Capítulo 22
Clark llamó a Martín desde un teléfono seguro para informarle de que Lauson se reuniría con él en casa de Martín. Una hora después, Lauson estaba aparcando frente a la casa cuando llegó Clark en su Camaro.
Se estrecharon las manos, por primera vez en mucho tiempo, como amigos. Entraron en la mansión, donde un mayordomo los condujo hasta el despacho de Martín.
El padre de Charlize estaba destrozado, con una botella de whisky en la mano, recostado en un sillón. Con los ojos sin vida. Lauson se sentó junto a Martín, le cogió la mano.
—Tranquilo viejo amigo. Todo saldrá bien.
—Y eso... ¿Quién me lo asegura? ¿Cómo sé que no está ya muerta? —susurró Martín entre lágrimas—. ¡Mi niña! Puede que ya ni respire. —dijo mientras estrellaba la botella contra la pared de enfrente.
—Tu hija está viva. —respondió Clark—. Pronto sabré dónde la tienen retenida.
Martín se incorporó en el sillón, sin poder creer lo que escuchaba.
—¡Debemos avisar al FBI! —gritó Martín.
—Matarían a Charlize antes de que consiguieran estar a menos de un kilómetro de ella. —respondió Clark cabizbajo.
Martín se levantó y agarró a Clark por la solapa de la gabardina, tirando de él nervioso.
—¡Y qué debemos hacer, esperar a que la maten! —gritó.
—Ellos no esperan que un hombre solo intente liberarla. —dijo Clark.
—¿Y quién va a estar tan loco como para intentar rescatarla en solitario? —preguntó Martín.
—Alguien que no tenga nada que perder. Alguien que haya sido entrenado para matar. Alguien dispuesto a morir por Charlize.
Martín abrazó a Clark, llorando.
—¡Maldita sea Clark! ¿Por qué tengo que arriesgarme a perderos a los dos?
—Sin Charlize... Ya estoy muerto. —dijo Clark. Te juro que rescataré a Charlize aunque me cueste la vida.
Martín acarició el cuello de Clark.
Lejos de allí Selena contemplaba a Charlize amordazada y atada a una silla.
—No pareces tan poderosa ahora. ¿Verdad Charlize?
Selena le propinó un puñetazo que le abrió una pequeña brecha en los labios. Pero esta continuó mirándola desafiante.
—No te preocupes. Es algo temporal, pronto me darán el visto bueno y podré cortar ese bonito cuello.
Selena olisqueó la cara de Charlize como si fuera un animal.
—Como voy a disfrutar, quitándote la vida. Pero... ¿Sabes qué es lo que más feliz me hace? Que veré a tu Clark llorar lágrimas de sangre.
Charlize se sorprendió al escuchar aquellas palabras. ¿Clark aún la quería?
—¡Vaya la nenita no sabía que su amor aún perdía el culito por ella! Bueno lo cierto es que da igual, no volverás a verlo. Primero te mataré a ti... Luego según acontezca, le tocará el turno a él. Romeo y Julieta deben morir.
Selena se alejó de la habitación riendo a carcajadas.
Charlize no entendía nada. Si Clark la seguía amando ¿por qué la rechazaba?
Selena bajó las escaleras de la planta superior y revisó la seguridad.
Un tipo alto y calvo se le acercó.
—Todo listo Selena.
—Más te vale. No quiero sorpresas. —respondió Selena—. Cuando la matemos, quemad la casa, que no quede ninguna prueba.
Entró en una salita y se tumbó en un sillón mientras comprobaba el estado de su pistola nueve milímetros.
Tadeo estaba en su despacho revisando su ordenador. Lester era un paranoico de la seguridad pero esta era obra de Tadeo, por lo que se reservó algunas puertas por las que entrar en caso de necesidad.
Accionó un botón oculto bajo el escritorio. Eso le proporcionaría quince minutos de libertad. Sabía que Lester había instalado una cámara, pero él mediante una conexión extra, conseguía grabar durante un tiempo que luego repetía sin parar.
Entró en los archivos privados de Lester. Introdujo el nombre de Charlize pero no obtuvo ningún resultado interesante. Todo eran informes de empresa.
—Normal. —pensó Tadeo—. Demasiado obvio.
Introdujo datos como paquete, alquiler reciente, objetivo. Pero no conseguía nada. Empezaba a desesperarse. Fue entonces cuando recordó una palabra que Lester solía repetir.
—¡Vendetta!
Tecleó a toda prisa dentro de una ventana de ms dos y una sucesión de datos apareció ante sus ojos. Localizaciones, objetivos, fotos, allí estaba todo lo que necesitaba. Las contraseñas y nombres en clave que Lester había colocado por seguridad, no servían para nada. Su programa actuaba como un buscador, escribías una palabra y mostraba cualquier resultado que la contuviera.
Clark estaba apoyado contra una librería cuando sonó su móvil. Lo sacó y descolgó.
—Ya lo tengo. Es una casa a las afueras de Milforest, te paso la dirección en un mensaje.
—Gracias Tadeo.
—Clark ten cuidado, aquí dice que tienen órdenes de eliminar al objetivo.
—Tendré cuidado. Llama al teléfono que te di y diles que Alpha uno ordena activación a las veinticuatro horas.
—Lo haré Clark. —respondió Tadeo sin entender una palabra.
Esperaron a que anocheciera para tener a su favor la oscuridad. Clark apenas si cenó algo. Tomó una buena dosis de cafeína y salió de la mansión. Caminó hasta el coche y abrió el maletero. Agarró dos macutos enormes y regresó dentro.
Una vez lejos de las miradas del personal de servicio. Acompañado por Martín entró en uno de los dormitorios. Abrió las cremalleras de los dos macutos y desplegó todo su contenido sobre la moqueta que cubría todo el suelo. Tiró la ropa y el chaleco antibalas al lado derecho. El armamento y la munición los colocó al lado izquierdo. Se desnudó y empezó a vestirse con un traje negro de una sola pieza. Ajustó el chaleco antibalas y varias correas provistas de pequeños bolsillos que servirían para albergar cargadores. A la espalda en un soporte especial, ancló un machete de grandes dimensiones. El cinturón llevaba incorporada una pistolera a cada lado con unas cuerdas que se ataban a las piernas para impedir el movimiento de las pistolas.
Sacó de la funda un rifle de francotirador, que revisó a conciencia. Reguló altura y distancia, limpió la mira e introdujo el cargador.
Soltó la correa y se colgó el rifle al hombro. Martín ordenó al servicio que se fuera a la cocina, posición desde la cual les sería imposible ver a Clark abandonar la casa.
Lauson miró a Clark con ojos llenos de orgullo.
—Clark quiero que sepas que Rob no llevaba tu sangre, pero te quería como a un hijo. —dijo Lauson.
—Lo sé. —respondió Clark lanzándole la grabadora con la cinta de su padre.
Lauson miró la grabadora sin comprender. Pero guardó silencio.
Martín lo abrazó con fuerza.
—¡Regresad los dos! Es una orden.
Clark asintió con la cabeza y se introdujo en el coche. Arrancó el motor y se alejó de la mansión.