XXII. Puerto de Marsella, 30 de abril de 1983

 

-  ¡Ehhh la vieille, deux Pastis et que ça saute![*] –gritó el viejo mientras me pellizcaba el culo con sus dedos sucios llenos de sangre de pescado. No veo por qué tiene que gritar si me tiene aquí al ladito tomándole la orden. De todas maneras aquí todos gritan… Todo es a gritos… Grito grito grito.

Eran las seis de la tarde y ya empezaba el jaleo en el Balon d’or. Llegaban todos como bestias sedientas de alcohol a emborracharse perdidos hasta terminar inconscientes dormidos en las mesas o en los cuarticos de arriba.

Seis meses… Hoy cumplo seis meses trabajando en este tugurio asqueroso al cual todavía no termino de acostumbrarme. Seis meses oliendo a alcohol y a tripa de pescado, rodeada de cavernícolas repugnantes que solo saben beber, gritar y follar hasta colapsar como pedazos de carne tirados en el suelo, seis meses acostándome con cuanto marinero repulsivo se antoje de mí y me pague una miseria por ello. Seis meses hundida en este triste infierno… Feliz medio año Alma, que lo disfrutes.

-  Eh ben alors… Tu dors o quoi? [**]–gritó otra vez el viejo.

-  On se calme les gars, j’arrive. [***]–respondí de mala gana caminando hacia la barra.

Bueno, por lo menos el francés ya lo domino de arriba a abajo. A punta de golpes sí, pero bien machacadito la verdad.

En eso sí que madame Arlette ha sido muy estricta, “On peut pas baiser comme il faut, si on baise pas en français”[****] –me dice todas las mañanas. Así que se ha tomado la molestia de darme clases tres horas al día, todos los días desde hace hace meses pa’ dar mejores ganancias y aumentar las ventas.

Ella estaba reacia a emplearme aquí, y no es pa’ menos, porque con mi edad, mi cara de caballo y mi poca experiencia en el tema de la copulación francesa no era yo la más conveniente pa’l trabajo. Pero Pichon creo que la puso en tres y dos y la obligó a contratarme como Dios manda. Si… exactamente así, como Dios y solo Dios manda. Ufff y de eso hace ya seis meses. Gracias Dios… Te estoy muy agradecida.

La Arlette esa me paga una miseria porque dice que soy ilegal, fea y vieja y que además debería de ser yo la que le pague a ella por los favores concedidos… ¡Bruja! “Pagarle a ella…” sí sí, segurito… se lo pagaré y con creces, ya verá…

Me asignó un cuartucho arriba que huele a orina permanente, es chiquitito y húmedo pero por lo menos tengo donde dormir, en fin… dormir es mucho decir. Empiezo a trabajar a las cinco de la mañana y a veces me dan las tres de la madrugada y sigo tirando allá arriba hasta que el de turno se desfogue y me deje reventada en los resortes de la cama, me lance los treinta francos en la cara y se vaya por donde vino. Y al día siguiente vuelta otra vez…

Seis meses Alma… seis interminables meses, ciento ochenta y un días y unas pinches horitas. Pero yo sé que estoy cada vez más cerca de ella, lo huelo, lo siento. Sólo tengo cabeza para ella, para mi queridísima Eva y su sonrisa de víbora malvada que veía todas las noches como me destrozaban el alma una y otra vez. Siempre sonriendo y recordándome lo feliz que hubiera sido mi vida si ella no hubiera aparecido y no me hubiera arrancado mi razón de vivir. Hoy, ya yo no existo. Mi cabeza esta ahogada en el más profundo odio y este cuerpecito mío dejó de ser mío desde hace ya mucho tiempo. Ya ni me va ni me viene, ni lo siento, ni me duele, ni lo sufro. Mi cuerpo se ha transformado en mi medio de transporte, en mi máquina de hacer dinero, en mi autobús a la venganza, nada más que eso.

Por otra parte, ya estoy en boca de todos por aquí. Me llaman “l’ électrique”[*] y vienen de todas partes sólo para acostarse conmigo porque dicen que electrocuto los orgasmos. ¡Jaaa! Y llaman eso “electrocutar”. Si les diera una buena sacudida ya entenderían mejor la palabra “electrocutar” de verda verda, y si no que le pregunten a Noach, que se subía por las paredes cada vez que le descargaba una en pleno sexo. ¡Ay pobre Noach! Como le gustaba revolcarse conmigo hasta quedarnos los dos inconscientes de dolor, medio moribundos y escoñetaos después de hacer el amor.

