13. AKETATÓN, CAPITAL DE UN REINADO

«Grande por su encanto, agradable a los ojos por su belleza.» En tales términos evocaba un habitante de Aketatón la ciudad del dios Atón, verdadera «visión celeste».

A finales del noveno año de reinado, la nueva capital de Egipto está construida en gran parte. El dios Atón ha recibido su «sede», en la que puede revelarse a los humanos. Akenatón ha cumplido el primer deber de un faraón: ser el maestro de obras de su reino. La extensión precisa de esta ciudad sin expansión posible, con límites fijados por Atón el mismo día de la fundación, está indicada en las estelas fronterizas. Ocupando una superficie de unos cien kilómetros cuadrados, se extiende por la orilla oeste. De norte a sur, tiene trece kilómetros de largo. Aunque el lugar haya sido asolado, los excavadores han logrado descifrar en el suelo el plano de los edificios, captar la distribución de los barrios y ofrecer reconstrucciones posibles. Por eso puede afirmarse que Aketatón comprendía un barrio norte y un barrio sur, cada uno con su suburbio. Entre ellos, el centro de la ciudad, donde se alzaban el palacio y el templo principal.

Aketatón, cuya población ascendía como mínimo a los cuarenta mil habitantes, no era una aldea. «Durante su corta existencia, fue la capital del mayor imperio del mundo —escribe Pendlebury—. En ella se trataban todos los asuntos del reino. En sus calles se codeaban todas las naciones del mundo conocido, cretenses, micenios, chipriotas, babilonios, judíos y muchas otras razas, mientras que, en segundo plano, la vida ancestral de Egipto continuaba como de ordinario.»

Verdadero corazón de Egipto, donde se tomaban las decisiones que orientaban el destino de las Dos Tierras, la ciudad de Atón estaba bien protegida. Había tropas, entre las que se advertía la presencia de nubios y de asiáticos, que vigilaban atentamente los alrededores de la ciudad. Los vigías señalaban toda aproximación sospechosa, y batallones de intervención rápida permanecían constantemente en pie de guerra.

¿La familia real se encarceló voluntariamente en el dominio de Atón? Para el egiptólogo alemán Kees, el aislamiento de Al-Amarna era total. La capital vivía en función de una economía cerrada. Replegada sobre sí misma, se contentaba con subvenir a sus propias necesidades. Según esta concepción, Aketatón vivió de su propia gloria, ignorando al resto del mundo.

Nada demuestra que Aketatón se mantuviese enclaustrado en la ciudad. Sin duda viajó a las demás provincias del país, por motivos religiosos o políticos. Se sabe que pasó en Tebas el periodo de duelo que siguió a la muerte de Amenofis III. No olvidemos que, siendo el faraón, no reinaba únicamente sobre Aketatón, sino sobre la totalidad de Egipto.

Un texto precisa que, en caso de que el rey, Nefertiti o su primogénita muriesen lejos de la capital, sus cuerpos debían ser traídos a ella o inhumados en la tumba preparada en la montaña oriental. Así se subraya de la manera más clara el lazo entre Atón, la ciudad solar, y la familia real, encargada de hacer irradiar lo divino.

El centro de Aketatón estaba organizado en torno a la desembocadura de la arteria principal, que nacía en el palacio septentrional y terminaba en el gran palacio, el cual comprendía varios espacios abiertos, con un gigantesco patio en el centro del edificio, bordeado por estatuas colosales de Akenatón. Así se proclamaba la grandeza de la religión atoniana y de su servidor, el rey.

Hemos de imaginar un edificio verdaderamente imponente, de unos doscientos setenta metros de largo, con una inmensa fachada, unido por un puente de ladrillo que cruzaba el camino a una pequeña residencia, la casa del rey, donde la pareja real se mostraba a los signatarios desde la «ventana de aparición».

La decoración del palacio era muy cuidada: tambores de columnas de alabastro incrustados con motivos lotiformes, fustes de arenisca o de cerámica simbolizando ramilletes de cañas pintados en verde, capiteles representando hojas y flores de loto. El pavimento se ornaba con motivos naturalistas: pantanos, matas de juncias y de papiros, patos emprendiendo el vuelo. Ejecutadas a la aguada sobre un fondo de yeso o de estuco, las pinturas murales, de colores vivos, recuerdan las de] palacio de Amenofis III en Malgatta. También ellas celebraban los esplendores de] paisaje y la dicha de vivir bajo el sol de Atón. A lo largo de las rampas, los relieves mostraban a la pareja real haciendo ofrendas a Atón, seguida por Mery-Atón tocando el sistro, o bien un decorado de frisos de extranjeros sometidos al dios. Suntuosos jardines rodeaban esta residencia.

