XXXIII.  La habitación amarilla

 

 

Huele a polvo… a polvo húmedo y sucio y rancio y metálico.

La lengua se me pega en los dientes. Tengo la boca seca… pastosa… parece cartón. No puedo hablar. No siento las manos, me duele el brazo…

-  Well well well look who’s back[*].

No podía adivinar quién era, todavía me costaba ver.

¡AOUCH! Exclamé al sentir un picor en el brazo.

-  Ya ya… SHUSH… vamos que no es para tanto. Ni siquiera te has enterado ¿verdad? –dijo el americano siniestro con su mal español mientras me sacaba la aguja del brazo y me presionaba con un algodón en la herida–. En total han sido nueve tubitos… Por ahora es suficiente, ya después iremos aumentando poco a poco… Baby steps Honey.
Te recomiendo sin embargo, que esperes un rato antes de levantarte de la cama si no quieres caer aquí BOOM.

-  ¿Qué me has hecho?

-  Sangre querida… siempre todo empieza con sangre. Come algo antes de que mueras aquí mismo. Hay bananas, oranges, croissants, chocolatines… Vamos como en un cinco estrellas –dijo señalándome la bandeja repleta de comida que estaba en la mesita del fondo.

Rápidamente cogió sus botellitas de sangre y sus artilugios raros y se fue sin más.

No sé mucho si hubiera preferido que se quedara ahí explicándome lo que pasaba o si estaba contenta que se largara y me dejara en paz. Me sentía mal y este tipo me intimidaba así que me gustó la idea de quedarme sola.

Quise ponerme de pie y despegarme de la cama y de su olor a viejo, pero apenas puse los pies en la madera tibia y me levanté, caí como una gran bola de plastilina directo al suelo. Todo me daba vueltas…

-  ¿Nueve tubitos de cuánto? –me pregunté–. ¿De medio litro?

Tenía varios pinchazos en ambos brazos. Horribles. En realidad no eran pinchazos, eran agujeros, agujeros ensangrentados con moratones verdes y azules alrededor, una total carnicería que todavía seguía sangrando.

Estuve un rato en el suelo tratando “pausadamente” de entender lo que estaba pasando. Puse a funcionar mi cerebro, mi lógica, mi sangre fría (que no tengo) pero era inútil, todo me llevaba a lo mismo: “Conrad se fue… me dejó aquí sola… y me van a matar…punto”. Y lloré, durante no sé cuánto tiempo lloré y lloré, y cuando ya no tuve más lágrimas, volví a llorar otro poco más desconsoladamente, tragándome mi rabia, mi tristeza, mi soledad, mi despecho, mi miedo, todo… todo brotó en un llanto que no tenía intención de parar jamás. Ya no tenía ganas de “no” llorar. Ya no me importaba, Conrad me había abandonado a mi suerte, me había dejado para morir.

Estaba encerrada en una habitación de hace doscientos años que olía a doscientos años y en donde probablemente desde hace doscientos años habían matado a no sé cuánta gente aquí mismo. Poco a poco las lágrimas de tristeza y dolor se fueron convirtiendo en sollozos de desesperación y miedo al verme encerrada en esas cuatro paredes amarillas desconchadas y húmedas.

Me levanté, fui a la ventana pero imposible, estaba sellada con cemento o algo así y protegida por postigos de madera que no dejaban siquiera entrar la luz.

Me moría de calor…

La puerta, cerrada por supuesto y nada más… no hay salida… no puedo salir. Estaba encarcelada en esta habitación cutre y maloliente llena de pinturas diabólicas de naturalezas muertas y con telas de flores en las paredes en tonos amarillos que me mareaban solo con verlas.

Pasé por al lado de la bandeja de comida pero tenía un nudo en el estómago que no me dejaba ni siquiera pensar en comer. Solo el olor me daba náuseas y tenía miedo literalmente de vomitarme las tripas por la boca… No había comido nada en todo el día pero no tenía hambre aunque los ruidos de mi barriga pensaran lo contrario.

