3. LA MADRE DE AKENATÓN, TIYI, REINA DE EGIPTO

Todos aquellos a quienes obsesiona el aspecto físico de Akenatón se esfuerzan por encontrar una justificación racional para sus chocantes deformidades. ¿No estará la explicación en el origen no egipcio de Akenatón? Tal teoría halló una confirmación aparente cuando se estudiaron con atención los retratos de la madre de Akenatón, la reina Tiyi.[5]

Para algunos eruditos, se trata indiscutiblemente de la fisonomía de una extranjera, tal vez una semita. La reina muestra con frecuencia un rostro grave, de rasgos duros, casi cerrados. Da la impresión muy clara de ser una «mujer de cabeza», con ideas firmes y una voluntad de hierro. Tiyi no se parece en nada a esas damas encantadoras cuya belleza sabían evocar tan bien los pintores y dibujantes de la XVIII Dinastía. Nada en su personalidad se debe al deseo de seducir o convencer sirviéndose de una delicada feminidad.

Pero nada demuestra tampoco que la reina Tiyi haya sido de origen extranjero. Se sabe con certeza que era hija de Yuya y de Tuiu,[6] una pareja que desempeñaba funciones religiosas y que —hecho capital— no era de sangre real. El nombre de su padre es Yuya —dice el texto grabado en un escarabajo para conmemorar las bodas reales—, el nombre de su madre es Tuiu. Tiyi es la esposa del poderoso rey, Amenofis III, cuya frontera está en Karoy [Sudán] y cuya frontera del norte está en el Naharina [Irak].

Yuya, el padre de la reina, ostentaba el título de «Padre Divino» y ocupaba el cargo de sacerdote del dios Min. A esas dignidades de orden religioso se añadía una responsabilidad militar, puesto que Yuya estaba encargado del cuerpo de carros. La madre de la reina, Tuiu, era «Superiora del harén de Min» y «Superiora del harén de Amón», dos cargos de rango difíciles, pero la convertían en una dama de rango muy elevado.

No cabe duda de que Tuiu, que llevaba también el poético título de «Ornamento Real», era auténticamente egipcia. Gracias a sus funciones religiosas, tenía acceso a los apartamentos privados del palacio y vivía, pues, en la intimidad de los más altos personajes de la corte, conociendo al dedillo las reglas de la etiqueta.

Se ha dicho de Yuya que quizá fuese un príncipe sirio educado en suelo egipcio. Una hipótesis reciente, de carácter sensacionalista, identifica incluso a Yuya con el José de la Biblia. Bien adaptado a su nuevo país, encontró en él una esposa de valía, que le ganó su admisión definitiva en la sociedad de los grandes signatarios del reino. Los análisis más recientes tienden a rechazar esta tesis y a demostrar que era originario de la ciudad egipcia de Ajmin, en el Alto Egipto, y que hizo una carrera religiosa y administrativa bastante brillante, dentro de un marco estrictamente egipcio.

Se puede, pues, afirmar sin la menor duda el origen egipcio de Tiyi y su pertenencia a una familia noble, bien introducida en la corte y gozando a los ojos del rey de una excelente reputación.

No obstante, el matrimonio de Amenofis III y Tiyi constituye un acontecimiento insólito, por lo menos a nuestros ojos. El gran rey, en lugar de elegir por esposa a una mujer de sangre real, eleva a la dignidad de reina a una joven que, sin ser de rango despreciable, no pertenece a su entorno próximo. Los padres de Tiyi fueron colmados de riquezas y honrados como personajes importantes. La decisión del faraón supone para ellos una verdadera bendición, que les aseguró la fortuna y la consideración.

¿Por qué fue elegida la futura reina de Egipto en una familia no vinculada a la corona? Ante lo extraño de la situación, algunos egiptólogos supusieron que Yuya y Tuiu no eran más que los padres adoptivos de Tiyi. Mas, en ese caso, ¿por qué se habían de silenciar sus posibles títulos de nobleza?

En sentido contrario, se pensó que el matrimonio era una especie de desafío lanzado al gran sacerdote de Amón, un escándalo con respecto a las reglas habituales. Tal opinión deriva de una visión romántica de Egipto, una visión que carece de todo valor. El faraón no tiene la menor obligación de rendir cuentas a ningún clero. Simplemente, da la impresión de que, al casarse con una mujer de origen modesto, Amenofis III deroga la costumbre que preconiza al rey la unión con una mujer de sangre real. Ahora bien, gracias a su matrimonio, Tiyi se convierte en soberana de pleno derecho. Uno de sus hijos será el faraón legítimo.

Proclamada «Gran heredera, Hija real, Hermana real, Esposa real», Tiyi es reconocida como reina, con todos los poderes y todos los deberes que confiere este cargo a la cabeza del Estado y al lado del faraón.

Personalidad sobresaliente de la historia egipcia, Tiyi no es una reina sin relieve, que se mantenga discretamente a la sombra de su omnipotente marido. Desde el principio de su «reinado», se afirma como una mujer de gobierno, que participa en las grandes decisiones políticas y, en ciertos casos, incluso las provoca.

Tiyi toma parte en todas las ceremonias oficiales, en todas las fiestas, y acompaña a su marido en sus viajes a través del país. Detalle sorprendente, aparece siempre al lado del rey en las manifestaciones públicas en que la corte de Egipto exhibe su esplendor.

