22. LOS HOMBRES DEL FARAON

Para reformar la religión, crear un arte, construir una capital, Akenatón, como cualquier otro faraón, tuvo que rodearse de un grupo de consejeros, amigos y altos signatarios. Por lo tanto, los investigadores imaginaron que había procedido a una intensa «caza de brujas», con objeto de eliminar a los adversarios y rebeldes y reemplazarlos por discípulos fieles, que pasasen el día incensándole.

La documentación, que ha conservado el nombre de algunos de los grandes signatarios de Akenatón, permite entrever la verdad. El rey no tenía el poder de trastocar, con un toque de varita mágica, la administración egipcia. Cualesquiera que fuesen sus intenciones, necesitaba tiempo para modificar las estructuras sin paralizar el país, sin impedir que las oficinas funcionasen, que los escribas comprobasen la buena circulación de los géneros, etc. La economía de la época amarniana no se distingue de la llevada en etapas anteriores. Akenatón no provocó ninguna revolución. En ciertos casos, dejó a los funcionarios en los puestos que ocupaban.

Hubo personalidades tebanas que conservaron su rango durante el reinado de Akenatón. Entre ellas, hay que citar a lpy, el gobernador de la ciudad de Menfis, cuyas prerrogativas fueron mantenidas; a Bek, el jefe de los escultores de Al-Amarna, que era hijo de Men, jefe de los escultores de Amenofis III; al visir Ramosis, que actuó como un verdadero «lazo» entre el Egipto tradicional y el Egipto de Akenatón. Numerosos hijos de funcionarios heredaron y desempeñaron legalmente los cargos de sus padres, ya fuese en las grandes ciudades del país, ya fuese en la nueva capital.

Uno de los casos más interesantes es el del maestro escultor Bek, que acabamos de citar. Su padre había trabajado en la ciudad santa de Heliópolis, sin duda en el templo del dios Ra. El rey Amenofis III reconoció sus méritos y más tarde hizo lo mismo con su hijo. Según una inscripción de Asuán, sabemos que Bek fue uno de los discípulos directos de Akenatón. El faraón le transmitió una enseñanza, concediéndole audiencias privadas para revelarle los misterios de la luz de Atón. Nombrado jefe de los escultores y jefe de los trabajos, Bek fue sin la menor duda uno de los creadores del estilo amarniano y uno de los autores de ciertas obras de arte que todavía nos está permitido contemplar.

Situado a la cabeza del principal taller de la capital, dirigía un grupo de artesanos elegidos, que trabajaban siguiendo las órdenes procedentes de palacio. Arquitectura, pintura, escultura no quedaban abandonadas a la fantasía individual, sino que respondían a un «programa» simbólico y teológico preciso. Se consideraba el papel de esos hombres como esencial. El nombre del escultor, en jeroglífico, significa «Aquél que hace vivir». Al inscribir, mediante la mano, el espíritu en la materia, el artesano revela el secreto mismo de la vida. Por eso, en todas las épocas, el maestro de obras del faraón fue uno de los personajes más grandes del Estado.

Se conserva una curiosa representación de Bek en una estela que se encuentra ahora en el Museo de Berlín. El monumento, en que el escultor aparece en compañía de su esposa, Ta-heret, está dedicado a «Horajti, Atón viviente». Bek tiene un enorme vientre unos pechos colgantes. También el cuerpo de su mujer está deformado y se caracteriza por unas caderas muy pesadas. En otras palabras, los personajes han sido representados conforme a los criterios del arte oficial más exagerado. Tanto el uno como el otro derivan de las imágenes del faraón padre y madre, tal como lo conocemos a través de los colosos de Karnak.

En el complicado universo de la alta administración egipcia, los dos visires tenían en sus manos, después del rey, las principales palancas del poder. En tiempos de Amenofis III, el visir del sur, Ramosis, había ocupado su puesto con un talento muy particular, destacando además como un pensador de una profundidad excepcional.