Volví a entrar otra vez en pánico y quise volver a llorar, pero el ruido de las llaves en la puerta me devolvió el miedo al imaginarme otra vez al gringo ese con más tubitos vacíos de sangre. Se abrió la puerta lentamente y no era el gringo como yo pensaba, sino Alma con una sonrisa hipócrita pintada en su cara seca y arrugada fingiendo que estaba contenta de verme.

-  Ya me dijo Oscar que te habías despertado ¿Dormiste bien?

No contesté.

-  Vamos querida… No te lo tomes a mal. Tú sabías a lo que venías ¿No?
No era para tomar el té y hacer esquí de fondo obviamente –se sentó en el borde de la cama – Pero… no entiendo… ¿Conrad no te dijo nada?

Seguí sin contestar.

-  Nada verdad… Ay ay ay ese muchacho…Y fíjate que yo le dije por lo menos que te diera una pista o algo… Pero es que él es muy malo Eva, muy muy malo. Es un chico cruel y malo… ¡Y con las mujeres ni se diga! Mira cómo te dejó, así… tirada –suspiró pausadamente negando con la cabeza como si hablara de las travesuras de un niño pequeño.
Siempre es lo mismo, después que se las folla como le da la gana viene y las deja como un trapo sucio. Me da hasta vergüenza con ustedes la verdad. No sé cómo las engatusa con sus encantos y entonces van y caen en sus brazos como tontas… Y no digas que no te lo dije.

Además querida, es que a él no le interesas… Nada, ni un poquito. El sólo tiene ojitos para Franca que es el amor de su vida. Las demás… se las rueda.

Cogí torpemente la silla que estaba detrás de mí y me senté antes de que me fallaran otra vez las piernas. El calor me estaba volviendo loca y comencé a notar cómo se iba formando una enorme bola eléctrica dentro de mi pecho que no me dejaba respirar. Quería matar a esta mujer, o por lo menos callarla pero no tenía fuerzas para moverme. No sabía sacar esto de mí y dirigirlo a ella y aunque lo hubiera sabido, no podía… no tenía energía, ni corriente… Me lo habían sacado todo en los nueve tubitos de no sé qué.

Alma entendió enseguida lo que pasaba en mi interior, como si lo hubiera leído en mi mirada. Sonrió con cara de triunfo y dijo amenazante:

-  No intentes malgastar la poca fuerza que te queda conmigo querida porque no te serviría de nada. Tú equivales a una doble AA alcalina a la cual yo puedo derretir solo con chiscar los dedos. No me tientes Eva porque no tienes idea de lo que soy capaz…
Pero no estamos aquí para hablar de lo que yo te puedo o no te puedo hacer. De hecho yo no te voy a hacer nada querida. Aquí son sólo Oscar y tú los protagonistas. Yo, soy solo una espectadora más.

-  ¿Y entonces para qué estamos aquí? –le pregunté casi sin levantar la voz.

-  ¡Ah ya hablas! Pues digamos que tú nos ayudarás a resolver algunas dudas querida.

La mujer sacó un pequeño tabaco del bolsillo de su camisa, lo mordió y escupió en el suelo los pedacitos de papel que se le quedaban pegados en la boca, luego lo encendió con chamusquidos y chupetones desagradablemente asquerosos. No sabía que fumara y mucho menos que fumara tabaco y de esa manera tan repugnante.

Volví a apretar los labios y volví a preguntar con voz grave.

-  ¿Ayudar?

-  Sí sí… ayudar Eva. Nos vas a ayudar prestando tu cuerpo a la ciencia… Vamos que nada del otro mundo, unos experimentitos insignificantes que nada que ver. Así podremos entender mejor de qué estamos hechos y otras muchas interrogantes a las cuales todavía no tenemos respuesta, como por ejemplo cómo podemos crearnos y cómo podemos destruirnos –sonrió–. Cómo podemos matarnos unos a otros sólo con la mirada, así como tú mataste a mi hijo, por cierto.
Cómo podemos tener hermanos y hermanas, cómo podemos tener más hijos sin que sea tan complicado. Mezclarnos con las personas normales, tener familias etc. etc. etc…
¿Tú sabes lo que nos cuesta a la gente como nosotros engendrar niños? Y si nos mezclamos con los normalitos… ¡IMPOSIBLE! Bueno, tú lo sabrás supongo, ¿nunca trataste de tener hijos con el maridito ese tuyo? –aspiró fuertemente de su tabaco, soltó el humo espeso y terminó canturreando–. En conclusión, tienes muchísimo trabajo cariño.

