Capítulo 1

 

 

 

Sentado en una pequeña sala del tanatorio, observaba la urna que contenía las cenizas de su tío. Parecía mentira que aquella vasija contuviera lo que apenas unas horas antes era un hombre de metro noventa. Las lágrimas resbalaban por su mejilla.

Un hombre pequeño se acercó a él. Llevaba puesta una gabardina negra y un traje de aspecto caro, aunque antiguo. Estaba prácticamente calvo, pero trataba de ocultarlo peinándose hacia el lado. Debía tener unos sesenta años.  Tras  los cristales de sus gafas se podían ver unos ojos cansados, posiblemente por las continuas noches en vela a las que debía estar sometido por culpa de su trabajo.

 

—¿Clark Evans?

—Sí.

—Mi nombre es Leo Michelle. Era el abogado de su tío. Antes de nada, quería darle mi más sentido pésame. Su tío me ordenó que le entregara este sobre cuando él ya no estuviera.

—¿Qué es?

El hombre se acarició el pelo en una actitud que demostraba nerviosismo e incomodidad.

—Es la comunicación de que debe abandonar la casa de su tío mañana a primera hora, junto con su testamento y otros documentos.

—¿Mi tío? ¿me ha echado de casa?

—No exactamente, pero él me pidió que no le diera más detalles.

Aquel extraño hombre, inclinó la cabeza a modo de saludo y se marchó.

Clark introdujo la urna en una mochila que le había proporcionado la funeraria y se alejó de aquella sala de espera.

Fuera, la noche había hecho acto de presencia. La suave brisa de verano acariciaba su cuerpo. Las ramas de los árboles que bordeaban  sendos lados del camino, se mecían a su paso, como caballeros que alzan sus espadas formando un pasillo de honor.

Acababa de vender su coche para pagar algunas facturas médicas de su tío, por lo que le esperaba una larga caminata.

Se sentía abandonado y nunca mejor dicho desahuciado. Al día siguiente estaría en la calle, sin familia, sin apenas dinero, no tenía ni idea de qué sería de él.

Dos horas más tarde, estaba ante la puerta de la que pronto dejaría de ser su casa. Metió la mano en el bolsillo y sacó la llave, siempre le costaba dar con la llave adecuada. Abrió la puerta, entró por el estrecho pasillo y soltó con cuidado la mochila encima de un aparador. Regresó, cerró la puerta con llave y agarró de nuevo la mochila. Descorrió la cremallera y con sumo cuidado cogió la urna. La colocó en el que era el sillón preferido de su tío. Se sentó en el sofá y fue justo entonces cuando se acordó del sobre. Era un sobre marrón bastante grande y lo cierto es que pesaba. Rasgó la solapa y vació el contenido en la mesita del salón. Había varios fajos de billetes, una carta, pasajes de avión y un colgante de oro con las iniciales CM grabadas. El medallón era ovalado, colgaba de una delicada cadena de finos eslabones y tenía un aspecto caro y sofisticado. Cogió la carta y se recostó sobre los cojines.

Una semana de lujo
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