En aquel entonces él era el único que tenía derecho a disfrutar de mis “aparentes” encantos, pero por circunstancias de la vida… ajenísimas a mi voluntad, hoy son muchos, muchísimos los hombres que gozan de mis cualidades electrizantes, que deben ser alucinantes porque a todos por aquí los tengo igual de loquitos que a Noach, haciendo cola para probar la “tortura eléctrica de la vieja extranjera”. Bufff, pobres gusanos. Algún día los electrocutaré de verdad a toditos hasta chicharronearles los huevos. Algún día… ya verán.

En todo caso, gano más real que la polaquita y la Chou Chou, porque ellas definitivamente no tienen la exquisitez del “touché électrique” que yo tengo… y lo peor es que son igual de feas que yo, así que están fregadas.

La pobre Polaquita me da una lástima. Es apenas una niña y mira ya lo que tiene que estar haciendo para poder vivir. En las noches, a veces, me acerco a su cuarto, (que es tan asqueroso como el mío) pa’ ayudarla a desenredarse las trenzas que sujetan su larguísimo pelo dorado de princesa. La peino, le reviso los piojos y le hago un gran moño para que pueda dormir mejor. Trato de hablar con ella pero no hay manera, no suelta palabra la muchachita y a mí como también me cuesta, pues nos quedamos las dos en el más delicioso silencio mientras terminamos la sesión de peluquería kilométrica de su melena. Y después, cuando ya estoy en mi cama viendo las grietas del techo, cuando ya casi no queda nadie y al fin se puede oír NADA… puedo sentir su llanto a través de las paredes, bajito bajito pa’ que nadie la oiga. Pero yo sí la oigo. Pobre niña, como llora.

No sé mucho de ella, solo que tiene ya diecinueve meses trabajando aquí, que llegó en un carguero húngaro medio muerta de todo lo que le habían hecho ahí dentro y que madame Arlette y Chou Chou la salvaron de una muerte segura. Pero ahora por supuesto quieren que les devuelva el favor. ¡Par de bichas marranas!

Se llama Elzbieta y festejamos sus diecisiete años el diciembre pasado, ella y yo solitas, con un bizcochito duro de chocolate, escondidas en el baño entre cliente y cliente. A mitad desnudas y sudando el aliento a pescado y alcohol que se nos había pegado en la piel. Es la única vez que la he visto sonreír, con alguna que otra lágrima claro, pero sonreír. Y creo que es la única vez que ella me ha visto sonreír a mí también.

No sé si tiene familia, si quiere regresar a su país o irse a otra parte, porque ella no dice nada y aunque habla muy bien el francés, es difícil oírla hablar. Sólo se le oye llorar. De hecho la llaman “la Pleurenicheuse” porque se pasa el día lloriqueando por las paredes aquí abajo y chupándosela a todos estos babosos allá arriba. Pobre niña… ¡Qué vida le ha tocado!

A Pichon lo veo de vez en cuando. Siempre se pasa por aquí cuando atraca en el puerto o está en la ciudad y para desgracia mía, siempre, siempre me quiere a mí y solo a mí. El pobre inocente cree que yo soy aquí una camarera respetable y honrada que espera a su hombre cada quince días con los brazos abiertos. ¡JAAAA! Ingenuo ignorante pendejo, si de verdad supiera con cuantos me remeneo al día, le explotarían las tripas de los celos. Esta enamoradito mío como un adolescente. Supongo que los días en el Pandora le hicieron aflorar sus sentimientos hacia mí y después de violarme cuarenta veces decidió que “me quería mucho” el gran cabrón. Algún día le pagaré con la misma moneda, pero por ahora esta mansito como un cordero, hace todo lo que digo y además me paga bien por ello. Bueno, no me paga… me ayuda con los gastos (dice él). El otro día, sin ir más lejos, lo puse desnudo a cuatro patas en el cuarto a gemir como un cochino, le amarré una cuerda al cuello y me le monté encima a lo “llanero solitario”. Me reí tanto de verlo sufrir, y de pegarle y pegarle pa que gritara más fuerte, que me dolieron las costillas de tanta risa suelta. A él le salía la espuma de su saliva pastosa por la boca y le lloraban los ojos de cómo lo estaba ahorcando con mis riendas improvisadas. De repente, al pobre imbécil se le desarmó el cuerpo y cayó espatarrao en el suelo como un pescado sin agua. Creí que lo había matado y fui feliz… pero no. A los dos minutos se levantó nuevecito, listo pa’ seguir jadeando.