Me quedé en pausa… ¿Quién es esta mujer? ¿Cuándo le he hecho yo algo? Tragué la enorme bola de saliva que tenía dentro de la boca mientras seguía pensando a toda velocidad…

-  ¿Qué yo maté a quién?

-  No te hagas la mosquita muerta Eva, me oíste bien.

-  ¿Adrián? –le pregunté aturdida.

-  ¡QUÉ ADRIÁN NI QUÉ NADA CHICA! –Se levantó de golpe–. Yo no tengo nada que ver con tu “Adrián”.

-  Pero yo no he matado a tu hijo…

-  Sí Eva… Sí lo mataste… –vino hacia mí y empezó a acariciarme el pelo–. ¿No lo recuerdas? Se llamaba Salvador y era el niñito más guapo y más inteligente del mundo y el más querido también. Tenía sólo siete años como tu… y yo lo adoraba.

-  ¡Pero yo no maté a nadie te lo juro! –dije nerviosa mientras traté de levantarme en vano. Alma me frenó. Simplemente puso su mano encima de mi hombro y descargó una especie de edificio eléctrico sobre mí que me aplasto en la silla hasta comprimirme en mi misma como si tuviera plomo dentro de la piel.

-  Te repito, sí lo mataste... Lenta y dolorosamente sin que nadie pudiera hacer nada por él. Nada –quitó la mano–. Ahora dime Eva. ¿Cómo lo hiciste?

-  ¿Y yo qué sé? –respondí con miedo. Me costaba hablar después de lo que me hizo–. No recuerdo nada de eso, no recuerdo a ningún niño. Re… Recuerdo que… que yo estuve muy enferma… si… era pequeña, tal vez siete si… pero no recuerdo qué paso, ni por qué estuve… no lo sé, no sé nada.

Alma caminaba por la habitación con tranquilidad, fumando su puro y tarareando canciones. No creo que escuchara nada de lo que le estaba diciendo. No le interesaba.

¿Dios mío Conrad dónde estás? ¿Por qué me dejaste aquí con esta mujer loca que piensa que yo maté a su hijo? Yo no maté a nadie… Yo no lo maté…

Tuve un micro segundo de lucidez en mi cabeza y entendí que todo estaba planeado desde el principio. Que yo no estaba aquí por casualidad y que esta mujer sabía exactamente lo que quería hacer conmigo.

¿Pero entonces… Conrad?

Conrad no sabía nada de esto…

O tal vez sí…

Alma se acercó otra vez bruscamente hacia mí. Yo cerré los ojos con fuerza para olvidar a Conrad y concentrarme en aquel día caluroso en la casona. Mi abuelo jugaba conmigo en el jardín, hacía bombas de jabón gigantes con los alambres de la ropa. Yo reía como loca… Luego llegó…

-  Recuerdo que llegó mi padre a la casa y… y… y dijo que tenía una sorpresa, pero yo no llegué a ver la sorpresa…. No recuerdo nada más… te lo juro Alma yo no recuerdo nada…

Alma se detuvo, levantó los ojos y me miró fijamente unos segundos, luego se me lanzó encima y puso sus manos fuertemente en mi cabeza diciendo:

-  ¡Pues ahora recuerda bonita!

Caí al suelo…

No sé qué hizo esa mujer en mi cabeza pero el dolor fue tan intenso y tan rápido que sentí cómo se me iba la vida y regresaba otra vez. Estaba petrificada. No me podía mover.

-  Cuéntame ahora… ¿qué recuerdas?

Me costó volver a hablar. Sentía como un largo hilo de saliva colgaba de mi boca hasta el suelo y como mi lengua inerte trataba de moverse sin respuesta. Quería cerrar los ojos pero los parpados tampoco respondían. Me encontraba mal, muy mal.

