III. Madrid, 13 de febrero 2011

 

09.32 subo al ascensor junto con otras doscientas personas o algo así, cada uno se pega como puede a las paredes pero, ups mala suerte, no me toca pared me toca centro. Me coloco lo más alejada que puedo de los demás, pero es inevitable, estamos todos apretujados en esta caja metálica. Solo espero que no sea tan larga la repartición de personas en cada planta aunque al ver cómo se van encendiendo las lucecitas de cada uno de los pisos creo que me equivoco. ¡Vaya! Tengo veintisiete paradas antes de la mía… ¡voy a morir!

Y justo cuando estábamos listos para emprender nuestro largo viaje al cielo, se vuelven a abrir las puertas culpa de algún perfecto egoísta que llega tarde al trabajo, y además cree que se puede meter dentro de esta lata de sardinas. No logro ver su cara, pero vamos un pedante cualquiera que se hace esperar.

Todo el mundo empieza a arrimarse aún más y ya creo que la asfixia me puede. No logro ver quién es el imbécil causante de todo esto porque estoy muy ocupada midiendo los milímetros que me quedan alrededor, pero desde ya sé que lo odio.

De golpe me empiezo a sentir peor, bastante peor. El calor me asfixia y un repentino dolor agudo penetra en mi cabeza como una daga. Ya me había pasado esto antes, pero nunca tan fuerte o al menos no que yo recuerde. Siento una especie de corriente eléctrica que empieza a subir por mi estómago y se irradia rápidamente a mis dedos, luego la siento en la boca en las piernas en los ojos. Me estoy quemando y no entiendo por qué. Mis pensamientos van demasiado rápido, no entiendo nada de lo que pasa por mi cabeza. De repente la visión de todo me cambia. Mis ojos ya no ven bien. No logro enfocar nada porque todo me deslumbra con una luz blanca super intensa. Cierro los ojos buscando un poco de calma, pero no hay silencio. El ruido es ensordecedor, puedo oír la respiración de la mujer que está detrás de mí, la música de los cascos del chico con la gorra, las agujas del reloj del señor de delante, no sé quién traga saliva y encima de todo esto el ascensor y sus cuerdas y sus cables chirriantes que rebotan en mi cabeza. Y de repente el primer DING de piso uno que resuena dentro de mí como una explosión que vibra en todo mi cuerpo de la manera más violenta y aguda que había oído jamás. No puedo evitar llevarme las manos a los oídos mientras un seco grito de dolor sale por mi boca.

Todo se acaba.

Ya no hay ruidos, ya no hay flashes de luz. Sigo sintiendo la electricidad en todo mi cuerpo pero bastante más soportable. Ya no hay dolor.

Todo el mundo me mira fijamente como una especie de alien en horario de oficina.

- ¿Está bien? -me pregunta el señor mayor que está a mi lado.

- Si, si…. Migrañas -le digo explicándome mientras intento fingir una sonrisa tonta.

Trato de retomar la compostura sin entender mucho qué me había pasado y por qué había sido tan fuerte. ¿Un ataque de ansiedad? ¿Tensión alta? ¿Claustrofobia? No sufro de nada de esto la verdad. Estoy atontada y un poquito desorientada. Nunca estos ataques habían sido tan exagerados ni tan dolorosos. Apenas duró unos segundos, pero de verdad creí que iba a morir.

Todo el mundo empieza a retomar sus puestos después de que salieran los de la primera planta. Miro al suelo tratando de recuperarme y de retomar la respiración y lentamente voy subiendo la vista.

Todo el mundo mira al frente esperando ansiosamente que se vuelvan a abrir las puertas del ascensor como si por mirarlas fueran a abrirse más rápido.

Todos menos uno. Que me mira a mí, fijamente y con descaro. Sin darme cuenta, me quedo perdida en esta mirada con la mente totalmente en blanco, como en pausa, sin ninguna noción de tiempo ni de espacio.

No sé cuánto tiempo estuve así, flotando en estos ojos, pero cuando caí en cuenta de que la electricidad de mi estómago estaba prácticamente saliendo por mi boca fue entonces cuando tuve que bajar la mirada y controlar otra vez otro gemido enorme desde el fondo de mi garganta mientras me abrazaba con fuerza las costillas.

-  ¿Estómago? –me pregunta el mismo señor mayor de antes.

 

Y otra vez siento como se dibuja la sonrisita tonta en mi cara.

