Capítulo 13
UNA normalidad nueva.
Estaba en la bañera con rulos en el pelo y bolsas de té en los ojos, pero la ansiedad que la había acompañado como una losa durante tanto tiempo se había esfumado. Ese día le apetecía mucho y también le daba miedo. Ser la madrina de Nadia y estar entre amigos en vez de estar en esa farsa familiar era el día perfecto, pero Nikolai se marchaba.
Aun así, no iba a permitir que eso le estropeara las cosas a ella o a su amiga y salió de la bañera. Se quitó los rulos calientes y se vistió con esmero para el bautizo. Había elegido el precioso vestido verde y los zapatos color carne. Esa mañana se había cambiado los zapatos por unas sandalias de tacón alto que eran un poco vulgares para la iglesia, pero que estaban muy bien para llevarlas en casa. Se maquilló, se miró los dientes y se acordó de que al día siguiente tenía que ir al dentista por el aparato. Sin embargo, en ese momento, la separación de los dientes le parecía menos importante.
Fue en taxi a la iglesia y sintió un manojo de nervios en las entrañas cuando se paró y miró por la ventanilla.
–Espere un momento –le pidió al taxista.
Iba a costarle mucho despedirse y necesitaba un momento para esbozar una sonrisa imborrable.
Vio a Sev y Naomi, que habían vuelto de la luna de miel, y a Daniil y Libby que hablaban con Anya. También estaba Nikolai. Llevaba un traje oscuro, se había afeitado y estaba hablando con Libby como si no le importara nada en el mundo. Nunca lo había visto tan relajado y contento. Le parecía injusto que pudiera estar tan sereno cuando a ella se le estaba desgarrando el corazón, pero se prometió a sí misma que esa vez lo haría bien. Las dos últimas despedidas habían sido espantosas. Pensó en cómo había eludido su beso el día anterior por la mañana y en que esa misma noche le había abierto la puerta para que se marchara.
Había sido sexo para él y eso había conseguido ella.
Él lo había sido todo para ella y la tercera vez se despediría con cariño. Le daría el regalo y le agradecería todo lo que había hecho por ella porque, efectivamente, se sentía más ligera, aunque tuviese el corazón desgarrado.
Se bajó del taxi con la sonrisa muy firme y se acercó al grupo. Libby, con Nadia en brazos, se alegró tanto de verla que se separó un poco y casi se abalanzó sobre ella.
–Me alegro de que hayas podido venir. ¿Tienes que marcharte después?
–¡No, no! –exclamó Rachel antes de mirar al bebé.
Estaba envuelto en la manta que le había regalado ella y estaba dormido y satisfecho.
–¿Te imaginas a Anya de madrina?
Las dos se rieron en voz baja.
–Tenemos un invitado sorpresa –le contó Libby–. Nunca adivinarías…
Libby no terminó porque Anya, la Reina de Hielo, se había acercado y ¡había besado a Rachel en las dos mejillas!
–Leí tu comentario –le dijo Anya–. Es impresionante. Rachel, estaré en contacto y veremos lo que podemos hacer para que tengas unas entradas la noche del estreno…
¡Dios mío!
Entonces, Anya se dio la vuelta, como todo el mundo, cuando llegó un coche y Rachel se quedó perpleja. ¿Era Daniil quien estaba bajándose? No, él ya estaba allí. ¡Era Roman!
–Oh… ¿no es el desaparecido? –preguntó Rachel.
–Nunca ha estado desaparecido –intervino Anya con desdén–. Ha estado en París.
–Sabías dónde estaba y no se lo has dicho a Daniil… –le reprochó Libby.
–¿Has oído hablar de las novias rusas por encargo? –preguntó Anya con una sonrisa jactanciosa–. Roman era el novio por encargo de una mujer rica, de mediana edad y aburrida de París.
–No… –Rachel empezó a reírse.
–Sí –replicó Anya con desprecio–. Un Alfonso…
Ella se dio la vuelta cuando notó que Nikolai estaba al lado.
–¿Qué significa un Alfonso? –preguntó Rachel.
–Un gigoló –él sonrió, pero se puso serio enseguida–. Lo has conseguido.
