Capítulo 12
NO estaba enfadado con Rachel. Había visto su expresión cuando André la había estrechado contra él, había captado su miedo e impotencia porque él también había pasado por eso.
–No iba a hacer nada. No me habría acostado con él…
Rachel lo alegó, pero sabía que él no la creería, ni siquiera ella se creía a sí misma. La cabeza le daba vueltas con distintas situaciones.
Él la llevó a la sala, Rachel se sentó en la butaca y Nikolai se agachó a su lado. Ella se acordó de esa mañana y de la dolorosa separación. Que hubiese vuelto para verla debería hacer que el corazón se le disparara, pero la había encontrado entre los brazos de otro hombre.
–No sabía qué hacer –siguió ella.
–Lo sé.
–No lo sabes –replicó ella.
–Entonces, cuéntamelo.
–No puedo –ella miró esos ojos grises que la miraban con impaciencia y se preguntó si podría–. Me dominó el pánico.
–¿Y no podías moverte? –le preguntó él–. ¿Era como si no te saliera la voz y como si nadie pudiera oírte aunque te saliera?
Él podía acordarse del bocinazo del autobús del colegio, de que sabía que estaba marchándose y de que se quedaba paralizado por el desconcierto y el miedo.
–Era como cuando el novio de mi madre… –ella se miró las manos. Él las tenía entre las suyas, pero estaba segura de que se las soltaría enseguida–. Iba a mi dormitorio, se sentaba en la cama para darme las buenas noches y, al principio, jugaba con mi pelo. Algunas veces, me quedaba tumbada y oía ruidos, pero me decía a mí misma que estaba imaginándomelos, pero, entonces, empezó a tocarme.
Ella volvió a mirar los dedos de él, que le tomaban los suyos con calidez.
–¿Se lo dijiste a tu madre? –le preguntó él.
–Lo intenté. Le dije que él hacía que me sintiera incómoda, pero ella se enfadó y me dijo que estaba celosa porque ella estaba feliz por fin. Dijo que siempre montaba un drama donde no había nada y que él me había tratado mejor que mi propio padre. Me recordó que él me pagaba el ballet y ¿sabes una cosa? –Rachel tomó aliento–. Yo, por una parte, no quería que él la dejara porque sabía que mi madre volvería a derrumbarse. No sabe vivir sin un hombre al lado y es posible que no se lo dijera con suficiente firmeza, no lo sé.
–Yo sí lo sé –replicó Nikolai–. Ella lo sabía, pero no quería saberlo.
Efectivamente, él seguía tomándole las manos, pero ella sabía que dejaría de tomárselas enseguida porque no le había contado lo peor de todo.
–No quería que ella se derrumbara y quería las clases de ballet –esa era la verdad engañosa.
–Claro, no me extraña.
–Quería que me dieran una beca y salir de esa casa para siempre. Además, eso implicaba que me diesen más clases, clases privadas. Recuerdo que llegaba la factura trimestral, que mi madre se alteraba y que él decía que era demasiado. Luego, llegó también la factura del vestuario y el presupuesto del aparato de dientes. Él dijo que necesitaba el aparato y que lo pagaría él… –Rachel volvió a tomar aliento–. Yo le dije que quería el ballet y, al decirlo, supe lo que pasaría. Esa noche, fingí que estaba dormida y él fue a mi dormitorio y me dijo que no tenía que preocuparme, que él se ocuparía de la factura. Entonces, en vez de sentarse en la cama, se metió dentro…
–Es suficiente.
–No, no lo es –Rachel sollozó–. Yo fingí que estaba dormida y fue espantoso, pero, cuando volvió a la noche siguiente, yo, al parecer, disfruté…
–¿Eso fue lo que él dijo?
Rachel se moría de vergüenza, se sentía como si quisiera salir de su piel, dejar la carcasa encima de la butaca y largarse de allí antes de revelar el desastre que era por dentro.
–Beris druzhno ne budet gruzno –dijo Nikolai.
Ella quiso creerlo porque la carga era muy pesada.
–Alguna vez, tuve un orgasmo.