¿Quién es? ¿Dónde lo he visto antes? ¿Por qué me mira así? ¿Por qué no para de mirarme? ¿Por qué me siento como una jodida planta eléctrica? ¿Qué me pasa?

Respiro… Tengo que concentrarme en mi respiración. Respiro… tengo que bajar esta corriente. Respiro…

Aprieto con mis manos el colgante alrededor de mi cuello y trato de recordar las clases de meditación con Pipa –¡Ahhh! Pipa, ¿por qué no estás aquí conmigo? Bueno la verdad no me servirías de nada ahora porque seguro estarías comiéndote con la mirada al tipo de los ojos… de los ojos… pero… ¿de qué color tiene los ojos? Me hipnoticé con su mirada y no vi de qué color tenía los ojos. Qué raro. Seguro que Pipa ya habría encontrado el código Pantone exacto. Y además ya tendría un resumen detallado de edad, altura, peso, profesión, estado civil, hobbies, novias, alergias, etc. Nunca he entendido cómo logra hacer eso con los hombres guapos en solo diez segundos.

La gente va saliendo poco a poco y cada vez hay más espacio a mi alrededor, pero no me atrevo a subir la mirada. Sé que sigue aquí. Lo sé. No sé cómo, pero lo sé.

Mi cuerpo sigue electrificado y me da miedo mirar otra vez, sin embargo, no sé por qué estúpida razón lo hago. Y por supuesto él sigue ahí, misma posición, misma mirada fija en mí, mismo todo y yo sin poder controlar nada, siento cómo rayos de energía atraviesan mi piel desde adentro hasta que ¡PAFFF!

¡Mierda! el ascensor se detuvo de golpe. Se apagó todo, estamos a oscuras entre el piso catorce y quince, y la verdad no sé si fui yo la que hizo esto.

Apenas unos segundos después, regresó todo a la normalidad. Hubo una especie de alivio general en las caras de todo el mundo y sobre todo en la mía. Seguimos subiendo. Y como si no hubiera sido suficiente la primera vez, vuelvo a mirar en su dirección. Ya no me está mirando, mira al suelo, pero sonríe casi como una risa contenida. ¿De dónde lo conozco? ¿Por qué se está riendo?

Piso treinta y dos, mi parada, solo quedamos cuatro en el ascensor (lo veo por los zapatos, ya que decidí nunca más volver a subir la mirada) y él con sus Churchill recién pulidos es uno de ellos, sólo espero que no se baje aquí. Mierda se baja aquí. Mierda… mierda… mierda….

Se detiene en la puerta del ascensor para dejarme salir primero y ni siquiera me atreví a mirarlo para darle las gracias. De un tirón, abro la gran puerta de cristal de tres toneladas que da acceso a la dorada brillante y ostentosa recepción de Jiménez Madrileña, y de un tirón la vuelvo a empujar hacia atrás mientras susurro un seco “buenos días” a la dorada brillante y ostentosa recepcionista de veinte años que me muestra toda su dentadura en una sonrisa fluorescente que no cabe dentro de su cara, pero que casi inmediatamente, se borra por completo al ver que mi falta de educación, casi aplasta al pobre hombre misterioso que estaba detrás de mí.

No le doy ninguna importancia y acelero el paso lo más rápido que mis tacones me lo permiten por los pasillos hasta que al fin llego a mi despacho y me desplomo en mi silla frente a Pipa. Todo mi cuerpo se relaja como gelatina.

-  And a very good morning to you too sweetie –dice Pipa exagerando aún más su acento snob middle class irlandés–. ¿Qué pasa? ¿Has visto un fantasma?

Levanto los ojos y le sonrío. Me da tanta risa oír a una irlandesa con acento castizo que de verdad no podré nunca acostumbrarme.

-  Pues la verdad… no lo sé – le digo mientras me incorporo–. En todo caso necesito un café y uno enorme, ENORME.

Y justo cuando me levanto para ir a buscar mi jarra de café en la cocina, entra el nuevo desconocido de prácticas y nos dice con una vocecita tímida e insignificante.

-  Señorita Stone, Señora Brack. Reunión de personal en 10 minutos en la sala de conferencia.

Pobre chico, le tiene terror a Pipa, no se atreve ni a mirarla.

-  Oh Thank you so much my luv – grita Pipa que de un salto llega a la puerta y le zampa un beso pegajoso en cada mejilla.