Su tumba tebana es un testigo capital de la transición entre la religión tebana, consagrada a Amón, y la religión atoniana. En efecto, una parte de las escenas está dedicada a expresar el genio propio de la época de Amenofis III, en el estilo tebano más puro. La otra es ya la expresión del reinado de Amenofis IV, como futuro Akenatón. El hecho es digno de mención. Demuestra, una vez más, que no se produjo ningún conflicto, que los dos reinados y las dos concepciones religiosas se sucedieron de manera armoniosa, que el plan ideado por el faraón se cumplió sin tropiezos.

Ninguna ruptura, por lo tanto, entre el período antiguo y el nuevo en lo que se refiere a la gestión de la economía faraónica. Ramosis fue confirmado en su puesto por Akenatón, que aumentó todavía más sus responsabilidades.

El visir conversaba a diario con el rey y le presentaba un informe detallado de sus actividades. Su deber exigía, según lo expresa un texto, que «todos los asuntos estén sanos y salvos». El visir no debía olvidar en ningún momento que llevaba un collar simbólico dedicado a la diosa del orden cósmico y de la armonía universal.

Ramosis fue secundado o reemplazado por otro visir, llamado Najt, que habitaba en uno de los barrios sur de Al-Amarna. Uno y otro fueron altos funcionarios discretos y competentes, que aseguraron el bienestar de los habitantes de la nueva capital.

Era imposible, claro está, exigir a todos los sacerdotes de los templos tebanos que abandonasen la ciudad del dios Amón para trasladarse a Aketatón. El faraón nunca quiso hacer de Tebas una ciudad muerta. Una parte del personal religioso y administrativo empleado por los grandes sacerdotes de Amón permaneció, pues, en el lugar, lo mismo que algunos funcionarios de la administración tebana.

Akenatón, como todo faraón, necesita colaboradores leales. Los encuentra entre sus amigos personales, o bien los elige entre personalidades a las que ofrece responsabilidades de acuerdo con sus competencias. Los textos amarnianos nos inclinan a pensar que Nefertiti y Akenatón escogieron personalmente a los que formarían parte de su entorno y ocuparían los puestos clave en Aketatón. Conocemos el nombre y la función de algunos de esos hombres.

Meri-Ra, ya citado, era «Gran Sacerdote de Atón», encargado de velar por el buen desarrollo de las ceremonias en el gran templo. Hatiay, intendente de los trabajos del rey y arquitecto, no oculta su buena fortuna. Enriquecido gracias al ejercicio de su cargo, se hace construir una suntuosa vivienda, que no deja de embellecer. Hatiay está tan orgulloso de su casa que hace tapiar una antigua entrada, lo que obliga a los visitantes a dar un rodeo para entrar en ella. Así admiran al pasar el refinado jardín y la capilla de lo que es un verdadero palacete.

En cambio, el maestro de obras Maa-Najt-Tutef habita una casa modesta en el centro de la ciudad. Al célebre escultor Tutmosis le agradaba más la comodidad. Fue en una de las habitaciones de su taller donde se encontró la extraordinaria cabeza pintada de Nefertiti.

Ahmosis, el portador del sello real, escriba, grande entre los grandes, primero de los cortesanos, recibe a diario muestras del amor del rey. Parennefer es el copero de Su Majestad. Debe tener las manos puras. Ranefer se encarga de una tarea delicada: es el conductor del carro real y tiene que ocuparse de los caballos. El médico de la corte se llama Pentu. Recibe el calificativo de «Primer servidor del disco». Maya, general del ejército, llena sus oídos con la verdad que sale de la boca del rey cuando está en su presencia. Declara formar parte de aquellos a los que el faraón ha «hecho grandes» a causa de sus cualidades y de su eficacia.

Muchos de los signatarios de Al-Amarna son, pues, hombres nuevos, que deben su fortuna y su carrera a Akenatón. Uno de ellos tiene incluso un nombre revelador, ya que se llama «Akenatón me ha creado». Por lo demás, el rey define a sus fieles como «Aquéllos a los que ha hecho llegar», y los propietarios de las tumbas no vacilan en proclamar que el rey es «Dios constructor de hombres, creando a grandes y pequeños».

Akenatón aparta del poder central a antiguos dirigentes y organiza su propia administración, ofreciendo puestos importantes a sus leales. Hasta el momento, nada capaz de sorprendernos.

