Capítulo 6
NO hacía falta que hicieras eso.
André se había marchado refunfuñando y ella se había quedado en la recepción del hospital con el hombre que la había abandonado sin contemplaciones esa madrugada.
–Que hiciera, ¿qué? –preguntó Nikolai.
–Inventarte excusas por mí.
–No me he inventado ninguna excusa –replicó él–. Vamos a marcharnos juntos.
–Ni hablar.
Rachel sacudió la cabeza con rabia y empezó a alejarse.
–No salgas corriendo.
Ella se dio media vuelta y lo miró fijamente.
–Yo podría haber dicho lo mismo anoche.
Él sonrió por su réplica cortante y, para ella, el efecto fue tan deslumbrante como lo había sido la noche anterior. Sabía que era algo muy excepcional porque no lo había visto sonreír ni siquiera con sus amigos. Casi la desarmaba, pero no del todo.
–Venga… –él había visto un resquicio diminuto en su coraza e intentó aprovecharlo–. Quiero disculparme por lo que hice esta madrugada.
Eso sofocó un instante el fuego de su rabia, pero se reavivó enseguida.
–Si no nos hubiésemos encontrado por casualidad, tú no habrías…
–Rachel –él la interrumpió sin inmutarse–. Es verdad que no me conoces muy bien, pero creo que hasta tú sabes que no acostumbro a visitar en el hospital a una mujer que no conozco a las pocas horas de que haya dado a luz. Si he venido, ha sido solo porque iba a pedirles a Libby y Daniil que me dieran tu número de teléfono, y me ha parecido mejor hacerlo cara a cara.
–No te creo.
–Eso es asunto tuyo –replicó Nikolai encogiéndose de hombros.
–¿Y qué ibas a hacer si Libby te lo hubiese dado?
–Lo mismo que estoy haciendo ahora; pedirte que salieras a cenar conmigo para explicarte lo que he hecho. Entonces –insistió Nikolai–, ¿vamos a comer algo?
–Son las cuatro –le recordó Rachel.
–Bueno, yo tengo hambre.
Ella también, aunque no solo de comida.
–De acuerdo.
Eso iba contra todas las normas que se había impuesto a sí misma. Normalmente, se marcharía para que él tuviera que ser más perseverante, pero sabía muy bien, y muy dolorosamente, que Nikolai estaba en la cuenta atrás, que se marcharía muy pronto. Quería conocerlo mejor y le había sorprendido que se hubiese disculpado sin reparos por su comportamiento.
Nikolai se había sentido fatal todo el día y eso era algo que no solía pasarle. El día anterior había sido complicado y ese estaba siendo igual.
–Podemos dar un paseo o tomar un taxi –comentó Nikolai–. Está cerca.
–¿El qué?
–El sitio adonde quiero llevarte, un bar que conozco.
Lo que no le dijo fue que el piano bar ruso era uno de los que tenía por todo el mundo. En cambio, le miró las piernas blancas y los tacones y tomó una decisión.
–¡Taxi!
Paró un taxi, se montaron y Nikolai le dio la dirección al taxista. Luego, observó el rostro tenso de Rachel, que miraba por la ventanilla.
–Doy por supuesto que el hombre del ascensor era tu ex.
–¿Importa algo?
Después de lo que le había hecho Nikolai, no tenía que darle ninguna explicación.
A Nikolai le importaba. A simple vista, había decidido que André no le gustaba. No era solo la punzada de celos que había sentido al ver a Rachel hablando con él en el pasillo, no le gustaba un hombre que le proponía a su ex tomar algo dos semanas antes de casarse. Rachel tenía algo que le preocupaba… mejor dicho, tenía algo vulnerable, a pesar de su aparente seguridad en sí misma, y estaba seguro de que un hombre como André podría aprovecharse de eso.
Sonó su teléfono y Rachel, al ver que era Libby, contestó.
–Acabo de recibir tus flores. ¿Por qué no has dado tu nombre? Estás en la lista de personas que pueden visitarme.
–André estaba a mi lado –contestó Rachel–. Además, luego llegó otra media docena de personas. Duerme un poco, ya te veré cuando estés en casa.
–Nikolai también vino a visitarme y también dejó unas flores –comentó Libby–. Me siento fatal por abandonarlo anoche…
–Creo que no podías hacer otra cosa –Rachel miró a Nikolai–. Estoy segura de que lo pasó bien.