Daría lo que fuera por matar a ese monstruo. Por matarlo lentamente, con sufrimiento, con lágrimas con dolor del bueno, del grueso, ese que sientes que te desgarra por dentro con una bola de plomo, que te llena las entrañas de miseria mezclada con aceite caliente y ácido, ese que nunca puedes olvidar porque se te queda tatuado en la piel del cerebro de por vida, así lo quiero matar, así lo quiero ver llorar y gritar de miedo y terror ante mi presencia… pero qué va, todavía no Almita, todavía no... Yo no soy tonta, necesito el dinero, y él me lo da y me lo da bien, con propinas y todo. Paciencia Alma, paciencia… ya le llegará su hora, la hora del cochino.

Estaba sirviendo los Pastis del viejo cuando se me acercó Chou Chou a preguntarme en voz baja.

-  Ma petite cherie, ¿es verdad que los holandeses de ayer vinieron sólo para conocerte a ti?

-  No sé si vinieron sólo por eso.

-  Sí sí… me ha dicho Gastón que tu fama llega hasta Holanda y que vienen los barcos emocionados para encontrarte.

-  Y para follarme.

-  Si bueno no será sólo para conversar contigo ¿no?

-  Supongo que no.

-  Te imaginas Alma… Eres como famosa.

-  ¡Qué orgullo! Una puta famosa, lo que siempre soñé.

-  Oh la la… cómo te pones. Definitivamente no se puede hablar contigo Alma. Te estoy dando un cumplido y mira cómo me respondes.

-  Por favor Chou Chou, guárdate tus cumplidos de puta profesional para ti sola porque a mí no me hacen ninguna gracia. Yo no soy puta como tú, esta no es mi profesión ni estudie en los mejores colegios de “mamadoras cum-laudes” con el fin de ser mundialmente conocida como “la del coño eléctrico”. No me interesa ser famosa por puta y es más no me interesa ser famosa punto. De todas maneras no pienso quedarme aquí eternamente para demostrártelo.

-  Oui oui”, eso dicen todas… –dio un giro sobre sí misma y con su pasito apretado se fue rapidita a atender a su Gastón querido. ¡Pobre putica ingenua! Me recuerda a Flor en sus años mozos. Coladita por su negro bello que la iba a hacer tan feliz… a ella y a muchas otras al mismo tiempo. ¿Dónde estará ahora la Cuaima esa? ¿Cuántos hijos tendrá?

“No pienses en tiempos pasados Alma, eso no te lleva a nada…”. De un golpe la borré de mi pensamiento, me serví un trago del ron cubano de Madame Arlette, me lo tomé de un sorbo, respiré y me dije a mí misma “pa’ lante Alma, que todavía hay pa’ rato”.

El ruido de la campanita de la puerta abriéndose por enésima vez me sacó de mis recuerdos tristes y me rebotó en la cara diciéndome “otro cliente más”, pero esta vez fue diferente.

Sentí como el ron caliente cayó desde mi garganta hasta el estómago quemando todito lo que conseguía a su paso y con la misma se volvió a subir en un vómito humeante que no pude contener en mi boca y que escupí enterito en el fregadero que menos mal, tenía justo en frente.

¿Pero qué cosa más rara? ¿Qué le pasó al Ron? ¿Lo habrán traficao o algo?, pero en realidad, no era el ron, era yo…

Un golpe de calor intenso se me metió por toíto el cuerpo, la piel se me convirtió en una planta eléctrica, los oídos me pitaron sin parar y un dolorón de cabeza se me clavó en la nuca como un clavo oxidao. Por un momento dudé, pero después no. Yo sabía lo que me pasaba… lo sabía perfectamente…

Levanté la vista derechito a la puerta y encontré la causa de mi desbarajuste. Un hombre. Un hombre como cualquier hombre pero como ninguno de los que vienen por aquí. Un hombre limpio, peinado, buen mozo… Que más bien parecía un Clark Gable metido en un antro de bestias salvajes que no le pegaban ni con cola, todo elegante y refinado y tan eléctrico y letal como yo.

Tiene un aire entre Paul Newman y Alain Delón. Una piel blanca de porcelana, el pelo dorado y liso con un mechón rebelde que cae sobre unos ojos verde agua que los tengo clavaitos encima y una sonrisa apenas visible que era todita para mí.

