9. EL AÑO 6:
EL ADVENIMIENTO DE AKENATÓN Y LA CREACIÓN DE LA CIUDAD DEL SOL
Hasta el sexto año de su reinado, el sucesor de Amenofis III se llama Amenofis IV[12], transcripción griega del nombre egipcio «Amónhotep», es decir «Amón está satisfecho» o, más exactamente, «El principio oculto está en plenitud». A través de este nombre, la estirpe de los Amenofis rendía un homenaje directo al dios del Imperio y al señor de Karnak.
En el año 6, Amenofis IV toma una decisión que se ha calificado de revolucionaria: cambia de nombre. Abandona el de Amenofis para convertirse en Akenatón.
No se trata de un nuevo reinado, sino de un ser nuevo que nace de manera mágica. Akenatón y Amenofis IV son el mismo faraón, puesto que los años del reinado continúan siendo enumerados sin volver al año 1. Akenatón no suprime a Amenofis IV. Deja que subsistan representaciones de sí mismo en que aparece portando su antiguo nombre. Lo que quiere, en realidad, es adoptar un nombre de reinado que concuerde con su reforma religiosa. Al nuevo nombre del rey corresponde un nuevo eje de gobierno sagrado.
Para un antiguo egipcio, el nombre es una parte inmortal del ser. Sigue viviendo tras la desaparición física de quien lo lleva. Contiene una energía espiritual que debe ser preservada, de modo que, al recorrer los «bellos caminos del otro mundo», el resucitado conserve su identidad.
Una de las penas más graves que se podían imponer en un proceso consistía en el cambio de nombre para el individuo reconocido como culpable o, peor aún, en la supresión del nombre que había tenido hasta entonces, una pena equivalente a una especie de aniquilación.
Al convertirse en Akenatón, el rey proclama su adhesión al dios Atón e indica que será el señor de su reinado. Sin embargo, el faraón no renuncia a los títulos tradicionales de los soberanos de Egipto, que comprenden cinco nombres simbólicos. Conocemos esta situación completa de Akenatón por los textos de las estelas fronterizas.
Horus viviente: toro amado de Atón…
Las dos soberanas:[13] grande de realeza en Akenatón.
Horus de oro, aquel que exalta el nombre de Atón.
El rey del Alto y del Bajo Egipto: el que vive de Maat, el dueño de las Dos Tierras, Neferkeperuré, el único de Ra.
El hijo de Ra: el que vive de Maat, el dueño de las coronas, Akenatón de gran duración de vida, a quien se le da la vida eternamente.
Se observará que están presentes dos divinidades, además de Atón: Horus, el dios con cabeza de halcón, encarnación simbólica de la realeza desde la primera dinastía, y Ra, del que Akenatón se proclama «el único», dicho de otro modo, el solo ser capaz de transmitir la luz divina, gracias a su función de faraón.
El primer nombre que había anunciado la reforma religiosa unía precisamente al dios halcón, Horajti, con Ra: Que viva Ra-Horajti que se regocija en la región de 1uz en su nombre de Luz que pertenece a Atón. Otros dos apelativos completan la personalidad simbólica del rey: Que viva Ra, aquel que pertenece a la región de luz, Ra, que ha venido en el disco y a la manifestación perfecta como Ra[14], [hijo] único de Ra.
El conjunto supone un pequeño manual de teología solar.
¿Qué significa el nuevo nombre, Akenatón? Se ha traducido con frecuencia por «Servicial para Atón», «Aquél que es agradable a Atón», «Aquél que es útil a Atón», pero tales interpretaciones son un poco superficiales. El egiptólogo inglés Cyril Aldred parece haber llegado a la verdad al traducir Akenatón por «El espíritu eficaz de Atón», es decir, el canal consciente por el que circula la luz de Atón.
Al principio del nombre de Akenatón, hay la palabra akh, que ocupa un lugar privilegiado en la lengua y el pensamiento egipcios. Implica la idea de una realización del ser en la luz. El iniciado que ha franqueado las temibles pruebas del mundo de los muertos se transforma en un ser de luz, cuyo resplandor será benéfico para aquellos que sigan el mismo camino. Por lo tanto, el rey Akenatón, gracias a su nombre, es aquel que hace resplandecer al dios Atón.
Además, akh se refiere también a una noción de «utilidad». La filosofía religiosa del antiguo Egipto no separaba la noción de «luz espiritual» y la de «eficacia» o «utilidad». Una espiritualidad desencarnada no es más que ilusión. Una espiritualidad radiante es forzosamente «útil» y «eficaz», ya que da la vida y nutre a los seres con lo esencial.
