Capítulo 4
Clark acompañó a Charlize hasta la pasarela del inmenso yate de varias cubiertas. En la más amplia de todas estaba la fiesta, podía ver que no era algo realmente informal.
Cuando pasaron el control de seguridad, un camarero les ofreció una copa de champán. Charlize la cogió y dio un sorbito. Clark la agarró y se la tomó de un solo trago. El camarero lo miró con sorpresa.
—Tenía sed. —contestó Clark.
Por el camino, Charlize no paraba de saludar y ser saludada por todos. La gente de la fiesta parecía bastante friki, devoraban el buffet sin mucha clase y no les faltaba la bebida. En cierto modo a Clark le repugnó aquel espectáculo. Charlize le presentó a varios invitados, de lo que resultó ser su fiesta personal. Ella lo daba a conocer como un agente de bolsa. Algunos hombres le ofrecieron su tarjeta, por puro compromiso. Si eras amigo de Charlize, debían hacerte la pelota.
En cuanto Charlize se despistó, pidió a un camarero que le preparara un Martini y se alejó de la fiesta. En la proa del barco no había nadie, cosa que le agradó. Se sentó en una hamaca y se dispuso a pasar allí todo el tiempo posible. El sol, la brisa, casi se estaba quedando dormido cuando la voz de un hombre lo espabiló.
—¿Tú debes de ser Clark? ¿Verdad?
Clark miró al hombre. No era muy alto, de pelo corto y canoso, tenía un aspecto agradable. Aquel hombre lo miraba con sus ojos negros inquisitivos. Sin duda esperaba respuesta.
Clark iba a levantarse, pero el hombre le puso una mano en el hombro.
—¡Tranquilo! no te levantes. Lo cierto es que yo también estoy harto de esta fiesta. Me sentaré a tu lado, si no te importa.
Clark le ofreció la hamaca de al lado.
—Estas hamacas son más cómodas de lo que pensaba. —dijo mientras empinaba la jarra de cerveza y daba un buen trago.
—Y dime ¿de qué conoces a Charlize?
—Para serle sincero apenas si nos conocemos. Viajamos en el mismo avión y estoy alojado en la suite de al lado.
—¡Interesante! —respondió el hombre sin mirarle.
—¿Qué te parece Charlize?
—Es la mujer diez, no veo otra forma de definirla.
—¡Sí! Guapa y multimillonaria.
—No me importa su dinero. —se defendió Clark.
—Eso dicen todos sus amiguitos.
Clark lo miró ofendido. Aquel hombre debía rondar los sesenta años, emanaba un aura de poder, pero eso no impediría que le parara los pies.
—Si cree que soy uno de esos caza fortunas, está muy equivocado y desde luego no le voy a consentir que me falte al respeto.
Por primera vez, el hombre lo miró.
—¿Sabes Clark?
—Eres la primera persona en muchos años, que se atreve a levantarme la voz.
—No debería usted juzgar a los demás tan a la ligera. De todas formas solo soy un conocido, si es que se me puede definir así, temporal, pronto saldré de su vida para siempre. Ni pertenezco a su clase, ni tengo ningún interés en codearme con millonarios que se creen con derecho a todo.
—¡Vale! ¡Vale! Está bien Clark, te pido disculpas.
Lo reconozco, me pongo muy protector con mi hija.
¿Si tú fueras millonario, no te preocuparía que tu hija acabara con un mal nacido que solo buscara quedarse con su dinero?
Clark lo miró alucinado.
—¿Usted es el padre de Charlize?
—Así es. —dijo bebiendo otro trago de cerveza.
—Le pido disculpas, yo…
—No Clark, me gusta que hayas sido tan borde, estoy harto de aduladores sin huevos. En mi mundo nos rodea la escoria, no te puedes fiar de nadie. Hasta la última palabra que digas, tienes que medirla muy bien o la usan en tu contra.
—En serio usted… ha creído que su hija y yo…
—Sí, Clark. Mi hija no suele invitar a desconocidos a sus fiestas. Es muy reservada y desconfiada. No entiendo por qué ese comportamiento contigo. Le has debido caer bien.
—Yo tampoco lo entiendo, no sé que ha visto en mí. Desde que la conozco, siempre ha actuado de una forma muy afectiva. Pensaba que las mujeres ricas eran frías y calculadoras o excéntricas llenas de banalidad. Su hija me ha roto todos los esquemas.
—Sí, Charlize es una gran mujer. Ardo en deseos de que encuentre un hombre de verdad, al fin y al cabo yo no voy a estar aquí siempre.
—Pues esté tranquilo que no acabará conmigo.
Clark rió solo de pensarlo. La rica millonaria liada con alguien que no ganaba más de mil dólares al mes.
Durante varias horas el padre de Charlize le contó cómo pasó de la pobreza a la abundancia en solo diez años. No paraban de bromear y después de algunas copas de más, pasó lo inimaginable.
Charlize se acercó a ellos enfadada por la fuga de Clark. Encontrarlo con su padre, estando ambos algo bebidos y canturreando, no mejoró las cosas.
—¿Pero qué hacéis los dos? No me lo puedo creer. Os pueden ver los invitados. ¡Qué vergüenza!
Papá esta vez te has pasado y tú, Clark no esperaba esto de ti.
