Capítulo 1
RACHEL, sencillamente, no lo entiendo.
Libby estaba atónita porque Rachel, después de una gira por el Pacífico Sur, había dejado la compañía de danza. Las dos mujeres habían bailado en la misma compañía y habían sido compañeras de piso hasta hacía poco. Libby también se había retirado el año anterior, justo antes de que conociera a Daniil. La verdad era que se había visto obligada a tomar esa decisión y Rachel podía recordar lo que le había costado dejar la profesión que tanto amaba. Lo habían hablado una y otra vez.
Rachel había tomado la decisión por su propia cuenta.
Eran amigas, pero muy distintas. Libby no ocultaba sus sentimientos, mientras que Rachel guardaba los suyos bajo siete llaves que había tirado y enterrado bajo una capa de cemento hacía mucho tiempo. No dejaba que nadie entrara en su corazón. Charlaba, pero casi siempre era de la otra persona. También coqueteaba y quedaba con hombres, pero siempre era con sus condiciones. Siempre.
Estaban en la suite de Rachel en un lujoso hotel y se preparaba para asistir a una boda en Londres por todo lo alto. Ella no había conocido de verdad a la feliz pareja y estaba allí, sobre todo, para ayudar a Libby porque Daniil era el padrino y a su amiga le faltaba una semana para dar a luz. Le habían dado esa impresionante suite porque Daniil era el dueño del hotel. Como estaba nerviosa por dar la noticia, aunque estaba dispuesta a estar contenta por su amiga, se había dado un largo baño de sales y con los rulos puestos. No había servido para aplacar los nervios que le oprimían el pecho todo el rato. Siempre estaba nerviosa, aunque lo disimulaba bien, pero en ese momento se sentía como si todo estuviese llegando a un punto crítico.
El baño no había obrado un milagro y ya estaba retrasándose cuando había llegado Libby. Los preparativos se quedaron en punto muerto cuando, como quien no quería la cosa, dejó caer la noticia de que no iba a volver con la compañía de danza.
–Pero ¿por qué? –le preguntó Libby.
–Todavía no estoy segura –reconoció Rachel mientras se quitaba los rulos de la melena pelirroja–. Pretendo saberlo durante unas largas y perezosas tardes y mañanas en la cama.
–No entiendo que la hayas dejado sin haber hecho planes. Creía que estabas contenta…
–Estaba contenta y todavía lo estoy –entonces, cambió de conversación cuando sacó un vestido de terciopelo naranja oscuro de la bolsa de viaje–. ¿Qué te parece?
–Es muy…
Libby no terminó la frase cuando Rachel se embutió en un vestido muy ceñido y frunció el ceño al ver el gesto de preocupación del rostro de su amiga.
–No puedes ponerte de parto hoy –le avisó Rachel.
–Lo sé. No paro de repetírmelo, pero creo que el bebé no me escucha.
–¿Crees que podrías tenerlo?
–Creo que podría tenerlo –reconoció Libby.
–¡Vaya! –exclamó Rachel con una sonrisa de oreja a oreja–. ¡Qué emocionante!
–¡No tiene nada de emocionante! –Libby suspiró–. Esta boda es muy importante para Daniil. Sev es como de la familia para él. Sev es su familia.
–Estoy segura de que no pasará nada –afirmó Rachel con la certeza de alguien que veía muchas series de médicos–. Los primeros tardan siglos y, además, no has roto aguas. ¡Imagínate que lo hagas en la iglesia!
–Eres muy tranquilizadora, Rachel –Libby sonrió–. Venga, maquíllate, tenemos que irnos.
–Lo haré en el taxi…
Entonces, Rachel se acordó de lo rica que era Libby, de que ya no estaban en los viejos tiempos. El chófer de Daniil las llevaría a la iglesia. Se puso unos zapatos de tacón de aguja, del mismo color que el vestido, tomaron el ascensor y salieron a la calle, donde las esperaba el chófer. Una vez sentada en el exclusivo coche, abrió el bolso y, acostumbrada a maquillarse en entornos mucho menos lujosos, empezó a aplicarse el maquillaje en la cara.
