Capítulo 7
Martín miraba de vez en cuando a Clark, parecía indefenso entre esos directivos que lo acosaban a preguntas. Pero cuando lo observaba, en cierto modo se veía reflejado. El joven incauto que lo arriesgó todo hasta convertirse en un gran empresario.
Como padre no podía evitar pensar si sería él una compañía adecuada para su hija, pero instintivamente, le parecía que debía darle una oportunidad. El tiempo diría si lo aceptaría o tendría que alejarlo de su hija para siempre.
Martín era duro y despiadado en los negocios. La felicidad de su hija, no dejaba de ser un negocio en cierto modo para él. Una empresa que jamás permitiría que dejara de producir beneficios.
Uno de los directivos se unió al círculo que rodeaba a Clark.
—¿A qué se dedica Clark? —preguntó uno de ellos que parecía ser el más anciano de todos.
—Actualmente soy pequeño inversor en bolsa. —respondió Clark bebiendo de su copa y tratando de tener paciencia.
—Interesante. ¿Qué compañía gestiona sus inversiones? —preguntó otro, de aspecto frío y hosco.
—Yo mismo. Estoy especializado en forex.
Un directivo más joven se incorporó a la comitiva. El recién llegado era alto, de pelo largo y rubio, ojos marrones y por su apariencia, estaba bien pagado de sí mismo.
—¡Vaya! ¿Es usted uno de esos que arriesga su capital a diario para tener unas exiguas ganancias? —dijo con total carencia de tacto.
Más tarde Clark averiguaría que fue uno de los pretendientes fallidos de Charlize.
—¡Así es! —respondió Clark con total normalidad. Pero ya que están tan interesados por conocerme, les diré que… no tengo donde caerme muerto. Tengo tan poco dinero que mis inversiones difícilmente me darían beneficios como para comprar uno de sus trajes. Pero eso no quita que sea licenciado en económicas, hable varios idiomas con total fluidez y sepa identificar a una panda de arpías que lo único que buscan es despellejarme vivo, porque soy el amiguito de la jefa. Ahora si me disculpan, tengo cosas más importantes que hacer como ir al servicio o contar las hojas que caen de los árboles. —dijo Clark con total aire de superioridad.
Si había algo que odiaba era a los cotillas y aduladores.
La mayoría de los directivos quedaron impactados ante las palabras de Clark. El más anciano, no pudo evitar reírse. Lo que provocó que los otros lo miraran entre ofendidos y confusos.
Charlize le miraba mientras hablaba con un cliente. Clark tomó un pequeño sorbo de su copa, mientras le devolvía la mirada. Señaló el reloj. Ella le sonrió e hizo un gesto, indicándole que tuviera paciencia.
Caminó hacia la barra de bar y pidió una cerveza. El camarero cogió una cerveza del refrigerador y vertió su contenido en una jarra. Cuando Clark la agarró se cortó la palma de la mano.
—¡Dios mío! Exclamó el barman. Rápidamente bordeó la barra y rogó a Clark que lo acompañara hasta el botiquín del club.
Después de recibir una cura y algunos pinchazos, abandonó el botiquín y paseó sin rumbo por el jardín. Lejos de allí divisó un banco de madera, desde el cual se podía ver el campo de golf, caminó hacia él y se sentó. Estaba todo muy bien cuidado, el césped tenía un brillo espectacular. Nadie debía estar jugando ese día, porque saltaron los aspersores.
Charlize parecía querer dominar su tiempo y su agenda, pero en el fondo le daba igual, se divertía cuando estaba junto a ella.
—¿Le importa que me siente? —preguntó el directivo más anciano, que aún parecía divertido con sus palabras.
—¡Por favor! —insistió Clark.
El anciano le ofreció la mano.
—Mi nombre es Frank Lauson, soy uno de los directivos de Madison Corp, la compañía que dirige Martín.
—Yo solo soy un amigo de Charlize. —respondió.
—Un amigo con carácter. Nunca había visto a nadie parar los pies a esos engreídos. —dijo Frank.
Clark le dedicó una sonrisa malévola.
—Lo sé, me he quedado en la gloria. —contestó Clark mostrando un signo de alivio.
—Sabes Clark… Por un momento me recordaste a un buen amigo.