Charlize los fue empujando para que caminaran cubierta arriba, rezando para no toparse con ningún invitado. Les obligó a meterse en un camarote y cerró con llave. Dentro, su padre y Clark, seguían cantando.
Martín abrió un compartimento.
—¡Mira Clark! Whisky de más de cien años.
—¡Muy bien Martín! Pero no hay vasos y tu hija nos ha encerrado.
—¡Da igual! bebemos a morro. —dijo Martín que desenroscó el tapón y lo tiró a sus espaldas. Bebió un trago y le pasó la botella a Clark que hizo lo propio.
Cuando la fiesta acabó y Charlize se hubo despedido de todos sus invitados, corrió hacia el camarote, abrió la puerta y se quedó pasmada ante el espectáculo que veían sus ojos.
Sentados en el suelo, apoyados uno contra el otro, su padre y Clark estaban medio dormidos. Martín se movió bruscamente, lo que los sacó de su estado de somnolencia.
—¡Clark! —dijo su padre.
—¿Uuum? —respondió Clark como única respuesta.
—Ayúdame a levantarme, creo que me estoy haciendo pis…
—Para eso estoy yo. —respondió Clark.
Ambos se partieron de la risa, sin ni siquiera abrir los ojos. Se les habría quitado la borrachera de golpe, si hubieran visto la cara de Charlize.
Charlize cerró la puerta, esta vez sin llave. Ordenó al capitán, que llevaran a Clark al hotel de la manera más discreta posible.
A las seis de la tarde. Clark se despertó en su cama. ¿Habría sido todo un sueño? No, la jaqueca espantosa era la prueba, todo pasó realmente. Pero ¿cómo había llegado a su suite? ¿Levitó o qué? tenía una laguna mental en lo que a ese tema respectaba. Al menos después de aquello Charlize lo dejaría tranquilo, se acabarían los actos sociales para él. Sonó el timbre del teléfono y Clark se tapó los oídos. Pero el teléfono no dejaba de armar escándalo.
—¡Dios como insisten! —gritó Clark.
Descolgó el teléfono con torpeza y se lo arrimó a la oreja, mientras trataba de abrir los ojos.
—¿Sí?
—¿Eso es todo lo que tienes que decir después de cómo te has comportado?
—La culpa es tuya. Ya te dije que no me gustaban las fiestas.
Clark colgó y se dejó caer en la cama.
Pero la cosa no iba a quedar así. Charlize salió como alma que lleva el diablo de su suite y aporreó la puerta de Clark.
—¡Nada, que no me deja dormir!
Clark se levantó y fue hasta la puerta como si estuviera en los coches de tope, golpeándose con todos los muebles y sintiendo como el cuerpo se le iba hacia todos los lados.
Abrió la puerta casi con los ojos cegados por la claridad del pasillo.
Allí estaba Charlize, pero no parecía enfadada, más bien sorprendida.
—¿Qué quieres? —preguntó Clark.
Una mujer mayor que pasaba en ese momento por el pasillo se escandalizó. Se hizo la señal de la cruz en la cara y salió corriendo a toda prisa. Clark extrañado, pensó que le habría podido asustar. Fue entonces cuando una ráfaga del aire acondicionado le provocó un escalofrío. Se miró aún aturdido por el alcohol y comprobó que estaba totalmente desnudo. Agarró una lámpara que había en una mesita de la entrada con tal brusquedad, que el cable se partió lo que provocó un chispazo. Clark trató de taparse sus partes con la minúscula lámpara.
—¿Pero por qué no me has dicho nada?
Charlize le miró con picardía.
—Venía para exigirte una compensación, pero no esperaba que fuera así. —le guiñó un ojo—. Te espero a las ocho en el restaurante La perla, en la azotea. Ni se te ocurra faltar. Y ponte algo de ropa, allí la etiqueta es estricta.
Por el pasillo Charlize se abanicó con la mano, mientras dejaba escapar una sonrisa. Desde luego Clark no era lo que se dice convencional, en ningún sentido.
Unas horas más tarde Charlize estaba sentada en el restaurante. Miró el reloj, pensando si sería capaz de dejarla plantada. Un camarero le trajo un Martini. Ella se giró hacia la entrada del restaurante y allí estaba él, buscándola. Vestido con un traje negro, camisa blanca y pajarita. Parecía un galán de cine. Charlize se sintió extraña y turbada, ante la reacción que aquel hombre provocaba en ella. Apenas si se conocían, pero ella de alguna forma lo conocía. Y por alguna razón más extraña, no podía evitar querer estar con él. Había roto todas sus normas, al bajar la guardia. Ya le habían roto el corazón el suficiente número de veces. Gigolós en busca de dinero, jóvenes millonarios egocéntricos, actores de cine en busca de fama. Pero Clark parecía de otro mundo, en cierto modo así era. Por una vez decidió, permitirse el lujo de conocer a un extraño, que le había caído bien sin pensar en las consecuencias. El metre ordenó a un camarero que conectara la música y minutos después, se dejó escuchar una balada suave que endulzaba el ambiente.
Clark la encontró, después de buscarla insistentemente con la mirada por toda la terraza del restaurante. Le dedicó una sonrisa que la desarmó. Intentó sin éxito poner cara de dura o mostrar enfado, pero no era capaz.
Clark se acercó, le cogió la mano derecha y se la besó con elegancia. Se sentó frente a ella. Solo la luz de una vela se interponía entre ellos.