Capítulo 8

 

 

De regreso al hotel, Clark se despidió de Charlize y se encerró en su suite. Pasó el resto del día tirado en la cama, sin comer, ni beber. No se sentía con ánimos para estar acompañado, ni tampoco se consideraba buena compañía.

Por la mañana, Charlize llamó a su puerta. No podía disimular su preocupación. Clark abrió la puerta, pero no mostró intención de acercarse a ella. Charlize quedó confundida ante aquella fría reacción. Pero cuando entró en el salón de la suite y vio la maleta abierta, quedó impactada.

—¿Qué significa esa maleta Clark? —preguntó Charlize.

—Me voy. —respondió Clark.

—¿Qué te vas? ¿Y qué pasa con nosotros? —preguntó Charlize con un nudo en la garganta.

—Eres una mujer fuerte, estoy seguro de que no te costará trabajo olvidar a alguien que solo conoces de unos cuantos días.

Clark era tajante y hosco, pero en ningún momento la miraba.

— ¿Pero no lo entiendo? ¿Es que he hecho algo?

Clark la miró con severidad.

—Estoy harto de fingir ser un millonario, debo volver al lugar que me corresponde junto a la plebe. Además tengo miedo.

— ¿Miedo a qué? —preguntó Charlize.

—Creo que me estoy enamorando de ti y no quiero ser un capricho pasajero o un novio florero del que te deshagas cuando te aburras.

—Clark no sé qué será de nosotros. No puedo negar que me siento atraída por ti. Pero solo el destino sabe lo que va a pasar.  ¿Qué pasará con la última voluntad de tu tío si te marchas?

—No creo que se tome la molestia de presentarse, para echarme la bronca. Además Charlize, ¿qué quieres que haga? ¿Quedarme y gastar el dinero sabiendo que estoy en la calle y sin blanca? Anularé la reserva e intentaré salvar algo del dinero.

Charlize le miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—¡Eres como todos! —dijo con ojos llenos de dolor e ira, mientras se levantaba dispuesta a marcharse.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Clark.

—No soy buena para ningún hombre que conozco, solo pensáis en mi dinero.

—Yo no soy como ellos, no quiero tu dinero.

—¿No eres como ellos? ¿Estás seguro? El resto de tipos que he conocido no me querían, para ellos Charlize no valía nada, solo merecía la pena mi fortuna. Tú me abandonas, por tu maldito orgullo… A mí no me importa correr con los gastos de tu estancia, pero tu orgullo no lo soportaría.

 —¡Eso no es cierto! —gritó Clark.

—¿No?

—Pues respóndeme a esta pregunta. ¿Si fuera al revés me dejarías ir?

Clark pareció meditar la pregunta durante unos minutos.

—No. Jamás lo haría. Tienes razón, tal vez sea orgullo. Pero no puedo evitar pensar, que tarde o temprano… llegará uno de esos multimillonarios, intentará seducirte... Yo no tengo nada… tarde o temprano te cansarás de mí y me arrojarás fuera de tu vida.

Charlize se acercó a él y lo abrazó por detrás, mientras le daba un pequeño beso en el cuello.

—¡Maldito imbécil!

—Acaso no te has dado cuenta, que encaprichada o no, te quiero junto a mí.

 Clark quedó sin palabras.

—¿En serio?

Charlize sonreía mientras le obligaba a girarse para darle un beso.

—En algo de lo que has dicho antes sí estoy de acuerdo. Me parece una estupidez que sigas pagando esta suite. ¿Por qué no bajas y anulas el resto de la reserva?

—Pero si hago eso...

—¿Dónde voy a dormir? —preguntó Clark.

Charlize le dio un capón en la frente.

—Que cortito de mente eres a veces Clark. ¡Qué tal en mi suite! Soy una mujer moderna, no necesito estar casada para compartir mi cama. Date prisa. Te espero en la suite.