Hablaron un rato y Rachel decidió no decirle que estaba en un taxi con él.
–¿Qué tal está? –le preguntó él cuando cortó la llamada.
–Un poco… sensible –contestó Rachel–. Incluso, le preocupaba haberte abandonado anoche.
–Soy huérfano. Estoy acostumbrado.
Ella sonrió por su humor negro e irónico y sintió tanta curiosidad que, por un momento, se olvidó de lo enfadada que estaba.
–¿Sabes quiénes eran tus padres?
A Nikolai le sorprendió una pregunta tan directa, o quizá no, al fin y al cabo, era Rachel… Él contestó negando con la cabeza.
–¿No sabes nada en absoluto? –preguntó ella.
–No –él la miró a los ojos y decidió zanjar la conversación–. Me dejaron en una caja dentro de la iglesia.
Eso debería haber zanjado la conversación, pero Rachel volvió al ataque.
–¿Qué tiempo tenías?
–Un día o así.
Él miró por la ventanilla, le espantaba lo incómodo que se sentía por tener que reconocer eso, pero, al menos, la había callado. ¿Qué podía decir alguien a eso?
–Fue un detalle por parte de ella –comentó Rachel sacándolo de su ensimismamiento.
Él frunció el ceño y giró la cabeza para mirarla.
–¿Un detalle?
–Que tu madre te dejara donde sabía que te encontrarían.
Él volvió a mirar por la ventanilla, pero eso no impidió que ella siguiese hablando.
–Pobre…
–No necesito tu compasión.
–Me refería a tu madre.
Ella le dio una patadita y él la miró. Estaba sonriendo, con esa separación entre los dientes, porque la había entendido mal, y él estuvo a punto de sonreír también.
–¿Por qué piensas eso? –le preguntó Nikolai.
–Bueno, por lo que parece, Libby está pasándolo mal y tiene a Daniil y las enfermeras… No puedo ni imaginarme la sensación de que no tienes más remedio que entregar a tu hijo.
Él nunca lo había pensado desde ese punto de vista, nunca se había imaginado que podría haber sido doloroso para su madre.
–¿Quieres tener hijos? –le preguntó Nikolai.
–¡No! –contestó ella–. Soy demasiado egoísta.
Sin embargo, Nikolai pensó que no era egoísta. Era muy, muy considerada porque, a su manera, con esa franqueza, había conseguido que él viera las cosas desde otro punto de vista y no era nada irreflexiva, era directa, pero considerada.
–En cualquier caso, no te hablo.
Rachel se acordó de que debería estar enfadada con él y volvió a ponerse de morros, pero el taxi estaba parándose y se bajaron enseguida. Era una calle tranquila y ella no vio ningún restaurante, al principio.
–Por aquí.
A Rachel le pareció que era un sitio adonde nadie iría si no sabía que estaba allí. Bajaron unas escaleras para llegar a un sótano y les abrieron la puerta.
Nikolai habló en ruso con el maître y le dijo que no quería que hicieran nada especial para su invitada y él. Estaban acostumbrados a sus peticiones, pero entonces, mientras los acompañaban por el bar, cayó en la cuenta de que Rachel, al contrario que las mujeres con las que salía, no sabía nada de lo rico que era. Se había vestido mal para la boda y había usado taxis, en vez de su coche con chófer, para que sus amigos no se imaginaran su vida, para ocultar un poco su identidad, pero cada vez era más innecesario. Pronto hablaría con Sev y se sabría todo. Había decidido afrontar la situación y prefería que Rachel lo supiera todo dicho por él y no por otra persona. Además, si ella tenía preguntas, haría lo posible para contestárselas.
La luz del bar era tenue, las mesas tenían velas y se oía un piano de fondo. Todo era un poco desconcertante, no había relojes y no se sabía si era mediodía o medianoche.
–¡Caray! –exclamó Rachel mientras se sentaban en unos asientos bajos de terciopelo.
Ya se había acostumbrado a la penumbra y podía ver el entorno. La clientela iba elegantemente vestida y todo tenía un aire de opulencia y decadencia.
–Entonces, aquí es donde la gente más exclusiva se mete los domingos.
–Efectivamente –contestó Nikolai mientras les daban las cartas.
Rachel la ojeó y sacudió la cabeza.
–No tengo ni idea de lo que quiero –reconoció ella–. Todo me parece… –lo pensó un momento– desconocido.
–Entonces, pediré yo –se ofreció él.
–Sí, por favor.
