XXXI. Franca
Abrí los ojos y una extraña sensación de angustia me subió por la garganta al no reconocer el techo bajo el que me encontraba. Estaba sola, desnuda y tenía calor.
Me senté en la cama, vi a mi alrededor tratando de adivinar en la oscuridad si era real o si seguía en mitad de algún sueño imaginario. De repente todo regresó a mi memoria confundida que poco a poco empezaba a desperezarse: La casa, la cena, el vino, los murciélagos, los besos, Conrad… ¡Conrad! Lo busqué a mi lado pero no estaba.
Todavía estaba muy oscuro afuera y no tenía idea de qué hora podía ser. Me giré automáticamente para ver el móvil, pero claro, no había móvil… desde que empezó todo esto Conrad me había aniquilado el móvil y ya me había acostumbrado a la idea de no tenerlo, aunque reconozco que lo de no saber la hora terminaba por desesperarme.
Sin pensarlo mucho, me vestí con la misma ropa del día anterior que estaba toda tirada por el suelo y salí de la habitación dispuesta a buscar por toda la casa a Conrad o algún reloj que me diera la hora.
Bajé escaleras, recorrí los pasillos estrechos que llevaban hacia el otro lado de la casa y atravesé el salón de las cabezas colgantes sin ver a nadie. Todo estaba oscuro y silencioso, la casa entera estaba dormida y Conrad seguía sin aparecer.
Di un salto al escuchar la primera campanada del reloj antiguo al fondo de la pieza, luego hubo otras cinco más. O sea, demasiado temprano para sentarme a comer y demasiado tarde para volver a dormir. Una especie de tiempo muerto después del final de la noche y antes del preludio de la mañana… ¿y ahora qué hago?
Me asomé por la ventana a ver si podía ver algún murciélago madrugador (o trasnochador depende de cómo se mire) que anduviera por ahí en solitario, me pregunto hasta qué hora están por ahí esos bichos. ¿De verdad serán como Drácula que se meten en sus féretros con el primer rayo del día? ¿O tal vez se van a dormir antes? Yo que sé…
Al ver fijamente la oscuridad de fuera mis ojos empezaron a acostumbrarse y a comprender mejor las formas y los espacios. Una sombra se movió hacía la puerta de entrada. No era un murciélago… vamos que a menos que viniera del espacio y pesara ochenta kilos, eso no era un murciélago, más bien parecía… tal vez… ¡ahhh Conrad! ¡Era Conrad!
- ¿No tienes miedo que te ataquen los murciélagos? –le pregunté cuando llegué afuera a toda prisa y un poco sofocada por la carrera que me había pegado para llegar a su encuentro.
- Ves muchas películas Eva, los murciélagos no atacan.
Quise saltarle encima y comérmelo a besos pero no lo hice esperando a que fuera él que me besara a mí… pero no lo hizo tampoco. De hecho fue tan frío y distante que por un momento me sentí incómodamente fuera de lugar.
Ni siquiera se giró hacia mí. ¡Ni siquiera me miró! ¡Nada!
Metí las manos en los bolsillos de mis vaqueros y me quedé en silencio esperando que pasara “no sé qué” o que dijera “no sé qué” o “no sé qué” del “no sé qué”. Pero él seguía dándome la espalda y viendo la oscuridad sin decir una palabra como si yo no estuviera ahí.
No sé cuánto tiempo pasó porque, sinceramente cada segundo de esa desagradable espera confirmaba más y más mi arrepentimiento de la noche anterior.
¿Pero quién me manda a mí a meterme con este tío?
¿Pero en qué estabas pensando Eva? ¿Qué creías… que iba a quedarse colgado de ti? ¿Que estaría contento de verte? ¡PUES NO! OBVIAMENTE NO.
Me giré para regresar a la casa cuando su voz pausada y grave resonó dentro de mi cabeza:
- Good morning Eva…
Odio cuando hace eso, pero sonreí. Olvidé absolutamente todo lo malo que acababa de pensar de él y volví a derretirme como una idiota por un insignificante “Good morning Eva”. Luego volvió a hablar con suavidad (con su voz de verdad):
- ¿Quieres ir al bosque? Es fantástico ver el amanecer desde allí.
- El amanecer no se ve. Esta oscuro y después claro… pero no se ve
- Desde allí sí. Te lo aseguro. ¿Crees que tu pierna aguante?
- Ya veremos.
Y por primera vez desde que llegué a su encuentro, se giró para mirarme, tendió su larga y sólida mano hacia mi, esperando a la mía y cuando se la di, la besó suavemente con ternura.
Empezamos a caminar.
