Capítulo 9
Charlize abrió el camino por la larga y solida pasarela que conducía a la primera y principal cubierta del barco. Se sentía inquieto. Junto a él pasaron varias mujeres de aspecto agresivo y sofisticado. Dos hombres fumaban puros cerca de la pasarela. El barco parecía un hormiguero. Un camarero reconoció a Charlize y los condujo por un comedor central, hasta llegar a un pequeño pero lujoso ascensor, que los llevó hasta la cubierta superior. La cubierta Vip, en la que solo unos pocos podían permitirse estar. Pero ellos eran la élite. Al menos la familia de Charlize.
Las puertas del ascensor se abrieron y el metre, como salido de la nada apareció a su lado y les acompañó hasta la mesa, donde Martín estaba sentado hablando por el móvil. Charlize se acercó a su padre y le dio un beso en la mejilla. Martín colgó y guardo el móvil en un bolsillo de la chaqueta, se levantó y le ofreció la mano a Clark, que se la estrecho sin dudar. Se sentaron y pidieron la especialidad de la casa salmón a las finas hierbas con crujiente de verduras. Martín ya había pedido un vino de una bodega francesa, que a Clark le resultaba imposible de pronunciar.
Cenaron, conversando durante largo rato sobre asuntos de negocios que a Clark le parecieron tan interesantes, como ver caer las hojas en otoño mientras sufres un fuerte resfriado. Charlize se levantó y excusándose, marchó al servicio. Clark quedó a solas con Martín.
—¿Dime Clark? ¿Te ha comentado Charlize el puesto vacante de director en una de mis empresas?
—Lo cierto es que sí. Pero no es necesario que me de trabajo, puedo seguir con mi trabajo de inversor.
—Charlize me ha informado y puesto al día de tu formación, creo que podrías compaginar ambos trabajos.
—Martín los dos sabemos, que no me ofrecería ese trabajo si no fuera algo más que un amigo para su hija.
—Así es. —Respondió Martín—. Pero eso no quita, que ya que estás con ella, te ayude un poco a nivel laboral.
—Desde luego no le entiendo.
—Cualquiera en su lugar, aprovecharía que no está su hija y me daría una patada en el culo para que me largara y usted me quiere poner al frente de una empresa. No lo entiendo.
—Mira Clark, seré franco. No sé lo que duraréis juntos, tal vez sean días, meses, años o toda la vida. Trata bien a mi hija, hazla feliz y seré tu ángel de la guarda, hazle sufrir y desearás estar muerto.
Clark lo miró pero no había ni un atisbo de miedo en sus ojos, cosa que Martín admiró, a pesar de mantener una actitud propia de los jugadores de póker.
—Por otro lado, si aceptas el puesto me ahorrarías tiempo y dinero buscando a un directivo. A no ser claro, que te de miedo hacerte responsable de una empresa. —insinuó maliciosamente Martín.
—No me asusta lo más mínimo, al principio me costará pero luego la empresa irá como la seda.
—Eso espero. —respondió Martín mientras bebía de su copa sin dejar de mirar a Clark.
—¿Por cierto que tipo de empresa es? —preguntó Clark.
—Ropa interior femenina. Susurro Martín.
—¿Es una broma? ¿Verdad? —preguntó Clark incrédulo.
—No, la fábrica está a las afueras de New York en Wilshire.
Clark se tapó los ojos con las manos.
—¡Bien! ¡Me da igual vender bragas o sujetadores! Cuando acabé con ella, será la mejor de sus empresas.
Martín levantó su copa.
—¡Brindo por eso Clark!
Charlize se acercó sigilosamente y se sentó casi pillándolos por sorpresa.
—Papa me ha llamado Lauson, hay un problema con la fusión con Matsucom. Necesitan que intervengamos.
—¡Maldita sea! No pueden hacer nada sin nosotros. Panda de inútiles. —protestó Martín.
—Clark me temo que papa y yo, tendremos que ir a una de nuestras oficinas en Hawái y no sé a qué hora terminaremos. ¿Te importa regresar en la limusina tú solo?
—Tranquila Charlize, no pasa nada. —respondió Clark.