El anciano se quedó callado unos minutos, recordando quizás tiempos mejores.
—¿Cómo van tus inversiones? —preguntó interesado.
—Tengo mi propio sistema, pero dispongo de poco capital, por lo que no termino de despegar. —respondió Clark.
—Estoy seguro de que Charlize te podría hacer un préstamo, es una chica muy generosa. —dijo el anciano.
—Nunca se lo pediría. Tengo que salir adelante por mí mismo. No me gusta que me regalen las cosas.
El anciano lo miró con respeto y por primera vez se fijó en el medallón.
—Curioso medallón. ¿CM? ¿Qué significa? —preguntó curioso.
—Lo cierto, es que no lo sé. Mi nombre es Clark Evans, me lo legó mi tío.
—Vaya con tu tío, te deja en herencia un medallón ¿y no te explica a quién perteneció o si simplemente era un objeto que apreciaba?
—Mi tío Rob era así. —respondió Clark.
—¿Cuál era el apellido de su tío si no es mucho preguntar? —preguntó el anciano más por pura formalidad que por un interés real.
—Rob Evans. —contestó Clark.
La expresión del anciano se ensombreció.
—¡Disculpa Clark! aunque estoy encantado con nuestra conversación, el deber me llama. Debo discutir unos asuntos con algunos directivos.
Mientras se alejaba el anciano, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó su cartera y rebuscó nervioso en su interior. Con mano temblorosa introdujo varios dedos en un compartimento y cogió una foto. Allí estaba él con unos treinta años menos. Martín Spence, Rob Evans y un hombre alto de pelo largo y negro con los ojos azules, que portaba el mismo medallón que Clark lucía en su cuello. Pero no podía ser, debía ser una copia, hoy en día se podía encontrar cualquier tipo de medallón o abalorio. No podía ser el medallón original. Pensó el anciano.
Después de una velada estresante para Charlize y aburrida para Clark, ambos dejaron el club. Clark debía enfrentarse a un duro trago.
Charlize se quedó en el vestíbulo, mientras Clark subía a la suite para coger las cenizas de su tío. El trayecto en ascensor le pareció interminable. El pasillo hasta llegar a la suite, eterno. Cuando entró y se acercó al mueble donde reposaba la urna, Clark no era capaz de cogerla.
Era la voluntad de su tío, pero el simple hecho de tener sus cenizas cerca, era como tenerlo a él.
En cuanto se desprendiera de ellas…
Metió la urna en la mochila y bajó al vestíbulo. Charlize comprobó como el rostro vivo y sonrosado de Clark se había tornado demacrado y triste.
Lo tomó de la mano y ambos se alejaron del hotel camino a la playa.
Charlize intentó quitar hierro a aquel momento, hablando de asuntos sin importancia, el paisaje, anécdotas que le había contado su padre durante el cóctel.
Clark se limitó a caminar, callado.
Después de alrededor de media hora caminando, Clark divisó un pequeño acantilado que daba directo al océano. Bajo él, las olas se arrojaban impetuosas, lo que le recordó al carácter de su tío.
Charlize dejó que él se acercara solo al borde del acantilado, portando la urna. Clark retiró la tapa y la arrojó al agua, siguiéndola con la mirada hasta verla desaparecer en las profundidades del océano.
—¡Adiós tío Rob! Gracias por tu regalo.
Dejó caer las cenizas que como llevadas por un ángel parecieron quedar flotando en el aire por unos minutos. Parecía como si su tío quisiera verlo por última vez. Lentamente fueron cayendo hasta mezclarse con el agua.
Impotente, cayó al suelo de rodillas consumido por el dolor. Las lágrimas, brotaron de sus ojos quemándole la cara. La garganta le dolía como si alguien lo estuviera estrangulando.
—¿Por qué? —se preguntó.
Charlize se acercó a él, se sentó a su lado. Le besaba la mejilla tratando de consolarlo, pero en vano. Clark no podía dejar de llorar.
—Ahora estoy solo, ya no me queda nadie. —masculló amargamente Clark.
Charlize le giró la cara hacia ella.
—Me tienes a mí.
Clark la besó, sintiendo como aquella pasión le hacía volar por un mar de sensaciones, donde no podían habitar el dolor o la tristeza.