–Estás muy pálida –comentó Libby antes de acordarse–. ¡No hemos almorzado!
¡Habían estado demasiado ocupadas hablando!
–Tampoco he desayunado.
Rachel sacó un bombón de chocolate del fondo del bolso y siguió maquillándose. Las pecas desaparecieron gracias a un cosmético increíble que acababa de descubrir. Las largas pestañas rojizas adquirieron enseguida un sedoso color negro que le resaltaba el verde de los ojos. Se pintó los labios de color coral y se miró los dientes en el espejo de mano. Los tenía algo salientes y con una separación en medio.
–Estoy pensando en ponerme un aparato.
–¿Por qué?
–Porque sí. Vamos, tienes que ponerme al tanto inmediatamente, me he perdido con todos esos rusos –Rachel chasqueó los dedos para que la informara–. El novio es Sev, un amigo de Daniil del orfanato, ¿no?
–Sí. Aunque me parecería más considerado no llamarlo así.
–¡Puedo tener tacto!
–Algunas veces –replicó Libby con una sonrisa.
–Háblame de la novia.
–Se llama Naomi. Era su secretaria en Nueva York, pero, en realidad, es de Londres.
–¿Qué tal es?
–La he conocido muy poco y todavía era su secretaria. Nosotros estábamos de luna de miel. Ah, también estará Anya.
–¿Anya?
–Tatiana.
Libby le dijo su nombre artístico y Rachel dejó escapar un grito de placer. Anya también había estado en el orfanato, pero como hija de la cocinera. En ese momento, era la prima ballerina de una compañía de danza rusa que estaba representando El pájaro de fuego en Londres. Rachel la había visto la última vez que la compañía pasó por allí, pero había querido volver a verla antes de que la obra dejara de representarse, la semana siguiente, aunque estaba resultándole imposible.
–¿Crees que podrá conseguirme una entrada? –preguntó Rachel–. Están todas venidas.
–Probablemente, podría, pero no creo que lo haga. Anya no es muy… simpática –le avisó Libby.
–Bueno, merecerá la pena intentarlo. ¿Qué me dices del otro?
Rachel frunció el ceño intentando acordarse del nombre. Sabía, porque Libby se lo había contado, que habían sido cuatro huérfanos, pero le costaba acordarse de los nombres.
–¿Nikolai? –preguntó por fin.
–No –contestó Libby con una mueca por la posible metedura de pata–. Nikolai es el que está muerto. Se suicidó cuando tenía catorce años. Su profesor abusaba de él.
–Ah…
Rachel se limitó a responder lacónicamente, pero vio en el espejo que parpadeaba al oír lo que le había pasado a Nikolai. Efectivamente, había cosas que no se comentaban, sobre todo, el día de una boda y con su amiga embarazada y nerviosa. Sobre todo, nunca.
–Te refieres a Roman –siguió Libby–. Es el gemelo de Daniil. Él…
Rachel la miró cuando Libby se quedó en silencio a mitad de la frase.
–¿Estás teniendo otra? –le preguntó Rachel mientras paraban enfrente de la iglesia.
–No –Libby sacudió la cabeza–. Es posible –reconoció mientras Rachel la ayudaba a bajarse del coche–. Rachel, no permitas que haga una escena. No puedo arruinar la boda.
–No te preocupes, te taparé con mi abrigo o algo así –Rachel sonrió–. No pasará nada.
Las campanas estaban repicando y los periodistas estaban sacando fotos de los invitados mientras entraban en la magnífica iglesia antigua. Había rosas blancas por todos lados y estaban tocando el órgano. Rachel siguió a Libby hasta uno de los primeros bancos y se oía un murmullo expectante. A Rachel le encantaban las bodas y estaba segura de que esa iba a ser una buena boda. Se dio la vuelta y vio que una mujer hermosa y esbelta como un junco se sentaba en el banco de detrás de ellas y le tocaba a Libby en el hombro.
