4. LAS PREMISAS DEL CULTO DE ATÓN Y LA EDUCACIÓN DE UN REY

El mundo de lo sagrado es la base de la civilización egipcia. Las formas de expresión adoptadas para dar cuenta del mismo son, pues, esenciales. Cada faraón, en el curso de su reinado, elige un «programa» sagrado, que insiste sobre uno u otro aspecto de lo divino.

El dios Atón constituirá el centro del pensamiento de Akenatón, que descubrió su existencia durante su educación en el palacio. ¿Fue Atón una «invención» de la época de Amenofis III o se hallaba ya presente en el panteón tradicional?

El faraón Amenofis II, cuyo reinado se inició a mediados del siglo XV antes de Cristo y duró alrededor de veinticinco años, nació en Menfis, la ciudad sagrada del dios Ptah. En su protocolo, añadió el título de «Dios regente de Heliópolis», expresando así su interés por la antigua capital de Egipto. Heliópolis era sobre todo el centro teológico más antiguo del país, donde había tomado cuerpo por primera vez la sabiduría egipcia.

Sensible a esta tradición primordial, Amenofis II decidió infundirle un nuevo esplendor. En consecuencia, puso en explotación las canteras de Tura y emprendió la construcción de nuevos monumentos en Menfis y Heliópolis. Con esto esperaba equilibrar la omnipotencia de Amón y sus adoradores. Por lo demás, para Amenofis II, el señor de los dioses no es Amón, sino una «ternaridad» divina llamada Amón-Ra-Atum. Y es ese dios único en tres personas «quien pone en el corazón del rey la idea de actuar de tal modo que Egipto le sirva».

En un gran himno a Amón, se evoca al dios como aquel que ha creado la humanidad, los animales, el árbol de la vida y los pastos que alimentan al ganado. Esta vinculación entre el principio creador y la naturaleza reaparecerá en los himnos a Atón, que se apropia así, por lo tanto, de ciertas características de Amón.

Tutmés IV, el sucesor de Amenofis II, vivió en el desierto una aventura asombrosa. Al final de un día de caza, se adormeció junto a la esfinge, la cual, en un sueño profético, le prometió favorecer su acceso a la realeza si la liberaba de las arenas del desierto. Tutmés obedeció sus instrucciones y, en consecuencia, no fue entronizado por el dios Amón, sino por la esfinge, íntimamente relacionada con la religión de Heliópolis.

Al elegir el nombre de «Aquél que purifica Heliópolis y regocija a Ra», Tutmés IV toma sus distancias con respecto a los sacerdotes de Amón. Su ideal religioso no se reduce al plano teórico, puesto que se concreta en medidas administrativas. El gran sacerdote de Amón deja de disponer del poder supremo sobre el conjunto de los cleros de Egipto y de ocupar la función de visir. Sin embargo, en los textos oficiales, Tutmés IV reconoce que es Amón quien concede las victorias militares e incremento la gloria del país.

Los ejemplos de Amenofis II y Tutmés IV demuestran que existía ya, antes del reinado de Akenatón, una tendencia que consistía en equilibrar los diversos cultos egipcios y en no conceder la supremacía absoluta a los ricos sacerdotes de Tebas. Amenofis III precipitó esta revolución, sobre todo en el campo de las ideas religiosas, insistiendo en la importancia del dios Atum, el primer creador, y en la riqueza simbólica del culto solar.

Un clima intelectual semejante era propicio a las mutaciones más variadas. Pero ¿por qué eligió Akenatón al dios Atón para ser, en cierto modo, el portavoz de un Egipto nuevo?

Atón no es una divinidad inédita en la religión egipcia. Desde la época de Tutmés I, se le considera como una potencia creadora, que no se reduce a la forma exterior del sol. Cuando el faraón muere, su alma inmortal se eleva hacia el cielo y se une al disco solar, el Atón, para resplandecer eternamente. Subió al cielo —dice un texto a propósito del faraón Amenemhet I— y se unió al Disco, el cuerpo de Dios en comunión con Aquél que lo crea.

Poco a poco, se empieza a concebir a Atón como el cuerpo de Ra. Rejmire, «El que conoce como el sol», compara incluso a su rey, Amenofis III, con el dios Atón «en el momento en que se revela a sí mismo». Al hacerse inseparable de la persona del faraón, Atón disfruta forzosamente de una gloria cada vez más dilatada.