Ella cerró los ojos con todas sus fuerzas, aunque sabía que ni siquiera eso podría protegerla de su repugnancia. Esperó un bufido de asco, una bofetada en la mejilla o el portazo de la puerta. No sucedió nada de todo eso. Abrió los ojos y Nikolai seguía agachado a su lado como antes, exactamente igual que antes.
Él lo sabía todo sobre un cuerpo que había despertado demasiado pronto, del remordimiento y aturdimiento que causaba.
Él seguía allí. La abrazó mientras ella soltaba los pensamientos contradictorios, el terror y la vergüenza de un cuerpo que había reaccionado. Entonces, ella se dirigió a él con rabia.
–Tú, al menos, hiciste algo, te escapaste. Yo me quedé y fingí que estaba dormida.
–También te escapaste –replicó él–. Conseguiste la beca –él tomó el batiburrillo de su cabeza y lo ordenó–. Si no hubiese sido el ballet, él habría utilizado otra cosa. ¿Te recordó lo mal que lo pasaría tu madre sin él?
Ella asintió con la cabeza.
–A mí me dijo que denunciaría a Sev por hacer trampas, que perdería la oportunidad de ir a un buen colegio.
Rachel tomó aliento y él siguió.
–Me escapé de aquel hombre como tú lo hiciste. Además, el día que se lo conté a Yuri fue el día más complicado, pero también fue el mejor día porque te tienen atenazados por una vergüenza que no te corresponde. Llegué a creer que mis amigos pensarían que me gustaba o que yo era gay cuando sabía que me gustaban las mujeres. Entonces no entendía ese miedo y que, además, el mero rozamiento puede hacer que tengas un orgasmo, pero eso no es placer. Ese malnacido consiguió que tuvieses miedo de la oscuridad y de que te tocaran por la noche, evidentemente, no sentiste placer de verdad.
Rachel abrió los ojos y él seguía allí. Efectivamente, se había dejado la piel, pero lo que había en la butaca no era una carcasa, era ella misma. Él estaba allí y había pasado por lo mismo. Ese hombre fuerte y sereno había sentido el mismo miedo que ella.
Se había quedado en los quince años, atrapada en un cuerpo culpable para el que cada orgasmo era un conflicto y hacía que se sintiera mal. Quería sentirse más ligera, y casi se lo sentía, no del todo.
–¿Quieres enfrentarte a él? –le preguntó Nikolai.
Lo había soñado. Había soñado que se enfrentaba a ese hombre como una mujer adulta, no como una niña, y que descargaba toda la rabia que acumulaba dentro.
–¿Lo quisiste tú?
–Lo quise, pero Yuri se ofreció a ocuparse de él. Supongo que entonces decidí que no quería. No quise volver a verlo ni a concederle nada más de mi vida. Sin embargo, lo pensé.
A ella le pasaba lo mismo todos y cada uno de los días.
–¿Quieres que me ocupe de él? –se ofreció Nikolai.
¿Quería decir…?
Rachel no se atrevía a constatar lo que él había insinuado, pero, por primera vez desde su confesión, sonrió y él miró esa boca tan hermosa y la separación entre los dientes, era perfecta para él.
–No –contestó Rachel–, pero gracias.
–¿Va a estar en la boda? –le preguntó Nikolai.
–No, no –Rachel sacudió la cabeza–. Rompieron un par de semanas después de que me marchara a la escuela de danza.
–Qué casualidad.
Ella vislumbró su furia aunque no se reflejaba en sus ojos. Quería dormir, pero todavía tenía que hacer frente al suplicio de la boda.
–No quiero ir a la boda.
–Entonces, no vayas –contestó Nikolai como si fuese así de sencillo.
–Tengo que ir –entonces, Rachel pidió ayuda cuando no la pedía nunca–. Acompáñame. No te pido que conozcas a mi familia ni que seas un acompañante oficial ni nada de eso, pero me ayudaría que estuvieses allí.
–No puedo hacerlo –él sacudió la cabeza–. No voy a ir a la iglesia para ver al novio, con un ojo morado gracias a mí, que dice los votos que los dos sabemos que son mentira…
–¿Le has puesto un ojo morado?
–Sí. Además, te diré otra cosa. También tendrá amoratada otra parte del cuerpo gracias a mi rodilla. No va a ser una noche de bodas muy buena.