Los tres se levantaron y caminaron hacia el ascensor. Martín entregó un cheque al metre y entró con ellos en el ascensor. Salieron del barco y Charlize avisó por teléfono, para que los recogieran. La limusina de Martín fue la primera en llegar. Martín dio una palmada en el hombro a Clark y entró en la limusina. Charlize lo besó y siguió a su padre. Clark se quedó allí parado mirando como la limusina se alejaba por el embarcadero.
Pasaron unos minutos y no llegaba su limusina. Caminó por el embarcadero en dirección al paseo marítimo. La noche era inusualmente fresca y el olor a salitre llenaba el ambiente. Sin prisa iba observando el resto de embarcaciones. Había de todos los tipos posibles, yates de lujo, lanchas a motor de gran cilindrada y algún que otro barco más pequeño y de estilo clásico.
—¿Dónde estará la dichosa limusina? —se preguntó Clark.
Sacó el móvil y marcó el número de la limusina. Charlize le hizo grabar el número por si necesitaba salir por la isla. No sabía si por temor a que se perdiera o porque lo vieran subido en un taxi, ahora tenía que guardar las apariencias, el novio de la gran Charlize no debía parecer un cualquiera.
El móvil no tenía cobertura, cosa que le extrañó. Lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y continuó la marcha. Una furgoneta Chevrolet negra con los cristales tintados se acercaba en dirección contraria a baja velocidad.
Clark se hizo a un lado para facilitar su paso. La furgoneta le pasó a pocos metros de distancia. El siguió caminando, pensando en sus cosas. Estaba contemplando un yate que tenía todas las luces encendidas, mientras navegaba, cuando la furgoneta giró con brusquedad para dar la vuelta y se aproximó a él a gran velocidad. La puerta corredera lateral se abrió y un tipo corpulento lo agarró y tiró de él hacia dentro de la furgoneta. Otro tipo le noqueó con una porra. Le colocaron una bolsa en la cabeza y le ataron pies y manos con bridas, fuertemente ajustadas.
Se despertó abruptamente, cuando un tipo vació un cubo de agua sobre su cabeza. Durante unos minutos estaba tan desorientado que no pudo discernir donde estaba. La luz era tenue, sólo unas cuantas lámparas que colgaban del alto techo, aportaban algo de luminosidad. Parecía ser un almacén, aunque no demasiado grande. Había cajas de dos por dos metros, cuyo contenido era un misterio para él. Lo habían situado en el centro de la estancia, que previamente habían preparado.
Dos tipos encapuchados lo miraban.
—¡Se bienvenido! —dijo una voz.
Clark miró a los tipos pero ellos no habían movido un musculo, después de un rato observando, descubrió un cristal tintado al fondo del almacén, a unos cuatro metros de altura.
—¡Bien! veamos de que estas hecho. —susurró la voz.
Uno de los tipos sacó un cuchillo y cortó las bridas de las manos y los pies. No tuvo tiempo de hacer mucho más. Clark se levantó y derribó de un puñetazo al tipo que tenía enfrente, después se giró sobre si y propinó una fuerte patada en la cara del tipo que lo había liberado. Ambos yacían en el suelo sin sentido. Tres hombres también enmascarados, entraron por una puerta casi oculta y comenzaron a disparar. Clark rebuscó entre las ropas de los dos que estaban en el suelo y encontró una beretta y dos cargadores. Quitó el seguro y saltó tras una de las cajas. Rápidamente se asomó por el lateral izquierdo y disparó en el pecho a uno de ellos. Las balas volaron peligrosamente cerca de su cara.
—¿Unas vacaciones de lujo? ¡Seguro! —dijo Clark con ironía.
Corrió hacia el lado contrario del almacén, seguido por los destrozos que tras de él dejaban los disparos, de los dos tipos que aún seguían de una pieza. Clark disparó a otro a la altura del corazón. El último más precavido se resguardó tras una caja. Clark agarró un extintor, y caminó agazapado entre las cajas hasta estar lo suficientemente cerca. Esperó para ver si aparecía por alguno de los lados de la caja, pero seguía allí, oculto. Lanzó el extintor a la derecha y por un momento pudo ver como asomaba la mano con el arma. Clark le disparó a la mano, cuando el tipo se inclinó en un gesto de dolor, quedó a la vista el resto de su cuerpo, cosa que aprovechó. Le disparó en el pecho sin dudarlo.