 

Los dos se miraron, consumidos por la magia de la excitación que despertaba en ellos la idea de estar juntos. Clark nervioso y emocionado, empezó a guardar sus cosas en las maletas. Se terminó de vestir y fue llevándolas a la suite de Charlize. Luego bajó a la recepción y anuló el resto de la reserva. El recepcionista, un hombre de pelo rojo y gafas de gruesas lentes, lo miró sorprendido.

—¿Algo le incomodó? —preguntó nervioso el recepcionista.

—Seguiré alojado en el hotel, pero en la suite de otra persona.

El recepcionista respiró aliviado.

—¡Estupendo entonces! ¿Puedo ayudarle en alguna otra cosa?

—No, gracias. Eso es todo. —respondió Clark dedicándole una leve sonrisa. Mientras se alejaba camino a los ascensores.

El recepcionista agarró el teléfono y marcó un número.

—Ha anulado la reserva. No, sigue alojado en el hotel. Con la señorita Charlize Spence. Gracias, es usted muy generoso.

 

Clark sacó la tarjeta de la suite y abrió la puerta.  Allí estaba ella probándose un vestido de encaje gris con bordados en la cintura y con acabado de palabra de honor. Al verlo le dedicó una sonrisa algo viciosa.

—¡Bienvenido compañero de cuarto!

Clark se acercó a ella.

—¡Bonito traje!

—Esta noche mi padre quiere invitarnos a cenar en el Marchante Real.

—Extraño nombre para un restaurante. —dijo Clark.

—En realidad es un barco a vapor, de esos que surcaban el Misisipi. Lo han restaurado y reconvertido en hotel flotante, te va a encantar.

—Charlize es miércoles. ¿Qué hace?  ¿Cuatro días que nos conocemos? Ya vivimos juntos y esta noche a cenar con papá, ¿no vamos algo rápido?

—Tú solo necesitaste un día para emborracharte con él.

—¡Vale touche!, ¿Y qué planes tiene mi sargenta para el resto del día?

—He encargado el almuerzo. Nos lo subirán y lo tomaremos en la terraza.

—¡Vaya rollo! ¿Todo el día aquí encerrados?

Charlize se acercó a él, le dio un pequeño beso en la barbilla y le susurró al oído.

—¿Quién sabe, a lo mejor hago que no te aburras?

Clark tragó saliva. Era algo inocente, pero sabía a qué se refería. Lo cierto es que no tenía mucha experiencia en el tema.

Clark se desabotonó la camisa y la lanzó a una silla.  Pensaba ponerse algo más cómodo, cuando apareció Charlize con un camisón tan fino que dejaba poco a la imaginación.

Clark la miró, parecía como si una diosa hubiera salido de uno de esos cuadros griegos. Ella se aproximaba sin prisa, disfrutando de la turbación que causaba en él.

Él se sentía como un imbécil, a sus treinta años había tenido algunas novias, nada serio y solo en una ocasión llegó a tener algo más que palabras, sobraba decir que fue un desastre. No sabía qué hacer. Le confesaba que era casi virgen o simplemente que en la cama era un novato. 

Por fortuna la adrenalina, el deseo y el fuego que lo consumía, lo invadió.

Se abalanzó sobre Charlize, la cogió en brazos y la llevó hasta la cama, donde ambos se desvistieron apresuradamente. Clark se quedó paralizado mirando el cuerpo desnudo de ella, deseaba hacerle el amor con toda su alma, pero tenía dudas.

—¿Qué te pasa Clark?

—Lo cierto es que solo lo he hecho una vez. —dijo Clark casi susurrando por la vergüenza.

Charlize lo besó dulcemente, mientras tiraba de él para que se tumbara junto a ella.

—No tienes que ser un experto. Solo sigue tu instinto.