Ella estuvo a punto de sonreír, pero no lo hizo. Le había pedido una cosa y él se la había negado, y era inflexible.
–Ya es hora de que te niegues a lo que no quieres y de que aceptes lo que sí quieres.
–No puedo negarme. Mi madre…
Nikolai supo que no había nada que hacer. Habían despreciado tanto su voz que ya no sabía utilizarla, aunque él sabía que eso no era así. Él creía en Rachel mucho más que ella misma.
Recordó por qué estaba allí, por qué se había detenido. Se había pasado el día no solo pensando, sino actuando conforme a lo que había pensado, pero no era el momento para que ella lo supiera. Podía ver que ella estaba conteniendo las lágrimas, como le había pasado a él cuando se lo contó a Yuri por fin. Necesitaba tiempo para aclararse las ideas, pero tenía que aclarárselas deprisa si quería descartar la idea de ir a la boda. Él podía quedarse y presionar para que fuese juiciosa, pero no actuaba así. Solo quería lo mejor para ella y eso significaba que aclarase las cosas ella sola.
Sabía cómo hacerlo. La soltó y le tomó la cara entre las manos.
–Tienes que hacer lo que te convenga –siguió ella.
–Lo sé.
–Nikolai…
Ella quería volver a pedirle que la acompañara al día siguiente, pero era demasiado orgullosa como para pedírselo dos veces. Sin embargo, entonces, justo cuando había reunido el valor para pedirle que se lo pensara, él la besó. Estaba agachado ante ella y le introdujo la lengua en la boca con un beso sensual. Fue ligeramente posesivo y ella pensó que quizá estuviese reclamándola después de lo que había pasado con André. Además, había anhelo, siempre lo había con Nikolai, pero, cuando él fue a acercarse, cuando le separó las rodillas para acercarse más todavía, sucedió algo muy extraño. Notó que ella también introducía la lengua en su boca, hasta que, de repente, se paró.
–Nikolai…
Ella se apartó. Acababa de contarle la parte más sombría y complicada de su vida, André acababa de agredirla y era insensible, como mínimo, darse un beso. Además, él ya no tenía las manos en su cara, sino que le subían el vestido y eso indicaba que estaba pensando en algo más que un beso.
–Ahora no… –se limitó a decir ella.
–¿Cómo dices? –preguntó él.
–Es que… –Rachel notó que él dejaba de acariciarle los muslos–. Necesito algo de tiempo.
–¿Tiempo? –volvió a preguntar Nikolai con el ceño fruncido como si no hubiese entendido la respuesta.
–¡No estoy de humor para hacerlo en la butaca!
Estaba enfadada. Efectivamente, había estado encantador y todas esas cosas mientras se lo contaba, pero eso era excesivo.
–Acabo de decírtelo… –ella no quería volver al asunto de los abusos y cambió de tema–. Acabo de pedirte que me acompañaras a la boda. Me ha costado mucho pedírtelo… –¿adónde quería llegar?, se preguntó a sí misma–. Necesito un poco de tiempo para pensar.
–¿No puedes pensar conmigo?
–No si estás acariciándome –contestó ella en tono tajante–. ¿Te importaría marcharte?
–¿Quieres que me marche?
–Sí.
Ella se levantó y se bajó el vestido de esa forma que le encantaba a él.
–¿Estás segura? ¿No podríamos…?
–Estoy segura, Nikolai.
Incluso, le abrió la puerta.
–Mándame un mensaje si necesitas algo –dijo él.
–Claro.
–Lo digo en serio.
Cuando él se marchó y ella se quedó sola en el pasillo, se derrumbó por fin y empezó a llorar. Él se quedó un momento al otro lado de la puerta y pudo oír su llanto. Dominó las ganas de volver a entrar. Él también se había hecho un ovillo en la cama cuando se lo contó a Yuri y aquella había sido la última vez que había llorado, cuando se desprendió del pasado. Entonces, a la mañana siguiente, Yuri había llamado a la puerta, había asomado la cabeza y le había dicho que estaba retrasándose, que tenía que ir a la cocina a preparar el desayuno. Era una normalidad nueva. Salió del camarote siendo un joven distinto.