Continuidad y no negación. Así se presenta la acción del rey al cambiar de nombre. No se ha insistido lo suficiente sobre este punto. Por ejemplo, en el cinturón de la estatua clasificada como Cairo nº 6015 aparece grabado el nombre de Amenofis IV, que no ha sido sustituido por el de Akenatón. La obra se encontraba en el templo de Atón, en Karnak, donde el soberano era todavía el representante de Amón en la tierra.
A la mutación del nombre corresponde, en realidad, otra acción: la fundación religiosa de la ciudad de la luz, Aketatón.
Cambio de ser del faraón, cambio de capital para Egipto. Las dos formas de realidad son equivalentes, construcciones sagradas de la misma naturaleza. El nacimiento de la ciudad del sol requería una evolución en el ser del rey. Y este último era indispensable para que la ciudad de Atón viese el día.
Los textos nos dan la fecha precisa de la fundación teológica de Aketatón, la ciudad de Atón: el día decimotercero del cuarto mes del invierno del año 6 del reinado.
Atón carecía aún de «sede», es decir, de lugar privilegiado sobre la tierra de Egipto para manifestar su plena y entera realeza. El rey le hace don de uno. Al-Amarna se convierte en «la sede de Atón», como Menfis era la de Ptah, o Tebas la de Amón. La ciudad nace de la exigencia del propio dios, puesto que es el «lugar de origen hecho para Atón». Allí estaba preparado su trono en la tierra desde toda la eternidad.
«Atón —está escrito— conoce a cada dios y a cada diosa.» Conoce también sus lugares sagrados respectivos. Por eso el rey, su intérprete, tenía que descubrir el territorio que no pertenecía a ningún dios ni a ninguna diosa, un espacio reservado exclusivamente a Atón y en el cual se expresaría en toda su gloria. La ciudad de Atón nace en un suelo virgen de influencias pasadas y se afirma como una creación total.
La ceremonia de fundación debe ser Inolvidable. Ha sido preparada cuidadosamente por los ritualistas. Conocemos sus momentos principales por los textos de las estelas fronterizas.
El rey apareció sobre un gran carro de electro[15] semejante a Atón cuando brilla sobre su región de luz y llena la tierra con su amor Por una buena ruta, ya trazada, se dirige al corazón de la nueva capital en construcción. Allí, ofrece un sacrificio a Atón: La tierra resplandecía de júbilo y todos los corazones se regocijaban viendo al rey hacer una gran ofrenda a su padre, ofrenda de cerveza, de pan, de ganado con cuernos largos y cortos, de caza, de vino, de frutas, de incienso, de libaciones, de hortalizas.
A continuación, Akenatón se dirige a la corte, reunida para la ceremonia, y a los miembros de su gobierno. Están presentes los «grandes de palacio», lo mismo que los oficiales superiores del ejército y los escribas de alto rango. Todos se prosternan y besan la tierra en presencia del rey. Akenatón afirma que ha construido un monumento para su padre Atón allí donde ha oído la voz. Fue Atón, quien le reveló que aquel lugar sería para siempre «la región de luz del disco solar». El rey expone sus planes para las obras: construir templos para Atón, ofrecerle moradas sagradas, edificar un santuario para la reina Nefertiti, hacer surgir una «casa de la jubilación», apartamentos reales, un palacio, excavar «moradas de eternidad» para aquellos que pasen aquí de la existencia terrestre a la inmortalidad.
Ved —proclama Akenatón—, es Atón quien ha querido esta ciudad, a fin de que sea creada para Él a fin de conmemorar su nombre. Es Atón, mi padre, quien gobierna la ciudad, y no un funcionario o un individuo cualquiera.
Ignoramos la duración exacta del ritual, pero se prolongó probablemente varios días. A Akenatón le faltaba todavía por cumplir una tarea importante: erigir estelas que señalasen las fronteras del territorio de Atón.[16]
Se dirigió primero hacia el sur y detuvo su carro dorado en el lugar elegido, delante de su padre Atón, cuyos rayos le daban a diario vida y salud, para la renovación de su ser.
Se levantaron así catorce estelas, situada la más al norte en Tunah al-Gebel. O sea, el territorio sagrado de Atón se extendía en su mayor parte por la orilla oeste, pero también por la orilla este. Tres estelas explican cómo planificó el rey la ciudad y cómo la dedicó a su padre celestial. Las otras once repiten el mismo texto, con algunas variantes, afirmando la voluntad de Akenatón de mantener la ciudad como propiedad de Atón y como sede de la residencia real consagrada a la adoración del dios.