No puedo contener la risa, esta mujer es un desastre de verdad, pero me encanta cómo logra ponerle una sonrisa a todo el mundo en la cara. A todos menos a este pobre chico que se puso color escarlata y se largó corriendo mientras Pipa seguía lanzándole besos todo a lo largo del pasillo.

-  Cute –dice Pipa–. Un poquito delgado pero cute.

-  A ti todo lo que tenga algo entre las piernas te parece cute –le respondo viendo cómo se aleja a toda velocidad el chico de los cuarenta kilos–.

-  So sweetie, –Pipa regresa a mí con la mirada– háblame de este fantasma que viste. ¿Era guapo, alto, joven, famoso, sexy, gordo, interesante, atractivo, inteligente? Me bombardea de preguntas mientras me toma por los hombros y me conduce hasta la cocina.

-  Ya ya ya cálmate. Si quieres saber la verdad… –y caigo en cuenta que no lo recuerdo. No recuerdo cómo era, nada… y le digo un poco preocupada–. No lo sé, no me acuerdo. No era especialmente guapo… creo… pero no recuerdo nada más. Tenía unos ojos… –Y me quedo callada un segundo–. Bahhh qué importa, un típico muñeco Barbie seguro –le digo tratando de restarle importancia– además, las mujeres casadas no vemos fantasmas de ese tipo.

-  Pero claro que no –dice Pipa–. Vosotras tenéis fantasmas de otro tipo… eso es bien sabido ¿no? –Le sonrío y rápidamente interrumpo antes de que empiece con el temita inagotable de los fantasmas otra vez.

-  Lo que sí importa es que me siento fatal; debo estar enferma o algo así; el calor, los escalofríos, el ruido; “EL RUIDO” siento que retumba en mi cabeza y no me deja ni respirar. La gente me molesta, el ascensor… No puedo más Pipa, tuve miedo, creí que me moría.

-  Sí sí, te entiendo Eva cariño –me dice mientras me mira fijamente con cara de preocupación absoluta– calor… escalofríos…eso es una enfermedad super conocida en Irlanda, peligrosísima. Hay incluso médicos y científicos que la han estudiado toda la vida sin lograr encontrar una cura. Allá lo llaman… –y se queda en silencio como pensando– … pause…. Pase…. Pasia…. –y de repente chisca los dedos y sonríe–. PAUSIA… ¡¡¡Menopausia!!!–. Y suelta una carcajada.

No puedo evitar voltearle los ojos y querer estrangularla ahí mismo con el café y todo… Sin embargo sonrío mientras poco a poco me contagio por completo con sus carcajadas y terminamos llorando de la risa las dos en plena cocina.

 

Cuando llegamos a la sala de conferencias ya estaba prácticamente todo el mundo ahí y por supuesto no quedaban sillas. Pipa y yo estábamos de tan buen humor que sin pensarlo dos veces nos lanzamos directo al fondo como las chicas malas de la clase. Ella por supuesto pasa la primera y por el medio además, empujando a todos con su falda ceñida y sus tacones de diez centímetros. No puedo contener la risa mientras veo a todos estos consultores en traje y corbata levantándose apresuradamente para dejar pasar a esta “bomba” irlandesa que les sonríe a todos y cada uno de ellos como si fuera el último hombre en la tierra.

-  Ohh sorry my luv[*]

-  Darling thank you

-  You’r so cute.

-  See you later Honey…

Y así va, guiñando el ojo, sonriendo con picardía y rozando a cada uno de estos dandis mientras todos se derriten bajo su hechizo y la raja de su falda. Y después vengo yo torpemente y los piso a todos. ¡Jaaa, me encanta!

No es fácil trabajar en una consultora tan seria como esta. De verdad todo el mundo aquí es tan cuadrado, tan gris, tan aburrido que me deprime. Sin embargo lo llevamos bien Pipa y yo. Dudamos un poco antes de aceptar la oferta, pero al final era la única empresa que nos contrataba como equipo. Y queríamos seguir juntas, así que aquí estamos “juntas e inseparables”, como nos llama Adrián.

