Kruger concluyó que no mentía.

—Zadkiel.

Erika consultó el informe de De Bruyn.

—¿Cómo te comunicas con ellos?

—Ellos lo hacen conmigo. Nunca al revés.

—Por supuesto. ¿Cuál era tu mesiánica misión?

—Terminar con los impíos.

—Doy por hecho que esto es el motivo —dijo levantando los papeles.

Él asintió.

—Lo cual me hace pensar que os compromete demasiado. Sobre todo a los citados. ¿Verdad, señor Kruger? Alias Francis J. Pearson, alias Michael Morrison y otros tres alias más. Y ni que decir tiene lo nerviosos que estarán el resto de protagonistas. Vaya, vaya, vaya…

El arcángel se enfureció notablemente, pero declinó hacer cualquier intento por liberarse.

—Antes o después darán con vosotros y os aplastarán.

Erika sonrió.

—Vosotros —repitió.

—No importa que uno de nosotros fracase. Otro retomará la tarea que le fue encomendada y la hará suya. «Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios y se les dieron siete trompetas».

—Así que somos más. ¿Cuántos más?

Zadkiel valoró la respuesta.

—Solo uno más, pero es más que probable que ya esté vagando por el infierno. Dicen que Uriel nunca ha fallado.

—Siempre hay una primera vez para todo. ¿Quién es el otro objetivo?

Erika fijó los ojos en las heridas, intencionadamente, y compuso una mueca de fingido pesar. El olor del plasma sanguíneo ya predominaba en aquella reducida atmósfera.

—A mi padre le hubiera encantado dialogar contigo, pero no nos queda mucho tiempo…

—Un policía español. No recuerdo el nombre —mintió.

A Erika le recorrió una sensación extraña.

—Ramiro Sancho.

El sicario asintió.

—Al igual que nuestra fe en nuestro señor Jesucristo, nuestra lealtad es inquebrantable. Estamos preparados para levantarnos, lo llevamos haciendo desde la noche de los tiempos. «Entonces hubo guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón» —citó—. No tienes capacidad para entender su dimensión y poder. De cada cabeza cortada surgirán siete que devorarán a nuestros enemigos y…

—¡¿Las niñas son vuestros enemigos?! ¡¿Esas niñas que torturáis y sacrificáis como animales son vuestros enemigos?!

El arcángel frunció el ceño.

—No sé de qué estás hablando, pero tus palabras no corromperán mi espíritu.

—Quizá mi lengua no, pero puede que esto sí.

Erika había preparado el vídeo en su portátil justo en uno de los instantes más atroces. Bismark Kruger tuvo que retirar la mirada.

—Yo no sé nada de… eso —logró decir.

—Te queda poco tiempo. Dame la clave de acceso —le indicó apuntando con el arma al portátil que descansaba sobre la mesa que tenía a su derecha.

Pero aquella era una información que el arcángel no pensaba canjear por su vida.

—Dispones de unos minutos antes de que empieces a marearte. Sobrepasado ese límite ya no habrá vuelta atrás.

Bismark Kruger empezaba a palidecer.

—Dame la clave de acceso y vivirás.

—«Entonces yo procederé con hostilidad airada contra vosotros, y yo mismo os castigaré siete veces por vuestros pecados. Comeréis la carne de vuestros hijos, y la carne de vuestras hijas comeréis. Y destruiré vuestros lugares altos, derribaré vuestros altares de incienso y amontonaré vuestros cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos, pues mi alma os aborrecerá».

Erika dejó escapar un suspiro.

Un automatismo que abogaba por su supervivencia le incitó a la rebelión pero las reservas de energía seguían perdiéndose por debajo de los tobillos y apenas pudo moverse.

—¿Quién es Corteza de Roble?

Bismark Kruger la miró sorprendido, como si acabara de verla por primera vez. De inmediato, una sonrisa jovial y sincera empezó a inflarse en su rostro hasta estallar en una carcajada furibunda, carente de vitalidad.

—No vivirás para averiguarlo —respondió altivo.

—En tus circunstancias, yo no apostaría por ti en una competición de longevidad. Pronto se te marchitarán las alas a no ser que yo lo impida.

—Ya puedo sentir su gélido aliento. Mi cuerpo no me pertenece pues mi espíritu vivirá eternamente. He servido bien a la causa y caeré batallando. Me reuniré con mis hermanos que me precedieron y esperaré a los que llegarán después. Así ha sido y así será.

Erika comprendió que no iba a sacar nada de provecho de aquel interrogatorio y, en cierto modo, llegó a empatizar con el hombre al que se le estaban agotando los últimos minutos de vida. Cosas de la bipolaridad, concluyó Erika.

La misericordia no tenía cabida en aquellas circunstancias.

El arcángel cerró los ojos y, de forma progresiva, los músculos faciales se fueron relajando. Tal circunstancia unida a sus predominantes rasgos infantiles le otorgaba la apariencia de un niño que acababa de entrar en el jardín de los sueños.