En estos monumentos, el nombre de Atón va precedido por la llave de la vida, para mostrar claramente que es él quien da la totalidad de esta vida a aquel que le venera. El dios recibe el nombre de «Ra-Horajti que se regocija en la región de luz en su nombre de Chu que es Atón». Ra, Horus, Chu: tres formas de la luz divina, de la que Atón es la síntesis.
Se rinde a Nefertiti un homenaje especial en las estelas. El corazón del rey se regocija a causa de ella. Sus dos hijas están igualmente presentes durante las ceremonias. La fundación teológica de la ciudad del sol va acompañada por un juramento pronunciado por Akenatón. Veamos en qué términos:
Juramento prestado por el rey del Alto y el Bajo Egipto, que vive de Maat, el señor de las Dos Tierras, Neferkeperuré, el único de Ra, el hijo de Ra, el que vive de Maat, el dueño de las coronas, Akenatón de gran duración de vida, a quien se le da la vida eternamente.
Lo mismo que mi padre vive, Ra-Horajti que se regocija en la región de luz en su nombre de Chu que es Atón, que da la vida para siempre, así mi corazón se regocija a causa de la gran esposa real y de sus hijas. La edad avanzada le será concedida a la gran esposa real, Neferu-Atón Nefertiti, viviendo eternamente, en esos millones de años mientras está bajo la protección del faraón. La edad avanzada será concedida a las princesas Mery-Atón y Meket-Atón, sus hijas, bajo la protección de la reina, su madre.
Éste es mi juramento, en verdad, que mi corazón pronuncia y que no traicionaré nunca. La estela del sur que está en la montaña del este de Akenatón es la estela de Akenatón, que erigiré en su lugar. Nunca traspasaré ese límite sur. La estela sureste ha sido levantada para darle frente, directamente en el punto opuesto.
Erigiré en su lugar la estela norte de Akenatón. Es la estela norte de Akenatón. Nunca traspasaré ese límite norte. La estela del norte que está en la montaña oeste de Akenatón ha sido levantada para darle frente directamente, en el punto opuesto.
En el interior de esas cuatro estelas, desde la montaña del este a la montaña de occidente, se encuentra ahora Akenatón. Pertenece a mi padre, Ra-Horajti, que se regocija en la región de luz en su nombre de Chu que es Atón, que da la vida para siempre, con las montañas los desiertos, las llanuras, las tierras nuevas, las tierras altas, los campos, el agua, las orillas, la población, el ganado, los árboles y todas las demás cosas a las que mi padre dará el ser eternamente.
Nunca traicionaré el juramento que he hecho a Atón, mi padre. Perdurará en la estela de piedra de la frontera suroeste y en la frontera noroeste de Aketatón. No será destruido. No será borrado. No será martillado. No será recubierto con yeso. No desaparecerá. Si desapareciese, si fuese aniquilado, si la estela en la que está inscrito cayese, lo renovaré en el lugar en el que debe estar.
El rey jura no romper jamás este voto extraordinario. La ciudad del sol no saldrá de los límites que se le han fijado. Si la reina o los consejeros más influyentes dijesen al rey que existe en otra parte un emplazamiento más bello para la capital, Akenatón no les escucharía. Nunca volverá a construir otra capital. El lugar es perfecto, la extensión de la ciudad definitiva. Atón lo ha querido así.
¿Por qué Akenatón se fuerza a sí mismo, mediante este compromiso pronunciado con tanta firmeza, a no extender Akenatón más allá de unos límites muy precisos? La tesis según la cual se trataba de la expresión de un acuerdo concluido con los sacerdotes de Amón, limitando así las ambiciones del rey, no tiene ningún valor. El clero tebano carecía de medios para oponerse a la voluntad del rey. No formaba en modo alguno una «oposición» capaz de obstaculizar en ningún sentido la actividad de las construcciones reales. En realidad, Akenatón ponía coto en el tiempo y el espacio a su propia experiencia.
En mi opinión, sólo adoptando esta perspectiva puede descifrarse el reinado de la pareja real. Nefertiti y Akenatón querían que Aketatón fuese la capital durante un solo reinado, un «episodio» de la civilización egipcia. En efecto, cada reinado correspondía a la realización de una idea simbólica, de un programa teológico. A Nefertiti y Akenatón les correspondió la tarea específica de hacer resplandecer el poderío divino concebido como «Atón», a partir de una sede terrestre original y de acuerdo con formas artísticas adaptadas.