Empiezo a abanicarme con el folleto de presentación cuando entra el director general, acompañado por Adela la secretaria de dirección (en realidad es ella la que dirige esta empresa más que cualquier otro) y otro hombre que nunca antes había visto, como de unos setenta años delgado, muy alto y con el pelo totalmente platino. Parece un príncipe de la tercera edad, elegante, distinguido y me atrevería a decir que casi exquisito. Debe ser inglés, parece inglés, me apuesto los zapatos a que es inglés. Lleva un bastón con una preciosa empuñadura de plata, como la cabeza de un águila o algo así y detrás de él… Mierda…. Mierda, mierda, mierda…. El hombre del ascensor.

Le cojo el brazo a Pipa mientras le clavo los dedos hasta perforarle la piel. La pobre lanza un pequeño gemido de dolor y trata en vano de librarse de mi mano. Me mira y me dice:

-  Sí, sí, ya lo vi.

Le clavo los ojos tratando de explicar que era el de esta mañana.

Ella me mira con cara de perdida hasta que cae en la cuenta y me pregunta:

-  ¿Él?

Yo asiento con la cabeza.

-  ¿El fantasma?

Yo vuelvo a asentir.

-  ¡¡¡Ahhhhhh él es el fantasma!!! –dice más fuerte de lo normal para que toda la sala se gire a vernos.

Pipa logra zafarse de mi mano asesina, me acaricia el pelo y me pregunta con una vocecita aguda:

-  ¿Te sientes bien cariño? ¿quieres sentarte?

-  ¡Para ya! –Susurro de muy mala manera mientras me doy cuenta que vuelvo a sentir esta especie de bola de fuego en mi tripa. Ah mierda había pasado ya tanto tiempo que no sentía esto tan fuerte, que había olvidado lo desagradable que era. Estaba segura que este dolor no regresaría nunca más y mírame ahora, retorciéndome como cuando tenía siete años.

-  Perdona sweet heart, ¿me podrías dar tu silla? –le dice Pipa al chico joven que estaba justo en frente nuestro– es que mi amiga no se siente bien, tu sabes, la menopausia y esas cosas –el chico se levanta como una bala y me mira de arriba abajo como si fuera un bicho raro–. Creo que se me van a salir los ojos de la vergüenza, pero al final hasta me dan risa las ocurrencias de esta mujer.

 

No me enteré mucho de nada ya que fijé los ojos en el suelo y me concentré en mi respiración.

El director empezó a hablar, pero no podía escucharle. Algo de consultoras de mayor tamaño, fusiones, extranjero, Europa, el mundo bla bla bla… No me entero.

Después de un discurso que parecía eterno y cuando al fin logré calmarme un poco escuché que decía:

-  Así que es un placer para mi hoy presentaros a los representantes de Crandon Consulting, el señor Hemard Lafitte, Director General, que representa a los socios franceses –dice mientras el hombre mayor que yo creía inglés (menos mal que no aposté los zapatos) hace una pequeña inclinación con la cabeza al más puro estilo francés– y el señor Conrad Jhones, Vice-Presidente de la compañía en Londres.

Y ahí estaba, Conrad Jhones, inglés, recostado de la pared del fondo con un traje gris a rayas impecable y una corbata color morado cardenal que combinaba perfectamente. Las manos en los bolsillos del pantalón le daban un aire desenfadado y tranquilo, como de paz, y por primera vez desde esta mañana pude verlo bien, detallarlo de arriba abajo sin que me quemara por dentro, era como si me estuviera dando permiso para hacerlo. Era muy raro, había bajado la guardia y estaba desarmado, indefenso, viendo fijamente al suelo y esperando que yo terminara mi observación.

He visto a este hombre antes –pensé–. Traté de echar hacia atrás los días y empecé a encontrarlo un poco por todas partes. Hace dos días saliendo del edificio, el lunes en el café justo a la salida de mi casa, en el parque mientras corría, en el garaje, en la tienda… ¡Vaya qué coincidencia! Me dije a mí misma, sin embargo no me molesta mucho la idea. ¿Vamos que no creo que me esté siguiendo a mí? Qué absurdo… Qué aburrido.

No puedo decir que sea tan guapo como su director general que debió haber sido una especie de Don Juan a lo francés de los 80'. Pero este Conrad como se llame tiene algo, es alto, fuerte de pelo negro y ojos prácticamente color agua de playa tailandesa. No está bien afeitado, ni peinado pero no da la sensación de descuido, más bien todo lo contrario, es perfecto, simplemente perfecto. Tendrá como cuarenta y cinco años y pareciera que llevara cada uno en las expresiones de su cara, de sus ojos, en los surcos de su boca. Un hombre fascinante, intrigante, y extraño.