Clark la besó, pero esta vez sus besos estaban llenos de deseo. No pudo evitar acariciar sus pechos, mientras su boca parecía querer devorarla. El cuerpo de Charlize era tan suave que lo hacía enloquecer. Quería ser el amante perfecto, pero no entendía nada de preámbulos, carecía de experiencia. Pero si tenía algo claro, necesitaba más. Se tumbó sobre ella acariciando sus muslos, hasta que no pudo más. Ella se abrió de piernas y consumaron su creciente e imparable deseo.

 

 

Por la noche ambos estaban en la cama, mirándose en silencio. Su primer encuentro sexual fue arrebatador para ambos, lleno de ternura e inocencia.

—¿Deberíamos levantarnos? Mi padre nos espera. —sugirió Charlize.

—Sí. —contestó Clark.

De mala gana se levantaron, ducharon y tomaron una limusina hasta el puerto.

Clark no se quitaba el medallón desde el día del cóctel y por alguna razón, siguió llevándolo. Le resultaba cómodo y familiar, aunque a la vez sin sentido.

De camino al puerto Clark cogió la mano a Charlize.

—Creo que podría seguir con mi trabajo como trader de bolsa. De esa forma podría acompañarte en tus viajes y no me sentiría como un inútil. No puedo soportar estar sin hacer nada.

—¿Qué te parecería dirigir una de las empresas de mi padre?

Clark se recostó en el asiento, visiblemente incómodo.

—¡Clark! Sabes que si te lo propongo, es porque sé que tienes la capacidad necesaria para dirigirla. En los negocios no me guió por las emociones, sólo por la lógica.

—No quiero quitarle el puesto a nadie por ser tu amigo especial. —respondió finalmente Clark, mirándola con enfado.

—No le vas a quitar el trabajo a nadie. Además es una pequeña empresa no un imperio. De esa forma le demostraras a mi padre de lo que eres capaz y por otro lado, te sentirás útil.

—Y ¿Dónde viviría? —pregunto Clark.

— En New York.

—Tengo un ático que te va a encantar.

—¿Los dos juntos? ¿No vas algo rápido? —dijo Clark.

—No pienses en eso ahora, ya nos organizaremos. Si no te aguanto tengo un trastero en la planta baja. —dijo riendo Charlize.

—¿Está muy alto?

—Es uno de los edificios más altos de la ciudad y la vista es realmente bella, se ve Central Park. —respondió Charlize.

Clark tragó saliva. Eso era como vivir en un avión para él.

 

 

Sede central Madison Corp.

New York

Un hombre bajito, caminaba con decisión por los pasillos color plata de la planta veintiuno. La mayor parte de esta, tenía las luces apagadas, sólo algunos led estratégicamente dispuestos mostraban el camino a seguir. Al fondo una gran puerta negra de roble, daba acceso al despacho de Lester Madison. El hombrecillo golpeó la puerta y está se abrió sola.

Allí mirando a través de la cristalera, estaba Lester. Contemplando la ciudad.

—Señor Madison aquí tiene el resultado de los análisis, los comparé con los suyos tal y como me pidió.

Lester se giró impaciente, agarró los documentos.

—Puede marcharse. —ordenó Lester.

Se dejó caer en su enorme sillón de cuero negro. Sus ojos recorrieron de lado a lado cada porción de papel, hasta llegar a la última hoja.

Soltó los documentos en el escritorio de caoba, se levantó y caminó hacia un pequeño mueble bar. Tomó una botella de vino que tenía reservada desde hace años y se sirvió una copa.

Regresó al ventanal, todo era movimiento allí fuera, pero nada de eso le importaba. Para él, esa gente no eran más que hormiguitas que hacían lo que él quería o eran eliminadas.

Levantó la copa y brindó.

—¡Por ti Clark!

—¡Bienvenido a la familia Madison!

 

Lejos de allí, Clark ayudaba caballerosamente a salir de la limusina a Charlize. Como si presintiera algo, se llevó las manos al medallón y lo apretó.

Una semana de lujo
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