Pero la declaración del mayordomo de la reina Tiyi, un cierto Huy, esclarece la situación de una manera muy particular, si es que ha sido correctamente interpretada. En efecto, según Huy, Akenatón eligió a sus «oficiales», no entre la casta de los nobles, como era la costumbre, sino entre las clases más bajas de la sociedad. Otro funcionario de Al-Amarna confirma esta revelación, explicando que debe su situación a una intervención directa del rey. Anteriormente, se debatía en la miseria. Por la voluntad de Akenatón, se ha convertido en un confidente cuyas opiniones se escuchan y en un hombre con riquezas apreciables. Casi ingenuamente, nos confiesa que su sorpresa ha sido total, ya que jamás hubiera supuesto que gozaría un día de tal acomodo. Un tercer personaje declara sin ambages que su padre y su madre carecían de todo y que él se hallaba prácticamente reducido a la condición de mendigo. Fue el rey Akenatón en persona quien le ofreció el alimento y le reconfortó. Después, le introdujo en el círculo de sus allegados y le elevó a un rango apreciable dentro de la administración.

Yo era un pobre hombre —explica—. El rey me construyó, me edificó. Carecía de bienes. Él me permitió tener servidores, poseer tierras, mezclarme con los grandes, a pesar de que mi origen era humilde. Todos estos testimonios se hallan resumidos en un texto que celebra así la bondad de Akenatón: Es un Nilo para la humanidad. Él la alimenta, es la Madre que da nacimiento al mundo. No existe la pobreza ni la necesidad para aquel que es amado por el rey.

Aldred no ve en todo esto más que adulaciones, declaraciones «diplomáticas», alabanzas interesadas. En su opinión, los «nuevos ricos» de Al-Amarna, que proclaman su agradecimiento y se felicitan por haber escapado de la miseria, no son otra cosa que cortesanos embusteros. Quieren suscitar en Akenatón un sentimiento de poder, hacerle creer que es el origen de su felicidad.

El alemán Kees, en cambio, piensa que hay que tomar en serio las confesiones de los nuevos dignatarios amarnianos. Para él, los modelos de escultores, gracias a los cuales se conoce el rostro de los habitantes de Al-Amarna, demuestran que la mayoría de ellos eran de origen modesto. Sus rasgos, con frecuencia bastante burdos, tienden a demostrar, según Kees, que la élite amarniana es muy diferente de la de Tebas.

Se advierte, por lo demás, el desarrollo de una lengua popular y el retroceso de la lengua clásica hablada en Tebas. En el lenguaje amarniano, entran numerosos neologismos asiáticos, huellas de la vida cosmopolita de la capital.

Otros detalles, como el confort relativo, pero apreciable, de las casas más modestas, nos inducen a suponer que Akenatón provocó una evolución que algunos intérpretes no vacilaron en calificar de socialismo anticipado. A mi entender, resulta difícil negar el hecho de que Akenatón ofreció poder y fortuna a gentes humildes y que modificó el modo de «reclutamiento» de los altos funcionarios del Imperio.

El argumento que presenta a Akenatón como un ingenuo sensible a las adulaciones más extremadas no parece serio. Semejante rasgo de carácter no corresponde apenas al personaje y, por lo demás, tenemos la prueba de que Akenatón era capaz de mostrarse muy severo y de que no se fiaba ciegamente de los hombres, aun en el caso de haberlos nombrado personalmente. Mai, canciller real, era también inspector de los rebaños y portaabanico a la derecha del rey. Tras haber ocupado cargos de cierta importancia de Heliópolis, obtuvo honores mucho más señalados en Al-Amarna, Akenatón le concedía su confianza. Sin embargo, un buen día, su carrera se vio bruscamente interrumpida por la voluntad del rey. Su nombre fue borrado de su tumba y se cubrió de yeso su imagen, para demostrar que Mai había dejado de existir.