Él había pensado que ella se resistiría, pero estaba emocionada y se dejó caer sobre el respaldo del sofá mientras él hablaba en ruso con el camarero.
–¿Qué voy a comer?
–Lo sabrás enseguida.
–Así que… querías disculparte –dijo ella yendo al grano.
–¿Te importaría que comiéramos antes?
Llevaron dos vasos pequeños y una botella y Nikolai los sirvió. Le pareció casi impúdico estar bebiendo vodka helado, que le quemaba la lengua, a esa hora de la tarde.
–¿A qué te sabe?
–Jengibre, zanahoria… –Rachel se pasó la lengua por los labios para volver a paladearlo–. Es increíble.
–Es mi favorito –comentó él–. Ya lo era antes de que viera tu pelo.
Rachel dejó el vaso y lo miró con los ojos entrecerrados.
–Nikolai, no intentes coquetear –le advirtió ella–. Sigo enfadada contigo.
–Ya lo sé, y me ocuparé de eso enseguida, pero antes vamos a comer.
Le sirvió más vodka y él habló mientras les servían la comida que iban a compartir. Le costaba recordar que estaba enfadada mientras saboreaba una exquisitez detrás de otra. Pirozhkis diminutos que, como le explicó Nikolai, eran pasteles rellenos con deliciosos ingredientes, como setas silvestres y carnes ahumadas. También había pequeños blinis con caviar encima, que era lo que más le gustaba. Además, no tenían cuatro granos, estaban rebosantes y cerró los ojos de placer mientras el caviar explotaba en su boca. Entonces, sorprendió a Nikolai mirándola.
–Si estás intentando congraciarte conmigo mediante la comida, estás haciéndolo muy bien.
–¿Te gusta el caviar? –le preguntó él.
–Me encanta –reconoció ella–. Podría comerlo de desayuno todos los días.
Además, no solo el caviar era maravilloso. ¿Quién habría dicho que la col podía ser apasionante? Esa era una col roja con salsa de jengibre que acompañaba perfectamente a la bebida que habían elegido. Rachel notó que se sonrojaba.
–Es impresionante –comentó ella.
–Como tú.
Ella dejó escapar una risa irónica y recordó por qué estaban allí.
–No tan impresionante… –replicó ella mirándolo con rabia.
–Di lo que estés pensando.
–¡Que eres un malnacido!
–Lo soy muchas veces –reconoció él sin reparos–, pero no en este caso.
–Vaya, siento discrepar.
Rachel resopló con fastidio. Si bien era un alivio hablar de los asuntos pendientes, seguía siendo complicado hablar de eso, era complicado reconocer lo dolida que estaba porque eso significaría que él le gustaba, y no estaba dispuesta a reconocerlo.
–Me arrepiento de haber desaparecido como lo he hecho –se disculpó él–. Normalmente, no les doy muchas vueltas a los errores. Sin embargo, me he pasado todo el día dándoselas. No te mereces que me marchara de esa manera.
–Hiciste que me sintiera degradada. No esperaba que me pidieras de rodillas verme otra vez, no soy tan ingenua, pero largarte sin más…
Entonces, dejó de hablar. Podía notar que estaba elevando la voz y que la rabia estaba adueñándose de ella. Además, supo por qué había derramado tantas lágrimas. Su manera de abandonarla le había despertado un recuerdo sentimental, uno en el que no quería ahondar.
–Intenté decirte que iba a marcharme, pero estabas haciendo todo lo posible para fingir que estabas dormida.
Él fue demasiado directo incluso para Rachel; había ciertas cosas que no se decían, algunas cosas que se pasaban por alto. Aunque, al parecer, no para Nikolai.
–Después te quedaste desasosegada –siguió él–, y yo también. No sé por qué te quedaste tú así, solo puedo hablar de mí mismo –Rachel se incorporó un poco y movió el vaso mientras él seguía hablando–. No tenía intención de volver a entrar en contacto con mis amigos. Ayer, había pensado ir solo a la iglesia. Quería ver a Sev casándose, pero no quería tener la conversación que tendría que tener si me veían. Si nos contamos nuestras vidas, habrá preguntas…
–Claro que habrá preguntas. Quieren saber qué ha sido de ti durante todos estos años.
Nikolai se quedó un momento en silencio y se rellenó el vaso. No le importaba que sus amigos le preguntaran sobre los años que no se habían visto, le preocupaba que le preguntaran por qué se había marchado del orfanato. Intentó encontrar la mejor manera de explicar las cosas mientras seguía hablando.