Estuvimos horas perdidos dentro de un bosque espeso que se despertaba suavemente con el olor de la mañana, en medio de árboles gruesos y densos que nos tapaban del cielo con sus copas gigantes y de rocas tan grandes como una casa que se escondían dentro de cuevas ocultas y oscuras bañadas con una alfombra de nieve tan blanca tan blanca que brillaba fluorescente en la oscuridad.
Era mágico… Sólo faltaba que en cualquier momento saliera un unicornio con un Hobbit errante cortándonos el camino.
A medida que avanzábamos se volvía más y más tupido el paisaje, más húmedo y más blanco. Ya empezaba la claridad del amanecer y el silencio comenzaba a maquillarse con los ruidos de los pájaros y de los millones de bichos que salían a desayunar. Era la dulce melodía de la mañana.
El tronco gigantesco de un pino caído nos cortaba el camino. Era enorme y tuvimos que prácticamente escalar para poder pasarlo por encima y al fin llegar hasta donde Conrad me había traído. Una especie de meseta en medio de la montaña en donde no había nada, ni un árbol, ni una roca ni nada. Algo así como un escenario en las alturas donde el público eran las montañas rocosas cubiertas de nieve que dejaban poco a poco salir el sol por detrás de sus picos. Era impresionante… y seguía pensando que el Hobbit estaría por ahí cerca.
- Te dije que si se podía ver el amanecer –dijo Conrad a mis espaldas.
Yo sonreí, aunque él no podía verme sonreír. Me sentía abrumada con tanta naturaleza a mi alrededor. Seguí caminando hasta el borde del despeñadero, el sol estaba ahí… tan cerca… tenía la impresión de que si me acercaba más casi podría tocarlo con las manos, solo un poco más, casi…
La mano eléctrica de Conrad me tomó por el brazo de golpe.
- ¿Estás bien Eva?
Cuando me di cuenta estaba de verdad en el borde borde del precipicio lista para caer como una roca de cincuenta kilos al vacío.
- Wao… lo siento…. No me di cuenta –le dije retrocediendo de golpe.
- Si saltas, tendría que saltar a buscarte.
- ¿También puedes volar?
- Tal vez… –dijo con cara seria, luego se empezó a reír de mí y de mis ojos desorbitados–. ¡Claro que no puedo volar Eva! No soy un super héroe. Pero seguro que en la caída las vistas son mejores que desde aquí.
- Si seguro… y más rápidas… con viento y tal…
Estuvimos un rato sentados en el suelo viendo cómo la mañana iluminaba todo el paisaje. Me contó cómo creció en estas montañas, los caminos, los secretos, las cuevas, las historias. Se las conocía como la palma de su mano y las adoraba porque fueron su escapatoria a todas las torturas absurdas que tuvo que soportar en su infancia.
- Este sitio es precioso Conrad. Gracias por traerme aquí.
- My pleasure…
- ¿Me pregunto a cuántas chicas has traído? –el soltó una carcajada.
- Pues no a muchas la verdad. Hay que estar en forma para poder llegar hasta aquí arriba.
Empezó a contar con los dedos en silencio 4… 9… luego pasó a 12… 15…24… y al final cuando perdió la cuenta dijo pensativo:
- Incluyéndote –tomó aire, siguió en su cálculo mental, sonrió y dijo–: Dos. Mi ex mujer y tú.
Ahhh verdad que hubo una ex mujer. Lo había olvidado.
- Apuesto que ella no estaba en mejor forma que yo.
- ¿Bromeas? Le tomó sólo diez minutos llegar hasta aquí… –reímos los dos. Luego evidentemente, un silencio incómodo acompañado del típico momento comprometido en el que él sabe que estoy desesperada por hacerle diez mil preguntas pero obviamente no me atrevo a hacer ninguna, llegó así que me armé de valor y solté la primera pregunta (la más tonta además…).
- ¿Se llevan bien? –susurré con un nudo de celos en la garganta.
- ¿Con Franca? Sí… muy bien… somos buenos ami… Sí, nos llevamos bien.
- ¿Y por qué se divorciaron? –¡PUM otra pregunta, toma ya!
- Preguntas mucho Eva…
Mierda… se dio cuenta por donde iba. Una ligerísima sonrisa se dibujó en su boca. Se puso de pie, suspiró y dijo:
- Porque no nos sienta bien el matrimonio supongo. Nos llevamos mejor así.
Me tendió la mano para levantarme, me envolvió con sus brazos fuertes y con un beso eléctrico que me quemó la garganta y prácticamente me derritió viva, zanjamos el tema de la “EX”.