Cierto que Egipto no fue nunca misógino ni relegó exclusivamente a la mujer a las actividades domésticas. Las mujeres egipcias accedían a las más altas funciones, y su condición social era con frecuencia muy notable. Hubo un linaje de damas muy grandes, que representaron un papel decisivo en el gobierno del país. Fueron reinas tebanas las que iniciaron el movimiento de liberación que, después de expulsar al invasor hicso, dio nacimiento al Imperio Nuevo. Tiyi pertenece a este linaje. Es la compañera de Amenofis III y trata los asuntos de Estado con una eficacia que nadie pone en duda. El poder de la reina se manifiesta de la manera más patente cuando se hace construir un templo en el Sudán. Desempeñando el papel de una «maestra de obras», ensalza el ejercicio de realeza mediante la construcción tradicional del templo.

Poseemos una prueba excepcional de la influencia de la reina y de su competencia. El rey Dusratta de Mitanni envía una carta a Amenofis IV, el nuevo soberano, donde se lee esta asombrosa declaración: Todas las palabras que he intercambiado con tu padre, las conoce tu madre, Tiyi. Nadie más que ella las conoce, y las podrás conocer por ella… Desde el comienzo de mi realeza y durante todo el tiempo en que Amenofis III, tu padre, continuó escribiendo, escribió sin cesar a propósito de la paz. No había ninguna otra cosa sobre la cual me escribiese sin cesar. Tiyi… conoce todas las palabras de tu padre, que me escribía constantemente. Es a Tiyi, tu madre, a quien debes interrogar sobre todo lo que se refiere al tema (Cartas Amarna EA 28 y 29).

Imposible indicar más claramente que la reina Tiyi estaba informada de los «expedientes» más importantes y que, en ciertos casos, era la única en soportar tan pesada carga.

Tiyi compartió con su hijo los secretos de que era depositaria. Fue ella, por lo tanto, quien expuso al faraón la situación interna de Egipto y el estado de las relaciones internacionales, de acuerdo con sus puntos de vista. Cierto que Akenatón no ignoraba todo eso y que se había forjado ya sus opiniones propias, pero su madre le aportó «complementos de información» de un valor inestimable.

La reina Tiyi contribuye de manera decisiva a la formación del pensamiento político de Akenatón. Tiyi tiene ideas precisas sobre el porvenir de su país. Ante todo, no desea que Egipto se encierre en sí mismo. Las «Dos Tierras» son ricas, su civilización más exuberante que nunca. Los dioses colman de beneficios al pueblo que les venera. Pero la reina no se contenta con esa felicidad, cuyas bases le parecen a veces frágiles. Impulsada por su afición a los vastos horizontes, actúa en el sentido de una expansión a la vez económica y religiosa. Abre Egipto a las influencias exteriores y procura crear un Estado cosmopolita, donde los pueblos aprendan a conocerse sin confundirse. Gracias especialmente a los intercambios comerciales, es posible ofrecer a los distintos países puntos de comparación y modos de comprensión, mientras que Egipto continuará siendo el centro y el foco luminoso del mundo.

En el aspecto religioso, Tiyi hizo evolucionar de modo extraordinario las ideas de su tiempo. Su hermano Aanen desempeñó cargos fuera de lo común. Una estatuilla conservada en el museo de Turín nos informa de que era «Gran Vidente» en Heliópolis y «Segundo profeta de Amón». Esta doble función confiere a Aanen un estatuto muy excepcional. Por una parte, se halla inserto en la todopoderosa jerarquía tebana y, gracias a su rango, conoce sus mecanismos. Por otra parte, pertenece al clero heliopolitano, relegado a segundo rango por el poderío creciente de los sacerdotes de Amón.

Gracias a ese lazo familiar, Tiyi está perfectamente informada de los pensamientos expresados por los miembros de las dos comunidades religiosas. Admira los grandes principios de la teología solar, tan apreciados por Heliópolis, y vigila con atención el desarrollo de la ambición tebana.

Es probable que la reina dispusiese de observadores en todos los puntos neurálgicos de la sociedad egipcia, figurando entre ellos Aaren, que fue uno de los personajes clave de este periodo.

¿Se contentó el hermano de la reina con disfrutar de las prerrogativas de un gran dignatario o se convirtió en uno de los defensores de la antigua religión solar, a la que se ve reaparecer poco a poco durante el reinado de Amenofis III? Tiyi compartía esta concepción de lo sagrado, en que la divinidad se expresaba de la manera más directa bajo la forma del sol. Favoreció al clero de la antigua ciudad santa de Heliópolis, restableciendo el equilibrio que se había perdido en favor de los sacerdotes de Amón, que conservaron, sin embargo, su preeminencia.

Este reequilibrio sutil y modesto se desarrolló sin ningún conflicto. Durante una ceremonia, en el momento de montar en una barca llamada Esplendor de Atón, la reina Tiyi proclamó ante los miembros de la corte su inclinación a la mística solar. El dios Atón recibió así oficialmente la confirmación de la adhesión de la pareja real. ¿Por qué habían de preocuparse los sacerdotes de Amón? Se trataba de un acontecimiento sin importancia, que confirmaba simplemente el papel teológico y espiritual representado desde siempre por la reina de Egipto.

Esta última, en efecto, encarna a Maat, el orden, la armonía del mundo, la regla eterna que los humanos tienen el deber de respetar. Es también Hater, la diosa del cielo, el ojo del sol, la fuerza cósmica en que resucita cada mujer. Con Tiyi, no existe todavía una «religión atoniana». Sólo una tendencia a promover una corriente muy antigua de ideas, que, por lo demás, comparte con su marido, Amenofis III.

El futuro Akenatón no pudo ser indiferente al clima religioso de la corte real. La fuerte personalidad de sus padres representó un papel determinante en la evolución de la suya propia, sobre todo a partir del momento en que se produjo el acontecimiento que decidiría su destino: la muerte de su hermano mayor.

Amenofis III y Tiyi juzgaron a su segundo hijo capaz de acceder al trono de Egipto. Tomaría el nombre de Amenofis IV, inscribiendo su reino en la continuidad del de su padre, para gloria del dios Amón.