–Por el momento, tampoco podemos contarnos nada; Sev está de luna de miel y Daniil está muy ocupado con el bebé…
Vio que ella fruncía ligeramente el ceño.
–¿Quieres recuperar el contacto? –le preguntó Rachel.
–En parte, sí –reconoció Nikolai antes de tomar aliento–. También creo que se lo debo a Sev. Yo no sabía, hasta ayer, que él creía que me había suicidado. Sev querrá saber por qué me escapé.
Ella dio un sorbo de vodka, pero no pudo tragarlo cuando él siguió hablando.
–Un profesor… abusaba de mí.
Rachel consiguió tragar el líquido y notó que le abrasaba el pecho, pero no por el vodka. Podía notar que él la miraba fijamente, pero no podía mirarlo a los ojos. No se sentía tan incómoda por lo que le había pasado a Nikolai, sino por lo que le había pasado a ella.
Él había hecho algo al respecto. El hombre que tenía delante había tenido las agallas de escaparse, mientras que ella se había quedado tumbada y había fingido que estaba dormida. A pesar de la gente que había alrededor, y de que Nikolai estaba enfrente, le pareció que estaba reviviéndolo; el ruido del novio de su madre que abría la puerta… Él había despertado un recuerdo emocional esa mañana al dejarla sola en la oscuridad y cerrar la puerta, al utilizarla y desecharla. No, era algo de lo que no hablaría jamás. Aunque le gustaría ser tan sincera como él, poder decir la verdad, decirle que lo entendía.
–Abusaba sexualmente –le aclaró Nikolai.
Ella notó unas gotas de sudor en el labio superior. Había demasiada gente alrededor para hablar de eso.
–No hace falta que… me cuentes… eso.
Ella lo dijo con la voz entrecortada y un destello en los ojos. No quería que siguiera con ese tema, un tema que se arrepentía de haber sacado. ¿Le decía que, además, ya lo sabía, que sus amigos ya lo habían averiguado? No, no era quién. Por su parte, no podía imaginarse nada peor que los demás lo supieran. Sería como si leyeran su diario en voz alta.
–Solo estoy diciéndote por qué me escapé.
–Lo entiendo.
–Además, no quería que te lo contara otra persona…
–Lo entiendo, ¿de acuerdo?
Volvió el camarero con la carta de postres y Rachel, en vez de mirarlo a él, la leyó. Intentó volver a ser natural, a ponerse la máscara otra vez, pero era como si se le hubiese caído al suelo. Entonces, se acordó de algo.
–Te olvidaste esto.
Ella rebuscó en el bolso, sacó las gafas de sol y las dejó encima de la mesa.
–Gracias.
Él podía notar que estaba incómoda. Pudo advertir su desconcierto cuando se llevó una mano al pelo y giró un rizo.
–El helado de regaliz tiene buena pinta –comentó ella mientras veía su mirada sombría.
–¿En serio? –preguntó él con frialdad.
–La verdad es que no tengo nada de hambre, creo que voy a saltarme el postre.
Preferiría estar en cualquier sitio menos en ese teniendo esa conversación, y fue a sacar la cartera del bolso.
–No te preocupes –dijo Nikolai.
–Déjame que al menos pague la mitad.
–No hace falta.
Ella, sin embargo, vio que él no sacaba la cartera ni pedía la cuenta. Cuando se levantó, se sintió algo mareada y buscó al camarero para pagar.
–La cuenta…
–No te preocupes –repitió él–. Este sitio es mío.
Había dejado de disimular y también había terminado con Rachel. Se había preparado para que le hiciera preguntas incómodas y bochornosas, pero le dolía que lo hubiese desdeñado, que se hubiese limitado a leer la carta de postres. Le dolía de verdad.
Un momento después, estaban en la calle y ella parpadeaba por la luz.
–Nikolai…
Había llevado fatal esa situación. Seguía roja, su corazón seguía acelerado por ese breve regreso a su adolescencia.
–¿Podríamos…?
Ella volvió a intentarlo, pero sabía que era demasiado tarde para volver a encauzar las cosas. Nikolai ya había parado un taxi y no era para compartirlo. Él le abrió la puerta y le dio unos billetes al taxista.
–Puedo pagarme el taxi.
–Yo te he traído aquí y yo te devuelvo a tu casa –replicó él.