–Libby…
–Me alegro mucho de verte, Anya –Libby sonrió–. Te presento a mi amiga Rachel.
–¡Anya! –exclamó Rachel.
Supo que estaba roja. Había sido una admiradora incondicional de Tatiana desde hacía muchos años y había seguido muy de cerca su carrera.
–Creo que te he visto bailar diez veces por lo menos… –Rachel lo pensó un instante–. Doce, para ser exactos.
–Rachel no está exagerando –intervino Libby–. Iba a verte siempre que pasabas por Londres y ella no estaba bailando.
–Te vi en París cuando hacías el papel del Hada de las Lilas. Me gustaría verte otra vez en El pájaro de fuego…
–Termina la semana que viene –la interrumpió Anya.
–Lo sé, y no he conseguido entradas.
Rachel dejó escapar un suspiro teatral con la esperanza de que Anya acudiese al rescate de una colega.
–Están todas vendidas desde hace siglos.
Rachel, desdeñada por Anya, se dio la vuelta y miró fijamente al frente. Podía notar que Libby intentaba no reírse por la fría acogida de Anya y su tajante negativa a proporcionarle entradas.
–Te lo dije –comentó Libby.
–Efectivamente –Rachel suspiró.
Mientras esperaban a que llegara la novia, Libby intentó hablar del trabajo de Rachel, o de su falta de trabajo, mejor dicho.
–Sabes que tengo que encontrar a una profesora a tiempo parcial –comentó Libby–, pero siempre estoy ojo avizor…
–Libby –la interrumpió Rachel–. No quiero dar clases.
–Entonces, ¿qué vas a hacer?
–No estoy segura.
Su madre le había hecho la misma pregunta la noche anterior y había añadido que ya le había advertido que podría recurrir a algo. Ella no había dicho nada, pero le habían rechinado los dientes. Estaba segura de que su madre no se había referido a otra profesión. Evie Cary recurría a los hombres y todos tenían dinero, se cercioraba de que los hombres con los que salía pudieran proporcionarle el estilo de vida al que se había acostumbrado. Había tenido toda una ristra de novios y amantes. Algunos habían durado un fin de semana y otros unos meses. Solo uno duró un par de años y, qué casualidad, la había dejado dos semanas después de que ella se marchase de su casa.
Dejó de pensar en esos recuerdos sombríos e intentó centrarse en su porvenir. Ella no necesitaba recurrir a algo o a alguien, quería recurrir a su nueva vida y el dinero no era un problema acuciante a corto plazo. Había trabajado tanto que no había podido gastar mucho y quería tomarse algo de tiempo para aclarar las cosas. Miró a Libby y se preguntó si le contaba su idea o no.
–Estaba pensando en hacer un blog.
–¿Un blog? –preguntó Libby–. ¿Por qué?
–Da igual.
Los bancos siguieron llenándose, pero más los de la derecha que los de la izquierda y Rachel cayó en la cuenta de que como el novio era huérfano… Libby volvió a reírse por el gesto de abatimiento de su amiga.
–Creía que estaría lleno de rusos sexys –comentó Rachel con un suspiro.
–Bueno, siempre queda André.
–No –Rachel sacudió la cabeza cuando Libby mencionó a su… amigo íntimo y colega–. ¿No te lo había contado? Ha conocido a alguien y van en serio.
–¿De verdad?
–Sí. Van a casarse dentro de un par de semanas.
–¿Por qué no me había enterado? –preguntó Libby.
–Es muy reciente.
–Será una boda que evitarás…
Rachel no comentó nada y tampoco le dijo a Libby que no podía evitar esa boda. Miró el programa de la boda e intentó no pensar en André.