Akenatón, como hemos visto, fue un maestro espiritual que no vacilaba en enseñar directamente su doctrina a aquellos que tenían ojos para ver y oídos para oír. Le gustaba ese contacto directo con sus súbditos, que le permitía, como dicen los textos, «crear un ser humano». Ése fue, por lo demás, el criterio principal que le guió al ofrecer responsabilidades: la aptitud de su interlocutor para percibir la realidad de la luz de Atón, no de manera mística, sino de un modo realista que le permitiese aplicar la enseñanza en las actividades más cotidianas. El rey prescindió de las condiciones de nacimiento o de la pertenencia a una casta, cosa que, en realidad, no suponía ninguna innovación. Ya durante el Antiguo Imperio, individuos de origen modesto podían acceder a las más altas funciones. El célebre lmhotep había sido fabricante de jarrones al principio de su carrera, antes de entrar al servicio del rey.

Tachar a todos los «hombres nuevos» de Akenatón de hipocresía carece de toda seriedad. No tenían necesidad de fingir adorar a Atón y venerar al rey, su representante en la tierra. Después de haberles oído y juzgado, Akenatón tomaba la decisión que deseaba. Sin duda se equivocó en ocasiones en cuanto a la competencia de sus nuevos dignatarios. A algunos de ellos les faltaba probablemente experiencia. Otros se regocijaron de su buena fortuna, olvidando un poco los deberes que la acompañaban. Podemos interrogarnos especialmente sobre el caso de un cierto Tutu, quizá de origen sirio, que fue intendente del Tesoro. Ciertos indicios hacen creer que el personaje no dio muestras de una honradez acrisolada y que su administración no fue de las más recomendables.

Presentar acusaciones más precisas es imposible. Rebuscar demasiado en la documentación para inclinarla en este sentido supondría una falsificación. Que el rey se rodeó de hombres nuevos es una realidad innegable. Pero su decisión no tiene nada de revolucionaria. Todos los faraones hicieron lo mismo. Que Akenatón permitiese a personas humildes conquistar la riqueza al servicio del Estado no es tampoco un acto inédito. Otros monarcas se habían comportado de igual modo en el pasado. Falta por saber si esa actitud fue sistemática u ocasional. La segunda solución me parece la correcta. La corte de Akenatón se presenta como una sabia dosificación entre antiguos funcionarios tebanos y personalidades «creadas» por el rey. Evolución social, es posible; revolución, de ninguna manera.

Hay otro punto que permanece oscuro. ¿Favoreció Akenatón la ascensión de extranjeros, ya fuesen sirios, babilonios o micénicos, dentro de la administración egipcia? ¿Estos últimos eran numerosos en Aketatón y representaron un papel que no fue exclusivamente comercial? La sociedad del Imperio Nuevo es más bien cosmopolita. Los egipcios viajan al extranjero, y los extranjeros viajan a Egipto. Los contactos económicos son frecuentes. Probablemente, la nueva capital del país no se cerró a las influencias exteriores. Por desgracia, es imposible precisar su naturaleza y su importancia.

El «Padre Divino» Ay y el general Horemheb

Dos personajes merecen una atención particular entre los hombres del faraón. Ay, que ostentaba el título teológico de «Padre Divino» o «Padre del Dios», era probablemente tío de Akenatón. Había ejercido ya funciones muy importantes en Tebas, en la corte de Amenofis III. Fue uno de los primeros en trasladarse a la nueva capital, donde no perdió nada de su influencia, sino todo lo contrario. Algunos no vacilaron en considerarle como el alto dignatario más importante del régimen. Se sabe con certeza que era uno de los íntimos de la pareja real. Una escena de su tumba le muestra desnudo, conversando libremente con Akenatón y Nefertiti.

Ducho en todas las astucias de la administración egipcia, sabiendo desbaratar sus trampas, Ay fue un hombre experimentado y particularmente valioso. Buen conocedor de la élite del país y habiendo resuelto un buen número de asuntos complicados, era el hombre de enlace ideal entre Tebas y la nueva capital. Sin duda por eso ocupó los puestos clave antes, durante y después del reinado de Akenatón, dando testimonio de una notable habilidad de maniobra y de un fino sentido de la diplomacia cortesana.