Ya durante el reinado de Tutmés IV se rinde culto a Atón. En la época de Amenofis III, se conoce a un hombre que es «Intendente de la morada de Atón» y se sabe que se honra al dios incluso en el interior del recinto de Tebas. En Heliópolis y Menfis existen cleros de Atón, que reactualizan progresivamente los elementos de la antigua religión cósmica.

Está claro que Akenatón tomó del antiguo fondo egipcio la arquitectura y los símbolos de su reforma religiosa. Tutmés IV y Amenofis III, respectivamente abuelo y padre de Akenatón, tuvieron con el sol divino una relación más estrecha que los faraones precedentes. El primero, en un escarabajo conmemorativo, designa al disco solar como aquel que le ha dado la victoria en el combate: los príncipes de Naharina, portando sus presentes, miran al rey cuando sale de su palacio, escuchan su voz como la del hijo de Nut [el cielo]. Lleva el arco en la mano, como heredero de Chu [el aire luminoso]. Si se despliega para combatir teniendo a Atón ante él, destruye las montañas, aplastando con sus pies los países extranjeros (traducción de Doresse). La poesía cortesana se refiere al rey como «El disco en su región de luz». El palacio real es la «Morada del disco». Amenofis III recibe el nombre de «Él es el disco deslumbrante». El nombre de Atón entra en los epítetos aplicados a una compañía del ejército y a la barca real.

Una multitud de indicios convergen en el mismo sentido: el dios Atón afirma su presencia en el pensamiento religioso ya en la época de Amenofis III.

Años de formación

¿El futuro Akenatón se educó en Menfis, al menos en parte, como otros muchos hijos del rey? Ningún documento lo precisa. Probablemente estuvo allí, puesto que la gran ciudad, bautizada con el nombre de «Balanza de las Dos Tierras», continuaba siendo uno de los mayores polos económicos y religiosos. Heliópolis, la ciudad santa del dios sol desde los tiempos más antiguos, no distaba mucho de Menfis.

Ra, Horus de la Región de Luz (Horajti), Chu, Atón… Otros tantos dioses solares que formaban parte del paisaje intelectual del joven príncipe, otras tantas formas metafísicas que atrajeron su atención más allá del culto oficial de Amón, dios del Imperio y amo de Karnak.

Un palacio como el de Malgatta significó por sí solo una enseñanza para el adolescente. Allí descubrió lo sagrado en la naturaleza y en las representaciones creadas por los artistas. El camino hacia Dios estaba allí, ante sus ojos, en las paredes donde pintores geniales habían sabido dar vida, en aquello que tienen de eterno, a la fauna y la flora.

El muchacho estudió los textos sagrados de la tradición egipcia, tan rica en experiencias espirituales. Como todo futuro rey, estaba obligado a adquirir un buen conocimiento de los jeroglíficos, tras haber sido iniciado en las ciencias sagradas. Según la ley de Maat, un faraón debía ser a la vez un científico y un sabio.

Un personaje fuera de lo común parece haber ejercido una gran influencia sobre la educación de Akenatón. Se trata de Amenhotep, hijo de Hapu. Científico prodigioso, que fue divinizado después de una larga y extraordinaria carrera al servicio de Egipto, era un arquitecto genial y un administrador de gran envergadura y gozaba de toda la confianza de Amenofis III. El rey honró a su amigo de manera poco corriente, concediéndole la autorización para construir su propio templo.

Jefe a la vez del ejército y de los escribas, Amenhotep, hijo de Hapu, se presentaba sobre todo como «Director de todos los trabajos del rey». A la cabeza de los maestros de obras, estaba considerado como un verdadero heraldo de la divinidad, como ser capaz de percibir y aplicar los designios del Creador. Por eso, de acuerdo con sus inmensas virtudes, alcanzó la edad sagrada de ciento diez años, que la tradición egipcia atribuía a los sabios.

Amenhotep, hijo de Hapu, era el símbolo viviente del ser realizado, en el que se unían la espiritualidad más viva y la potencia de la acción creadora. ¿Qué dicha para el joven príncipe conversar con este sabio entre los sabios, que conocía tan bien el corazón de la piedra como el del hombre? Durante largas veladas, en el silencio perfumado de los jardines de palacio, el futuro rey y el maestro arquitecto hablaron de lo sagrado, evocando a Hator, la vaca celeste, Anubis, el chacal que purifica el mundo, Horus, la luz de los orígenes…, todos ellos dioses que hacen referencia al único, la fuerza creadora que, a cada instante, recrea el universo y toma los mil rostros de los dioses. Amenhotep, hijo de Hapu, enseñó al hijo del rey que debía construir su vida como se edifica un templo.

