30. ¿UNA POSTERIDAD BIBLICA?
La experiencia espiritual de Akenatón y los textos de la época amarniana suscitaron más de una vez el asombro de los científicos cristianos que estudiaron el periodo. ¿Cabe pensar que, en cierto sentido, la fe de Akenatón fue una prefiguración del futuro cristianismo, una visión 1 tan profunda de la unicidad divina que se tradujo forzosamente en el monoteísmo?
Atón, en efecto, se presenta como una esencia puramente espiritual, que engendra la vida. Daniel-Rops, impresionado ante la amplitud de tal concepción, termina por formular esta pregunta: «¿Se trata de la divinidad tal como nosotros creemos conocerla? ¿Se trata de Dios?».
Si se considera que las religiones antiguas, y más particularmente las de Oriente Próximo, no hacían más que preparar inconscientemente la venida de Cristo, no puede negarse que el dios de Akenatón presenta extrañas semejanzas con el Dios de los primeros cristianos. Pero esta posición se basa únicamente en una creencia evolucionista, que yo no comparto.
Examinemos, pues, el caso desde otras perspectivas.
Tal vez la experiencia atoniana ejerció su influencia, a distancia, sobre el cristianismo naciente. En este caso, habría que suponer una transmisión de ideas y de símbolos, lo cual es perfectamente plausible.
Un papiro de Oxirrinco registra estas palabras de Cristo:
¿Preguntáis quiénes son los que nos conducen al Reino? ¿Preguntáis si el Reino está en los cielos? Las aves del aire, y todas las bestias que hay bajo tierra y sobre tierra, y los peces del mar, son ellos los que os conducen, y el Reino de los cielos está en vosotros.
Extraño eco de los textos amarnianos, a decir verdad.
En sus palabras, Cristo no cede a un naturalismo sentimental, sino que enseña a sus discípulos que los secretos de la divinidad están insertos en la naturaleza. Observándola, comulgando con ella, el hombre descubre que el secreto de la vida se halla oculto en su propio corazón. Toda la enseñanza de Akenatón converge hacia esa toma de conciencia.
Se podrían citar otros textos cristianos inspirados, más o menos directamente, por el pensamiento de Akenatón. Recordemos, por ejemplo, el más célebre de ellos, el salmo 104. Algunas de sus partes son incluso traducciones del gran himno de Atón. Al principio de su obra, el salmista pide a Yahvé que le bendiga «vestido de fasto y de esplendor, envuelto en luz como en un manto».[36] Ese Dios resplandeciente toma a los vientos como mensajeros, instala a la tierra sobre sus bases y la hace inquebrantable. Él establece la armonía en el universo, como un gran dios creador del Egipto antiguo. Yahvé, como Atón, impone límites precisos a su obra, a fin de que las fuerzas naturales sean las componentes de una obra maestra de belleza y rigor.
El salmista compone después estos versos, que no sorprenderán a los lectores que conocen ya el gran himno de Atón:
Haces brotar las fuentes en los barrancos.
Las aguas avanzan en medio de las montañas,
abrevan todas las bestias del campo,
los onagros calman en ella su sed,
el ave de los cielos se posa junto a ellas, bajo el follaje, eleva su voz.
Desde tus altas cámaras, abrevas las montañas.
La tierra se sacia con el fruto de tus obras.
Tú haces crecer la hierba para el ganado,
y las plantas para el uso de los humanos. (…)
(…)
El [Yahvé] hizo la luna para marcar los tiempos,
el sol conoce su poniente.
Tú traes la tiniebla, y es la noche,
todos los animales de los bosques se agitan,
los cachorros del león rugen tras la presa
y reclaman a Dios su comida.
Cuando sale el sol, se retiran
y van a acostarse en sus guaridas;
el hombre sale para la labor,
a hacer su trabajo hasta el ocaso.
¡Cuán numerosas son tus obras, Yahvé!