Efectivamente, Rachel necesitaba tiempo para estar sola y él volvió a su yate.
Años después, Yuri le había contado que se había quedado toda la noche preguntándose si le había dicho lo acertado, queriendo comprobar que él estaba bien aunque sabía que necesitaba espacio. Había estado solo, pero alguien que lo quería había estado pensando en él.
Se sentó y bebió vodka aromatizado con jengibre con el teléfono al lado. Rachel estaba en su casa, pero no estaba sola. Ella necesitaba llorar, pero no por él, sino por la chica de quince años que había sido y por las casi dos décadas de remordimiento y vergüenza que había arrastrado.
Rachel lloró y lloró hasta que se enfadó. Entonces, empezó a buscar con el ordenador, intentó encontrar su nombre y dónde vivía, se imaginó que cruzaba Londres y… Sin embargo, ella, como Nikolai, tampoco quería concederle a él otro capítulo de su vida, no quería pasarse unas horas en la comisaría explicando por qué había atropellado a ese malnacido o había tirado su puerta de una patada. Quería empezar su vida, una vida nueva, libre del pasado. Sí, quería tener una vida plena. Entonces, se sintió más tranquila, como nunca se había sentido. Yuri tenía razón porque, además, se sentía más ligera.
Pensó en mandarle un mensaje a Nikolai para darle las gracias por haberla escuchado, pero se acordó de que estaba enfadada con él porque había querido meterle mano. Malditos hombres… Se había negado encantada de la vida. ¡Se había negado! Se había negado y podía hacerlo otra vez. En vez de buscar la dirección del hombre que había abusado de ella, tomó el teléfono.
–Hola, mamá.
–No vas a creértelo –comentó Evie–. Mary acaba de llamarme y me ha contado que han atacado al pobre André en su despedida de soltero…
Rachel puso los ojos en blanco ante el improvisado intento de André para disimular lo que Nikolai debía de haberle hecho en la cara.
–Mamá –Rachel tomó aliento–. No voy a ir a la boda.
–No empieces.
–Mamá, yo salía con André…
–Ya estás montando un drama. Eso fue hace siglos.
–Nos acostábamos justo hasta que me contaste que estaba prometido con Shona.
Rachel prefirió no contarle a su madre lo que pasó después o lo que había pasado esa misma noche, aunque su madre siguió y ella pensó que tampoco habría servido de gran cosa.
–Rachel, mi hermana se ha portado muy bien conmigo y si piensas por un instante que voy a permitir que arruines la boda de su…
–Mamá –la interrumpió Rachel–. Me han pedido que sea la madrina de Nadia y quiero serlo. Me lo tomo muy en serio. Quiero estar a su lado si me necesita y eso empieza en este momento. Quiero que pueda hablar conmigo…
–Rachel…
–No –volvió a interrumpirle Rachel–. No voy a ir a la boda. No voy a mirar a otro lado y fingir que no pasa nada. Tú puedes, pero yo no voy a hacerlo. Jamás. Voy a ser la mejor madrina que pueda…
Al contrario que ella. No lo dijo, pero Rachel hizo una pausa desafiante por si su madre quería seguir con esa conversación. Ya tenía una voz propia e iba a utilizarla.
–Muy bien, al parecer, has tomado una decisión –concedió Evie.
La había tomado, y también había tomado más decisiones sobre otras cosas.
Primero, escribió un mensaje a Libby para decirle que estaría encantada de ir al bautizo y que, si no causaba mucho problema, le emocionaría ser la madrina de Nadia. Luego, buscó el artículo que había escrito sobre la última función de El pájaro de fuego y lo publicó en su blog.
Sacó el vestido para el día siguiente y el regalo que había comprado para Nadia, y supo que había mentido. No solo a Nikolai cuando se lo preguntó, sino a sí misma. Sí quería tener hijos. Le había aterrado pensar que podría no ser una buena madre, pero lo sería, en ese momento lo sabía. Los dos podrían dejar la luz encendida por la noche, pensó con una sonrisa, que se disipó cuando notó otro arrebato de lágrimas. No eran lágrimas de vergüenza ni de rabia, eran lágrimas de tristeza por el hombre que echaría de menos toda su vida.