29. DESAPARICIÓN DE UNA CAPITAL

En contra de lo que se ha escrito con frecuencia, la desaparición de Akenatón no fue seguida por un retorno a la ortodoxia. Y eso por una razón esencial, que es preciso dejar bien sentada: nunca existió una ortodoxia religiosa en el Egipto antiguo. Ninguna ciudad detenta un dogma absoluto. Ningún colegio de sacerdotes posee la verdad. La unicidad divina se formula por una multiplicidad de cultos y de templos que, todos juntos, reconstruyen la unidad.

Una vez que Akenatón y Nefertiti desaparecieron, la experiencia atoniana había finalizado. La nueva capital había cumplido ya su misión. La existencia en Tebas de un templo del corregente Smenker demuestra que el retorno de la corte real a la antigua capital estaba programado.

Hay artesanos trabajando en los templos atonianos de Karnak, donde se sigue adorando a Atón. Según Redford, todos los templos atonianos Permanecieron abiertos todavía durante tres años después de la muerte de Akenatón. Los colegios de sacerdotes continuaron sirviendo al dios solar. Durante diez años como mínimo, se celebró el culto de Atón en Tebas, en Menfis y en Heliópolis, las tres principales ciudades teológicas de Egipto.

Cierto que la situación religiosa había cambiado. Atón volvía a ser una divinidad como las demás. El dios del Imperio era de nuevo Amón. El nombre del faraón ya no estaba mágicamente protegido por Atón, sino por Amón: Tutankamón. También la gran esposa real ha modificado su nombre, cambiando Ankhesenpa-Atón, «La que vive para Atón», por Ankhesenpa-Amón, «La que vive para Amón».[35]

Por lo tanto, es completamente inexacto afirmar que se inició una oleada de persecuciones contra la memoria de la pareja solar y contra los adoradores de Atón inmediatamente después de la desaparición de Akenatón. No existía una secta atoniana situada al margen de la sociedad egipcia, ni una minoría militante en favor de esta divinidad. La religión egipcia no funcionaba en términos de creencias o de relaciones de fuerza entre dos convicciones. Atón había sido el genio de un reinado, no la expresión de una verdad revelada de una vez para siempre.

Si se cerraron los templos de Atón unos años después de la desaparición de la pareja real, se debió a que habían perdido su razón de ser. Atón, Akenatón y Nefertiti habían formado una tríada divina, reemplazando el Panteón tradicional de las antiguas divinidades. Desvanecida la tríada, el conjunto de los demás cultos recobró su plena actividad.

Se ha acusado con frecuencia a Horemheb de haber destruido Aketatón y de haber traicionado a su antiguo señor, haciendo pasar a Akenatón por un herético y un mal rey. La verdad difiere mucho de esta versión imaginaria de los acontecimientos.

Una vez que subió al trono, es decir, unos diez años después de la muerte de Akenatón, Horemheb, como todo faraón de la XVIII Dinastía al acceder al poder supremo, empezó por cumplir sus funciones de maestro de obras. Emprendió una serie de grandes trabajos en Karnak, en especial la construcción del noveno pilono. De acuerdo con la tradición, utilizó elementos arquitectónicos de los reinados anteriores para incluirlos en sus propios monumentos, elementos que, en su caso, le serán proporcionados por las piedras de los templos atonianos de Karnak.

Por lo tanto, los templos construidos en Tebas por Akenatón fueron desmontados y cortados en bloques, uno por uno, con gran orden y método. No se trató de una destrucción incontrolada, perpetrada por fanáticos y excitados, sino de un desmantelamiento ritual, que se efectuó con todo cuidado. A continuación, los bloques —los talatates, a los que nos hemos referido con frecuencia— fueron introducidos en el interior del segundo y el noveno pilonos, en capas sucesivas, constituyendo así un relleno eficaz.

Desgraciadamente, los arqueólogos que descubrieron los bloques no comprendieron su significado. De lo contrario, se hubieran dado cuenta de que los antiguos egipcios los habían colocado en el orden inverso al que habían sido desmontados. Por lo tanto, no tomándolos al azar, sino ajustándose a la lógica del sistema, les hubiera sido fácil reconstruir las paredes que formaban anteriormente. Lo malo fue que algunos de ellos quedaron expuestos al aire libre, sufriendo después desplazamientos o siendo colocados al azar En resumen, los eruditos se ven obligados hoy a buscar las piezas de un gigantesco rompecabezas. Un grado mayor de atención e inteligencia hubieran permitido ahorrarse un trabajo de titanes, que está muy lejos de haberse terminado y que se complica todavía más por el hecho de que toda tentativa de reconstrucción se atrae inevitablemente las críticas.

En el nombre de Horemheb se incluye el de dios Horus, cuyo protegido era. Horemheb residió con tanta frecuencia en Menfis donde se había excavado la primera tumba, —la correspondiente a su rango de general— como en Tebas. No inició ninguna persecución ni contra Akenatón ni contra Atón, pero sí practicó una «política» arquitectónica conforme con la tradición faraónica.

¿Y qué fue de Aketatón, la capital creada por la pareja solar? Al comienzo del reinado de Tutankamón, la ciudad estaba todavía habitada, aunque su actividad había empezado ya a reducirse. El traslado de los ministerios y de las distintas administraciones exigió sin duda varios meses. Según Redford, se puede calcular que la ciudad de Atón no fue abandonada definitivamente por lo menos hasta tres años después de la muerte de Akenatón.

Weigall, basándose en el descubrimiento de esqueletos de perro en la perrera real y de cadáveres de animales en las granjas, supuso que Akenatón había sido abandonada bruscamente. Además, la casi totalidad de las tumbas quedaron inacabadas. Pocas de ellas, si hubo alguna, llegó a albergar una momia.