Al norte del palacio, varios edificios administrativos albergaban las oficinas de la policía, del tesoro, del servicio de asuntos exteriores. Pero el joyel de esta parte de la ciudad era el gran templo de Atón, cuya entrada estaba señalada por dos torres de ladrillo, análogas a los pilones tradicionales. La vía de acceso conducía a la «Casa de la Alegría». Se pasaba por un vestíbulo con columnas, luego por una serie de patios descubiertos, y se alcanzaba por fin el corazón del edificio, el Gem-Atón, «Atón ha sido encontrado».

Al lado de la vivienda de Akenatón existía un templo de dimensiones más modestas, la «Casa de Atón», especie de capilla, cuyo eje apuntaba hacia la entrada del uadi donde se había excavado la tumba real.

El gran templo estaba rodeado por los talleres necesarios para la práctica del culto. Se han identificado especialmente las panaderías, que ocupaban dos largas filas de habitaciones estrechas y paralelas en el exterior del recinto. Cada habitación formaba una panadería independiente, con sus hornos circulares y sus artesas de ladrillo a lo largo de las paredes.

En el barrio norte vivían los comerciantes y los pequeños funcionados. Reinaba en él una animación constante. Allí se abrían los despachos de los escribas, y tiendas donde se compraban los productos más diversos, transportados por barco y desembarcados en los muelles anejos a la capital. Pero había también un gran palacio, junto al río, la principal residencia real, bien protegida y claramente separada de la ciudad. De este lugar partía la arteria principal, que, más al sur, pasaba delante de un Palacio destinado a Mery-Atón, la primogénita. Salas de recepción, cuartos de baño, templo solar al descubierto, jardines, patios con las paredes pintadas, representaciones de paisajes y animales recreaban una visión paradisíaca de la naturaleza, «una transposición al plano arquitectónico del admirable himno al sol compuesto personalmente por el rey», según observa Jacques Vandier. Las excavaciones pusieron al descubierto una especie de parque zoológico, con espacios cerrados, comederos, etc. En resumen, todo un dispositivo dedicado al bienestar de las aves y de otras especies.

El barrio sur, en el que residían los altos funcionarios y donde trabajaban ciertos escultores, se caracteriza por la presencia de un extraño edificio, el Maru-Atón. Incluye lagos poco profundos, jardines, pabellones, capillas… Así se diseña un nuevo paisaje teológico para cantar los favores de Atón. Un observatorio permitía a la reina, cuyo papel ritual aparece subrayado en este lugar, participar en el renacimiento diario del astro.

Los palacetes más bellos estaban rodeados por un jardín y protegidos por un muro de una longitud de ochenta metros. Caballerizas, establos, graneros, formaban el medio ambiente económico. Se ha descubierto una granja de cerdos, donde se criaba a los animales, alimentados con grano, en recintos especiales. La carne salada se conservaba en jarras desinfectadas con yeso blanco.

En el interior de los palacetes había una amplia sala de recepción sostenida por columnas de madera pintada, utilizada para acoger a los invitados y celebrar comidas y banquetes. Había ventanas que distribuían la luz. A su alrededor, se abrían diversas habitaciones, despachos, salones, cuartos de almacenamiento. Al fondo de la casa, las habitaciones privadas: dormitorios, duchas, servicios, salas de masaje.

Si se examina el plano tipo de las casas más modestas, se comprueba que se construían sobre una base cuadrada y que comprendían una planta baja alzada, a veces precedida por un antepatio, un recibimiento, una habitación central que daba a un número más o menos importante de otras habitaciones, una cocina exterior y una escalera que permitía llegar a la terraza. A decir verdad, es casi imposible encontrar dos casos idénticos. Esos elementos clásicos se combinan de las maneras más variadas.

El barrio de los obreros, un pueblo dentro de la ciudad, se presentaba como un conjunto de callejuelas paralelas, que se cortaban en ángulo recto. El artesano guardaba sus herramientas en la entrada de la casa. Venía después un cuarto de estar, una cocina y una o varias habitaciones. Cada familia poseía su capilla, donde se celebraban banquetes sagrados y se veneraban a dioses como Amón, Isis, Bes o Tueris.

El estudio de Aketatón pone de relieve la gran coherencia de la sociedad egipcia, donde no se rompieron nunca los lazos entre la población de la ciudad y la población campesina. La ciudad, aun siendo la capital, no es un monstruo frío aislado de la naturaleza, sino una serie de pueblos unidos unos a otros. Imposible, por consiguiente, favorecer la aparición de ghettos o de un proletariado urbano, puesto que ricos y pobres viven entremezclados. El faraón y la familia real ocupan un lugar aparte. Su función exige que permanezcan aislados, en el centro de un conjunto de monumentos sagrados.