-  Habla Eva o te lo vuelvo a hacer.

Alma me sentó y me recostó la espalda a la silla. Se agachó frente a mí y volvió a repetir:

-  Habla Eva.

Al fin pude cerrar los ojos y pestañear, me esforcé en recordar ese día. Empecé a susurrar:

-  No vi... No vi la sorpresa… Mi abuelo me llevó al cuarto de flores y me envolvió en gelatina. Hacía mucho frío. Me puso los colgantes… quemaban y yo…

Alma se fijó en la cadena que colgaba de mi cuello, me abrió la camiseta y arrancó con fuerza el aro al que se sujetaba.

-  No me sirven tus historias Eva, al igual que no me sirvieron las de tu padre y por eso lo achicharré hasta dejarlo negro como el carbón –dijo susurrando mientras sonreía–.

Abrí los ojos de golpe y pude ver la cara cruel y cínica de esta mujer malvada. Había matado a mi padre… Él no me abandonó… él no nos dejó… Fue ella, fue ella la que lo mató.
Alma soltó una sádica carcajada para luego seguir hablando entre susurros cada vez más cerca de mi cara. Podía sentir su aliento a tabaco y el calor que irradiaba su piel tan cerca de la mía.

-  ¿No sabías lo de tu padre querida? –me preguntó ingenua–. Oh, pobre criaturita, nadie te había dicho nada. Y… –hizo una pausa larga y premeditada–. ¿Lo de tu madre? ¿Tampoco lo sabías? ¿Tampoco nunca nadie te dijo que la torturé hasta convertirla en cenizas mojadas en sangre? ¿Ni que sus gritos de dolor y de súplica no le sirvieron de nada? ¿Nadie nunca te dijo que chillaba como un cochino degollado? ¿De verdad cariño nadie nunca te dijo nada de esto? La pobre… debes estar en shock.

Mi respiración se aceleró violentamente y sentí lágrimas correr por mi cara. Me estaba muriendo lentamente de dolor y de tristeza de imaginar a mi madre suplicando por su vida frente a esta asesina. Quise vomitar… no en realidad más bien quise morir. Quise dejar de respirar, asfixiarme, desangrarme, lo que sea, desaparecer de aquí, eso es lo que quería, pero no me podía mover, no podía escapar, ni matarla, ni electrocutarla… no podía hacer nada. Nada. Abrí los ojos, la mire fijamente y entendí que, de todas maneras, nada de eso iba a pasar. Alma no me iba a dejar morir, Alma me iba a torturar como le diera la gana porque ella era más fuerte que yo, Alma me iba a matar.

Escupió al suelo, me acarició otra vez el pelo pero esta vez terminó por cogerlo con fuerza en su puño y tirar de él hasta torcerme la cabeza al suelo mientras seguía susurrando:

-  Ni tu madre ni tu padre pagaron su deuda conmigo, así que ahora te toca a ti pagarme lo que me quitaste y lo vas a hacer Eva. Hasta tu último respiro va a pagar mi dolor.
Vas a hacer todo lo que se te ordene. Todo.

Vas a darnos niños y hermanos de esos niños y hermanos de esos hermanos, después los dejaremos a todos matarse los unos a los otros, y los estudiaremos hasta entender por qué lo hacen, y por qué unos sobreviven así como tu sobreviviste a mi Salvador, y por qué otros no. Y luego harás más niños y más y más… hasta que ya no tengas vientre para seguir pariendo. Y los verás morir a todos. A todos… Y cuando ya no nos sirvas más, te mataré yo con mis manos desnudas así como maté a tu madre, lentamente y disfrutando de cada segundo de dolor que le metía por las venas. Así te mataré Eva. Y nunca nadie sabrá nada de ti…Nadie… Porque hasta el mismo Conrad te olvidará.

Me retorcí sobre mí misma y vomité todo lo que tenía y no tenía en el estómago.

Alma se levantó asqueada y caminó hasta la puerta.

-  Come algo mijita, no te vayas a enfermar…

Y se fue.

Alto voltaje
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