Ay reconoce que ha recibido una enseñanza espiritual directamente del rey. Las conversaciones entre el monarca y su principal servidor fueron numerosas. Ay obtuvo varios títulos y distinciones: favorito del dios perfecto, escriba real, portaabanico a la derecha del rey, comandante del cuerpo de carros, jefe de toda la caballería de Su Majestad. Según los textos de su tumba, gozaba de la confianza de todo el país. Favorecido a diario por Akenatón, figuraba como un dignatario muy competente a los ojos del rey. Por eso había sido situado a la cabeza de los altos funcionarios. Hombre de deber, escuchaba las órdenes del faraón y las ejecutaba. El rey le había adoptado. Él se mostraba perfectamente veraz y honrado ante el dueño de las Dos Tierras. Era el servidor del ka de Su Majestad y se regocijaba cuando le veía en el palacio. Jefe de los nobles, de los compañeros reales, de todos cuantos sirven al faraón, Ay conocía todo lo que alegraba al rey, que era un sabio y «conocía como Atón». El rey había visto a Maat, la regla de vida, en el cuerpo de Ay, que detestaba la mentira.

Ay pide al rey que le conceda un destino feliz, una edad avanzada, una sepultura perfecta en la tumba que le ha sido asignada por el soberano, en la montaña de Aketatón.

Las súplicas del servidor perfecto fueron escuchadas. Alcanzó efectivamente la vejez. En cuanto a su tumba, constituye uno de los testimonios esenciales de la religión atoniana. En efecto, en sus paredes fueron grabados textos fundamentales, «el gran himno a Atón», himnos a Atón y al rey, oraciones, etc. Se podría incluso pensar que la tumba de Ay constituye un verdadero santuario consagrado a la enseñanza directa de Akenatón.

Naturalmente, Ay fue recompensado con la entrega real de varios collares de oro, en presencia de una multitud admirativa. Ningún cortesano había sido honrado hasta entonces de semejante manera. Pero los favores materiales que recibió tan hábil personaje no deben enmascarar su papel religioso. Ay no era exclusivamente un administrador. Un texto de su tumba expresa votos propios de un fiel de Atón. Ay pide al rey: Permíteme besar la tierra sagrada, presentarme ante ti con ofrendas para Atón, tu padre, en tanto que dones de tu ka. Permite que mi ka permanezca y se desarrolle para mí… Que mi nombre sea pronunciado en el lugar sagrado por tu voluntad, puesto que soy tu favorito que sigue tu ka, que pueda ser favorecido por ti cuando haya llegado a la vejez.

Ay aspira a la sabiduría, no al poder personal. La referencia constante al ka permite comprender que un dignatario del reino, por muy alto que esté situado, debe preocuparse por la energía creadora, de la que todo depende. Por ello Ay ha seguido al ka del rey en la tierra. Dicho de otro modo, ha captado el aspecto sagrado de la energía vital. Si el faraón permite a un hombre alcanzar el lugar sagrado, es porque sus palabras, pronunciadas en la tierra, han sido veraces. Ante la vida eterna, sólo cuenta la autenticidad.

También el célebre general Horemheb perteneció a esta estirpe de grandes dignatarios profundamente apegados a su función y deseosos de llenarla con dignidad y eficacia. El cine ha maltratado de manera particular al general Horemheb, transformándole en un soldadote borracho y brutal. Resulta difícil deformar más radicalmente la realidad… En efecto, el título de «general» no debe inducirnos a error. Horemheb era ante todo un escriba real y, por consiguiente, un letrado y un jurista apasionado por la legalidad. No era raro en Egipto que la dirección de los ejércitos fuese confiada a «civiles» cuyas competencias administrativas parecían adaptadas al manejo de las tropas y del material. Horemheb no fue el único responsable militar de Aketatón, pero probablemente supervisó el conjunto de los servicios que aseguraban el buen funcionamiento del ejército, el mantenimiento y el cuidado de los cuarteles.

Horemheb es un hombre de orden. Un documento difícil de interpretar parece indicar que fueron saqueadas algunas tumbas en Tebas. Bajo la dirección de Horemheb, capacitado para llevar a cabo operaciones policíacas, se acabó muy pronto con este tipo de delito.

Horemheb fue un fiel servidor de Akenatón. Durante el reinado de la pareja solar, el general se contentó con hacer su trabajo y obedecer las órdenes. No podía sospechar el destino que le esperaba y del que hablaremos más adelante.