Capítulo 11

 

DOS noches más. Sin embargo, no era esa cuenta atrás emocionante de Navidad u otras fechas parecidas, era la atroz certeza de que, después de dos noches más, él se habría marchado. Él le había prometido una semana y le había parecido una buena idea en su momento.

Sin embargo, en ese momento, allí tumbada, le parecía como si estuviese a la deriva por el Mar de China y los piratas le hubiesen robado el corazón, la cabeza y un amor que nunca había llegado a saber que tenía.

Él estaba estirado a su lado. Era tan sexy que a ella le gustaba que ocupase más de la mitad de la cama.

¿Qué hay de desayuno? –preguntó él.

Si ella se hubiese despertado alguna vez en la cama con un hombre y él le hubiese preguntado eso, ella habría contestado algo ingenioso, pero se rio.

Caviar.

¡Ya iba por la segunda lata!

Para mí, solo té.

Ella tuvo que trepar por encima de él para levantarse y estuvo a punto de no conseguirlo porque se dieron un beso delicioso con ella sentada en su pecho.

Tres azucarillos.

Eres un caradura. ¿Por qué no lo haces tú?

Estamos en tu casa –contestó Nikolai.

Claro y, cuando estamos en tu yate, te lo sirven.

Si lo prefieres, puedes utilizar la cocina cuando quieras.

Sumergió la bolsita de té y decidió que no sería acuciante, pero tenía que saberlo y le preguntó sus planes mientras volvía al dormitorio.

¿Adónde te marchas el lunes?

A Francia –contestó él.

Podrás ver la actuación de Anya –comentó ella haciendo todo lo posible por adoptar un tono despreocupado.

No, no estrena hasta dentro de un mes y ya me habré marchado de Francia para entonces.

Ella le preguntó adónde y él se lo contó… y le dolió.

Nikolai se sentó, tomó la taza de té e intentó no fijarse en la decepción que se reflejaba en los ojos de ella. La interpretaba como no había interpretado a nadie más. Habían acordado una noche primero y una semana después. Había sido muy claro desde el principio, y ella también. Sin embargo, las cosas habían cambiado para Rachel.

Voy a tener que echarte enseguida –Rachel hizo un esfuerzo para mantener el tono desenfadado. Tengo cita en la peluquería a las nueve.

Es verdad, hoy tienes la fiesta de despedida.

No –replicó ella. Voy a la peluquería todas las semanas. No soporto lavarme el pelo. Otra cosa sobre mí que no sabías.

Era una indirecta, una pequeña alusión a la noche anterior, y él supuso que estaba abochornada por haberle contado que le daba miedo que la tocaran por la noche.

Estaba equivocado.

Rachel estaba enfadada consigo misma por confiarse a un hombre que iba a hacerle añicos el corazón dentro de cuarenta y ocho horas, más o menos.

Sonó el teléfono y era su madre. Él bebió el té y escuchó la conversación, la parte de Rachel.

Mamá, mañana van a bautizar a la hija de Libby y yo… –hubo una pausa. No he dicho que no vaya a ir a la boda, pero estaba pensando que quizá pudiera ir solo a la celebración… –hubo una pausa muy larga y él cerró los ojos cuando Rachel cedió. Muy bien, no te preocupes…

Era doloroso escuchar que una mujer tan firme cedía, pero no era quién para decir nada. Él no tenía familia y, naturalmente, no iba a dar consejos a Rachel sobre la suya.

Ella volvió al dormitorio cuando él estaba terminando de vestirse.

Vaya, te largas… –comentó Rachel con cierta amargura.

Se avecinaba una discusión y él no la quería por ninguno de los dos.

Tienes cita en la peluquería y yo tengo que organizar las cosas para marcharme el lunes…

Vaya, había mencionado lo innombrable. Sin embargo, tenía que organizar las cosas, no era un multimillonario ocioso en un superyate, se ocupaba de todo, desde las nóminas a la navegación…

Cuando fue a marcharse, los dos fingieron que no pasaba nada y se acercó a Rachel para darle un beso. Ella, sin embargo, no podía fingir ni un segundo más, ni siquiera podía darle el más leve de los besos, no podía dar otra pizca de su corazón a un hombre que no podía corresponder a su amor. Apartó la cabeza con un brillo de rabia en los ojos de color esmeralda.