Nadie pareció darse mucha cuenta de la presencia del forajido voltaico en el Balon D’or, excepto por supuesto, Madame Arlette y Chou Chou que en menos de un segundo habían cruzado el local entero de una punta a la otra pa’ saltarle encima como moscas.

Yo no me moví, y esperé sin bajar la mirada un milímetro a que este extraño hombre electrodoméstico que tenía en frente me aclarara qué hacía aquí y qué quería conmigo. Porque obviamente era conmigo que iba la cosa.

No me costó mucho esfuerzo recomponerme el cuerpo. Ya era una experta en volver a ponerlo casi todo en su sitio y a su justa medida.

Él seguía ahí, parado en el umbral de la puerta tratando de quitarse a las dos putonas esas de encima. Podía sentir su halo eléctrico rebotar contra las paredes del bar en todas las direcciones y lo peor es que podía sentir el mío haciendo lo mismo. ¿Emoción? ¿Energía? No sé, pero todo vibraba a mí alrededor. Hace tanto tiempo que no me pasaba esto a mí, que ya casi había olvidado lo rico que se siente encontrar a alguien como yo y tenerlo cerca. La última vez fue con Noach, la “única” vez fue con Noach y me pasé toda la vida segura, segura, segurísima que éramos los dos únicos en el mundo en ser así.

¡Pero mira tú!.. como que no….

De una forma bastante elegante, logró quitarse los tentáculos de las “Pulpitas” esas y mandarlas a freír mono. A la Madame no le hizo ninguna gracia que la cambiaran por la vieja con cara de caballo, así que me clavó su mejor mirada de cuchillos afilados y se alejó gritando:

-  Ehhh la veille, on te cherche para ici…[*]

Sonreí. Resulta que ahora soy la importante en este bar de mala muerte y eso a la madame, le revolvía las tripas de la rabia…

El desconocido se acercó a la mesa del fondo, se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y se sentó a esperarme. Estaba segurita que iba a sacarse el pañuelito del bolsillo para limpiar la silla, pero no lo hizo, mira que educado la verdad… Yo lo hubiera hecho, vamos que si estas sillas hablaran no es un pañuelito lo que hubiera sacado, es amoníaco desinfectante con extracto de detergente nuclear de lo asquerosas que estaban.

Le dejé el Pastis al viejo y lentamente me fui acercando a la mesa del hombre tostador guapo del fondo.

-  Qu’ est-ce que je vous sers? [**]–le pregunte haciéndome la difícil.

-  El ron que estaba usted tomando cuando yo entré… Ese de sabor amaderado y…

Lo miré fríamente sin mostrar ni una pizca de sorpresa por sus palabras. No me gustaba que me impresionaran así de entrada, me parecía muy pedante hacer eso con alguien que no conocías. Así que simplemente le volteé los ojos, me di media vuelta y me fui antes que terminara su frase.

Al cabo de un rato regresé con el ron. Le puse la botella en la mesa, el vasito y dije:

-  Siete francos el trago.

-  Y cuanto por la botella.

Ahí está… otra vez la petulancia… Definitivamente este interruptor humano me quiere impresionar. ¡Ayyy mijito! Pero no sabes tú con quién te has encontrado…

Cogí la botella en la mano, hice un cálculo rápido de cuantos vasos podía sacar de ahí, lo multipliqué por siete, le sumé cinco más de margen de error, diez más (para la propina), redondeé hacia arriba, redondeé mucho mucho hacia arriba y le dije:

-  Ciento cincuenta… lo toma o lo deja –me miró de arriba abajo, levantó la ceja con un poquitico de sorpresa, pero no mucha y me dijo con la voz suave.

-  Lo tomo, aunque creo que nunca nadie ha pagado ciento cincuenta francos por media botella de ron malo cubano. A una condición sin embargo.

-  Yo no acepto condiciones Monsieur.

-  Yo tampoco acostumbro a pedirlas Madame, pero en este caso…

-  Qué quiere.

-  Que te sientes conmigo un rato.

-  Imposible, estoy trabajando y madame Arlette me mataría si me siento con un cliente.

-  A la gordita de allá no parece importarle –y me señaló con la mirada a Chou Chou sentada en las piernas de su adorado Gaston–. ¿Encima de las piernas sí se puede? –y se echó hacia atrás mientras daba unas palmaditas en su regazo invitándome a sentarme.

