Capítulo 20
El día siguiente transcurrió sin incidencias dignas de mención. Clark estaba revisando unos papeles poco interesantes y de escaso valor, cuando recibió la llamada que esperaba.
—¿Sí?
—Le envío archivo al correo con la información. —dijo una voz de mujer.
—Gracias. —respondió Clark.
Revisó el correo en un portátil personal que él había comprado el día anterior. No confiaba en su tío y teniendo en cuenta que ese despacho lo reformó y habilitó específicamente para él, menos aún podía confiar en nada que estuviera dentro de aquella habitación. Estaba seguro de que debía haber cámaras, micrófonos y virus en el ordenador. Activó el correo y leyó el informe, el resultado, fue inesperado en extremo. Jamás pensó que aquella persona fuera la que le llamó aquel día con número oculto y distorsionador de voz.
Tocaron a la puerta del despacho. Clark cerró el portátil y lo guardó en un cajón. Su tío entró con paso decidido y aire de preocupación.
—Buenos días Clark. Me acaba de llegar esto de mis abogados. —dijo Lester entregando los documentos a Clark.
—¿Qué son? —preguntó Clark sin interés.
—He pedido que redacten nuestros testamentos. No estoy dispuesto a que nadie que no sea un Madison, consiga quitarnos la empresa. Yo ya he firmado el mío. En él te lego no solo mis acciones de la compañía, sino todo mi patrimonio. Nadie salvo tú, disfrutará de mis bienes. Al fin y al cabo, tú llevas mi sangre. —dijo Lester bordeando la mesa de Clark y apoyando su mano en el hombro de Clark.
—Tienes razón tío. No podemos permitir que nos vuelvan a robar la compañía.
Clark firmó el documento, se quedó con su copia y devolvió el resto a su tío que le dedicó una gran sonrisa mientras abandonaba su despacho.
Clark observó la puerta cerrarse durante unos minutos y regresó al trabajo.
Al medio día, bajó al comedor de la compañía. Los altos ejecutivos tenían reservada un área privada, no se mezclaban con los trabajadores. Clark sabía que aquella área era de unas dimensiones lo suficientemente íntimas como para sentirse incómodo comiendo cerca de Charlize. Por lo que decidió almorzar en el comedor de los trabajadores. Después de servirse algo de comer en la línea de buffet, para su sorpresa casi tira la bandeja al suelo al chocar con Charlize, que en ese momento avanzaba en dirección opuesta, bandeja en mano. Ambos quedaron mirándose, sin hablar, sin saber qué decir. Fingiendo que aquel bello amor que un tiempo atrás los embargó ya no existía.
Un tipo alto de pelo castaño y ojos negros se acercó a Charlize. Era bien parecido, no muy atlético, pero parecía tener confianza con ella.
—Tom Brians. —dijo ofreciéndole la mano a Clark.
Clark se la estrechó, miró fugazmente a Charlize y se alejó de allí sin mediar palabra. Ocupó una de las últimas mesas y agarrando de mala gana el tenedor, atravesó un par de patatas fritas y se las llevó a la boca.
Para su desgracia Charlize se sentó en la misma sala. Podía escuchar sus risas, aquel hombre parecía caerle especialmente bien. Sentía ganas de odiarlo pero qué culpa tenía él. Tal vez fuera lo mejor, Charlize merecía ser feliz. Por su parte él estaba atado de pies y manos, un movimiento hacia ella en el que le demostrara su amor y su tío la mataría. Después correría la misma suerte Martín y Lauson. Morirían por haber cometido un único pecado, quererlo y haberlo protegido.
Finalmente no pudo más, aquellas risas le consumían el alma. No podía soportar la idea de que ella ya le hubiera olvidado y estuviera pasando página con aquel tipo. Agarró la bandeja y tiró su contenido a un enorme cubo de basura.
Desde el otro lado Charlize pudo ver como tiraba la comida y se marchaba sin almorzar. Por unos instantes bajó la vista con tristeza. Pero su acompañante le pidió opinión sobre una operación de negocios y tuvo que obligarse a responder y fingir estar bien.
Clark regresó a su despacho y se acercó a su secretaria, que en esos momentos estaba muy ocupada escribiendo un informe.
—Melinda, necesito que entregues esta nota. Si te pone algún inconveniente, dile que es importante. —explicó Clark a su secretaria que le miraba algo confundida.
Abandonó el edificio y regresó a su habitación de hotel.
Lester estaba eufórico, ya tenía el testamento de Clark, Charlize pronto sería historia. Pensó que quizás pudiera implicar a Clark en su muerte, nadie dudaría de un amante resentido que mata a su ex pareja. Sonrió, en cualquier caso de una forma u otra, Clark acabaría muerto.
