21. VIVIR EN AKETATÓN

La vida cotidiana en la ciudad del sol seguía el ritmo de la celebración de los rituales en honor de Atón. El rey, la reina y sus hijas salían a diario de su magnífico palacio para dirigirse al gran templo. La población tenía ocasión con frecuencia de ver pasar a los soberanos, de pie, a veces abrazados, sobre un carro espléndido, deslumbrante como un sol. «¡Vida, prosperidad, salud!», gritaba la multitud, mientras que el rey sujetaba con una mano la brida de sus caballos y enlazaba a su esposa con la otra.

El desplazamiento en carro tenía el valor de un rito. Constituye por sí solo una procesión desde la morada temporal del rey, su palacio, hasta la morada de eternidad del dios, el gran templo. Proporcionaba también la ocasión de manifestar de la manera más patente la unión sagrada de la pareja solar, que Atón iluminaba con sus rayos.

Akenatón y Nefertiti encarnan en realidad potencias divinas. En efecto, son divinidades a las que el pueblo de la ciudad del sol puede aclaman Un detalle iconográfico de la tumba de Ahmosis confirma esta interpretación. En un carro tirado por dos caballos empenachados, la reina se vuelve hacia el rey, que la besa. Llevan con ellos a una de sus hijas, apoyada en un carcaj y mirando hacia adelante. Los rayos del sol, terminados en manos, dan la vida a ese beso ritual. Además, una de esas manos llega hasta las riendas. Por lo tanto, el dios Atón en persona guía el carro en su ruta. La luz divina lo pone en movimiento y le imprime la buena dirección.[27]

La población de la ciudad del sol se asociaba al culto de Atón a través de esta «procesión». Después de su recorrido por la «vía real», la arteria principal de Aketatón, se podía ver al rey y la reina penetrar en el recinto sagrado.

Una vez terminado el culto, la pareja real volvía al palacio. Akenatón concedía en él numerosas audiencias privadas, algunas de ellas reservadas a sus discípulos. El faraón se mantenía en contacto directo con sus principales colaboradores. Cuando salía de palacio, conversaba con los habitantes de la capital. El pueblo escuchaba esas conversaciones, que recaían siempre sobre la naturaleza luminosa de Atón y sobre la vida que ofrecía. Nefertiti participaba en el trabajo de enseñanza, dispensada en el curso de audiencias públicas.

Una de las escenas más famosas de la vida amarniana consiste en la «aparición» del rey en su loggia, abierta en el paso aéreo que conducía del palacio a los edificios oficiales. A Akenatón le gustaba mostrarse así a su pueblo, como el sol que se alza en el horizonte y atraviesa con sus rayos los inciertos colores de la aurora. Desde la loggia, enviaba collares de oro, metal solar, a los signatarios que habían servido bien al Imperio. Ay, por ejemplo, tuvo buen cuidado de recordar, en las escenas que le conciernen, los favores con que le honró Akenatón. El día en que recibió su recompensa de manos del faraón, la ciudad se llenó de alegre animación. De todas partes acudía la gente a admirar el bello espectáculo. Los niños corrían lanzando gritos. Todos exclamaban: «¡Es para Ay! ¡El faraón le colma de oro y de riquezas!».

En una estela del museo de El Cairo, el mayordomo Any aparece representado a la salida de la ceremonia. Luciendo en el cuello cuatro collares de oro, circula en su carro por las calles de la capital, a fin de mostrar a la población la intensa felicidad que experimenta. Any se ha puesto para la circunstancia su ropa más lucida, una magnífica túnica blanca y una peluca rematada por un cono de perfume. El hombre está satisfecho. La recompensa que ha recibido demuestra lo bastante la estima en que le tiene la pareja real. No es él quien conduce el carro, sino un hombre cuyo nombre se ha conservado: Tiay. Tiay tiene la cabeza alargada, de acuerdo con una de las estéticas amarnianas, mientras que Any se atiene más a las normas «clásicas».

Estas escenas de fiesta no son simplemente protocolarias. En realidad, poseen un carácter sagrado. No sólo el oro es una «producción» del sol divino, cuyo resplandor encarna, sino que también la «ventana de aparición» evoca la «ventana celeste» de los más antiguos textos religiosos. Por esta abertura de naturaleza cósmica pasa la luz solar. De este modo y por su función, Akenatón se identifica con el poder creador que da la vida, bajo la forma de un metal que contiene el sol.

Durante las festividades, que daban lugar a conciertos al aire libre y a banquetes populares, Nefertiti se hallaba siempre al lado de Akenatón. La pareja real rinde homenaje a sus fieles servidores.

Culto, audiencias públicas y privadas, ceremonias protocolarias… Así transcurre la vida en la ciudad del sol, donde el rey, aunque protegido por una guardia personal vigilante, parece estar muy próximo de sus súbditos. Empleados del templo, artesanos, comerciantes, obreros llevan en Aketatón la misma existencia que en las demás ciudades del Egipto antiguo, con jornadas de trabajo a veces cargadas, pero también con numerosos periodos de reposo. Las fiestas tradicionales son reemplazadas por las frecuentes apariciones públicas de la pareja real, ocasión para festejos.

La comida real, tal como figura en la tumba de Huy, chambelán de la reina madre Tiyi, transcurre de la manera más agradable. Los servidores aportan platos excelentes y variados al comedor del palacio, mientras que los artistas y los tañedores de lira dan un concierto. No se ha olvidado la tradición de las brillantes veladas tebanas. Tampoco la moda. Las elegantes, que ahora residen en Aketatón, continúan rivalizando en gracia y belleza. Utilizan con frecuencia para sus vestidos un lino muy fino, casi transparente, que revela las curvas de su cuerpo. Entre los adornos más apreciados figuran las pelucas complicadas, las joyas, los cinturones de flecos.

En el barrio más rico de Aketatón, había varias quintas suntuosas, que no desmerecían en nada de sus homólogas tebanas. Las extensiones de agua y los jardines comunicaban a la ciudad del sol una dulzura de vida que los egipcios han considerado siempre, en todas las épocas, como una de las claves esenciales de la dicha.

Durante todo el reinado de Akenatón, ningún incidente vino a perturbar la paz de la capital. Por lo menos, los textos no los mencionan. Y no hay ninguna prueba, por indirecta que sea, de una rebelión contra la autoridad faraónica. Lo que equivale a decir que la pareja real no compartía con nadie su autoridad y que se practicaba el culto de Atón con toda serenidad.

Los habitantes de Aketatón disfrutaron de una existencia tranquila, que apenas se diferenciaba de la de Tebas, si se exceptúan las ceremonias en honor del sol divino, que animaban a diario el barrio en que se alzaban el templo y el palacio.