Vete sin más.

Él se fue y hubo un momento, cuando cerró la puerta, en el que estuvo segura de que lo había perdido.

Nikolai llamó a la ventanilla con los nudillos para despertar a su chófer y volvió a su yate. Una vez allí, mientras trazaba la ruta que seguirían el lunes, se sintió desconcertado. La primera semana en Londres había sido muy larga, pero la segunda, con Rachel, había pasado volando. Estaba acostumbrado a aventuras cortas, a poner la proa, literalmente, hacia el horizonte sin mirar atrás.

Esa vez era distinto.

Sev volvía al día siguiente y, después del bautizo, los tres amigos se reencontrarían. En ese momento, estaba deseándolo en vez de temiéndolo. Además, aunque no le encantaban los bebés, le había encantado reencontrarse con Daniil, y con Libby. Incluso con Anya.

Había una historia, un pasado en común, y tomó la foto que le había dado Daniil para mirarla con detenimiento.

Le gustaba estar en contacto otra vez. Más aún, le gustaba estar allí. Siempre le había gustado visitar Londres, pero nunca tanto como esa vez. Por primera vez, había un sitio que no quería abandonar… ¿o era una persona? Una mujer que, como él, no había querido implicarse demasiado. Sin embargo, lo estaban.

Había huido una vez de lo peor que podía pasarle. En ese momento, tenía la sensación de que estaba huyendo de lo mejor. Se acordó de los labios tensos y de la rabia que había visto en sus ojos, de que, en silencio, le había dicho lo dolida que estaba. Entonces, supo que su amor había nacido.

 

 

Rachel fue a la peluquería, pero no sirvió de gran cosa. El secador era ensordecedor y la conversación irritante. Le espantaba cómo habían terminado e hizo un esfuerzo para no mandarle un mensaje.

Después de la peluquería, fue a una tienda de lujo para comprarle un regalito a Nadia. Iría a la semana siguiente con una tarta e intentaría reparar el daño a su amistad que significaría que no fuese al bautizo. Sabía perfectamente lo que quería y observó mientras guardaban en la caja una bailarina de porcelana. Dio una vuelta por la tienda mientras la envolvían para regalo. Entonces, vio un pequeño barco de cristal. Era precioso, lleno de detalles y perfecto para Nikolai.

¿Por qué iba a hacerle un regalo? Porque quería. Resopló cuando preguntó el precio. Estaba muy, muy lejos de su alcance. Entonces, pensó en lo que había sentido entre sus brazos y que, además, él había perdido su barco. No se trataba de dinero, pensó mientras entregaba la tarjeta de crédito y se armaba de valor. Esa mañana se habían separado de mala manera, al día siguiente tenía la boda… El tiempo se agotaba y estaba perdiéndolo con escaramuzas.

Quería que las cosas acabaran con una sonrisa, él se merecía eso por lo menos.

Contenta con la adquisición, dispuesta a que las cosas salieran mejor la próxima vez que se viera con Nikolai, se dirigió a su fiesta. Los amigos y colegas se habían reunido y Libby había llevado a la pequeña Nadia. Había tarta, champán y todas las cosas prohibidas, André entre ellas. Ella fue cortés, pero no le hizo caso.

Cortó la tarta, se pronunciaron un par de discursos y luego, cuando la habitación se quedó a oscuras, se sentó al lado de Libby para ver en una pantalla un montaje de su carrera profesional. Incluso, hubo secuencias de cuando tenía quince años, cuando recibió una beca y estuvo interna. Algunas clases y mucha danza. Podía acordarse del alivio que sintió al marcharse de su casa. Era muy joven, pensó mientras se veía a sí misma, y la rabia le atenazó el corazón por lo que aquel malnacido le había hecho a aquella chiquilla.

Déjamela un rato –le pidió a Libby.

Su amiga le pasó a Nadia y ella siguió viéndose bailar.

¡Oh!

Salió la princesa cisne y fue un recuerdo precioso. Luego, apareció otra vez, pero esa noche el vestido le había quedado muy corto.

Me acuerdo de que te perdieron el vestido –comentó Libby entre risas.

Voy a tener que editarlo –replicó Rachel.

Era tan alta que aquella noche se le vieron las rodillas.