Había pasado de ser un triste agente de bolsa del montón, a convertirse en un asesino.
El altavoz se conectó emitiendo un molesto ruido. Alguien estaba aplaudiendo.
—¡Magnífico! Veo que tu tío te preparó a conciencia. Me alegro. Porque te hará falta. Equipo uno en pie. —ordenó la voz.
Todos los tipos que Clark había derribado o matado, se pusieron de pie y caminaron hacia él. Clark les apuntaba con la beretta.
—No te molestes Clark. La munición de esas armas es de fogueo. Sin embargo la de ellos es real.
Uno de los tipos le instó para que arrojara el arma al suelo. Para su sorpresa aquellos tipos rudos, lo trataron con respeto. Uno se agachó y recogió las pistolas, mientras otro le rogó que lo siguiera. Caminaron hasta una puerta de metal oxidado. El tipo que lo escoltaba, abrió la puerta, tras ella estaba la furgoneta, aparcada en el almacén contiguo. Montaron en ella, mientras otro quitaba el candado de la puerta principal, dejándoles vía libre. Clark miró su reloj, había estado ausente cuatro horas.
La furgoneta recorrió las vacías calles de lo que parecía ser un polígono industrial. Una tras otra se iban sucediendo las calles, hasta que llegaron a la zona turística.
—¿Vais a matarme en la zona más concurrida y vigilada? —preguntó Clark con asombro.
—No vamos a matarle. Lo dejaremos cerca de su hotel y no volverá a vernos nunca más.
Clark suspiró aliviado. Mientras seguía mirando por la ventana. Fue un trayecto corto, pero a él le pareció una autentica eternidad.
El hotel Senador se podía divisar a lo lejos. La furgoneta se paró junto a una licorería. Uno de los encapuchados abrió la puerta de la furgoneta y le ordenó que saliera. No se lo tenía que pedir dos veces.
Clark contempló como la furgoneta avanzaba por la calle principal hasta girar a la derecha y desaparecer. Se miró la ropa que estaba hecha jirones. Intentó adecentarse y descubrió que tenía un corte en la frente. Sacó un pañuelo e hizo presión.
Para evitar la recepción y las miradas indiscretas, entró en el hotel por el parking, tomó el ascensor y rezó por no toparse con nadie hasta llegar a la suite.
Iba a pasar la tarjeta para abrir la puerta, cuando Charlize la abrió.
—¡Dios santo Clark! ¡Estas hecho un desastre! —dijo Charlize.
—Cariño hieres mis sentimientos. —contestó Clark irónico.
—¿Pero qué te ha pasado? —preguntó Charlize muy preocupada.
—Me acabo de caer por las escaleras del paseo marítimo. ¡Lo sé! Soy un torpe. Iba distraído mirando el móvil y di un mal paso… Bueno el resultado salta a la vista.
—¡Entra y espérame en la terraza! —ordenó Charlize. Creo que hay un botiquín en el cuarto de baño.
Clark se quitó la chaqueta y la tiró al suelo. Después la corbata que estaba empapada en sangre y por último la camisa. Cruzó la sala en dirección al dormitorio y salió a la terraza.
La cabeza parecía querer estallarle, pero no podía dejar de pensar en la voz del almacén. ¿Quién sería ese bastardo? ¿Y por qué le había tendido esa trampa? Lo conocía a él y a su tío, eso lo había dejado claro, pero ¿Por qué decía que le haría falta estar preparado?
Charlize pasó junto a él con una bolsa de algodón y un bote de agua oxigenada, las colocó encima de la mesa de la terraza y sacó una pequeña porción de algodón. Vertió agua oxigenada en él y limpió la herida en la frente de Clark.
—Te voy a tener que comprar una armadura, para que no te mates cuando yo no pueda estar a tu lado. —dijo riéndose.
—Jajaja. —contestó Clark.
Pero en su mente seguía pensando en lo ocurrido en el almacén. No pararía hasta averiguar quién le había gastado esa bromita.