–¿Con quién va a casarse? –siguió Libby.
Ella deseó que Libby tuviese una contracción, que llegase la novia o que pasara algo para que no tuviera que contestar. No quería hablar de eso. Había algo más. La familia Cary tenía más cadáveres en sus armarios que un cementerio.
–Rachel… –insistió Libby.
Entonces, gracias a Dios, hubo un momento de agitación entre la gente y Daniil le dijo algo a Sev en ruso y en un tono de asombro. Ella creyó que la novia había llegado y se dio la vuelta.
Caray… Un hombre tan guapo como ese debería haber sabido que no podría entrar en la iglesia y pasar desapercibido. Era alto y tenía el pelo moreno, ondulado y un poco largo. Las cabezas se giraron y causó cierto revuelo solo por entrar.
–¿Quién es? –le preguntó ella a Libby con una voz que la salió ronca.
–No lo sé –contestó Libby–. Podría ser…
Libby no terminó la frase, frunció el ceño y miró al altar. Rachel hizo lo mismo.
Daniil estaba atónito y Sev, el novio, quien había estado mirando fijamente al frente, se había dado la vuelta por indicación de Daniil. Sus rostros reflejaban un asombro evidente y, rompiendo el protocolo, los dos hombres recorrieron el pasillo en dirección a ese impresionante desconocido. Todo el mundo se había levantado para verlo mejor. Rachel estaba de puntillas e intentaba entender algo.
–¿Qué está pasando?
La única persona que no estaba prestando atención era Libby.
–Estoy teniendo otra contracción –se lamentó agarrada al banco.
–Están muy distanciadas –afirmó Rachel en tono autoritario para tranquilizar a su amiga.
Libby, como todos los bailarines, se preocupaba mucho por su cuerpo y eso significaba que cada peca era cáncer, cada contracción cuando estaba embarazada era un parto… ¡Caray! Estaba empezando a ponerse nerviosa, aunque Libby no se enteraría.
–La novia acaba de llegar –comentó Rachel mientras Libby tomaba aire por el dolor.
Dio por supuesto que, con Naomi allí, la boda recuperaría su curso normal, pero no, el novio estaba presentando a ese misterioso invitado a la novia. Le pareció fascinante y una forma muy especial de empezar la boda, sobre todo, porque la novia y el novio estaban dándose un apasionado beso, pero en el extremo equivocado de la iglesia.
–Sev está magreándose con la novia y creo…
Rachel se quedó en silencio porque Daniil había llevado a ese desconocido maravilloso a sentarse con ellas. Era tan alto y ancho que Libby tuvo que apartarse para dejarle pasar, porque ella quería quedarse en el extremo del banco por si tenía que salir corriendo. Rachel hizo lo mismo y captó el olor de su perfume con notas de madera mientras se ponía al lado de ella. Pensó que tenía que ser Roman… pero no podía serlo. Era alto y moreno, pero no se parecía a Daniil, que era gemelo idéntico de Roman. Efectivamente, no conseguía enterarse.
–Libby –dijo Daniil mientras el oficiante pedía que el novio soltase a la novia para que pudieran empezar la boda–. Te presento a Nikolai, se sentará con vosotras.
Rachel pensó que las cosas estaban embrollándose de verdad.
–No dejéis que se marche –añadió Daniil.
Rachel tuvo que contener una sonrisa. Estaría encantada de no perderlo de vista.
Todo el mundo se levantó mientras Sev y Naomi avanzaban de la mano por el pasillo. Ella frunció el ceño mientras intentaba entenderlo. Miró al hombre que tenía al lado. Tenía el pelo oscuro y ondulado y unos aterciopelados ojos grises… y no se inmutó por su curiosidad. Además, Libby volvía a tener razón, ella podía ser indiscreta algunas veces.
–Disculpe –Rachel frunció el ceño y sacudió levemente la cabeza–, pero ahora sí que estoy perpleja. ¿No es usted el muerto?