En medio de todo mi estudio detallado de este british, Míster Menopausia como se llame, me di cuenta que el dolor se había ido y la descarga eléctrica en mi piel, también. Oí a lo lejos el director que seguía hablando, pero definitivamente no era conmigo.

Ahh me siento bien. Solté mis brazos que estaban alrededor de mi estómago y me relajé sin poder dejar de mirarlo, entonces él empezó a subir la mirada, lentamente, creo que sabe que yo lo estoy mirando porque sus ojos suben exactamente en mi dirección, poco a poco sube la cabeza, lento muy lento y al fin me mira. Mi mente está en blanco, no siento nada. Él sonríe muy sutilmente e inclina la cabeza como si me estuviera saludando, casi imperceptible. Yo hago lo mismo. Un pellizco de Pipa en el brazo hace que regrese a la tierra violentamente, ¿qué? ¿qué pasa? ¿pero qué? No me lo puedo creer el director está presentando a toda la oficina. Que coñazo de verdad y justo en ese momento dice:

-  En el departamento de traducciones legales encontramos a la Señorita Philippa Nielson para el Inglés, Español, Alemán y Tedesco y a la Señora Eva Brack para el Francés, Español también, Italiano y Portugués.

No puedo evitar sonrojarme un poco y esbozar una minúscula sonrisa en mi cara mientras miro al Caballero Real de la corte francesa mirarme fijamente a los ojos. La verdad entre el Senior Francés y el Lord Menopausia, no sé dónde poner la vista. ¡Son capaces de desarmar a cualquiera!

Busco con la mirada a Conrad pero está hablando con Adela mientras ella le entrega papeles y papeles y más papeles. Esta mujer es una máquina de trabajo que no para nunca, con 4 hijos, un ex marido, tres gatos, su madre y la consultora entera a sus espaldas, y el director no es capaz de mover un sólo dedo sin que ella se lo autorice, además es la típica que organiza las despedidas, las cestas para los recién nacidos, las tarjetas de cumpleaños, la fiesta de navidad… ¿me pregunto si duerme?

El director agradece la presencia de todos, dice dos o tres cosas más sin importancia y salen todos otra vez igual que como entraron. No hubo más miradas, ni más dolores.

 

Ya en la oficina Pipa gira detrás de mí, muy calmada, tarareando una melodía suave, sin decir palabra. Se voltea, cierra la puerta y grita llevándose las manos a la cabeza:

-  ¿And what the fuck is your problem? [*]

Doy un sobresalto y le contesto en el mismo tono:

-  Pues no lo sé, no tengo idea. Pero te aseguro que lo de la menopausia precoz de treinta y cinco años es definitivamente lo que NO me pasa –me desplomo en mi silla otra vez– ya te lo dije antes me siento mal, estoy enferma… bueno por momentos al menos.

-  No hablo de tu menopausia cariño, hablo de mi brazo prácticamente mutilado por culpa de tu mano de Hulk, What the hell was that about? –dice mientras me muestra las marcas de mis uñas incrustadas en su piel–. Buah, la verdad le hice daño, no puedo esconder mi risa mientras trato de calmarla poniendo cara de “no es para tanto”.

-  Pues nada, sólo para que vieras al tipo de la menopausia eso es todo.

-  ¿Eso es todo? – dice prácticamente gritando – casi me dejas desmembrada y... ¿Eso es todo? Pues no te creo, anda cuenta qué te pasa con este menopáusico. ¿Te gusta? ¿Te pone nerviosa? ¿Tú sabes que te pueden gustar otros tíos verdad? ¿Sabes que puedes hasta dejar al imbécil de tu marido por alguien que te trate un poquito mejor no?

-  Basta Pipa, no estamos hablando de eso.

-  No, no, claro que no… solo procuro recordártelo de vez en cuando querida, me da miedo que lo olvides y que te acostumbres a ser tratada como un trapo sucio.

-  No me gusta este hombre –le digo casi riñéndole  y gesticulando cada letra.

-  ¿Y entonces? ¿Qué te pasa? –toma el taburete, se sienta justo frente a mí a veinte centímetros de distancia y me mira fijamente con sus ojos verdes y sus trescientos millones de pecas esperando que yo responda–.

-  Que me siento mal –le repito– que pareciera que tuviera una bola de fuego en el estómago cargada de rayos eléctricos que explotan cada vez que veo a este Señor Menopausia es raro. Lo sé y no entiendo nada. Pero es así, qué quieres que te diga.