–Sí –Rachel asintió con la cabeza–. Llamé a mi madre y le dije… –ella sacudió un poco la cabeza–. Da igual. ¡Estás muy guapo!
Lo estaba. En realidad, Nikolai iba vestido para una boda. A pesar de la acritud del día anterior, había decidido que vería cómo sumergían al bebé, que cruzaría toda la ciudad para ir a la boda y estar al lado de Rachel y que luego volvería corriendo para hablar con Sev. Al fin y al cabo, para eso estaba allí. Sin embargo, los motivos habían cambiado en ese momento.
Miró a la mujer que lo había conseguido. Había leído su artículo hacia la dos de la madrugada y estaba muy, muy orgulloso de ella. Efectivamente, había pasado toda la noche pensando en ella.
–He visto que has publicado tu artículo. Anya se ha sonrojado…
–Sí, lo publiqué –Rachel asintió con la cabeza y fue valiente otra vez–. ¿Podemos hablar después de la celebración? Sé que te marchas mañana y yo…
–Voy a reunirme con Sev y los demás –la interrumpió Nikolai–. Él toma el avión a Nueva York esta noche y van a venir al yate para que podamos hablar.
–No pasa nada.
Rachel sacudió la cabeza. Había querido darle las gracias y entregarle el regalo, pero no podía hacerlo sin llorar.
–Podrías pasarte cuando se hayan marchado –le propuso Nikolai.
Qué raro…, pensó ella al acordarse de lo que había intentado la noche anterior.
–No creo.
–Como quieras.
Nikolai se encogió de hombros y se alejó. Ella resopló con rabia, pero se olvidó inmediatamente. Ese día había una protagonista especial, Nadia Rachel Zverev, y eso sí que le hacía llorar.
Fue una ceremonia preciosa y Rachel se alegró mucho del esfuerzo que había hecho para estar allí. En vez de tener que marcharse corriendo después de la ceremonia para asistir a una boda a la que no quería asistir, volvió al enorme piso de Libby y Daniil.
Hablaron, se rieron, bebieron champán y comieron pasteles rosas. En realidad, ¡todo era rosa!
Cuando la reunión empezó a disolverse, Nikolai miró por el ventanal. Era la misma vista que la semana anterior, pero con alguna diferencia. Unos nubarrones estaban formándose después de dos semanas calurosas. Estaba gestándose una tormenta y sería espectacular verla desde ese ático. Le encantaba ver las tormentas en el mar, sentirse en medio, sentir el embate de las olas y la fuerza de la desatada naturaleza.
Rachel se acercó, se quedó a su lado y él la miró con una sonrisa. Ella era la tormenta de su vida… y a él le gustaban las buenas tormentas. Vio que tenía a Nadia en brazos.
–Para ser alguien que no quiere tener hijos, no puedes soltarla –comentó Nikolai.
–Llora cuando la dejas –le explicó Rachel.
Además, ella también lloraría, pero no como antes. Derramaría lágrimas curativas, no de arrepentimiento. No se arrepentía de nada de todo el tiempo que había pasado con Nikolai. Incluso, lo que había pasado con André la había llevado a un sitio mejor.
–Creo que he cambiado de opinión sobre no tener hijos –ella captó el leve sobresalto de él–. No te preocupes, Nikolai, hemos tenido cuidado y tomo la píldora. No voy a llamarte por un teléfono vía satélite ni a mandarte un mensaje en código morse… –vio que él fruncía el ceño levísimamente–. Ni a decirte que estoy embarazada con señales de luz.
Ella consiguió que él sonriera.
–Siempre puedes mandarme un mensaje de texto –replicó él con ironía.
–Me gusta la idea de las señales de luz.
Sonrieron y volvieron a su preciosa primera noche. Él tranquilo y sereno, ella aturdida e intentando ordenar las cosas en la oscuridad de su cabeza.
–Gracias –Rachel dijo lo que había querido decir en privado–. Gracias por un par de semanas increíbles y por…
No, no pensaba llorar allí.
–Como ya te he dicho, puedes darme las gracias en persona esta noche.
–No creo.
Ella ya quería algo más que aventuras de una noche y relaciones esporádicas. Fue a rebuscar en el bolso para, con un poco de suerte, darle el regalo con discreción, pero la interrumpieron.
