Querido Clark:
En estos momentos debes sentirte confundido y extrañado por mi comportamiento. Yo que siempre alardeé de tener una mente racional, vendo la casa y te dejo en la calle.
Pero aunque ahora no comprendas las razones, algún día lo harás.
Te crié lo mejor que supe, te quise como a mi propio hijo y quiero que sepas que siempre estaré cerca de ti, cuidándote y velando por ti.
Aunque la vida nos haya separado, siempre podrás sentirme cerca.
Tengo que pedirte que hagas una última cosa por mí. Sé que te parecerá absurdo, pero es muy importante para mí.
Pedí a mi abogado que después de mi muerte, reservara para ti una de las mejores suites del hotel Senador, en Hawái. El hotel ya está pagado y en el sobre encontrarás dinero extra para tus gastos. Quiero que por una semana, vivas como lo haría un millonario, que te sientas alguien poderoso, y te codees con personas influyentes.
Estoy seguro que la sangre que corre por tus venas hará el resto y te abrirá las puertas que te llevarán, a la que debe ser tu verdadera vida. La vida que te robaron.
Clark soltó la carta.
No podía entender aquellas palabras.
—“¿La vida que te robaron?”
Volvió a coger la carta y continuó la lectura.
Me gustaría que arrojaras mis cenizas a las bellas aguas del océano.
Disfruta al máximo esa semana, hazlo por ti y por mí. Demuestra al mundo lo que yo ya sé que vales.
Voy en paz, porque sé que saldrás adelante, que cumplirás tu destino y serás feliz.
Te quiere tu tío Rob.
Clark miró la urna.
—¿Por qué me has dejado? Ahora que más te necesito.