Tebas o Menfis respondían a criterios distintos. Karnak fue un templo en perpetua expansión, no limitada por ningún mojón. Aketatón, en cambio, es una especie de horno de atanor alquímico, de crisol sagrado, con fronteras intangibles, en cuyo interior reina exclusivamente Atón. El espacio comprendido entre las estelas es a la vez terrestre y celeste, puesto que la anchura de la ciudad va de un acantilado al otro, del horizonte oriental a su horizonte occidental.
Traslado de la corte real
Durante este sexto año de reinado, la corte abandona Tebas para dirigirse a Amarna. Tan pronto como sus despachos y sus suntuosos palacetes estuvieron preparados, los altos signatarios llegaron a la nueva capital. Ningún documento registra el menor signo de desobediencia o deslealtad, menos aún de rebelión. El traslado se desarrolla sin duda durante varios meses. Funcionarios, artesanos, comerciantes se dirigieron a Aketatón por el río. Los antiguos egipcios estaban acostumbrados a viajar, especialmente durante el período de inundación.
El rey tenía prisa. La ciudad de Atón fue construida muy rápidamente, ya que se hallaba habitada cuatro años después de la inauguración de las obras. Había que hacer surgir del desierto una ciudad agradable a Dios y al hombre, desarrollar un plan de irrigación, plantar árboles, crear jardines.
Para construir Aketatón, se exploraron sobre todo las canteras de alabastro del desierto oriental. Más preocupados por la velocidad que por la perfección, los artesanos no «remataron» la obra como tenían por costumbre. Sin embargo, resulta difícil admitir la tesis según la cual los obreros empleados por el rey no poseían una cualificación suficiente. Ciertos egiptólogos han ido incluso más lejos, escribiendo que los constructores fueron criminales enviados a las canteras para purgar sus penas. Akenatón, dicen, encontró entre ellos lo esencial de sus fieles, «recuperando» a una banda de ladrones y asesinos.
La verdad es mucho más sencilla. Fueron muchos los artesanos de Tebas que vinieron a instalarse a Aketatón, pero tuvieron que luchar contra un enemigo poderoso: el tiempo. Como hemos dicho, Akenatón tenía prisa. Por lo tanto, el conjunto de las paredes maestras sufrió a veces las consecuencias de la rapidez de los trabajos. Tradicionalmente, el arquitecto egipcio destina la hermosa piedra tallada a los edificios sagrados, símbolos de eternidad. La nueva capital está dominada por el adobe. En las paredes de los palacios y de los templos, se encuentran incrustaciones de piedra coloreada, hechas con piedra calcárea y alabastro.
En los monumentos más importantes, se utilizaron mucho pequeños bloques ensamblados de acuerdo con la técnica de construcción con ladrillo, lo que permitía ir más deprisa y utilizar una mano de obra no especializada.
También los escultores se vieron obligados a abreviar el tiempo dedicado a sus creaciones. Por ello inventaron un procedimiento de fabricación de las estatuas en que se servían de varios tipos de piedra. Las partes visibles —cabeza, brazos o pies— fueron trabajadas en cuarcita, mientras que se perfeccionaba la obra con incrustaciones de vidrio y cerámica.
Al-Amarna es una ciudad hecha de prisa. Cierto que se respetó el programa inicial y que tanto la vida religiosa como la civil pudieron desarrollarse en un marco ajustado a las exigencias del faraón, pero no todos los proyectos de urbanismo se cumplieron con la amplitud deseada. No obstante, los órganos vitales de la capital, concebidos desde la colocación de los cimientos, fueron todos ellos utilizables muy rápidamente. Tal era el objetivo que se había fijado Akenatón.
Los testimonios conservados tienden a demostrar que la ciudad de Atón era bella y acogedora, con amplias avenidas, espacios verdes y barrios muy bien concebidos. La corte encontró una capital atrayente, en la que podía latir el corazón de Egipto.
Si bien el culto de Atón se convierte en el primero de Egipto durante este sexto año del reinado, las demás divinidades no dejan de existir, y el resto de las ciudades de las Dos Tierras continúa viviendo y prosperando. Atón no es una divinidad intolerante, que excluya las otras formas de lo sagrado.
Sin embargo, se da por sentada una idea que ha sido desarrollada hasta la saciedad: el conflicto entre Akenatón y el clero de Tebas. ¿Verdad o ilusión?