Todas las hiciste con sabiduría,
la tierra está llena de tu riqueza…
(…)
Si ocultas tu rostro, se espantan,
si apartas tu aliento, expiran,
a su polvo retornan.
Si envías tu aliento, son creados,
tú renuevas la faz de la tierra.
El autor de este salmo conocía muy bien la espiritualidad amarniana y juzgó su ideal digno de ser registrado en un texto a la gloria de Yahvé. Así, a través de la Biblia, el pensamiento de Akenatón se convirtió en inmortal.
Se sabe con certeza que los escribas hebreos, tradujeron numerosos textos egipcios, especialmente las «sabidurías», conservando con frecuencia su fondo religioso.
¿Quién no conoce en sus grandes líneas la historia de Moisés, el prodigioso conductor de hombres que, a los ochenta años, osó enfrentarse a un faraón que reducía a la esclavitud a sus hermanos hebreos? El conflicto entre el líder de los hijos de Israel y el rey de Egipto, en el que intervinieron un gran número de actos de magia, terminó con el éxodo que permitió a los judíos salir de Egipto y partir en busca de la Tierra prometida. Moisés consiguió convencer a los hebreos, cuya condición social no era tan mala como afirma el polémico texto de la Biblia, para que se convirtiesen de nuevo en nómadas.
Moisés tuvo que emplear toda su autoridad para persuadir a sus hermanos de raza de que debían abandonar las «Dos Tierras» y lanzarse a la aventura. Por lo demás, sufrió muchas decepciones, agravadas por el hecho de que algunos proscritos y personajes dudosos vinieron a mezclarse con el clan hebreo.
¿Cuándo se produjeron estos acontecimientos? Después de haber vacilado durante mucho tiempo, se admite generalmente hoy en día que el éxodo tuvo lugar hacia el año 1220 a. de C., es decir, durante el reinado de Merneptah, hijo y sucesor de Ramsés II. La única posibilidad que resta sería situar el éxodo en 1290 a. de C. Cualquiera que sea la solución, está claro que Moisés llevó a cabo sus hazañas en el Egipto de los ramesidas, los «liquidadores» de la experiencia atoniana.
Ahora bien, toda una tradición compara a Moisés con Akenatón, como si el primero hubiese recogido elementos de la herencia espiritual del segundo.
Moisés, dice la Biblia, poseía toda la sabiduría de los egipcios, una sabiduría nada de despreciar, puesto que concernía a los misterios del cielo y de la tierra, las leyes de la creación, las ciencias sagradas enseñadas en el secreto de los templos. Moisés, cuyo nombre es egipcio, fue probablemente educado en la corte de Egipto. Según la leyenda, una princesa le salvó de las aguas y le adoptó legalmente. Hay que señalar, además, que, en el simbolismo egipcio, el «salvado de las aguas» es aquel que alcanza la inmortalidad.
Reivindicado por la tradición judía como el profeta que despertó la conciencia de los hebreos. Moisés es también, de acuerdo con la tradición faraónica, un sabio tributario de la ciencia egipcia. Dos papiros ramesidas hacen alusión a un extraño personaje, llamado Mosé. Muy influyente, tenía derecho a castigar a los funcionarios que cometían faltas y, detalle increíble, podía incluso destituir a un visir. Si Moisés y Mosé fueron el mismo hombre, podríamos preguntarnos si no hubo un faraón que tuvo como brazo derecho al futuro héroe del Éxodo.
Otro relato, en el que es difícil separar el folklore de la historia, revela que Moisés participó en una expedición victoriosa contra los etíopes. Fue él quien dominó la rebelión, y los informes elogiosos sobre él le valieron grandes honores. Este éxito se transformó en triunfo cuando el faraón decidió asociarse al poder, nombrándole corregente.