Ella me ve y después de unos segundos eternos, rompe a reír y dice:

Oh my God, te estas transformando en Thunder Girl! Eva Cariño tienes superpoderes… Bueno o tal vez cáncer, tumor cerebral … incurable, o tal vez menopausia precoz de verdad… Y todavía no has tenido hijos… Uff que rollo, bueno mejor, no vale la pena tener hijos con el imbécil ese, serían pequeños imbecilitos correteando por ahí.

-  Cállate Pipa –dije cortándole la palabra– deja de decir tonterías, y se llama Adrián, no imbécil.

Cogí mi bolso y me fui de la oficina mientras oía a Pipa con su inglés tierno y arrepentido pidiéndome mil disculpas mientras me alejaba.

Necesito irme de aquí un rato, respirar de esta mañana eterna que no termina de darme problemas. Salir, quiero salir.

 

El tamaño del trozo de tarta de chocolate que me estoy comiendo no es normal. Me siento un poco, solo un poquito, culpable de comerme todo esto, pero no me importa. Tengo hambre y me lo comeré todo. Eso es lo bueno de tener amigos con restaurantes cerca de la oficina, me miman y me dan raciones triples, ¡qué majos la verdad!

Son más amigos de Pipa que míos (como todos), pero igualmente me tratan como una reina y además tienen la mejor tarta de triple chocolate con sirope de chocolate en baño de chocolate con chocolate que he probado en mi vida. Solo saboreo, sin pensar en nada más y me pierdo en este mundo de amargos y dulces mezclándose al mismo tiempo dentro de mi boca. Tengo tantas texturas de chocolate en mi paladar que es difícil concentrarse en otra cosa que no sea esto. Cierro los ojos y me dejo llevar por esta especie de momento MasterCard achocolatado… que no tiene precio.

Siento un corrientazo en mi cabeza. Abro los ojos y justo al otro lado de mi mesa está Conrad, de pie, sonriendo, supongo que por mi cara de idiota mientras me como la tarta.

Rápidamente me llevo las manos a mi estómago segura de que el dolor volvería con más violencia, pero él me mira y dice en un español perfecto con un ligerísimo acento británico:

-  ¿Sabes que puedes controlarlo no?

-  ¿Perdón? Le contesto sin entender mucho de qué habla y tratando de tragar el pedazo más grande de tarta que jamás había tenido en la boca.

-  Sí, puedes controlar el dolor, la descarga eléctrica, la energía, todo… Sólo tienes que saber cómo hacerlo. Mmm practicar.

Y ahí… me desarmé como una biblioteca de IKEA. Me quedé helada (que es raro en mí) sin poder pronunciar palabra. Menos mal que logré tragar justo a tiempo porque hasta la boca la dejé abierta de mi impresión. No entendía nada.

Ohh lo siento, no quise asustarte –dice restándole importancia a lo que acababa de decir. – No nos han presentado correctamente Eva –y alargando su mano hacia mí dice– Conrad Jhones.

Cierro la boca de golpe y extiendo mi mano para no ser descortés y justo antes de tocarnos una pequeña descarga eléctrica en forma de un minúsculo y delgado rayito azul, surge entre nuestras manos.

-  Ayyy – gimo mientras quito mi mano rápidamente. No fue doloroso pero sí desagradable y sorprendente y chocante y … y … y…. Me quedo sin palabras, estoy desconcertada.

Él sonríe, retira su mano y dice:

-  Bueno, creo que no podremos tocarnos por ahora, supongo que es demasiado apresurado para ti. Pero ya verás, dentro de poco todo ira a mejor, mucho mejor. Se vuelve a meter las manos en los bolsillos del pantalón me mira fijamente y dice con aire satisfecho:

Qué bueno que te hemos encontrado Eva. Hasta pronto, que disfrutes tu tarta –se dio media vuelta y se fue.

Cierra la boca Eva… ¡Cierra la boca! y de un golpe la vuelvo a cerrar.

¿Qué fue eso? No no no no… ¿Pero, qué diablos fue eso?

Empiezo a respirar con mucha fuerza mientras me abanico la cara con las manos. ¡Joder qué calor hace!

¿Quién me ha encontrado? ¿Controlar qué? ¿Practicar qué? ¿Quién eres señor menopausia? ¿Qué me haces?

Alto voltaje
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