Le volteé los ojos otra vez y solté una gran bocanada de aire mostrando todo, absolutamente todo mi aburrimiento…

-  ¿Qué hago con el ron entonces? –le dije con mala cara.

-  ¿Qué hacemos con la charla?

-  Ya le dije. No puedo hablar cuando estoy trabajando –cogí la botella, el vasito, me di la vuelta y empecé a caminar.

-  ¿Cuánto cobras por la hora entonces? –me preguntó subiendo la voz. Me paré en seco. No tenía ningunas ganas de dejarme humillar por este hombre tan pedante porque sabía que me haría sentir menos que una pata en el suelo. Quise voltearme y sacarlo a patadas de la taberna pero madame Arlette me atravesó otra vez con su mirada de cuchillo. No había nada que hacer.

-  Ochenta –le dije bajito cerrando los ojos.

-  Pues muy bien, cuestas menos que el ron –se puso de pie, puso los ciento cincuenta de la botella encima de la mesa, cogió su chaqueta, se acercó a mi lado, me quitó la botella de la mano y me puso doscientos más encima de la bandeja –con esto tendremos para un rato. Après vous madame.

 

Cada escalón que subimos fue como un puñetazo en la barriga y al llegar frente a mi puerta destartalada me di cuenta que prefería morirme de la vergüenza antes de dejarlo entrar a mi cueva. No sabía ni siquiera dónde pedirle que se sentara.

Él, sin embargo, no parecía incomodo de estar metido en aquel hueco húmedo y maloliente. Y casi casi me atrevería a decir que estaba hasta contento o por lo menos lo parecía.

Tiró su chaqueta en la cama y fue directo hasta la mesita del fondo. Puso la botella sobre la mesa y se sentó en uno de los taburetes de terciopelo verde (o bueno… lo que quedaba de terciopelo) que estaban apilados en el rincón del cuarto.

-  ¿Tienes vasos?

Cogí los dos vasitos que estaban en el lavamanos, los enjuague y se los puse enfrente.

Él me acercó el otro taburete verde y me invitó a sentarme.

No me senté. Si esto iba a ser una tortura humillante como todas las anteriores prefería terminarla lo antes posible. Empecé a desabotonarme el vestido…

-  No hagas eso, yo no vine aquí para eso.

-  ¿Pero pagaste?

-  Sí pague, más de dos horas; contigo; solos… para hablar

-  ¿Sólo hablar?

-  Sólo hablar.

Me volvió a invitar al taburete. Esta vez me senté frente a él, dejé que me sirviera un trago de ron malo y hasta sin darme cuenta sonreí.

-  Hemard Lafitte –me tendió la mano

-  Alma Gamero, enchantée.

Pude ver como una pequeñísima chispa azul se dibujó entre nuestras manos antes de tocarse. Fueron deliciosas cosquillas para mi piel que ya había olvidado lo rico que picaban.

-  Entonces Hemard Lafitte, ¿de qué quieres hablar?

-  Pues no sé, empecemos por ti ¿no?

-  Espera, espera… acabas de pagar mucho dinero por hablar conmigo y ahora me dices “pues no sé”… Creí que estabas muy seguro de lo que querías supuestamente hablar conmigo, pero vamos si quieres podemos discutir sobre las virtudes del ron cubano que a mí me da lo mismo –con una suave y plácida sonrisa me miró a los ojos de una manera tierna y dulce como ningún hombre lo había hecho en mucho mucho mucho tiempo. Sacó unos cigarrillos de su chaqueta, me ofreció uno, los encendió suavemente con su mechero de plata y entre calada y calada rompió al fin el silencio diciendo:

-  ¿Conoces mucha gente como nosotros?

-  ¿Nosotros?

-  Sí, de alto voltaje, como tú y como yo.

-  No. Mi ex marido y ahora tú. La verdad no sabía que fuéramos más.

-  Sí, somos más. ¿Divorciada?

-  No, viuda.

-  Lo siento.

-  Yo no.

-  ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?

-  Seis meses.

-  ¿Y te gusta?

Hice una pausa larga mientras fumaba mi cigarrillo y trataba de entender por qué este hombre tan tierno y delicado podía hacerme una pregunta tan cruel. Tomé aire, lo miré fijamente con rabia y le dije:

-  No señor Lafitte, no me gusta trabajar aquí, ni ser puta, ni dejarme demoler por cuanto marinero pase por estas puertas, ni vivir en una cueva podrida como esta con olor a pescado dentro de las paredes y con pulgas en la almohada. No… no es mi vida de ensueño y no… la verdad no lo hago por gusto.