La tradición esotérica judía parece confirmar estos datos, por lo menos dentro del mundo simbólico. En efecto, según ella, Moisés fue a veces considerado al mismo tiempo como un dios y como un rey, en otras palabras, como un auténtico faraón. «Cuando Dios le hizo rey, Moisés recibió un nombre sagrado. Fue coronado de luz y se revistió con una túnica de claridad. Instalado en un trono celeste, se convirtió en depositario de un cetro de fuego divino.» Convengamos en que no se puede evocar mejor el coronamiento simbólico de un faraón.
De todo esto hay que retener que Moisés, jefe guerrero y conductor de pueblos, debe mucho a la civilización y al pensamiento del Egipto antiguo. Íntimo de los grandes del reino, conocía desde el interior el gobierno de Egipto y supo servirse de sus competencias y de su influencia para sacar a los hebreos de Egipto.
¿Qué puntos comunes se han observado entre Akenatón y Moisés?
En primer lugar, ser el instigador de una revolución social. Ahora bien, como hemos visto, la calificación es inexacta en el caso de Akenatón.
En segundo lugar, tener un contacto directo con Dios. Dios habló directamente a Moisés, con toda claridad. Como señala el Deuteronomio: «No se ha alzado en Israel otro profeta como Moisés, que Dios había elegido con amor, cara a cara». El dios Atón había concedido los mismos privilegios a Akenatón. El faraón recibió una revelación directa, a partir de la cual edificó su religión.
Moisés, príncipe de los profetas, enseña personalmente la palabra que ha recibido de Dios. Verdadero maestro espiritual, comparte primero la revelación con el gran sacerdote, luego con sus dos hijos y, por fin, con los ancianos. Tras lo cual, se dirige al pueblo para comunicarle la sabiduría. Ahora bien, hemos visto la gran importancia que Akenatón concede a su papel de maestro espiritual, dedicando una gran parte de su tiempo a educar personalmente a su entorno.
Las relaciones con la divinidad son las mismas para Akenatón y Moisés, y ambos tienen la misma manera de ofrecer a los demás la revelación que se les ha comunicado.
Sin embargo, la comparación es artificial, ya que todo faraón, al estar en contacto directo con la potencia divina a la que representa en la tierra, es también un maestro espiritual para todo Egipto.
Se ha querido asimismo encontrar analogías entre Moisés y Akenatón en cuanto al fondo de su doctrina. Dios habló a Moisés para que propagase por el mundo una verdad precisa: «Yo soy el Dios único, me muestro a ti en mi esplendor único».
Para André Neher, la aventura de Moisés consiste en el «conocimiento de un Dios distinto a todos los demás, de un Dios único, Creador y Posesor de la tierra y del cielo, cuya voluntad manifiesta se confunde con un ideal de justicia y rectitud». Neher, que detesta la civilización egipcia, se ve, no obstante, obligado a admitir que la vida de Akenatón es una «búsqueda apasionada de unidad, unidad del bien y de lo verdadero, unidad de las fuerzas contrariantes de la naturaleza en el solo disco solar, unidad de la vida y de la muerte en el poder creador de ese disco». Pero toda esta teoría se basa en el supuesto de una creación del monoteísmo por Akenatón. Y como hemos visto, eso es un error. El concepto de un Dios único radicalizado por los hebreos, existía ya en el pensamiento egipcio desde sus orígenes.
Dios dijo a Moisés: «Yo soy el Dios de todos los pueblos, pero sólo me alío con Israel, para que Israel me alíe con todos los pueblos». Se ha querido ver en ello una prolongación del gran proyecto universalista de Akenatón. ¿Acaso Atón no debía «aliarse» también con todos los Pueblos? ¿No resucitó Moisés, heraldo del Dios hebreo, el mismo ideal sobre otras bases religiosas? Hay que responder negativamente. Como hemos visto, Akenatón no desarrolló ningún proyecto de tipo universalista, puesto que no había ninguna nación a la que convertir.
¿Se inspiró Moisés en el personaje de Akenatón y en sus enseñanzas? Nada lo demuestra, aunque está claro hoy en día que los orígenes del cristianismo resultan incomprensibles sin hacer referencia a la espiritualidad egipcia.[37]