Capítulo 3
Clark se tapó los ojos en un gesto de vergüenza.
—Debe de pensar que soy un estúpido. No sé abrocharme un simple cinturón y me quedo dormido después de aterrizar el avión.
Ella lo miró fijamente.
—¿Esa botella es ron Luna antigua?
Clark miró la etiqueta de la botella.
—Sí. Justo esa marca.
—¿Le apetece?
—Estaría bien.
—En mi mueble bar no tengo ninguna y es mi marca favorita.
Clark entró en la suite para coger otro vaso, cogió las pinzas de plástico y dejó caer un par de cubitos. Una vez fuera, llenó el vaso hasta la mitad y se lo ofreció. Al entregárselo ella rozó su mano y él se estremeció como un colegial.
Desde la universidad no había salido con nadie y el hecho de tener que cuidar a su tío, tampoco ayudó mucho a la hora de conocer chicas. Charlize pareció percatarse de su reacción, aunque disimuló.
—¿Es la primera vez que viene al Senador?
—¡Y la última! —respondió Clark.
—¿No le gusta? —preguntó Charlize intrigada.
—Es una aburrida y larga historia. —respondió Clark, sintiendo como los recuerdos le minaban el ánimo.
—Por cierto, me llamo…
Clark la atajó.
—Charlize Spence, hija del multimillonario Martín Spence. La conozco. Quiero decir por las revistas y la televisión. Me llamo Clark. Dijo mientras le ofrecía la mano a Charlize.
Ella se la estrechó con suavidad. Para Clark, tomar la mano de Charlize fue algo similar a acariciar porcelana.
Sin duda aquella mujer tendría al hombre que quisiera, pero jamás elegiría a un sin techo como él.
Cuando Clark se apoyó en la barandilla y divisó la línea de playa, recordó que debía buscar un sitio para arrojar las cenizas de su tío. Tuvo que esforzarse para que sus ojos no dejaran escapar ninguna lágrima, era demasiado dolor pugnando por salir. Los recuerdos buenos y malos, se agolparon en su mente. La creciente sensación de soledad se instauraba en su alma. Se frotó los ojos dando la espalda a Charlize.
—Yo suelo venir aquí para liberarme del estrés y recargar pilas. —dijo Charlize consciente de que algo le pasaba y por quitar importancia a la tensión que se había creado.
Charlize miró de reojo a Clark mientras daba un sorbo de su vaso. Era alto, tenía el pelo negro, cortado al estilo clásico, ojos azules. Sus facciones eran muy varoniles pero con una sutil suavidad, que le proporcionaba una imagen agradable. Físicamente parecía haberse escapado de una pelea de gladiadores. Cosa que le excitaba.
—¿A qué se dedica, Clark?
—Soy trader de bolsa, pero a bajísima escala.
Charlize pareció sorprenderse con la respuesta.
—Debe preguntarse ¿Cómo alguien así puede permitirse una suite en el Senador?
—Francamente. Así es. —respondió Charlize.
—Mi tío era un bromista. Lo vendió todo para que yo pudiera pasar una semana aquí.
—¡Vaya con su tío! Espero que dispongan de otra vivienda.
—Me temo que no. —contestó Clark.
—¿Pero entonces dónde vive su tío?
Clark bajó la cabeza y suspiró.
—Conmigo. En mi suite… dentro de una urna… murió recientemente.
—Lo siento, yo no sabía… Charlize quedó paralizada, por una vez, la dura mujer de negocios se había quedado sin palabras.
Clark la miró, le lanzó una sonrisa tranquilizadora.
—¡Tranquila! Era imposible que usted pudiera saberlo. Si me disculpa, llevo muchos días sin apenas dormir y estoy muy cansado. —mintió Clark que en realidad, se sentía cada vez más triste y no quería mostrarse débil ante ella.
—¡Por supuesto! Buenas noches Clark. —dijo Charlize en un tono más suave y cordial de lo habitual.
Él le dedicó una mirada intensa, como si una parte de él le pidiera ayuda o necesitara su compañía en aquellos momentos de dolor. Charlize se sentía extraña con él, al verlo tan triste todo su ser deseaba consolarlo. Pero era un completo desconocido, le chocó sentir algo así, pero Clark le inspiraba un sentimiento maternal. Aunque por otro lado, era un hombre muy atractivo. Sin duda sentía una enorme curiosidad hacia él y desde luego una cosa tenía clara, quería conocerlo mejor y ella siempre conseguía lo que quería.
Clark dejó abierta la puerta del balcón, se desvistió y se tumbó en la cama. La urna de su tío estaba en el salón de la suite. Pero él lo sentía como si estuviera a su lado. Se rascó la mejilla, lo que le hizo percibir el suave perfume de Charlize, que parecía habérsele quedado impregnado en la mano. La mujer que cumplía todas sus expectativas, pero que pertenecía a otro mundo. Un mundo, en el que él dentro de una semana, no sería bien recibido. Cerró los ojos y dejó que el sueño le venciera.
Por la mañana le despertó el timbre del teléfono. Para su sorpresa era Charlize.
—¡Buenos días Clark!
—Hola Charlize.
—Siento molestarle.
—Voy a salir en el yate de unos amigos. Vamos a dar una vuelta bordeando la isla, algo informal.
—Me gustaría que viniese.
—Charlize ya sabe que yo no pertenezco a su mundo.