Era un recuerdo maravilloso de todos sus años de bailarina. Entonces, las luces se encendieron otra vez. Su carrera había llegado a su fin y ella no sabía adónde se dirigía, en ningún aspecto de su vida.

Nos encantaría que estuvieses mañana –le dijo Libby mientras se marchaba. Entiendo que tienes que ir a la boda, pero quiero que sepas que te echaremos de menos.

Lo sé.

Le desgarraba el corazón no poder ser la madrina de Nadia. Además, estaría en una boda en la que no quería estar y todo porque no sabía negarse.

Voy a tener que marcharme –se excusó Libby.

Muchas gracias por haber venido.

No iba a perderme tu fiesta de despedida…

Libby no terminó de decir lo que estaba diciendo. Al fin y al cabo, ella iba a perderse el bautizo. Había una pequeña cuña entre ellas y entendía por qué; eran amigas íntimas y le dolía que no fuese a estar allí al día siguiente.

La gente empezó a retirarse y ella decidió que también podía excusarse y marcharse.

Te llevaré –le ofreció André.

No hace falta –replicó Rachel intentando decirlo en un tono desenfadado.

Vamos, Rachel… –André lo dijo intentando ser juicioso. Tenemos que hablar y es mejor que lo hagamos ahora que en una cena de Navidad dentro de cinco años.

Ella sabía que tenía razón. Era mejor que dijera lo que tenía que decir en ese momento y no dejar que se pudriera durante cinco años, por eso se montó en el coche.

No íbamos a llegar a ninguna parte –comentó André mientras la llevaba a su piso. Dejaste muy claro que no querías algo serio.

Eso ya lo sé –replicó ella, pero vas a casarte con mi prima y no está bien.

Shona está embarazada. Si no lo estuviese…

No quiero oírlo. ¡No quiero saberlo!

Rachel miró fijamente al frente, le costaba ordenar el batiburrillo de sentimientos que tenía en la cabeza. André creía que estaba celosa y no podía estar más equivocado. Hizo todo lo posible para expresarlo.

Solo quiero que el trabajo, mi vida privada y la familia estén separados, pero, ahora, cada maldita Navidad, cada boda… –ya habían parado delante de su casa y sabía que no estaba explicando bien las cosas. No estoy enfadada solo contigo. A Shona le ha dado igual que seas mi ex. ¿Sabe que seguíamos acostándonos cuando la conociste? –entonces, como se trataba de hablar en ese momento o callarse para siempre, dijo una verdad sombría. Os presenté en Singapur. No sabía que os veíais, pero sí sé que nos acostamos después de Singapur y que no lo habría hecho si hubiese sabido que estabas viendo a mi prima.

Estaba furiosa, abochornada y desconcertada. Se bajó del coche y se dirigió hacia su casa.

¡Rachel! –André la siguió. No te largues así –la alcanzó en la puerta. Mira, tú y yo nos conocemos. Me has dicho que no quieres flores y corazones y que Shona y yo vayamos a casarnos no nos cambia.

¿Qué?

Entiendo que estés dolida, pero eso no cambia nada…

Algunas veces, las cosas más dolorosas no se captaban al principio. Se sintió tan atónita cuando la besó que se quedó inmóvil. Él le rodeó la cintura con el brazo justo cuando lo comprendió. Iba a casarse al día siguiente y, aun así, se acostaría con ella esa noche. Se quedó paralizada. Podía notar su boca y quería retroceder, pero se quedó ahí hasta que, de repente, André salió disparado hacia atrás. Tardó un momento en darse cuenta de que Nikolai lo había empujado y tenía a André agarrado de la nuca.

Vete adentro –le ordenó a Rachel en un tono más que sombrío.

Yo no…

¡La había visto con André! Nikolai había visto la lengua de André lamiéndole el cuello y… estaba furioso.

Nosotros no…

Vete adentro –repitió él con un bramido.

Ella entró corriendo en su casa y, poco después, Nikolai apareció por la puerta. Tenía la respiración algo entrecortada y seguía muy furioso. Sin embargo, ella, en vez de huir de él, corrió hacia él para explicarse, y se quedó perpleja cuando la recibió entre los brazos. Se movió muy despacio porque, cuando la abrazó, cuando se encontró entre sus brazos, tardó un momento en darse cuenta de que, efectivamente, estaba furioso, pero no con ella.