Ese momento fue total, fue absoluto y fue mágico: el hombre, el beso, la montaña, el amanecer y el olor de la nieve fría impregnaron cada milímetro de mi cuerpo con toda la felicidad que llevaba tantos años sin sentir. Era perfecto… Como también era perfecta la velocidad con la que mi cerebro seguía pensando en las 9.998 preguntas que todavía faltaban por hacer: ¿Y por qué se llevan mejor ahora? ¿Qué significa ese A-H-O-R-A? ¡Uao que bien besa este hombre! ¿Por qué no llegó a decir amigos? ¿Y por qué pregunto demasiado? ¿Tengo derecho a saber no? Si me sigue apretando así me voy a asfixiar aquí mismo. ¿Y por qué no habla del tema? ¿Qué tiene de malo hablar de un divorcio? Bueno, no habla nunca de ningún tema. Este beso es demasiado intenso como para seguir pensando. No puedo más, prefiero ser ingenua y tonta pero ¡por favor que este beso no acabe nunca! Y me abandoné en sus brazos dentro de un beso de caramelo que me nubló el pensamiento y me robó hasta la identidad.
Tardamos casi dos horas en bajar hasta la casa. Me dolía la pierna y lo tuve que usar a él de muleta para poder llegar hasta abajo, pero aparte de mi dolor, lo pasamos bien, muy muy bien. Después del famoso “beso atómico” vinieron las historias de osos y ciervos, de sus escapadas al bosque, de sus excursiones nocturnas que lo mataban de miedo y de todas sus locuras de infancia solitaria. Poco a poco el misterio y la frialdad del Señor Menopausia fueron quedándose a un lado para dejar salir al hombre sonriente y locuaz que no había parado de hablar durante todo el camino.
Finalmente lo veía de verdad… Y me gustaba… mucho… aunque fuera de doscientos veinte…
Entramos por la parte de atrás del jardín y por primera vez desde que habíamos llegado pude ver a La Garrigue en plena luz del día. Era Bellísima. Un castillo de piedras grises desgastadas por muchos muchos años de historia, rodeado de hiedras y rosales que vestían sus muros cansados.
Dos torreones cilíndricos a cada lado sostenían un edificio central lleno de ventanitas blancas que balanceaban simétricamente toda la fachada de la casa. Era sobria, era sencilla pero al mismo tiempo tan delicadamente bella que quedé cautivada frente a sus muros envejecidos.
A medida que nos acercábamos podíamos oír cómo la casa nos llamaba cada vez más fuerte. Como si sus paredes gruesas posaran frente a mí para ser admiradas por mi vista. Como si la montaña que la envolvía se hinchara de ego para pavonearse ante mi presencia. Era impresionante, una casa impresionante en un sitio impresionante que me había dejado totalmente boquiabierta (que no es difícil). De repente un grito escandaloso y agudo rompió en mil pedazos mi deslumbramiento arquitectónico y me despertó de golpe.
- AMOREEEE.
Cuando me giré, vi una especie de bomba italiana con piernas de dos metros y pelo corto negro, saltarle encima a Conrad y clavarle un beso largo y profundo que me dejó pasmada.
Creo que voy a vomitar…
Si me preguntan, el beso duró horas… “El pobre Conrad” logró zafarse de las manos escurridizas de esta grandísima puta que lo sobaba por todas partes, se giró hacia mí y me presentó incómodo a su nueva amiga. Bueno, supongo yo que estaba incomodo… no lo sé, ni siquiera podía verlo a los ojos porque creía que lo iba a hacer explotar sólo con la mirada y tampoco podía escuchar lo que decía porque un pitido en los oídos me dejó sorda y muda al mismo tiempo.
La Barbie esa al darse cuenta que me había convertido en un brócoli gigante, se me plantó de frente y dijo:
- Ciao Eva, sonno Franca –y trató de darme 2 besos (como dicta el protocolo de las putas) pero tal fue el corrientazo que le solté (sin querer), que de un salto se alejó de mí y reventó en una risa nerviosa desembuchando toda una retahíla de no sé qué en italiano, porque aunque lo entiendo, a esta mujer no tenía yo ganas de entenderle nada.
Ahora sí creo que voy a vomitar…
Justo en ese momento (y gracias a Dios) salió Elzbieta de la cocina murmurando de mala gana en francés.
- Conrad, dites a Alma que je suis allée a Luchon faire des courses pour le dejeuner. Je prends la voiture.[*]
Y antes que nadie pudiera decir nada, solté un improvisado: “Je viens avec vous” que no le dejó cabida para negarse.
La polaca no parecía muy convencida con la idea de mi compañía pero no tuvo más remedio que dejarme venir. Creo que Conrad trató de decirme algo mientras yo me alejaba, pero la ex mujer de cuerpo escultural no le dejó hablar y le zampó otro beso de alegría ensalivada.
Seguro iba a terminar vomitando en el coche…
Seguro seguro…