No obstante, estas observaciones no prueban que se produjera un éxodo masivo y precipitado. Los notables y los altos funcionarios fueron los primeros en partir. Los artesanos y los obreros, los últimos. Durante el reinado de Tutankamón, continuaban trabajando en el lugar algunos fabricantes de loza. En cuanto a los nobles, habían tomado la precaución de tapiar los accesos a sus suntuosas propiedades.

Y luego, llegó el último día, el último amanecer en una capital moribunda, de la que salía el último convoy. Los viajeros subieron a bordo de los barcos, dirigiéndose unos hacia el norte, en dirección a Menfis, otros hacia el sur, en dirección a Tebas.

Se había dado definitivamente la vuelta a una página de la historia egipcia.

Miriam Lichtheim, especialista en la literatura egipcia, ha dado una explicación decisiva de la experiencia atoniana y del inevitable abandono de Aketatón, la ciudad del sol divino. Para sobrevivir —nos recuerda—, un egipcio ha de pasar por el conocimiento y la enseñanza de los dioses, especialmente de Osiris. Ahora bien, los dioses no estuvieron nunca presentes en Aketatón. ¿A quién pedir la inmortalidad? A la familia real. Ella sola podía ofrecer a sus súbditos la vida eterna. El ka de cada persona subsistía gracias a su comunión con la familia real, que adoraba a Atón.

Al morir Akenatón, su capital, Aketatón, muere con él. Estaba consustancialmente unida a él, era indisociable de su ser. Atón, la ciudad y el faraón no formaban más que uno.

Desaparecida la familia real, su expresión concreta, la ciudad santa de Atón, no podía ya existir. Se hacía obligatorio un retomo a las demás formas divinas y a las demás formas de existencia.

¿Akenatón el maldito?

Según algunos autores, unos cincuenta años después de la muerte del rey, surge una poderosa corriente contraria a Akenatón, que le convierte en un «perverso», un «criminal». Se suprime su nombre de los documentos oficiales, haciéndolo desaparecer también a martillazos de los monumentos en que estaba grabado. Al mismo tiempo, se arrasa por completo la ciudad del sol.

El examen atento de la documentación induce a matizar el análisis. Cierto que dos ilustres faraones de la XIX Dinastía, Seti I y Ramsés II tomaron la iniciativa de reducir a la nada la experiencia atoniana. Pero se trata, subrayémoslo bien, de una toma de posición por parte del faraón, no de un levantamiento popular o de una manifestación masiva en contra de Atón.

Los términos perverso y criminal podrían inducirnos a error. Los documentos designan a Akenatón como «El caído (kheru) de Aketatón», es decir, el que ha dejado de existir. El término no implica ninguna idea de hostilidad, menos todavía de falta.

El asunto parece todavía más extraño si se piensa sobre todo que Ramsés II lleva en su nombre el de la divinidad solar por excelencia, Ra. Lo mismo que había hecho Horemheb, Ramsés II elimina a Akenatón, Tutankamón y Ay de los anales reales, como si Horemheb hubiera sucedido directamente a Amenofis III, pese a haber sido uno de los personajes más destacados de la experiencia amarniana.

¿Ocultar una forma del dios solar, Atón, para hacer destacar su manifestación más antigua, Ra? Probablemente, ésa fue la motivación principal de Ramsés II.

Hay que señalar también que el nombre de Akenatón no se borró en todas partes. Incluso se reutilizaron piedras de los templos de Al-Amarna, sacralizándolas por lo tanto, en el pilono del templo de Ramsés II en Heliópolis. Otros fragmentos arquitectónicos fueron igualmente preservados en el templo del mismo faraón en Antinoe, algunos de los cuales incluían representaciones del culto de Atón.

Ramsés se comporta como Horemheb. Desmantela monumentos atonianos sin destruirlos, a fin de aprovechar los bloques para rellenar sus propios monumentos. Pero esta vez equipos de artesanos desmontan los templos de Atón en el emplazamiento mismo de Al-Amarna, abandonado desde hace muchos años. Numerosos bloques son transportados a Hermópolis, al otro lado del Nilo. Algunos, sin embargo, se volverán a utilizar en distintos templos ramesidas, en Karnak e incluso en Abydos. En todo Egipto, todos los templos de Atón sufrirán la misma suerte. Sin embargo, no hay que hablar de destrucción, sino de un desmantelamiento ritual y sistemático, correspondiente, como ha señalado Redford, a un plan preciso.

Los edificios profanos de Aketatón fueron destruidos hasta los cimientos. Las ruinas que restaban se convirtieron en una cantera. Abandonada por los vivos, la ciudad ya no tenía ninguna razón de existir.

El nacimiento de la ciudad obedeció a motivaciones teológicas. Su desaparición también. No obstante, fue una desaparición al estilo egipcio, es decir, una transformación de los elementos antiguos, que serán integrados en una construcción nueva. Por consiguiente, la acción de los ramesidas no debe ser considerada como un movimiento de odio en contra de un Akenatón maldito, sino como una disposición simbólica normal, inscrita en la norma faraónica.

Por lo demás, numerosas formulaciones atonianas se prolongaron en los textos ramesidas. Los liturgistas emplean sus imágenes y símbolos. Algunos de los himnos dirigidos a Thot, Osiris o Ptah están próximos a la formulación amarniana.

El Akenatón histórico y su capital material desaparecen, mientras que el mensaje del sol divino subsiste. A los ojos de Egipto, lo esencial había sido preservado.