El futuro Akenatón se benefició también de la enseñanza de otros preceptores, puesto que la corte de Amenofis III abundaba en seres de gran valía. Nos basta como prueba uno de los más bellos textos del periodo preamarniano, el himno compuesto por los hermanos arquitectos Suti y Hor, que, por un curioso azar, llevan los nombres de los dos dioses hermanos más célebres de la mitología egipcia. Suti y Hor estaban encargados de dirigir las construcciones de Amón, desempeñando así uno de los más altos cargos del Estado. Ahora bien, su estela funeraria ofrece un texto que, en contra de lo que se podría esperar, no exalta al dios Amón tal como lo concebían los tebanos, sino a un curioso Amón solar, muy próximo al dios de Akenatón. Veamos algunos pasajes, a los que el futuro rey fue sin la menor duda muy sensible:

Saludar a Amón cuando se alza, en tanto que Horus, del horizonte oriental por el jefe de los trabajos, Suti, y por el jefe de los trabajos, Hor,[7] homenaje a ti que eres el Ra perfecto de cada día… El oro puro no es comparable a tu esplendor Cantero que se ha tallado a sí mismo, fundiste tu propio cuerpo, oh, escultor que no ha sido nunca esculpido… Todos los ojos ven gracias a ti y dejan de ver cuando tu majestad se pone. Tú pones a los seres en movimiento, tus rayos crean la mañana, abren los ojos que se despiertan… Señor único, que alcanza cada día el extremo de las tierras… (Traducción de A. Varille).

El disco solar se define como «aquel que crea a todos», con lo que quiere un estatuto de demiurgo. Recordemos, sin embargo, que Suti y Hor son servidores de Amón. Por lo tanto, oponer de manera radical la religión tradicional de Amón y la religión innovadora de Atón supondría un error total de perspectiva.

Amenofis III y Atón

Todos los indicios tienden a demostrar la existencia de un entendimiento perfecto entre Amenofis III y su hijo. Armonía psicológica y afectiva, sin duda, pero también coincidencia de puntos de vista en cuanto a la dirección de los asuntos del Estado. En cierto modo, Amenofis III pone las bases de la política que seguirá su hijo, permitiendo sobre todo que Atón y el antiguo culto solar se afirmen oficialmente con mayor vigor.

En ciertas ocasiones, Amenofis III se aleja de Tebas y de Amón, por ejemplo para una de las ceremonias más señaladas en la vida de un faraón, su «fiesta del sed», consistente en una serie de ritos que se desarrollan durante varios días y que están destinados a regenerar el poder mágico del rey, agostado por varios años de gobierno. Todas las divinidades de Egipto se reúnen para participar en esta resurrección del ser del faraón.

Amenofis III elige la muy lejana Soleb, en el Sudán, como marco para las festividades. Su primer arquitecto, Amenhotep, hijo de Hapu, erige allí un templo admirable, comparable al de Luxor. Lo consagra a la pareja real y a la regeneración mágica del rey.

Recordemos que el palacio del rey de Egipto, en la orilla izquierda de Tebas, está dedicado a Atón. Akenatón conservará el mismo nombre —«la casa de Faraón es esplendor de Atón»— para su residencia de la ciudad del sol. El nombre es algo esencial para un egipcio, ya que define la naturaleza profunda del ser o de la cosa que designa. Dicho de otro modo, Amenofis III pone su vida cotidiana bajo la protección del dios Atón y le manifiesta la devoción de la familia real.

Por último, ¿cómo no recordar una escena encantadora, con un trasfondo religioso evidente? Amenofis III había hecho construir un lago de recreo cerca del palacio que acabamos de evocar. Fue inaugurado durante la «Fiesta de apertura de los estanques». El rey y la reina Tiyi montaron con tal ocasión en una espléndida barca, que fue la primera en cruzar el lago. Y el nombre de esa barca era, como hemos dicho, Esplendor de Atón, o Atón es resplandeciente. El texto egipcio lo canta así:

Su Majestad ordenó que se excavase un lago para la gran esposa real Tiyi —que su vida sea preservada en su dominio de «Aquél que expulsa la noche»—. Su longitud era de tres mil setecientos codos, su anchura de setecientos codos.

En el decimosexto día del tercer mes, Su Majestad celebró la fiesta de la apertura del lago, Su Majestad se paseó por él, en la barca real «Atón brilla».

Así, mediante pinceladas sucesivas, Amenofis III aporta modificaciones cada vez más importantes a la mentalidad religiosa de su tiempo. La luz del dios Atón empieza a manifestarse.