-  Y entonces por qué no te vas.

-  Porque necesito dinero. Necesito suficiente dinero para ir a Lisboa. Tengo un asunto pendiente allá. Cuando lo tenga créame que no me voy a quedar aquí ni un día más.

-  Yo puedo llevarte a Lisboa.

Pausa… Mi cuerpo entero se puso en pausa. Sentí una ligerísima sonrisa escaparse por el lateral de mi labio mientras mi cabeza entera después de darle otra vez al play se dio vuelta “estupefacteada” a mirar de arriba abajo a este bicho raro.

-  ¿Y por qué?

-  ¿Y por qué no? Tú quieres irte de aquí, yo te puedo llevar, no tengo nada mejor que hacer y siempre he querido conocer Lisboa. ¿Qué dices? ¿Nos vamos?

Di otra calada a mi cigarrillo y me tomé un buen trago del ron caliente para recuperar el espíritu que se me había ido bien lejos. Después contesté en voz baja:

-  Un cerdo me dijo una vez que nadie hace favores de gratis, así que dígame señor Lafitte: ¿Cuánto me va a costar el paseo? ¿Qué quiere de mí? ¿O fue que se despertó esta mañana con ganas de salvar a una puta y convertirla en Ave María?

Él soltó una gran carcajada. No sé qué le habrá hecho tanta gracia la verdad porque definitivamente mi cara de mapanare no fue. No sabía si reírme con él, si creer todo lo que me había dicho y decir “SÍ” y salir corriendo de aquella pesadilla pegando brincos de emoción y felicidad, o si lanzarle un puñetazo en el medio de la cara por burlarse de mí y hacerme creer en maripositas de colores mientras me volvía a hundir en la miseria. Esto era muy raro y yo no estaba acostumbrada a tanta bondad.

-  ¿Tú sabes a qué me dedico yo Alma?

-  ¿A salvar Almas en pena? –dije para mis adentros pero creo que me oyó. Sonrió y siguió hablando.

-  En realidad me dedico a muchas cosas para no aburrirme demasiado y entre ellas esta buscar y encontrar a gente como tú y como yo. A conocerlos, a entender de qué estamos hechos y por qué somos así. Digamos que es mi pasatiempo. Tengo dinero (mucho dinero), tengo tiempo y tengo ganas de estudiar un poco mejor esta enfermedad, o regalo llámalo como quieras, que tenemos dentro. Así que oí hablar de una puta con orgasmos eléctricos en Marsella y pues aquí estoy.

-  Osea que también viniste para el orgasmo eléctrico.

-  No, eso no me interesa. Vine a verte a ti y a conocerte.

-  Y entonces, ya me viste… ¿Por qué no te vas?

-  Porque se ve que necesitas ayuda y yo te puedo ayudar.

-  Osea que estás dispuesto a sacarme de aquí, meterme en tu coche y viajar conmigo “sin conocerme de nada” sólo porque “puedes ayudarme” ¿Y cómo sabes que no soy yo la que te va a robar o matar o  electrocutar hasta convertirte en ceniza y tirarte al mar?

-  No lo sé… Es un riesgo que puedo correr. Además, creo que yo te puedo electrocutar bastante más rápido de lo que crees.

-  No más que yo.

Él se inclinó hacia atrás mirándome de arriba abajo con cara de no creer ni una palabra de lo que le acababa de decir.

-  No se fíe de las apariencias Señor Lafitte, llevo años y años trabajando toditos los vatios de mi cuerpo para que hagan exactamente lo que les pido. Y a veces hasta yo misma me impresiono de lo que soy capaz de hacer.

-  Supongo que eso está por verse.

-  Como quiera.

-  Entonces qué… ¿Nos vamos?

Sonreí…

Tres golpes intensos en la puerta nos hicieron saltar del susto al mismo tiempo que retumbaban en las paredes como si el cuarto entero se fuera a desplomar del ruido.

Al otro lado comenzaron a sonar los gritos gruesos y roncos de Pichon que vociferaba a todo pulmón.

-  Ouvre cette porte tout de suite espece de pute!Je sais que t’es là avec quelq’un.Je vais te tuer Alma. Je vais vous tuer a tout les deux! Tu vas voir Salope. Ouvre!
Ouvre je te dis! *[]

Alto voltaje
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