–Nikolai…
Se dieron la vuelta al oír su nombre y, una vez que la fiesta se había disuelto, había llegado el momento de que esos hombres hablaran de sus cosas después de tantos años. Rachel se recordó que por eso se había quedado él esas dos semanas, que ella solo había sido un entretenimiento durante ese tiempo, pero, aun así, no se lo reprochaba.
–Si no puedes ir esta noche, ¿qué te parece mañana? –le preguntó Nikolai.
–Mañana tengo que ir al dentista. Aunque, si estoy pensando en tener hijos, quizá no debería malgastar ese dinero en mis dientes… –ella parpadeó y sonrió–. Creo que es la primera vez que no tengo un pensamiento egoísta.
–Yo creo que no tienes nada de egoísta.
–Lo soy –replicó ella–. Hago y digo lo correcto, pero me corroe el resentimiento.
Se sonrieron.
–¿Desayunamos mañana? –le ofreció Nikolai.
–No lo sé –reconoció ella.
No tenía nada que ver con cancelar la visita al dentista, despedirse iba a ser un infierno. Quizá fuese mejor dejarlo zanjado en ese momento, pero quería darle el barco y también quería estar a solas con él una vez más.
–Desayunamos –Rachel asintió con la cabeza–. ¿Voy a verte?
–No, quiero conocer un sitio…
Él le dio el nombre de un sitio muy elegante en Belgravia. Era muy agradable, pero también estaba muy frecuentado y, evidentemente, tendrían las manos quietas, que era lo que ella quería, ¿no?
–Qué idea más buena –comentó ella con una sonrisa y corroyéndose por dentro, claro.
–Hasta mañana.
Nikolai se alejó y Nadia dejó escapar un alarido, que era justo lo que Rachel quería hacer.
–Voy a darle el pecho y a acostarla –le dijo Libby.
Rachel fue a entregarle a Nadia, pero cambió de opinión y la llevó ella.
Libby la cambió, le puso un pijama diminuto y, después de darle un poco el pecho y de un día agotador, se quedó dormida enseguida.
–Quiero uno –susurró Rachel mirando el bebé.
–Creía que habías dicho que nunca…
–Ya lo sé. Ahora tienes el deber de disuadirme. ¿Qué tal fue?
–¿Qué tal fue, qué?
–No hemos hablado desde la boda, al menos, como es debido. ¡No me has contado nada del parto!
Salieron del cuarto de la niña y había oscurecido, pero en vez de encender las luces, se quedaron comiendo pasteles y bebiendo champán con el fondo espectacular de la tormenta. Rachel se rio y se retorció mientras Libby le contaba los dolorosos detalles del nacimiento de Nadia. Hasta que la conversación derivó a Rachel.
–Entonces, ¿Anya te consiguió una entrada para la noche de clausura?
Rachel asintió con la cabeza en vez de corregirla. Al día siguiente, cuando él se hubiese marchado, con un bebé o sin él, ella estaría allí con su amiga y los pañuelos de papel, pero, en ese momento, no estaba preparada para contárselo. Aunque, quizá, en vez de estar llorando con Libby, fuera al muelle a ver el atraque donde había estado el yate de Nikolai. Entonces, retomó la conversación.
–¡Va a ver qué puede hacer para darme unas entradas para el estreno en París! –exclamó Rachel.
–Vaya, podrías ver a Nikolai. Hoy le ha dicho a Anya que la vería en París. ¿Crees que hay algo entre ellos?
Rachel se encogió de hombros. Sabía que no había nada entre Anya y Nikolai, pero Libby estaba enfrascada en el mundo del bebé que acababa de tener y no se enteraba de nada.
–Supongo que solo quieren estar en contacto.
Como ella, que ya estaba pensando en el estreno de Anya y en la posibilidad de pasar una noche entre los brazos de Nikolai.
Sin embargo, tenía esa posibilidad en esos momentos.
Habían bastado solo dos semanas para que su vida cambiara, y él había tenido un papel tan importante que quería despedirse como era debido. Podría bajar al muelle, pero sabía adónde llevaría eso y había renunciado al sexo esporádico.
Fue a recoger el bolso. Su prohibición de sexo esporádico había durado menos de veinticuatro horas. ¿No era penoso? No. Quería pasar otra noche con él.