—¿Qué quiere decir con mi mundo? —preguntó Charlize con malicia.
—Personas con una tarjeta visa oro de muchos ceros.
—¡Jajaja!
—Sí, tiene razón, pero viniendo conmigo nadie cuestionará su estatus.
—No sé Charlize.
—Bien, se lo pediré de otra forma. La mayoría de la gente que va a la fiesta lo hace con intención de hacer negocios, usted es la única persona con la que realmente podría pasar un rato ameno y hablar de temas que no estén relacionados con mi trabajo. Le aseguro que me haría un favor si viniese.
—¿No cree que parecerá raro, presentarnos allí simulando ser grandes amigos, mientras medimos las distancias y nos hablamos de usted?
—Es cierto, será mejor que nos tuteemos. —comentó Charlize. ¿En quince minutos en el vestíbulo? —dijo Charlize en tono de súplica.
—¡Está bien! —respondió Clark recordando la carta de su tío y su última voluntad en la que le pedía que viviera una semana llena de lujo.
—Por cierto, lleve bañador.
—¿Qué?
Al otro lado del teléfono, Charlize había colgado.
Clark no tenía complejos con su cuerpo. Su tío era instructor de defensa personal para la marina. Por suerte o por desgracia lo entrenó con dureza desde pequeño. Ahora los resultados saltaban a la vista. Pero estaba muy oxidado en lo que se refiere a relaciones sociales, por no decir que era una persona de lo más antisocial.
Sacó un bañador de un cajón del armario y se lo puso, encima de él un pantalón corto y un polo con la vistosa insignia de Armani. Su flamante reloj y como no, esas gafas de sol de espejo que tanto le gustaban. Desde luego vestir de Armani levantaba la moral a cualquiera. Pensó al mirarse al espejo.
Cuando llegó al vestíbulo, vio que Charlize estaba mirando un expositor con fotos de Hawái. Llevaba puesto un vestido que casi dejaba ver su bikini. Clark se puso tan nervioso que se dio la vuelta, pero ella pareció presentirlo, porque justo en ese momento se giró y al verlo lo llamó.
—¿A dónde vas Clark?
—Creía que me había dejado el grifo de la ducha abierto. Pero no lo cerré, sí lo cerré… estoy seguro. —dijo Clark fingiendo hacer memoria.
Charlize lo miró divertida, se notaba que le ponía nervioso estar cerca de una mujer.
—¡Vamos, vamos! Es la primera vez que tengo que esperar a un hombre.
En la puerta, una limusina les esperaba. El chófer abrió la puerta a Charlize y esperó a que Clark entrara para cerrarla.
—Bueno... ¿Y qué planes tienes para más tarde Clark?
—Mejor no preguntes o te aguaré la diversión. Respondió Clark. Esos amigos tuyos… son muchos…
— En realidad es una fiesta en un yate. Te vas a codear con la yet set.
Clark la miró fijamente con ojos llenos de terror.
—Creo que mejor me bajo aquí. Me apetece estirar las piernas. Además yo siempre pensé que el mar para los peces. Así que si eres tan amable de decirle a tu chófer que pare.
—Por supuesto. ¡Tomas!
—Sí, señora. —respondió el chófer
—Bloquee las puertas del coche y no pare hasta llegar al muelle. —ordenó Charlize.
—Desde luego señora. —obedeció el chófer
Un chasquido y los seguros de las puertas se bajaron. Clark la miró.
—Pero ¿qué te he hecho yo? Si apenas nos conocemos.
Charlize no podía dejar de reírse, Clark parecía un niño pequeño aterrorizado ante su primer día de colegio.
—Has venido aquí para pasar una semana de lujo y yo te voy a enseñar cómo es la vida de un millonario para bien o para mal.
Clark se resignó, se recostó en el confortable asiento de cuero negro y miró por la ventanilla.
- ¿Charlize?
- Sí, Clark.
- ¿Sabes nadar?
- Sí, claro.
- Perfecto.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Porque pienso tirarte al mar en cuanto tenga la menor ocasión.
Charlize lo miró con incredulidad.
—¿Es una broma verdad? Mira que habrá muchas personas importantes en la fiesta.
Clark hizo un ademán, dándole a entender que no era su problema.
—¡Está bien! —dijo Charlize.
—Haremos una cosa… te lo compensaré, esta noche haremos algo a tu gusto.
—¿Me estás pidiendo una cita? —insinuó Clark sonriéndole y mirándola con ojos burlones.
—¡Por supuesto que no! —respondió orgullosa Charlize. Es sólo un pacto para evitar que me dejes en ridículo delante de todos. Tengo que cuidar mi imagen.
Unos veinte minutos después la limusina se paró y la puerta se abrió. Clark salió y ayudó a bajar a Charlize.
—¿Ahora actúas como un caballero?
Clark se limitó a sonreírle.
Dejó que ella se adelantara camino al muelle.
—Tomas ¿cómo la aguantas?
—Créame señor. La señorita es un encanto, no como otros que me toca llevar.
El chófer se tocó la visera a modo de saludo y regresó al coche. Con él se marchaba su única vía de escape.
—¡Vienes Clark! —le gritó Charlize.
Clark la miró con una expresión similar a la de un niño, al que obligan a dar un beso a la señora con verrugas.
—¡Dios! ¡Esto parece un matrimonio!