—¡La Madison será mía! —exclamó Lester—. Como debió ser desde un principio. —añadió como si estuviera hablando ante un público que lo admirara. Conectó el equipo de música y marcó una canción de Wagner.
Bailó con una copa en la mano izquierda mientras simulando tener una batuta en la mano derecha, dirigía a una orquesta imaginaria.
Por la noche Clark se enfundó en su gabardina y bajó al parking del hotel. Allí le esperaba su Chevrolet Camaro negro. Dos franjas blancas surcaban el coche desde el capó hasta el maletero, pasando por el techo. Introdujo la llave y puso en marcha el motor. Aquella noche tenía una conversación pendiente. Alguien le daría explicaciones o sus manos acabarían con una vida. Había perdido a Charlize pero aún le quedaba la venganza.
Salió del parking formando un enorme estruendo y quemando ruedas. Los empleados del hotel lo miraron asustados. Pero Clark tenía claro que no le importaba lo más mínimo lo que la gente pensara de él. Cuando tienes dinero todos te perdonan los agravios que les haces.
Cuando llegó al edificio Clarkson, apenas unas luces lo iluminaban. Había pagado al vigilante nocturno para poder subir hasta la azotea. Allí nadie los molestaría, tomó el ascensor y subió hasta la última planta. Abrió la puerta de la azotea y salió fuera. Junto a un extractor de aire estaba Tadeo esperándole con cara de no saber qué hacía allí.
Clark no estaba para presentaciones o charlas inteligentes, al más puro estilo "Sherlock Holmes". Agarró a Tadeo por las solapas de la gabardina y lo arrastró hasta el borde de la cornisa. Tadeo gritaba aterrorizado al ver que uno de sus pies colgaba en el vacío.
—¡¿Qué hace señor Madison?! ¡¿Está loco?! —gritaba Tadeo.
—Grita cuanto quieras, nadie te va a oír y el vigilante te garantizo que no dirá nada cuando te vea caer y destrozarte contra el suelo.
—¿Pero qué le he hecho yo?
—¿Por qué me llamaste distorsionando tu voz y con número oculto en Hawái? —preguntó Clark.
—No sé de qué me habla. —respondió Tadeo.
—Tengo un informe telefónico que dice lo contrario. Los hackers bien pagados saben encontrar cualquier información, incluida la de empresas de telefonía. Pero si no quieres hablar, no me sirves. Espero por tu bien que sepas volar.
—¡No! —gritó Tadeo. Usted no lo entiende. Si hablo, su tío me matará.
—Y si no lo haces, te mataré yo. —respondió fríamente Clark.
—Me da igual lo que me pase a mí. Lester tiene a mi mujer.
Clark tiró de él hacia la azotea. Tadeo cayó de rodillas, jadeando.
—Explícate o volverás a pasear fuera de la azotea. —le gritó Clark.
—Mi mujer está en coma. Tiene una enfermedad muy grave y la única forma de evitar que muera es suministrándole una medicina experimental. Es demasiado cara y no está a la venta. Si no hago todo lo que su tío me ordena, dejará de suministrarle el medicamento. Compréndalo Clark, no puedo dejarla morir, es lo único que tengo en esta vida. No me queda nada salvo poder visitarla en el hospital.
Clark le dio la mano y le ayudó a levantarse.
—¿Por qué me avisaste de que tuviera cuidado con los que me rodeaban? —insistió Clark.
—Usted no es como su tío, por muy frío y brusco que se muestre con todo el mundo. Me recuerda a su padre, no solo en el físico. Su tío odiaba a su padre, porque su padre era humano. Trataba bien a todo el mundo y se preocupaba por los demás. Su tío solo piensa en ganar dinero y acabar con todos los que le suponen un problema.
—Este es el trato. —dijo Clark mirándolo a la cara por primera vez en mucho tiempo con los ojos del inocente Clark—. Yo me encargo de sacar a tu mujer de ese hospital y de que no le falte su medicación. Pero a cambio seguirás trabajando para mi tío y me tendrás al tanto de sus movimientos.
Tadeo dudó.
—¿Crees que tu mujer querría esta vida para ti? Siempre pisoteado por mi tío y haciendo cosas que te avergüenzan.
Tadeo levantó la vista.
—¡Acepto! Con una condición.
—¿Cuál?
—Que pateemos el asqueroso culo de Lester.
Ambos hombres se estrecharon la mano, decididos a cumplir con su parte del trato.
—Cuenta con ello Tadeo. Te aseguro que le haré pagar.